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Mencía de Requesens Zúñiga y Gralla

Biografía

Requesens Zúñiga y Gralla, Mencía de. Marquesa de los Vélez (III) y condesa-duquesa de Benavente (VIII y V). Barcelona, 1557 – Madrid, 1618. Noble.

Hija de Luis de Requesens y Zúñiga (1528-1576), comendador mayor de Castilla, y de Jerónima Gralla y d’Hostalrich. En el marco de la campaña de la guerra de los moriscos (1570), su padre se concertó con el II marqués de los Vélez para casarla con su primogénito, Pedro Fajardo y Fernández de Córdoba, por entonces viudo y II marqués de Molina. Dada su corta edad y los reparos de su madre, la firma del compromiso nupcial se retasó hasta el 30 de mayo de 1571, ascendiendo la dote a nada menos que 70.000 ducados, en la cual se incluía el rico mayorazgo de su tía abuela Mencía de Mendoza, duquesa de Calabria. Este enlace fue una calculada alianza de la nobleza catalana con la castellana y uniría dos de las grandes casas nobiliarias del Mediterráneo peninsular.

Unos días después del compromiso nupcial, su futuro esposo fue nombrado embajador en Polonia, toda vez que su padre embarcó en la flota de la Santa Liga, lo que aceleró los preparativos de boda para la segunda quincena de julio. El acto tuvo lugar en la capilla del Palau Real de Barcelona, siendo un acontecimiento social, que recogió el poeta sardo Antonio de Lofrasso en Los diez libros de Fortuna de Amor. La obra relata los fastuosos festejos nupciales, dedicándole a la novia dos poemas en los que se la alude como “la suprema dama catalana” y “la flor de las flores”. Dado que tenía únicamente 15 años, Jerónima Gralla insistió en que no se consumase el matrimonio hasta la vuelta del marido de su misión diplomática, así como que no retornase el comendador mayor de la campaña contra los turcos. Las velaciones matrimoniales se acordaron para 1573, permaneciendo Mencía con su madre en Barcelona en un ambiente femenino que subrayaría su personalidad.

Llegado 1573, la permanencia de Fajardo en una embajada a Viena y el traslado de Requesens a Flandes enfatizaron la relación madre e hija. Sin embargo, la necesidad de ambas casas de consolidar la descendencia llevó al comendador mayor a solicitar al rey permiso para hacer retornar a su yerno de la corte imperial y cumplir con sus obligaciones maritales. No obstante, Felipe II ordenó trasladar al marqués de Molina junto a su suegro, a Bruselas, dando ocasión a que muriese su padre sin ver consolidado su linaje. Con el título de III marqués de los Vélez, finalmente desembarcó en Barcelona el 26 de marzo de 1575, pudiendo yacer por primera vez con Mencía, quien con diecinueve años quedó inmediatamente en cinta. Poco tiempo después, el 20 de septiembre, el marqués fue designado mayordomo mayor de la reina, marchándose a Madrid y, dado el avanzado embarazo de Mencía, ésta –a instancias de su protectora madre– quedó en el Palau.

El 30 de diciembre de 1575 Mencía alumbró en Barcelona a su hijo Luis Fajardo Requesens y Zúñiga, primogénito de la casa de los Vélez. Aún con todo, y pese a los reclamos de su esposo, esta continuó resistiéndose a salir de Barcelona, una voluntad que reforzó su madre, bajo la excusa de la corta edad del tierno infante. Poco después, el 5 de marzo de 1576, falleció en Bruselas Luis de Requesens, sucediendo en el rico mayorazgo familiar su único hijo varón: Juan de Zúñiga y Gralla, joven de quebradiza salud que vivía casado en Toledo. Para entonces ya se atisbaba que Mencía podría ser la futura señora de la casa, no tardando el artista Esteban de Corbera dedicarle su Febo el Troyano.

A finales de septiembre de 1576 Mencía marchó a regañadientes a Madrid, aunque dejando a su hijo –con escasos nueve meses– en Barcelona al cuidado de Jerónima Gralla. En aquel tiempo esta señora negociaba con su cuñado, Juan de Zúñiga y Requesens, III príncipe de Petraperzia y embajador español ante el papa, la futura herencia de su hija, ya que su hijo varón había sido designado nuevo comendador mayor de Castilla. Entre tanto, en Madrid, en marzo de 1577, Mencía quedó encinta, aunque perdió su bebé, provocándole una depresión que la llevó a dejar asistir a los eventos públicos. Poco después, el 28 de abril, moría con escasos dieciocho años su hermano Juan, convirtiéndose Mencía en VI baronesa de Molins de Rey, V baronesa de Castellvell y Castellví de Rosanés y V señora de Martorell. El riquísimo mayorazgo de los Requesens la hizo ser una de las mujeres más poderosas de Cataluña.

La fastuosa herencia recibida por Mencía contrasta con su permanente estado de melancolía, ya que se combinaron las muertes de hermano y padre con sus constantes embarazos malogrados. Ello, sumado a su afianzada cultura catalana, la llevó a recluirse en su palacio madrileño y a negarse a asistir a los actos de la Corte, en donde su marido era un personaje relevante del mundo áulico. Saldría de este autoaislamiento en diciembre de 1577, cuando retornó a Barcelona para recibir el cadáver de su padre y asistir a su sepelio en el Palau; toda vez que se reencontraba con su hijo, el pequeño III marqués de Molina. De vuelta a Madrid, a principios de 1578, quedó nuevamente embarazada, pero volvió a malograrse el bebé, decidiendo no salir a la calle y construyéndose un mundo privado en el que se hizo proclive a los remedios caseros. Esta actitud fue reforzada por la correspondencia que mantuvo con su madre, la cual le insiste en evitar todo lo que se pueda los encuentros sociales y la relación marital con el marqués.

En marzo de 1578 Mencía tuvo un nuevo aborto, mes en el que la trayectoria del secretario de don Juan de Austria complicaría su vida con la crisis política que se siguió. Ante el cariz que tomaron los acontecimientos madrileños, en abril los marqueses de los Vélez se alejaron de la Corte y se marcharon a Barcelona, un tiempo en el que Pedro Fajardo cayó enfermo. Las sospechas sobre su implicación en la conjura de Escobedo lo postergaron en la cama, llegando en enero de 1579 a retirarle el cargo de mayordomo mayor. Para evitar el deshonor la pareja se retiró a sus estados del reino de Murcia, presidiendo esta lacónica comitiva Mencía, quien asistió a la muerte de su esposo el 12 de febrero en el puerto de la Losilla sin llegar a pisar tierras murcianas. Viuda con escasos 21 años, debía administrar el maltrecho mayorazgo Fajardo, designando por tutor de su primogénito a su tío paterno, el príncipe de Petraperzia, entonces embajador en Roma.

Sin tener relación con el señorío de su esposo, Mencía se trasladó a la villa de Mula, donde pasó el luto en un mudo autoaislamiento sólo roto por la gestión de sus cuantiosas rentas catalanas. En este tiempo fue vital el apoyo de Domingo de Zabala, veedor y contador real en Cataluña, quien le ayudó en la administración de los señoríos del sureste español para su pequeño de tres años. Por si todo ello no fuera poco, en noviembre de 1579 fallecía en Barcelona su madre, haciéndose cargo de su cuantiosa herencia su tío don Juan de Zúñiga, el canónigo toledano don Gaspar de Mendoza y el secretario del rey, Gaspar de Quiroga.

Terminado su luto en 1580 Mencía hizo instalar en la capilla de San Lucas, de la catedral de Murcia –panteón de los marqueses de los Vélez– un retablo tardo renacentista, mostrando su buen gusto artístico. Para entonces se había enemistado con sus cuñadas políticas, quienes le reclamaban al pequeño marqués de los Vélez para educarle en Vélez-Blanco. Mencía se negó a abandonar a su hijo, toda vez que, angustiada por el inminente retorno peninsular de su tío Juan de Zúñiga, ya que consideró seguro que dispondría de su vida. En tales circunstancias consideró fundamental casarse como vía de escape a su futuro; de tal manera que el 18 de julio de 1581 sus agentes en Madrid lograron firmar sus capitulaciones matrimoniales con el viudo VIII conde y V duque de Benavente, merino mayor de León y Asturias y mayordomo mayor de la reina Isabel de Borbón, por entonces la décima fortuna de España. Su dote se elevó a la impresionante cantidad de 30.000 ducados, retirándose la pareja a vivir a Benavente, donde Mencía pudo llevar a su hijo. Su acuerdo nupcial fue doble, ya que se estableció que el IV marqués de los Vélez casaría en el futuro con la hija de su esposo de un primer matrimonio.

En marzo de 1583 su tío Juan de Zúñiga intervino en el desempeño del mayorazgo de los Vélez, al tiempo que el 20 de enero de 1585 fue designado mayordomo mayor del príncipe de Asturias. A partir de este momento reclamó a Mencía el envío de su hijo a Madrid para educarlo en la Corte. Negada en rotundo, en 1586 entabló un pleito por su tutela, sólo resuelta por la muerte repentina de Zúñiga el 17 de noviembre. Desde esta fecha Mencía quedó con las manos libres sin interferencias familiares, aunque con continuos problemas con los Fajardo, que continuaron reclamando la tutela del niño, así como la gestión de su mayorazgo. La disputa se resolvió el 29 de octubre de 1587 por la intervención del rey, que confirmó a Mencía en la tutela de su pequeño, asignándole a Domingo Zavala como gobernador del estado velezano.

La sentencia arbitral favoreció el contacto directo entre madre e hijo, facilitando que Mencía fortaleciese su sentido maternal. Alejada de la Corte, al igual que había hecho antes su madre, quedó en el ámbito del palacio de Benavente, en donde, además de dar a luz una numerosa prole con el conde-duque, creó una corte de eclesiásticos que recreó una religiosidad muy característica. La prelatura la tuvieron los jesuitas, por influencia de su tía Lucrecia Gralla d’Hostalric, II condesa de Aytona, amiga de san Francisco de Borja y pieza clave del apoyo de la Compañía en Barcelona. Mencía también fomentó las artes, dedicándole en 1590 el franciscano Antonio Álvarez su Silva Espiritual, destacando entonces su fuerte devoción seráfica. También tuvo un especial interés por la educación de sus hijos en Benavente, a los cuales les creó un ambiente intelectual con la designación como ayo de Cristóbal Liria de Portocarrero.

En 1594 se desarrollaron en Benavente las velaciones –conforme a lo capitulado años atrás– del IV marqués de los Vélez con su hijastra, María Pimentel y Vigil de Quiñones, VI condesa de Luna. Se hizo efectiva entonces la escritura de 19 millones de maravedíes en arras e idéntica cantidad en dote, liberando esta boda a Mencía de sus todavía complicadas ataduras con la familia política. A partir de entonces mejoró mucho su carácter, dedicándose al cuidado de su nueva descendencia, a su religiosidad y a la cultura. Incluso se abrió a la vida cortesana, alternando temporadas en el palacio de su esposo en Valladolid y acompañándole a Valencia, cuando fue designado virrey (1598-1602), incluso asistiendo a actos cortesanos como los esponsales de Felipe III y a los fastos del viaje nupcial regio a Denia (1599).

Amante de la música desde su edad juvenil, en 1600 Mencía mandó construir un órgano para la capilla del Palau y contrató al organero Josep Bordons. El 12 de diciembre de 1602, en su ruta hacia Nápoles, donde su esposo fue designado virrey (1603-1610), estuvo en Barcelona, donde dispuso un programa musical sacro que denota su enorme cultura y gran religiosidad. En la ciudad napolitana refinaría sus inquietudes artísticas, ampliando sus aficiones al coleccionismo de antigüedades, así como afianzando su fervor. En esta estancia recibió en 1604 en Roma, de manos de Clemente VIII, diversas reliquias procedentes del monasterio de San Sebastián, junto a la catacumba, de las iglesias de San Anastasio, San Lorenzo y San Pancracio, y de las catacumbas de San Calixto y San Lorenzo, que, en gran parte, regalaría a su capellán, el obispo de Monopoli.

Fray Juan López, obispo de Monopoli, le dedicaría en 1606 su Tratado del Sanctissimo Sacramento del altar, y sacrificio de la missa. Aquel año, en atención a la ayuda prestada por el duque de Benavente al papado en su enfrentamiento con Venecia, Mencía Requesens recibió de Paulo V muchas reliquias, entre las que se encontraban “más de 122 cuerpos de santos”. En 1610 retornó a la Península, pues su marido fue designado consejero de Estado, lo que permitió a Mencía crear en 1611 en su palacio de Benavente un suntuoso oratorio de gran aparato, en el que había 110 figuras de santos, en las que sobresalían un San Andrés de cobre, 29 figuras grandes, 25 cuerpos pequeños y 53 santos pequeños, además de siete brazos, varias arquillas y ramilleteros. Sólo se retiró de este ambiente en 1618, cuando Mencía marchó a Madrid, a raíz del nombramiento de su esposo como presidente del Consejo de Castilla, muriendo aquel año en la Corte.

 

Bibl.: A. Franco Silva, “Notas sobre las baronías de Martorell y Molins de Rei (1398-1581)”, en En la España Medieval, 1 (1980), págs. 105-113; M. Simal López, Los condes-duques de Benavente en el siglo XVII. Patronos y coleccionistas en su villa solariega, Benavente, Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo, 2002; V. Sánchez Ramos, “Sangre, honor y mentalidad nobiliaria: la Casa Fajardo entre dos siglos”, en Revista Velezana, 24 (2005), págs. 32-33; M. Simal López, “Don Juan Alfonso Pimentel, VIII Conde-Duque de Benavente, y el coleccionismo de antigüedades: inquietudes de un Virrey de Nápoles (1603-1610)”, en Reales Sitios: Revista del Patrimonio Nacional, 164 (2005), págs. 30-49; J. Hidalgo Ogáyar. “La dote de doña Mencía de Requesens y Zúñiga, ejemplo de movilidad de la obra artística”, en M. Cabañas Bravo et al. (eds.), El Arte y el Viaje, Madrid, 2011, págs. 499-510; M. Simal López y M. Fernández del Hoyo, “Donna Mencía de Requesens: dama catalana, contessa castigliana e viceregina napoletana (fra l’altro)”, en M. Mafrici (coord.), Alla corte Napoletana. Donne e potere dall’età aragonese al viceregno austriaco (1442-1734), Nápoles, 2012, págs. 155-177; V. Sánchez Ramos, “El destino de un linaje: Pedro Fajardo Pimentel (1602-1647), IV marqués de Molina y heredero de la casa Fajardo”, en Revista Velezana, 32 (2014), págs. 62-71; A. A. Barrón García y J. Criado Mainar, “Bustos-relicario napolitanos de 1608 en la Colegiata de Borja”, en Cuadernos de Estudios Borjanos, LVIII (2015), págs. 73-114; V. Sánchez Ramos, “Doña Mencía de Requesens Zúñiga y Gralla, III marquesa de los Vélez”, en La Historia de Almería y sus historiadores. Centenario del padre Tapia, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 2017, págs. 332-376; V. Sánchez Ramos, “La marquesa catalana: doña Mencía Requesens y Gralla (1557-1618)”, en Revista Velezana, 36 (2018), págs. 46-51; F. Marías, “‘[…] perquè ací tenen en molt lo qui à feta la trassa’. Una planta del Palacio Real Menor de Barcelona entre tejidos viarios y personales”, en Locvs Amcenvs, 17 (2019), págs. 27-43.

 

Valeriano Sánchez Ramos

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