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Diego Laínez

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Biografía

Laínez, Diego. Almazán (Soria), 1512 – Roma (Italia), 19.I.1565. Teólogo, cofundador de la Compañía de Jesús (SI).

Era sabido de todos que su ascendencia era judía. La manía creciente en España hacia los cristianos nuevos le hizo sufrir a lo largo de su vida y él lo aceptó en silencio y con paciencia. San Ignacio era muy comprensivo con los procedentes del judaísmo hasta el punto de que decía que le hubiera gustado haber nacido hebreo para ser así pariente de Jesucristo “según la carne”. Su mismo secretario, el burgalés Juan de Polanco, era también descendiente de cristianos nuevos.

Pero Laínez no encontró igual comprensión por parte de Felipe II ni de su Corte, que expresaron su desagrado cuando fue elegido segundo general de la Compañía de Jesús, como sucesor de Ignacio. En la misma Compañía hubo también una campaña sorda de oposición a realzar su figura, no solamente por su origen judío, sino por la marea anti-española que se levantó a su muerte, acrecida después de la muerte de su sucesor, san Francisco de Borja, y que quería quebrar la serie de generales españoles al frente del instituto de los jesuitas. Al historiador jesuita Ribadeneira le pusieron dificultades para publicar una biografía de Laínez.

Estudió Letras en Sigüenza (1528), Filosofía en Alcalá (1528-1532) con doctorado, y Teología en París (1532-1536). Allí conoció a san Ignacio de Loyola, y emitió los votos fundacionales de Montmartre (1534), una institución religiosa que en 1539 recibiría el título de Compañía de Jesús. En 1537 se juntaron los diez primeros jesuitas en Venecia. El voto principal de Montmartre era el de peregrinar a Tierra Santa, pero, si en el plazo de un año, no podían embarcarse en una nave, quedaban libres de esa obligación y debían marchar a Roma a ponerse a disposición del Papa. Esto último fue lo que acaeció por estar la Serenísima República en guerra con los turcos.

El papa Pablo III (Farnesio), que sería el que firmara el breve que aprobaba la Compañía de Jesús (1540), informado de la ciencia teológica de Laínez y de sus dotes oratorias, le encomendó que diera clases en la Universidad de la Sapienza y, más tarde, que predicara en las principales ciudades del norte de Italia, hasta que en 1545 fuera nombrado teólogo del Concilio de Trento. Sus sermones tuvieron tal fama que fueron copiados y difundidos. En el paréntesis entre la primera y la segunda sesión del Concilio, participó como capellán de las tropas que, al mando de Juan de Vega, virrey de Sicilia, lucharon en el norte de África contra los berberiscos. Pasó los tres meses del verano aquejado de cuartanas, “debajo de una sábana, sufriendo los calores del día y los fríos de la noche” (1550).

Por lo que más se conoce a Laínez fue por sus intervenciones en el Concilio de Trento en sus tres períodos (diciembre 1545-marzo 1547, julio 1551-abril 1552, agosto 1662-diciembre 1963). Seguramente, Menéndez y Pelayo pensaba en él y en su colega Alfonso Salmerón (sin duda, también en Melchor Cano) cuando pronunció su famoso brindis en el que proclamaba a España “Luz de Trento”. Los dos jesuitas acudieron al Concilio como teólogos del Papa, lo que, ya de entrada, les granjeó la oposición del frente español que los consideraba demasiado “pontificios”.

Las intervenciones de Laínez, a quien reservaban el último discurso, que a veces duraba dos y hasta tres horas, llamaron poderosamente la atención por su agudeza teológica. Destacaron sus sermones sobre los sacramentos y el carácter sacrificial de la misa. Al tratar de la participación de los laicos en el cáliz (comunión bajo las dos especies), él se opuso a que fuera revocado el canon del Concilio de Constanza (1414), en el que se determinó que sólo comulgaran bajo la especie de pan. El Concilio dejó la última decisión al papa Pío IV (Médicis), en principio inclinado a esta concesión, que al fin no se dio. Hubo que esperar cuatro siglos hasta el Vaticano II (1962-1965) para que los laicos pudieran recibir la eucaristía bajo las dos especies.

Laínez, que siempre gozó de una enorme confianza por parte de san Ignacio, tuvo una intervención decisiva para que éste aceptara la decisión unánime de los primeros compañeros que lo habían elegido como primer general de la Compañía (abril de 1541). El segundo general fue Laínez. Cuando murió Ignacio (julio de 1556), Laínez estaba gravemente enfermo, de modo que se temía por su vida. Al irse recuperando en agosto, accedió al cargo de vicario general de la Compañía, mientras se convocaba la congregación general que debía designar al sucesor de Ignacio. Ésta no se reunió hasta julio de 1558 y en ella Laínez fue elegido general por mayoría absoluta.

Su primer problema fue lograr un buen entendimiento con el papa Pablo IV (Caraffa), que, junto con san Cayetano de Tiene, había fundado el instituto religioso de los teatinos. Al final de la década de 1530, Caraffa había tenido un encuentro no muy amistoso con san Ignacio, pues quería que los teatinos fagocitaran la naciente Compañía de Jesús, a lo que Ignacio se negó. Se cuenta que, cuando Caraffa fue elegido Papa (1555), Ignacio sufrió una palidez extrema por temor a que tomara alguna iniciativa contra la Compañía.

No la tomó entonces por el inmenso respeto que tenía a la persona de Ignacio, pero a la muerte de éste, la tomó contra su sucesor, quien, además, tenía el estigma de ser español. En efecto, el Papa, aliado con Francia y los turcos, había estado en guerra con España (1556-1557) y había tenido que digerir la humillación de soportar la invasión de los Estados Pontificios por las tropas del duque de Alba, virrey entonces de Nápoles. Tal como lo había temido Ignacio de Loyola, quiso alterar las Constituciones de la Compañía y lo hizo en dos puntos esenciales: en limitar la duración del generalato a un trienio (en vez de ser vitalicio) y en establecer el coro para cantar el oficio divino, tal como lo hacían las otras órdenes religiosas.

Pablo IV murió en agosto de 1559 y el siguiente papa, Pío IV, derogó estas disposiciones de su antecesor.

Por cierto, uno de los candidatos más firmes para suceder al papa Caraffa fue el propio Laínez, llamado con toda urgencia al cónclave (diciembre 1559). Se le comunicó que “todos los cardenales querían verle” y se le ordenó que se presentara. Contaba ya con doce votos seguros. Laínez se opuso con todas sus fuerzas y esgrimió una serie de razones para rechazar el posible nombramiento, la más poderosa de todas que era cristiano nuevo.

El generalato de Laínez (1558-1565) no fue “sedentario”, por sus largas ausencias de Roma, en razón de las misiones que le confió Pío IV (coloquio con los protestantes en Poissy (Francia) e intervención en la sesión última del Concilio de Trento). Dejaba entonces como vicario a su amigo de juventud y compañero en los trabajos teológicos en Trento, Alfonso Salmerón, o a san Francisco de Borja, que fue su sucesor en el generalato. Fueron, sin embargo, unos años muy fecundos para la Compañía. A Laínez fundamentalmente debe atribuirse el hecho de que el peso específico de los trabajos de los jesuitas pasara de las residencias a los colegios. En su tiempo hubo cerca de un centenar de peticiones de nuevas fundaciones.

Sólo se pudo atender a diez.

Entre 1561 y 1562, Laínez estuvo en Francia, sobre todo en la dieta de Poissy, como asesor del cardenal Hipólito de Este en un coloquio con representantes de la religión reformada, como uno de los pródromos de las guerras de religión que iban a asolar Francia durante el último tercio del siglo xvi. Laínez tomó una línea media entre la actitud conciliadora del cardenal legado y las directrices más rígidas que venían del Papa. Laínez redactó el memorándum final que el cardenal presentó a la regente, Catalina de Médicis.

En él se afirmaba que, para satisfacer a las conciencias, no había otro camino que el del concilio, y que la regente debía procurar que asistiesen a la sesión siguiente, que ya estaba convocada por Pío IV, un buen número de prelados, teólogos y personas dignas, e incluso los principales ministros de la nueva religión.

Es preciso añadir que a Felipe II, siempre muy atento a las alternancias políticas de Francia, no gustó nada que Laínez estuviera metido en este coloquio.

En Francia recibió la orden de reincorporarse a los trabajos del Concilio de Trento en su última sesión.

Como general que era de los jesuitas, esta vez tenía un voto deliberativo. Para entonces ya se había fundado una pequeña residencia de jesuitas. En las sesiones anteriores, él y Salmerón prefirieron vivir en un hospital.

Laínez, que nunca tuvo buena salud, regresó enfermo de Trento y apenas pudo reasumir sus funciones de general. En la hora de su muerte le asistió san Francisco de Borja, quien dio cuenta de la devoción con que recibió el viático y la unción de los enfermos: “En acabando de recibir el olio santo, miróme y alzando los ojos, me convidaba a que nos fuésemos, porque él ya se iba, con un rostro muy alegre y contento, mirándome, alzando los ojos y volviéndome a mirar”.

Laínez, corto de estatura, vestía siempre muy pobremente, de manera que muchas veces lo confundían con un hermano lego. Siendo general, servía con frecuencia la comida y después se ponía a fregar.

Las hostilidades que encontró por su condición de cristiano nuevo potenciaron en él un carácter dulce y comprensivo. Hay una anécdota en su vida que subraya una excepción en su comportamiento tan admirado por todos y es la del choque que tuvo con otro gran teólogo español de Trento, el dominico Melchor Cano. Cuenta Ribadeneira que al dominico “le hizo mal estómago” ver a Laínez, menudo de cuerpo, rodeado de niños y pobres: “Temía que su nación perdería la opinión de letras que por él y sus compañeros en aquel teatro del mundo pudiera ganar”. De acuerdo con la orden que había recibido Laínez de aprovechar la segunda etapa de la reunión de Trento para dar a conocer la naciente Compañía de Jesús, él y Salmerón fueron a ver a Melchor Cano, contrario al nuevo instituto religioso, que calificaba de “novedad nunca vista”. La entrevista fue borrascosa y a Laínez se le escapó una expresión poco conveniente. Inmediatamente volvió en sí, se echó a los pies de Melchor Cano y le pidió perdón.

A juicio de los biógrafos de Laínez, a ningún otro, después de san Ignacio, debía tanto la Compañía.

Suya fue la idea de fundar colegios, que contuvieron, más que la predicación, el avance del protestantismo en Europa (Ribadeneira). “Fue protagonista destacado de dos grandes acontecimientos del siglo xvi: el concilio de Trento y la fundación de la Compañía” (Fichter), en una época “alborotada, llena de contrastes, pero titánica y desbordante” (Cereceda). Sacchini, que escribió la biografía de Laínez en 1620, concluye: “A él se debe la institución de seis nuevas provincias [jesuíticas]: Nápoles, Aquitania, Toledo, Lombardía, Rin y Austria. Muchos colegios fueron erigidos y otros consolidados en sus finanzas y dotados de cursos académicos. Por su influencia, la Compañía de Jesús fue readmitida en Francia y se abrieron las puertas de Polonia. Laínez se valió de su presencia en el Concilio de Trento para defender a lo largo y a lo ancho el nombre de la Compañía de Jesús ante aquella numerosa asamblea. Y, lo que es más importante, a Laínez se debe, sobre todo, la fama de doctrina y prestigio de que gozó la Compañía de Jesús ante papas y cardenales. Muchos purpurados se guiaban por su consejo y, como si fuesen de la Compañía, le llamaban ‘nuestro Padre’”.

 

Obras de ~: Disputationes Tridentinae, Innsbruck, 1886, 2 vols.; en C. de Dalmases, “Quaestiones theologicae de vectigalibus”, en Estudios de Deusto (Bilbao), 6 (1958), págs. 207- 258; en L. Bresan, “Essortazioni sopra l’Essamine della Compagnia”, en Archivum Historicum Societatis Iesu, 35 (1966), págs. 132-185; “Votum tridentinum inedito sul matrimonio”, en Gregorianum, 64 (1983), págs. 307-330, 487-514 y 683- 713; Excerpta theologica an liceat filiis inconsultis vel invitis parentibus ingredi religionen: Exhortationes, contiones. Tract. Varii: de secta mahumetica, de mercatoribus, de ornatu mulierum. Contiones Genuae: de indice, de usura, de censura librorum, ed. de P. J. Arévalo, Roma, Archivum Historicum Societatis Iesu, s. f.

 

Bibl.: A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España, vols. I y II, Madrid, Estudio Tipografía Sucesores de Rivadeneyra, 1909-1912; J. H. Fichter, James Laynez Jesuit, St. Louis-London, B. Herder, 1944; M. Gónzalez, “La actuación de Diego Laínez en el Concilio de Trento”, en Miscelánea de Comillas, 2 (1944), págs. 367-391; P. de Ribadeneira, Historias de la Contrarreforma, Madrid, 1945; F. Cereceda, Diego Laínez en la Europa religiosa de su tiempo, Madrid, Cultura Hispánica, 1945-1946, 2 vols.; G. Castellani, “Politica e religione alla conferenza di Poissy (1561)”, en La Civiltà Cattolica (1950), págs. 516-527; M. Scaduto, L’epoca di G. Lainez, I. Il governo, y II. L’azione, Roma, 1964 y 1974, respect.; P. J. Scarcella, James Laynez. Christian humanist and Catholic reformer during the Tridentine period, 1545- 1563, New York, University, 1974; C. Carrete y C. Fraile, Los judeoconversos de Almazán. 1501-1505. Origen familiar de los Laínez, Salamanca, Universidad Pontificia, 1987; M. Caduto y M. Colpo, “Diego Laínez”, en Archivum Historicum Societatis Iesu, 59 (1990), págs. 191-225; I. Echaniz, Pasión y Gloria: la Historia de la Compañía de Jesús en sus protagonistas, Bilbao, 2000.

 

Isidoro Pinedo Iparraguirre, SI

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