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Francisco de los Cobos y Molina

Biografía

Cobos Molina, Francisco de los. Señor de Sabiote. Úbeda (Jaén), c. 1477 – 10.V.1547. Secretario privado y secretario de Estado de Carlos V.

Los comienzos de su carrera administrativa se remontan al reinado de los Reyes Católicos, en que inició su aprendizaje al servicio de los secretarios Hernando de Zafra y Lope Conchillos consecutivamente, habiendo acumulado quince años de experiencia en la dedicación a los papeles desde el oficio de escribano cuando eligió marcharse, tras la muerte del rey Fernando, en 1516, a Flandes, donde ese mismo año fue nombrado secretario del joven Carlos I, con el que llegó a España en septiembre de 1517 acertando a convertirse en su secretario principal que, de hecho, firmaba casi todas las órdenes reales, en medio de una coyuntura de profundos cambios que supo interpretar correctamente.

Nada más llegar a España Cobos, protegido por el señor de Chievres (consejero supremo del monarca) y favorecido por su condición de español en una Corte dominada por flamencos, se aplicó como secretario al despacho de distintos asuntos y especialmente los de Indias (que hasta 1518 habían corrido por manos de Conchillos) y Hacienda, lo que pronto le situó en el primer rango institucional en los asuntos de Castilla, desbordando la esfera propia de un mero secretario personal para pasar a formar parte del organigrama administrativo de los Consejos que iban estableciéndose, ostentando con ello la más alta participación de los españoles en los oficios político-administrativos cercanos al Monarca. Así, hacia 1525 había adquirido una importancia singular en la estructura orgánica de la maquinaria de gobierno, mediante la acumulación de funciones en un doble plano de competencias en que se alternaban la asunción progresiva de las Secretarías de los Consejos de Castilla, Cámara, Hacienda e Indias (que a veces desempeñó a través de lugarteniente por tener que acompañar asiduamente al Emperador en sus frecuentes viajes) con su condición de secretario personal del Emperador y de su máxima confianza.

Ya por entonces comenzó a colocar auxiliares suyos en distintos escalones administrativos y luchó con el canciller Mercurino Gattinara por el control de los asuntos importantes de la administración del Imperio; en consecuencia su nombre aparece reiteradamente en la documentación del período.

Habría de transcurrir, no obstante, una década completa desde la llegada de Carlos V, hasta el establecimiento formal del Consejo de Estado (Granada, 1 de julio de 1526) como derivación del antiguo Consejo de Estado privado, dominado hasta entonces por consejeros flamencos, y tres años más para que tuviera lugar el nombramiento de Cobos como secretario de Estado (en sustitución de Alemán). Tal nombramiento (de fecha 24 de octubre de 1529) que representaba la consagración de la paulatina sustitución de flamencos por españoles en la estructura institucional del complejo órgano rector de la política internacional que desde España se proyectaba hacia América y buena parte de Europa, le integraba en la línea institucional, al tiempo que consolidaba su situación privilegiada ante el Emperador. Pero el paso decisivo para el encumbramiento técnico definitivo de Francisco de los Cobos en la administración fue el posterior desdoble de la Secretaría del Consejo de Estado en dos secciones: una española con él como secretario, y otra francesa, cuya dirección competía a Nicolás Granvela, quien se servía de Antoine Perrenin como secretario. La desaparición de Gattinara en 1530 propició el nuevo rumbo que ya apuntaba en el núcleo político-administrativo del Consejo de Estado, pues, al no ser nombrado un nuevo canciller, fue posible que Cobos como secretario de Estado y Granvela, sin serlo, ocuparan simultáneamente, libres de todo control intermedio, y mediante el trabajo conjunto y un buen entendimiento personal, los dos ejes esenciales del gobierno, es decir, el Consejo de Estado y la confianza del Emperador. Aunque no hubo una división formal de la Secretaría de Estado en dos, la colaboración de Granvela y Cobos, sustentada sobre un desequilibrio institucional (puesto que uno era secretario y otro no) vertebró de hecho una distribución geográfica funcional según la cual al primero competían los asuntos del Norte (Flandes y Alemania), mientras que el segundo despachaba todo lo concerniente a España y el Mediterráneo, actuando ambos paralelamente en su gestión y entrecruzándose a menudo sus tareas. Así, manejando todos los negocios, refrendando cualquier documento, apareciendo en la correspondencia, acapararon hasta su fallecimiento el favor de Carlos V, dejando oscurecida la actuación de otros secretarios y, en ocasiones, la entidad del propio Consejo. El fenómeno Cobos-Granvela constituye un antecedente de lo que se hará más tarde, bajo Felipe II, con plena claridad teórico-institucional, al dividir la única Secretaría del Consejo de Estado entre dos secretarios: Antonio Pérez (Mediterráneo) y Gabriel de Zayas (Norte).

Entre 1535 y 1547, el poder de Cobos permaneció inalterable dentro del orden expuesto anteriormente, simultaneando sus tareas como secretario del Consejo de Estado con las de secretario de otros Consejos y las de secretario privado personal del Monarca (su más antiguo cargo), de manera que cuando Carlos V marchó a Flandes en el otoño de 1539, Cobos permaneció en España a cargo de las finanzas y como uno de los principales consejeros del príncipe Felipe, junto con el cardenal Tavera y el duque de Alba. Parece que en 1543 Carlos V quiso descargar a Cobos del pesado agobio burocrático de la Secretaría para dedicarle preferentemente a tareas de asesoramiento, a tenor de las amplísimas facultades que se concedían a Cobos en las Instrucciones de 4 y 6 de mayo de 1543, dictadas por el Emperador a su hijo para que las observe en su ausencia. Así, la secretaría de Estado quedó cubierta con regularidad hasta 1547 por él. Sin embargo, su muerte, acaecida en 1547, no supuso la entrada en juego de otro Secretario que formalmente recibiera el título del cargo vacante, sino una subrogación parcial en la persona de Gonzalo Pérez, nombrado el 1 de mayo de 1543 secretario del Consejo de Estado que se celebró con el príncipe durante la ausencia del Emperador, en sustitución de Francisco de los Cobos.

El desenvolvimiento de su hasta cierto punto dispersa actividad burocrática, se deduce de los testimonios de sus asociados y de la ingente cantidad de documentos, cartas, reales órdenes, instrucciones y reglamentos que tuvo que preparar. Como secretario personal del Emperador abría toda la correspondencia que dirigían a éste y recibía instrucciones para contestarla o distribuirla a los departamentos respectivos, no sin antes tomar nota de todo. Cada día redactaba un memorial con las cuestiones resumidas que merecían la atención de don Carlos cuya decisión y la respuesta que el asunto tenía eran anotadas por Cobos al margen.

Presentaba cada viernes el orden del día de las reuniones del Consejo de Castilla, con las recomendaciones que tal organismo hacía anotadas al margen, para que el Emperador tomara la resolución definitiva de ellas, y actuaba de forma similar con los Consejos de Hacienda y de Indias. Redactaba continuamente memoriales dirigidos al Emperador o al Consejo sobre todas las facetas de los asuntos de Estado. Así, todos los asuntos oficiales llegaban al Emperador tras un examen minucioso previo de Cobos y de los Consejos.

Carlos V reconocía la capacidad superior de Cobos en cualquier clase de asunto, pero consideraba que su gran mérito estaba en el campo de las finanzas, pues siempre administró la maltrecha Tesorería con un primoroso cuidado, pese a no estar de acuerdo con la política de incesantes gastos que desplegaba el Emperador para atender al mantenimiento de diversas casas reales, de su ostentosidad personal y de las constantes campañas militares.

La trayectoria personal de Francisco de los Cobos estuvo marcada por su origen humilde que determinó, como aspecto esencial de su carácter, un continuo afán de superación y una incesante búsqueda de prestigio social. Carecía de formación cultural, lo que limitaba sus conocimientos de fondo a la escritura, la lectura y la aritmética, aunque probablemente durante sus viajes aprendiera italiano y francés.

Su escaso contacto con los libros, su talento y sus intereses, le derivaron más a la acción y a las relaciones individuales que a la teoría, por lo que se mantuvo al margen de las grandes corrientes intelectuales de su tiempo (el Renacimiento tardío, el erasmismo, la Contrarreforma...), en contraste con algunas figuras contemporáneas, como Gattinara, o el mismo Granvela.

Contrajo matrimonio en Valladolid el 20 de octubre de 1522 con Ana de Mendoza, hija de Juan de Mendoza, adelantado de Galicia, y de la condesa de Rivadavia, emparentada a su vez con Alonso Pimentel, conde de Benavente. Fruto de esta unión de conveniencia nacieron dos hijos: Diego de los Cobos (casado en 1543 con la marquesa de Camarasa) y María Sarmiento, que casó con el duque de Sessa.

Gracias a su situación de privilegio cerca del Emperador, reunió un importantísimo patrimonio compuesto por las cuantiosas soldadas, propiedades, cargos, mercedes, títulos y privilegios que consiguió mediante el desempeño de sus funciones, entre las que se cuentan la encomienda Azuaga, que permutó en 1529 por la encomienda mayor de León, ambas de la Orden de Santiago, el cargo de fundidor (suponía la percepción del uno por ciento sobre las cantidades de oro y plata que llegaban procedentes de América), la concesión (en 1528) de todas las minas de sal en las Indias para él y sus herederos, con la única condición de pagar un quinto del ingreso a la Corona, las regidurías de Úbeda y Valladolid, una escribanía del crimen en Úbeda, cuantiosos juros e inversiones, el adelantamiento de Cazorla por el que litigó hasta su muerte, el señorío de la villa de Sabiote que compró al Emperador en 1537, o el establecimiento, en 1541, de un mayorazgo para el que había obtenido el privilegio años atrás, y la concesión a su hijo, en 1543, del título de marqués de Camarasa por derecho propio.

El extraordinario empeño que demostró Cobos por asegurar su posición económica y la de sus allegados le valió una acusación de venalidad fundamentada en la aceptación (posiblemente inducida por su ambiciosa mujer) de los innumerables regalos que recibió durante su vida (incluidas obras de arte), aunque únicamente están testimoniadas dos dádivas en dinero.

La gran influencia que tenía sobre Carlos V y el poder que emanaba directamente de él mismo, determinaron que ningún español de su tiempo tuviera un círculo tan amplio de conocidos y amigos (su correspondencia personal era copiosísima), muchos de los cuales solicitaban su apoyo para conseguir mercedes.

Con todo, la contribución más importante de Cobos a la administración de los asuntos de Castilla fue la creación, cuando se vio firmemente establecido en el gobierno de la mayoría de los asuntos administrativos de Castilla, de un grupo de colaboradores para desempeñar las tareas de la Secretaría, a los que preparó directamente para los puestos de responsabilidad.

Seleccionados por su experiencia en otras ramas del servicio entre sus afines y allegados, pronto se significaron por su espíritu de cuerpo, por su dedicación a las obligaciones del cargo y por la lealtad a sus superiores; entre ellos no figuraba ningún miembro de la nobleza ni de las letras, a excepción de Gonzalo Pérez. Conformaron este equipo principalmente Juan de Samano (antiguo compañero suyo bajo Conchillos), encargado de los asuntos de Indias; Pedro de los Cobos, su primo; Sancho de Paz, su sustituto en el despacho del Tesoro; Cristóbal Suárez, como primer pagador, o su sobrino Juan Vázquez de Molina, que se convirtió en su principal ayudante; Alonso de Idiáquez, Gonzalo Pérez, Francisco de Almaguer, Francisco de Eraso. Otros le sirvieron en puestos de menor importancia, como Diego de Zárate, Francisco de Ledesma, Andrés Martínez de Ondarza, Pedro de Zuazola o Juan Mosquera de Molina, su primo. Unos y otros conformaron un pequeño cosmos funcionarial, hermético y bien trabado, cuyos elementos se encontraban unidos por lazos de interés e intenciones comunes (todos consiguieron buen número de mercedes y prosperaron financieramente a la sombra del gran secretario), que imprimió al ejercicio del poder en la Monarquía hispánica el eficaz y riguroso estilo que le caracterizó.

Las cualidades que se le reconocieron a Francisco de los Cobos en su tiempo fueron su enorme capacidad de trabajo, su cautela y su prudencia, su devoción hacia las personas íntimamente relacionadas con él, comenzando por el propio Emperador, por el que sentía un afecto casi paternal, a pesar de que no simpatizaba con sus sueños imperiales y le instara continuamente a consagrarse a su reinos de España, pero al que siempre defendió sin reservas frente a las Cortes y frente a la nobleza. Asimismo fue leal a su familia, destacando la devoción que mostró hacia su padre y hacia su esposa (pese a haberle sido infiel con una dama italiana llamada Cornelia Malespina, a la que conoció en uno se sus viajes con el Emperador). Pero entre todos sus rasgos positivos, el más notable fue su aptitud para la amistad por su afabilidad, sus agradables maneras y su buena conversación, cualidades ampliamente testimoniadas, pese a que un constante deseo de máxima reserva le llevaba a destruir la copiosa correspondencia personal que mantenía. Pasó su vida construyendo y dirigiendo una vasta red administrativa para favorecer los intereses del rey de España, Italia y el Nuevo Mundo, y fue generosamente recompensado por ello, pudiendo culminar sus grandes ambiciones de riqueza y de prestigio reflejadas en la edificación de dos suntuosos palacios, en Valladolid y en Úbeda, una iglesia, también en su ciudad natal, para acoger su enterramiento y el de su esposa, la suntuosa iglesia de San Salvador (exquisito exponente de la arquitectura tardo-renacentista), etc. Los contemporáneos reconocieron su influencia y poder, y antes de terminar su vida su prestigio era considerado por todos, como demuestran los numerosos testimonios de embajadores y de gentes de toda la escala social, así como el gran número de libros que le dedicaron.

La significación de Francisco de los Cobos enmarca su figura en la etapa de esplendor de los Consejos y de los secretarios, y se perfila desde el doble papel que desempeñó de secretario del monarca y secretario del Consejo, que le confirió un lugar principal en la gobernación, similar al que desempeñaron posteriormente los validos, algo ciertamente propiciado por la complejidad de los asuntos, el despacho cotidiano, las relaciones con el Consejo de Estado, que necesitaban de esa persona situada en la inmediación del monarca.

Su intensa trayectoria burocrática, en la que siempre pesó más su condición de consejero íntimo y valioso que la de secretario de Estado, se desarrolló en el núcleo de la toma de decisiones y esto le convierte en el personaje político más significativo del siglo xvi, junto con el Emperador, con el que estuvo íntimamente asociado durante treinta años como su valioso consejero de mayor confianza, prevaleciendo esta función sobre la más técnica de engarce entre el Consejo de Estado y el Monarca. La carrera de Cobos corrió en paralelo con la coyuntura de profundos cambios que experimentaba España en el siglo xvi a consecuencia del contacto con el resto de Europa, debido a los vastos intereses del Emperador en Flandes, Francia, Italia, dejando de ser un pueblo aislado para convertirse en miembro de la comunidad europea y representa, por ello, un excelente ejemplo de esa transformación, pues se elevó desde la pobreza y la oscuridad de su pequeña ciudad natal, Úbeda, a las más altas esferas de la riqueza y el poder.

 

Bibl.: G. Fernández de Oviedo, Libro de linajes y armas 1552, Real Academia de la Historia, Mss. Salazar, C-24; A. González Palencia y E. Mele, Vida y obras de Don Diego Hurtado de Mendoza, vol. I, Madrid, Instituto de Valencia de Don Juan, 1941; B. de las Casas, Historia de las Indias, ed. de A. Millares Carlo, est. prelim. de L. Hanke, 3 vol. III, Libro III, México, Fondo de Cultura Económica, 1951 (2.ª ed.); M. y J. Fernández de Lendres, revistas Úbeda, n.os 46-50 y 55 (1953-1954); D. W. Lomax, “Recensión a la obra de Keniston”, en Hispania, XXXIII, n.º LXXXIX (1963), págs. 133- 134; J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y del Despacho, vol. I, Madrid, Editorial Instituto de Estudios Administrativos, 1976 (2.ª ed.); H. Keniston, Francisco de los Cobos, Secretario de Carlos V, pról. de F. Esteban Santisteban, trad. de R. Rodríguez- Moñino Soriano, Madrid, Castalia, 1980; J. A. Escudero, Felipe II. El Rey en el Despacho, Madrid, Editorial Complutense, 2002.

 

Regina M. Pérez Marcos

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