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Luis de Requesens y Zúñiga

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Biografía

Requesens y Zúñiga, Luis de. Barcelona, 1528 – Bruselas (Bélgica), 5.III.1576. Diplomático, militar y ministro al servicio de Felipe II.

Hijo de Juan de Zúñiga y Avellaneda y de Estefanía de Requesens. Su padre era caballero castellano y segundón de la Casa condal de Miranda, mientras que su madre pertenecía a la nobleza catalana, señora de Molins de Rey y de Martorell. En 1535 entró a servir en la Corte como paje del príncipe Felipe, por ser su padre ayo del mismo.

En 1546 murió Juan de Zúñiga, y el Emperador concedió al huérfano la encomienda mayor de Castilla de la Orden de Santiago. Miembro del séquito de Carlos V, acompañó al Emperador entre 1547 y 1549 durante su estancia en los Países Bajos y Alemania.

Regresó a España en 1550 al conocer la muerte de su madre. Por aquel entonces, fraguó una estrecha amistad con Antonio Perrenot, monseñor de Arras (más tarde, cardenal Granvela) y que era uno de los más influyentes personajes de la Corte carolina.

Por deseo de sus padres y tal y como figuraba en su testamento, adoptó el apellido y las armas del linaje materno, que lo integraban en la nobleza catalana, lo cual afirmó a través de su matrimonio con Jerónima de Estalrich.

Resueltos sus asuntos familiares y gracias a la influencia de Granvela, regresó en 1552 a la Corte, por entonces en Alemania, acompañando al Emperador en el sitio de Metz. Promovido al mando de las galeras de la Orden de Santiago, abandonó el servicio a la Monarquía en 1556, al considerar que era tratado injustamente respecto a su principal enemigo, Bernardino de Mendoza, capitán general de las galeras de España, con el que pleiteaba desde 1554 por la herencia de la duquesa de Calabria.

En los primeros años del reinado de Felipe II no desempeñó oficio alguno, tal vez por su escasa proximidad al partido ebolista y también porque estaba ocupado en numerosos pleitos, encontrándose en Valencia en 1557 para desempeñar su hacienda, en manos de sus acreedores, y además, por estar pendiente la resolución en aquella Audiencia de su recurso para heredar a la duquesa de Calabria. Este litigio le granjeó la enemistad de la Casa de Mendoza, que también alegaba derechos sucesorios y que dominaba el ambiente cortesano por medio del príncipe de Éboli.

Esta hostilidad, que le alejaba del servicio a la Corona, se vio agudizada cuando, dictada sentencia a su favor, Luis Hurtado de Mendoza, presidente del Consejo Real de Castilla, le impidió tomar posesión de la herencia, por lo que tuvo que poner nuevo pleito en la Chancillería de Valladolid (que se falló a su favor en 1563).

En 1561 fue nombrado embajador en Roma, tomando posesión de su cargo el 25 de agosto de 1563.

Fue un encargo difícil y complejo, debido a que las relaciones entre Felipe II y el pontífice atravesaban un mal momento. La discusión sobre si debía convocarse nuevo Concilio, como pretendía Pío IV, o continuarlo y darle fin, como pretendían los españoles, agriaron las relaciones entre Madrid y Roma durante la celebración de la sesión conciliar en 1562.

Cuando Requesens llegó a Roma, seguía vivo el resquemor.

Además, el litigio de las precedencias entre los embajadores franceses y españoles en la Curia añadió más tirantez pues el nuevo embajador tenía instrucciones para emplearse a fondo en esta materia. El reconocimiento de un lugar de honor superior al de los representantes del rey de Francia hubiera significado, implícitamente, la sanción de la superioridad española y su legitimación para actuar como árbitro del mundo. Que el Papa resistiera a dichas pretensiones dice mucho del margen de independencia de que disponía así como de la relativa fortaleza de la dominación española en Italia. No tardó Requesens en abandonar Roma, Pío IV favoreció las tesis francesas, encolerizando a Felipe II que ordenó a su embajador (en noviembre de 1564) que mantuviese su acreditación ante la Santa Sede pero no ante la persona del pontífice, al cual, de esta manera, desconocía como príncipe temporal. No obstante, el pontífice se hallaba muy enfermo y la ausencia de don Luis sólo fue circunstancial, el Papa falleció el 9 de diciembre y hubo de regresar rápidamente a la embajada para observar el Cónclave celebrado los primeros días de enero de 1565, realizando gestiones para impedir la elección del cardenal de Ferrara y apoyar la candidatura de Michele Ghislieri, el cardenal Alessandrino, afecto a la Monarquía Hispana, que ascendió al solio con el nombre de Pío V el 7 de enero.

Permaneció en la embajada durante cuatro años más, en los cuales se preocupó de la defensa de los puntos de vista de la Inquisición española en el proceso al cardenal Carranza. También obtuvo la protección y gratitud de Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real, inquisidor general y privado de Felipe II, dado que éste atribuyó a sus buenos oficios la obtención del capelo cardenalicio.

En 1568 fue nombrado lugarteniente de Juan de Austria, cuando éste recibió el cargo de capitán general de la Mar. No por ello se desligó de la política italiana, obteniendo para su hermano menor, Juan de Zúñiga, el puesto de embajador ante el Papa. Como lugarteniente de don Juan, participó en el mando del ejército que reprimió el levantamiento de los moriscos granadinos. Su misión junto al hermano del Rey, más que de asesoramiento fue de fiscalización de su labor, controlando en un segundo plano la dirección efectiva del desarrollo de las operaciones de la Guerra de Granada entre 1569 y 1571. Esto provocó numerosas desavenencias entre ambos, que fueron mucho más agrias cuando a don Juan se le entregó el mando militar de la Santa Liga.

Requesens, al igual que su hermano, Zúñiga, y su buen amigo el cardenal Granvela, desconfiaban de la propuesta de Alianza del Pontífice y eran muy sensibles a las necesidades defensivas de la Monarquía, más interesada en controlar el Norte de África que en emprender acciones en Levante. Don Juan sin embargo, por su afinidad con la Compañía de Jesús y por unas convicciones universalistas que miraban más en dirección de la defensa de la Cristiandad que en los solos intereses hispanos, era más proclive a seguir las directrices romanas. De hecho, en el consejo militar de la Liga, Requesens y Doria, solían enfrentarse agriamente con el general pontificio, Marco Antonio Colonna y el veneciano Sebastián Veniero, siendo frecuente que el general en jefe fuese más proclive a las opiniones de estos últimos.

Fruto de estas desavenencias, fue la solicitud de Requesens elevada al Rey a través del cardenal Espinosa, para que se le removiera del puesto. En 1571 falleció el gobernador de Milán, el duque de Alburquerque, y fue nombrado a tal efecto como su sustituto.

En el gobierno de Milán hubo de hacer frente al espinoso problema de los conflictos jurisdiccionales entre autoridades civiles y eclesiásticas, surgidos en tiempos de su antecesor y provocados por el arzobispo de Milán, el cardenal Borromeo, que quiso ejecutar los decretos del Concilio de Trento tocantes a la libertad de la Iglesia, desligándola de la tutela del poder temporal.

Dada la singularidad militar, política y económica del Milanesado, y la necesidad de hacer frente a los problemas con la Iglesia de forma ágil y ejecutiva (eludiendo las largas demoras del correo con Madrid), el cardenal Espinosa le otorgó su plena confianza, gozando de una amplia autonomía al tiempo que le permitió designar a los oficiales y ministros de las más altas magistraturas milanesas para que pudiera ejercer su cargo sin impedimentos. Los contenciosos jurisdiccionales con Roma eran entonces un problema de la máxima importancia, que no sólo se circunscribían a Milán, sino que también existían en Nápoles y Sicilia, además de afectar de forma genérica a un buen número de prerrogativas regias (retención de bulas, patronato regio, pase regio, etc.), por lo que parece que Espinosa mantuvo en Italia a un elenco de ministros leales y semiautónomos respecto a la Corte (dado que el Consejo de Italia atravesaba por entonces una profunda crisis), como fueron, además de Requesens, Juan de Zúñiga en Roma, el cardenal Granvela en Nápoles y el duque de Terranova en Sicilia.

Este grupo mantenía intensas relaciones de amistad y parentesco, por lo que la autonomía que adquirieron les hizo desligar de tal modo su proceder respecto a la Corte que Espinosa trató de poner remedio, produciéndose una abierta ruptura con Requesens y Zúñiga en 1572. La muerte del cardenal impidió el restablecimiento de la amistad que les unió, pues al caer el privado en desgracia estuvo dispuesto a claudicar con tal de que los ministros italianos le ayudaran a recuperar la gracia real.

En 1573, Requesens fue nombrado gobernador general de los Países Bajos, en sustitución del duque de Alba. Con él, se dice que se intentó pasar del rigor a la negociación, siendo impuesto por los “pacifistas”, aunque resulta difícil de creer a la vista tanto de su entorno y su amistad con Granvela como a la mezcla de guerra y diplomacia que efectuó en su mandato.

Se encontró con una situación financiera desastrosa, teniendo que hacer frente a una extraordinaria progresión de los rebeldes en Holanda y Zelanda. Con un ejército descontento y sin pagas (cuando tomó posesión se debían treinta y siete pagas a los tercios), las operaciones militares debían dejar paso a la negociación, bastante difícil al plantearse desde una posición de debilidad, lo cual explica esa mezcla de rigor y blandura que presidió su mandato.

En febrero de 1574 inició una amplia ofensiva que, para garantizar la adhesión de la población, fue complementada con el levantamiento de las medidas más impopulares de Alba: supresión del tribunal de los tumultos, amnistía y reducción de impuestos. Dicha campaña, cuyo objetivo primordial era tomar Leiden, concluyó en fracaso, con sucesivos motines de las tropas siendo el más grave el que en diciembre provocó el abandono de fuertes y fortificaciones en Holanda dejando el campo libre a los orangistas.

Tras el amotinamiento de los tercios por falta de pagas, no hubo más remedio que buscar la negociación, pero también fracasó porque el príncipe de Orange, buen conocedor de las dificultades que atravesaban las autoridades españolas, planteó exigencias que Requesens hubo de rechazar. Una leve mejora de la situación financiera, que permitió cubrir atrasos en la primavera de 1575, contribuyó a que la reanudación de los combates tuviese un saldo positivo. En verano, la ofensiva era ya un éxito incontestable tomándose las islas del sur de Holanda y las plazas de Oudewater, Schoonhoven y Buren.

Fue un triunfo efímero. El 1 de septiembre de 1575 Felipe II declaraba la bancarrota y Requesens se encontró en una situación dramática; a su juicio, si el Rey hubiera esperado sólo tres meses a tomar dicha decisión se hubiera concluido con éxito la campaña y las Provincias del norte se hallarían definitivamente sometidas.

Ahora todo se paralizaba y el ejército entraba en un progresivo y grave deterioro. Extremadamente enfermo y abrumado por la pérdida del control de la situación, Luis de Requesens y Zúñiga falleció súbitamente en Bruselas, el 5 de marzo de 1576. Su muerte agudizó aun más la crisis, al quedar sin cabeza el Gobierno de los Países Bajos; se sucedieron los motines de la tropa y comenzaron los saqueos a poblaciones leales e indefensas, el brutal saqueo de Aalst (25 de julio de 1576) marcó la precipitación hacia un estado de caos y anarquía que dio lugar a una ola de hispanofobia y de rechazo al Gobierno, incluso en áreas hasta entonces consideradas seguras para el dominio español.

Fue, asimismo, consejero de Estado.

 

Bibl.: Pío IV y Felipe Segundo. Primeros diez meses de la embajada de Don Luis de Requesens en Roma (1563-1564), Madrid, Imprenta de Rafael Marco, 1888 (Colección de Libros Españoles Raros y Curiosos, vol. XX); L. Serrano, Pío IV y Felipe II. Primeros diez meses de la embajada de D. Luis de Requesens en Roma, Madrid, 1891; A. Morel Fatio, La vie de D. Luis de Requesens, Bordeaux, 1904; J. M. March, El comendador mayor de Castilla Don Luis de Requesens en el gobierno de Milán, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1943; La Embajada de D. Luis de Requesens en Roma por Felipe II cerca de Pío IV y Pío V: 1563-1569, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores-Escuela Diplomática, 1950; G. Parker, El ejército de Flandes y el camino español, Madrid, Revista de Occidente, 1976; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984, págs. 329- 330; G. de Andrés, “La dispersión de la valiosa colección bibliográfica y documental de la Casa de Altamira”, en Hispania, XLVI (1986), págs. 587-635; M. Van Gelderen, The Dutch Revolt, Cambridge, Cambridge Univesity Press, 1993; M. Rivero, Felipe II y el gobierno de Italia, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998; J. Martínez Millán (ed.), Felipe II: La configuración de la Monarquía Hispana, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998; J. I. Tellechea Idígoras, El papado y Felipe II, Madrid, Fundación Universidad Española, 1999, 2 vols.; G. Signorotto, “Note sulla politica e la diplomazia dei pontefici (da Paolo III a Pio IV)”, en M. Fantoni (ed.), Carlo V e l’Italia, Roma, Bulzoni, 2000, págs. 47-76; M. Á . Echeverría Bacigalupe, España y los Países Bajos, Madrid, Sílex, 2003.

 

Manuel Rivero Rodríguez

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