Francisco de Borja, San. Francisco de Borja y Aragón. Duque de Gandía (IV), marqués de Lombay (I). Gandía (Valencia), 28.X.1510 – Roma (Italia), 30.IX.1572. Jesuita (SI), III prepósito general de la Compañía de Jesús, santo.
Los Borja proceden del pueblo homónimo aragonés, pero pronto se establecieron en Játiva. Su primer gran vástago fue el papa Calixto III (1456-1458).
El linaje se extendió gracias a la política matrimonial de Rodrigo de Borja, más tarde Alejandro VI (1492- 1503). El primogénito de Rodrigo Borja, siendo cardenal, nació de la unión con Julia Farnesio, hermana del cardenal Alejandro Farnesio, futuro Pablo III. Se llamó Pedro Luis (Roma, 1462-1488) y fue el I duque borgiano de Gandía por la compra del ducado y del castillo de Bayrent, cuando Rodrigo Borja fue legado a latere en España en 1471. Se desposó en 1486 por poderes con María Henríquez (c. 1469-1539), hija de Enrique Henríquez y de María de Luna. Pero el matrimonio no se llegó a consumar y el esposo murió dos años después, al poco de entrar en Roma, en agosto de 1488. Sucedió al duque Pedro Luis su hermanastro Juan (1476-14 de junio de 1497), que acrecentó enormemente su influjo a la sombra de su pontificio padre. La llegada del II duque Juan de Borja a Barcelona y luego a Gandía a finales de 1494 marcó una nueva etapa. Había casado con la prometida de su hermano, María Henríquez, en Barcelona, el 31 de agosto de 1493 —previa dispensa papal—, con quien tuvo a Juan de Borja y Henríquez (10 de noviembre de 1494-9 de enero de 1543), que le sucedió como tercer duque borgiano —tras trágica y todavía oscura muerte de su padre—; y a Isabel (1498-1547), que se hizo monja clarisa en Gandía.
Juan de Borja y Henríquez casó en Valladolid el 31 de enero de 1509 con Juana de Aragón (c. 1493- 1521), nieta de Fernando el Católico, hija del arzobispo de Zaragoza Alonso de Aragón. Este arzobispo tuvo con Ana de Gurrea cuatro hijos: Juan de Aragón, obispo de Huesca (1484-1519); Fernando de Aragón, también arzobispo de Zaragoza (1539-1577); Ana de Aragón, casada con el duque de Medina Sidonia Juan Alonso de Guzmán; y Juana de Aragón. El primer fruto del enlace entre Juan de Borja y Juana de Aragón fue Francisco de Borja y Aragón, que nació en Gandía el 28 de octubre de 1510. Era, por tanto, bisnieto de Alejandro VI por línea paterna y bisnieto de Fernando el Católico por línea materna.
Como todos los primeros Borja, Juan tuvo dilatada descendencia. Del primer matrimonio con Juana de Aragón le nacieron siete hijos: Francisco (1510-1572); Alonso (1511-1537), abad comendatario del monasterio bernardo de Nuestra Señora de Valldigna; María (1513-1569), clarisa (María de la Cruz); Ana (1514-1568), clarisa (Juana Evangelista); Isabel (1515-1568), clarisa (Juana Bautista); Enrique (1519-1540), comendador mayor de Montesa y cardenal; y Luisa (1520-1560), casada con Martín de Aragón y de Gurrea, conde de Ribagorza y duque de Villahermosa, que mereció la consideración de “santa duquesa”. De la unión adulterina con la noble señora Catalina Díaz nació Juan Cristóbal (1517-1573). Un autor añade otro hijo adulterino, Pedro de Borja, que fue regente vicario general del reino de Nápoles.
Juan de Borja casó en 1523 en segundas nupcias con Francisca de Castro (muerta en 1576), hermana del vizconde de Évol. Los hijos de este matrimonio fueron doce: Jerónimo, caballero de Santiago; Rodrigo (1523-1536), cardenal; Pedro Luis Galcerán (1528- 1592), gran maestre de Montesa, I marqués de Navarrés, capitán general de Orán y virrey de Cataluña; Diego (1529-1562); Felipe-Manuel (1530-1587), caballero de Montesa; María (1533-?), la clarisa sor María Gabriela; Leonor (1534-1564), casada con Miguel de Gurrea; Ana (1535-1565?), la clarisa sor Juana de la Cruz; Magdalena Clara (1536-1592), casada con el conde de Almenara Francisco de Próixita; Margarita (1538-1573), casada con Fadrique de Portugal; Juana (1540-?); y Tomás (1541-1610), obispo de Málaga, arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón.
Después de los primeros pasos en su educación, bajo la supervisión de su abuelo el arzobispo de Zaragoza, y tras la muerte de éste, acaecida en Lécera el 23 de febrero de 1520, se abrió la posibilidad de enviar a Borja a la Corte, toda vez que el Emperador regresaría a España en 1522. Fue destinado a Tordesillas, que no era, sin embargo, un destino cortesano envidiable, como lo habría sido la propia Corte de Carlos V, y habrían merecido los hijos del duque. En el palacio también vivía la hija póstuma de Felipe el Hermoso, doña Catalina de Austria, la primera persona a quien don Francisco sirvió, como él recordará; y su tía abuela Francisca Henríquez, mujer del marqués de Denia, custodio de Juana la Loca. La infanta hizo compañía a su trastornada madre hasta que por orden de Carlos V hubo de contraer matrimonio con Juan III de Portugal en 1524. En Tordesillas, de 1522 a 1526, conoció personalmente al Emperador. Regresó a Zaragoza, donde estudió Filosofía, teniendo por maestro a Gaspar de Lax. A mediados de 1529 Carlos V convino con Juan de Borja el matrimonio de su primogénito con Leonor de Castro (1509-1546), una portuguesa, dama de la Emperatriz, hija de Álvaro de Castro e Isabel Barreto. El 26 de julio de 1529 se realizó el enlace por poderes en Barcelona. El 15 de agosto de ese año celebró la boda eclesiástica en Toledo. En septiembre de 1529 Carlos V elevó a marquesado la baronía de Llombay, que poseía Borja, y nombró a éste caballerizo mayor de la Emperatriz. Los hijos del matrimonio fueron ocho: Carlos (1530-1592), V duque de Gandía; Isabel (1532-1566), casada con Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, III conde de Lerma; Juan (1533-1606), I conde de Mayalde y Ficalho; Álvaro (1534-1594), marqués de Alcañices, casado con Elvira de Almansa; Juana (1535-?), casada con Juan Henríquez de Almansa; Fernando (1535-?), comendador de Calatrava; Dorotea (1537-1552), clarisa; y Alfonso (1539-), casado con Leonor de Noroña.
La emperatriz Isabel ocupó la primera regencia en 1530, que se prolongó hasta 1533. Durante este tiempo Borja estuvo cerca de la Emperatriz, desempeñando su cargo. Enseñó a cabalgar al futuro Felipe II.
En 1535 padeció disentería en Madrid, iniciando una serie de enfermedades que se prolongarán durante toda su vida. En abril y mayo de 1536 tomó parte en la guerra de Provenza contra el rey de Francia y asistió a la muerte de Garcilaso de la Vega. El 27 de abril de 1539 comenzó el cambio espiritual denominado por él como “conversión”, coincidiendo con la inesperada enfermedad de la Emperatriz, cuya muerte (1 de mayo de 1539) produjo en su ánimo una viva impresión.
Encargado de conducir el cadáver a Granada y de dar testimonio de su identidad antes de la sepultura (17 de mayo), tuvo un sentimiento profundo de la caducidad de las cosas terrenas. De aquí se originó su decisión de dedicarse a una vida más perfecta, pero no de hacerse religioso, y menos todavía jesuita.
Muerta Isabel, la Corte trataba de formar la casa de las infantas María y Juana, puesto que Felipe tendría su propia casa. Una de las personas que podía participar como aya era la marquesa de Llombay, pero Carlos V no quiso contar con ella, “porque era mujer muy atrevida” y capaz de “cartearse con reyes extranjeros”. El Emperador confiaba más en Leonor de Mascareñas.
Las damas Leonor de Mascareñas y Beatriz de Melo, que formaban parte de la casa de la Emperatriz, con quienes estaban los marqueses de Llombay, empezaron a tener contactos con san Ignacio de Loyola en fecha muy temprana. Leonor de Mascareñas conocía a san Ignacio desde 1527, cuando desde Alcalá fue a Salamanca pasando por Valladolid, donde estaba la Corte, y a Beatriz de Melo desde 1533, cuando la Emperatriz estaba en Barcelona. Otro encuentro de san Ignacio con Mascareñas fue también en Valladolid en 1535. Por tanto, Borja pudo conocer a san Ignacio en Valladolid en 1527 y en 1535, si bien no hay constancia documental de tales encuentros.
El Emperador nombró a Borja, exactamente diez años después de su matrimonio con Leonor, es decir, el 26 de julio de 1539 —como si quisiera dejar claro que reconocía y agradecía así su enlace con la portuguesa—, su lugarteniente general en Cataluña. A partir de ese momento fue el “marqués de Llombay, lugarteniente general en el principado de Cataluña y los condados de Rosellón y Cerdaña”. Sin embargo, siempre firmó sus cartas como lo que era desde el punto de vista nobiliario, es decir, como marqués, y como duque cuando lo fue. La correspondencia de su virreinato es muy abundante. Desde el punto de vista de su cargo, mantuvo correspondencia con Carlos V y el príncipe Felipe, y casi diaria con Cobos, el secretario del Emperador, y con el cardenal regente Tavera.
También en razón de su oficio mantuvo intensos y frecuentes contactos con embajadores, especialmente con los de Génova y Francia; con virreyes y gobernadores, como el duque de Calabria o el arzobispo de Valencia; con el consejo de Aragón; con militares como el príncipe Doria, Bernardino de Mendoza, con el capitán general de Perpiñán Juan de Acuña; con el duque de Cardona, con el duque de Gandía, su padre; con la nobleza catalana como el conde de Módica, Luis Enrique Girón; con Fernando de Cardona y Soma, almirante de Nápoles; con Juan de Cardona, obispo de Barcelona; y también con secretarios reales como Juan Vázquez, Juan de Idiáquez y Gonzalo Pérez. En muchas ocasiones la responsabilidad de su oficio se mezclaba con la amistad personal que iba creando con sus interlocutores, como lo demuestra el caso del embajador de Génova, Gómez Suárez de Figueroa, con el tiempo duque de Feria, con quien mantendrá continua correspondencia. Respecto a su vida de piedad, se confesaba con los dominicos valencianos Juan Michol y Tomás Guzmán, provincial.
Los puntos más ingratos del virreinato fueron los referentes a la justicia, la cual implicaba persecución, captura, juicio y castigo contra los bandoleros, contrabandistas, e incluso contra luteranos y moriscos.
Para solucionar este problema, el Emperador le ordenó que tuviera buena comunicación con el virrey de Aragón para evitar que los bandoleros pasaran del reino al principado y viceversa y librarse así de recibir el justo castigo a causa de los problemas jurisdiccionales.
En este mismo sentido, otros alegaron los fueros eclesiásticos para no cumplir con las órdenes del Emperador. La mayor dificultad fue, sin embargo, la presión militar francesa en las fronteras. Durante el virreinato de Borja se pusieron de manifiesto las tensiones entre España y Francia. Aunque había paz, se vivía con inquietud, pues el principado era, de hecho, una base militar de primer orden. No sólo se debía contener un posible ataque francés, sino también atacar al turco, aliado de los franceses y de los corsarios berberiscos. El cénit llegó con la fracasada jornada de Argel del Emperador, en el otoño de 1541, operación largamente desaconsejada por sus generales, pero que se malogró por los temporales.
En los primeros meses de 1542 se celebraron Cortes en Monzón, donde se juró al príncipe Felipe estando Borja presente. Según el biógrafo Ribadeneira, el Emperador insinuó a Borja y éste a aquél el mutuo propósito de abandonar su cargo y llevar una vida retirada.
El Emperador, que visitó la ciudad en octubre de 1542 para supervisar las fortificaciones, presionó a Borja para que éstas estuvieran bien protegidas por la parte que daban a la costa, pues se tenían avisos de que el turco hacía armada para invadir por cualquier parte.
Al día siguiente de la muerte de Juan de Borja (9 de enero de 1542), deseoso de retomar la deseada empresa de Argel, Borja escribió a Carlos V sobre los progresos en las fortificaciones y en la construcción de galeras, y que en el nido berberisco estaban desprevenidos y sin apenas provisiones. Pero el Emperador, desde que supo la muerte de Juan de Borja, pensaba apartarle del virreinato y ponerle en otro lugar, aunque antes quiso reconocerle su justo título de duque. Desde Madrid, el 22 de enero, el Emperador envió una misiva a su virrey con estas nuevas palabras: “Ilustre duque primo, nuestro lugarteniente general en el principado de Cataluña”. Carlos V hizo saber al nuevo duque que antes de recibir su carta del 14 de enero comunicándole la muerte de su padre ya se había enterado por otros conductos. Aparte del pésame, el Emperador le dijo que se complacía mucho de que sucediera a su padre en aquella casa ducal, por lo que no había necesidad de nuevo “ofrescimiento”, pues por sus palabras y por la experiencia bien sabía que siempre le había de servir. Asimismo le comunicó que en pocos días se presentaría en Barcelona, por lo que le pidió que dejara para más adelante su viaje a Gandía para arreglar los asuntos del ducado. Borja dejó su cargo el 18 de abril de 1543, obedeciendo una orden imperial, si bien él deseaba seguir allí. Carlos V le apartó no por haber sido ineficaz, sino porque tenía previsto para él otro cargo junto al príncipe Felipe.
Es posible también que el Emperador esperara más iniciativas en la defensa del principado, y si hubiera mantenido en contacto más estrecho con el duque de Alba, capitán general, quizá habría evitado su apartamiento del poder.
Durante este período se sintió más inclinado al “propio conocimiento”, al cual continuó dedicándose en adelante y sobre el que escribió varios métodos.
Siguió los consejos del lego franciscano fray Juan de Tejeda, que después llevó consigo a Gandía. En Barcelona conoció también a san Pedro de Alcántara y en 1541 tuvo el primer contacto con la Compañía de Jesús en la persona del beato Pedro Fabro, a su paso por la Ciudad Condal.
En 1543, Carlos V lo designó para el importante cargo de mayordomo mayor de la princesa María, hija del rey de Portugal, que iba a contraer matrimonio con el príncipe Felipe. Pero la reina de Portugal, madre de la esposa, se opuso a este nombramiento, a lo que parece, a causa del carácter de Leonor de Castro.
Al oponerse la Corte al nombramiento, Borja perdió la oportunidad de ser consejero de Estado. Borja se retiró a Gandía, para asumir la dirección de su ducado.
El 27 de marzo de 1546 murió su esposa y al mismo tiempo intensificó su vida espiritual. El 5 de mayo se puso la primera piedra del colegio de jesuitas que allí inauguró, y el 22 de mayo —tras unos ejercicios espirituales con el padre Oviedo— decidió hacerse jesuita; es decir, apenas dos meses después de la muerte de su esposa. Llama la atención que en su Diario espiritual recuerde siempre la fecha del 1 de mayo —muerte de la Emperatriz—, y que no haga ninguna mención a la fecha de la muerte de su esposa.
El 2 de junio de 1546 hizo sus votos, y el 1 de febrero de 1548 la profesión, todo llevado con el máximo secreto posible por indicación de Ignacio de Loyola.
El colegio de la Compañía de Jesús de Gandía fue el primero en Europa de los que se abrieron para alumnos no jesuitas, el cual, con bula emanada de Pablo III el 4 de noviembre de 1547, fue elevado a la categoría de Universidad. Borja cursó los estudios de Teología y recibió el grado de doctor el 29 de agosto de 1550 en esa Universidad. Entre tanto, el 1 de febrero de 1548 hizo secretamente la profesión solemne en la Compañía —sin voto de pobreza—, con permiso de seguirse ocupando de la administración de su ducado y vistiendo traje seglar. Gracias a su intervención, el papa Pablo III concedió, el 31 de julio de 1548, la aprobación del Libro de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Hecho testamento el 26 de agosto de 1550, partió cinco días después para Roma, acompañado de algunos padres y de personas de su séquito, con intención de ganar el jubileo del Año Santo y de tomar con san Ignacio los últimos acuerdos respecto a su paso a la vida de la Compañía. El 4 de febrero de 1551 volvió a España, dirigiéndose al País Vasco, donde, después de renunciar a sus títulos y posesiones y con el permiso de Carlos V, tomó el hábito religioso (11 de mayo de 1551). Fue ordenado sacerdote en Oñate el 23 de mayor de 1551 por el obispo auxiliar de Logroño y el 1 de agosto celebró su primera misa en el oratorio de la casa de Loyola con gran asistencia de fieles. Entre 1551 y 1554 alternó la predicación con los ejercicios de la vida interior y la composición de sus Tratados espirituales. Propuesto por Carlos V para el cardenalato, renunció a él en varias ocasiones.
El 10 de mayo de 1544 comenzó la dirección espiritual de Juana de Austria, hermana de Felipe II, que llegará a emitir los primeros votos de jesuita, y hubo de contribuir con sus consejos a la gobernación durante la regencia de Juana. El 22 de agosto de 1554 Juana pronunció en Simancas los votos simples que hacen los profesos de la Compañía. La única “profesa” fue Catalina de Mendoza (1602), hija natural del IV conde de Tendilla, cofundadora con su tía María del colegio de Alcalá.
San Ignacio nombró a Borja comisario general para las provincias de España y Portugal. Fue amplio en admitir nuevos colegios, de lo que se le tachará más tarde; unos veinte se comenzaron en España. Visitó a Juana la Loca en Tordesillas, madre del Emperador, por deseo de la propia demente, que quería saber cómo se preparaba el matrimonio del príncipe Felipe con María de Inglaterra, si bien es verdad que el príncipe Felipe le había pedido que la consolara en su inminente muerte e intentara librarla de sus locuras, que rayaban con la herejía. Asistió en su última agonía a la reina Juana.
En 1554 fundó en Simancas el primer noviciado de la Compañía en España. Carlos V, que en 1555, después de haber abdicado al trono, se había retirado a Yuste, llamó dos veces a aquella soledad a Borja para pedirle consejo. En la hora de la muerte deseó tenerle a su lado y lo nombró su ejecutor testamentario, junto con su hijo Felipe. La confianza con que Felipe II y su hermana, la princesa Juana, lo distinguieron, atrajo a Borja la envidia de algunos por participar en el gobierno secretamente. Pero la prueba más dura le vino con ocasión de la publicación abusiva de un libro titulado Las obras del cristiano, en el que, junto con algunos tratados auténticos, se insertaron otros que no eran del santo. Eran los tiempos en que la Inquisición en España vigilaba atentamente para reprimir cualquier forma de luteranismo. El libro atribuido a Borja fue insertado en el Catálogo de libros prohibidos, publicado en 1559 por el inquisidor general de España, Fernando de Valdés. Borja tuvo que huir el 31 de octubre a Portugal. Aunque su inocencia quedó plenamente demostrada mediante acta notarial, la dificultad perduró, sobre todo por la desconfianza de Felipe II hacia la casa Borja. La solución que ofreció la Compañía fue proponer al papa Pío IV que llamase a Borja a Roma para atender importantes asuntos, adonde llegó el 7 de septiembre de 1561.
Por entonces se creía en la Corte que su vida pública había terminado.
Cuando a fines de 1562 se reanudó el Concilio de Trento, el general Diego Laínez y el vicario Alfonso Salmerón tuvieron que trasladarse a dicha ciudad.
Entonces quedó Borja en Roma con facultades de vicario, hasta el regreso del padre Laínez, el 12 de enero de 1564. Al mes siguiente Laínez nombró a Borja asistente de España y Portugal. A la muerte del padre Laínez (19 de enero de 1565), Borja fue nombrado vicario y como tal convocó la Congregación General segunda. Ésta nombró a Borja general de la Compañía el 2 de julio de 1565. Su generalato coincidió casi del todo con el pontificado de san Pío V (1566-1572), que dio muestras de estima hacia la Compañía, pero le impuso dos obligaciones contrarias al instituto: la obligación del coro y la emisión de la profesión solemne antes de la ordenación sacerdotal.
Gregorio XIII, en 1572, devolvió a la Compañía su forma genuina.
En su gobierno, Borja potenció los estudios y se interesó por la formación de los novicios, procurando que cada provincia tuviese su noviciado. Revisó y completó las Reglas de la Compañía, de las que hizo una edición en Roma el año 1567 y otra en Nápoles al año siguiente. En 1570 hizo también una edición de las Constituciones. Usando de la facultad que le confirió la Congregación General, impuso a todos la hora de oración, con algunas modalidades según las provincias. A sus gestiones se debió la iglesia del Gesù, en Roma, construida gracias a la munificencia del cardenal Alejandro Farnesio, sobrino de Pablo III, así como el Colegio Romano, futura Universidad Gregoriana. En el campo del apostolado cabe destacar la fundación de las primeras misiones jesuíticas en los territorios de América sometidos a la Corona de España: Florida, México y Perú.
Tuvo amistad con santa Teresa de Jesús, de la que fue su confesor, con los obispos reformadores santo Tomás de Villanueva, san Carlos Borromeo y san Juan de Ribera, con el asceta san Pedro de Alcántara, con el misionero valenciano san Luis Bertrán, con el papa dominico san Pío V, con el gran maestro de Andalucía patrono de los sacerdotes españoles san Juan de Ávila, con el rector del Colegio Romano san Roberto Belarmino, con el apóstol jesuita de Alemania san Pedro Canisio, con el valenciano el beato franciscano Nicolás Factor. Aconsejó al docto fray Luis de Granada en materia de oración. Se relacionó con casi todos los cardenales de la Iglesia, desde el gobernador Tavera pasando por Granvela, Farnesio, Crivelli, Morone, Paleotti. Formaba parte del selecto grupo de eclesiásticos reformadores, y por eso tras la muerte de Pío V hubo importantes conatos para elegirlo Papa. Hizo todo lo posible por ayudar al desdichado arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, con quien disfrutó de una profunda amistad. Se relacionó estrechamente con personajes que luego serían Papas, como el nuncio en España Juan Bautista Castagna —Urbano VII— y con el auditor de la Rota, Aldobrandini —Clemente VIII—.
El 30 de junio de 1571, por orden de Pío V, acompañó como consejero en su viaje a España, Portugal, Francia e Italia al cardenal Miguel Bonelli, encargado de coordinar los esfuerzos de las potencias católicas en la lucha contra los turcos, y de procurar que la princesa francesa Margarita de Valois se desposara con el rey Sebastián de Portugal y que ambos reinos entraran en la Liga Santa. Este viaje significó su rehabilitación ante la Corte española y el Rey, al que enviaba informes confidenciales de las gestiones realizadas. Regresó a Italia ya muy enfermo, pero quiso, a pesar de todo, visitar el santuario de la Virgen de Loreto. A los tres días de su llegada a Roma murió (30 de septiembre de 1572). Fue beatificado por Urbano VIII, el 24 de noviembre de 1624, y canonizado por Clemente X, el 12 de abril de 1671. Su fiesta se celebra el 3 de octubre. Es patrono de Gandía, de Lisboa, de la nobleza española y de la Curia General de la Compañía de Jesús. Durante el Barroco la Compañía de Jesús y su propia familia, en especial su nieto el duque de Lerma, exaltaron su figura por medio del teatro, la literatura, la pintura, la escultura, e impulsaron el proceso de canonización. Su cuerpo fue trasladado a España por disposición del duque de Lerma y se conservó en la iglesia de la casa profesa de Madrid hasta que fue carbonizado en el incendio de dicha iglesia y casa provocado el 14 de abril de 1931. Sólo algunas reliquias pudieron ser recogidas, que actualmente se veneran en la nueva iglesia de San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús en Madrid.
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Enrique García Hernán