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Ferrante Gonzaga

Biografía

Gonzaga, Ferrante. Conde de Guastalla (I). Mantua (Italia), 28.I.1507 – Bruselas (Bélgica), 16.XI.1557. Consejero de Estado y de Guerra, gobernador del Milanesado, virrey de Sicilia.

Fue comandante militar al servicio de Carlos V y desempeñó en Italia importantes cargos de gobierno. Tercer hijo del marqués Francisco II de Mantua y de Isabel de Este, fue destinado a la carrera militar y con este objetivo se incorporó a la Corte imperial en 1523 como persona próxima a Carlos V. Obtenida una educación militar, entró en las filas del ejército que desde el ducado de Milán debía marchar hacia el centro de Italia contra los franceses y sus aliados. En 1527 fue espectador del Saco de Roma; en esta ocasión, consiguió adquirir algunos tapices de la Capilla Sixtina, basados en dibujos de Rafael, rescatándolos de los soldados españoles que se habían apoderado de ellos. Al año siguiente, bajo el mando de Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto, pudo dar prueba de su valor participando en la defensa del reino de Nápoles.

La militancia filoimperial de un representante de la casa de Mantua era un hecho relevante, si se considera que, frente a la crisis entre Clemente VII y Carlos V, la actitud del primogénito marqués Federico II permaneció incierta, mientras el segundo hermano, el cardenal Ercole, pertenecía al partido francés. Después de la paz de Cambray (1529), Ferrante se trasladó a Toscana, donde asumió el mando general de las tropas habsbúrgicas en el asedio de Florencia. Concluida la guerra con la rendición de la república florentina y el retorno de los Médicis, Ferrante obtuvo del papa Clemente VII el gobierno de Benevento. Carlos V lo recompensó por sus servicios con el Toisón de Oro (1531) y con el feudo de Ariano (hoy Ariano Irpino). Entre tanto, Ferrante se había casado con Isabel de Capua, hija y heredera de Andrea, duque de Termoli y príncipe de Molfetta. En 1532 fue enviado a defender los territorios del Imperio amenazados por el avance en Hungría de los turcos otomanos y tuvo, después, el honor de acompañar a Carlos V a Bolonia para encontrarse con Clemente VII.

En estos años, los Gonzaga asumían un papel protagonista en la estrategia imperial en Italia; Carlos V había mostrado un signo explícito de su favor, entre marzo y abril de 1530, aceptando ser hospedado en Mantua por Federico II. En premio a su fidelidad, recibieron el título ducal, al cual se adjuntaría, en 1536, la investidura del Monferrato. Entre tanto, el cardenal Ercole había pasado al partido imperial y Ferrante se preparaba para asumir encargos relevantes en Italia.

Las fuerzas imperiales estaban ocupadas en el Mediterráneo, donde se hacía necesaria una contraofensiva para detener la expansión otomana. Después de haber participado en la conquista de Túnez en junio de 1535, Ferrante fue nombrado virrey de Sicilia, cargo particularmente importante dada la importancia estratégica de la isla. Pero su permanencia fue interrumpida por voluntad del propio Carlos V; en abril de 1536 debía acompañarlo a Roma y, en los meses siguientes, fue enviado a combatir a Provenza, en el frente en que estaban desplegadas las fuerzas habsbúrgicas contra los franceses.

En Sicilia, Ferrante actuó para hacer efectiva la voluntad imperial de imponer justicia y eficaces las instituciones administrativas y fiscales. Además, dio impulso a la construcción de nuevas fortificaciones y a la modernización de las existentes, para guarnecer la ciudad y vigilar las costas. Las intervenciones respondían a un plan de amplia tregua, vuelta para activar un sistema orgánico de defensa territorial. Ferrante opinaba que las fortalezas eran el elemento fundamental para la estrategia de dominio y atribuía a ellas también una función de control sobre las poblaciones urbanas; la competencia que mostró en este campo acrecentó su prestigio en el arte militar. En la grave crisis financiera en que estaba sumida la isla, el incremento de los gastos para la defensa suscitó descontento y oposiciones, a pesar de lo cual, Ferrante Gonzaga logró obtener del Parlamento un aumento de los impuestos y donativos extraordinarios.

Ferrante Gonzaga estaba convencido de que el control del Mediterráneo era crucial para la supervivencia del sistema imperial y trató de convencer a Carlos V para concentrar su empeño en este frente, transfiriendo los recursos que se empeñaban en los Países Bajos. Opinaba además que convenía llegar a un acuerdo con el corsario berberisco Khair ad-Din, Barbarroja, para llevarlo a romper la alianza con Solimán el Magnífico. Con el fin de defender sus ideas, se desplazó a Flandes (octubre de 1539), pero no consiguió convencer al Emperador. Hasta 1541, Ferrante tomó parte en las mayores empresas pretendidas por las potencias cristianas contra las fuerzas otomanas y las bases berberiscas en la costa africana. Como comandante de las tropas de desembarco, debió colaborar con el almirante general Andrea Doria; entre ambos no faltaron los roces, sobre todo tras la desafortunada batalla de Prevesa (1538). Fue, después, protagonista de algunos éxitos militares de las fuerzas cristianas, pero la guerra terminó con el fracaso de la expedición de Argel conducida personalmente por el Emperador (octubre de 1541). De vuelta en Sicilia al finalizar aquel año, Gonzaga retomó la fortificación de la isla y el establecimiento de tratos con Barbarroja.

No debe olvidarse que los años de su desempeño en el Mediodía coincidieron con una fase de intenso debate religioso y político; estuvo en contacto con el círculo de aristócratas que se inspiraban en las enseñanzas de Juan de Valdés, entre los que despuntaban diversos exponentes de las familias Colonna, Gonzaga y Di Capua. Por otra parte, el carismático español, además de mantener una estrecha relación con Francisco de los Cobos, también estaba en relación con el cardenal Ercole Gonzaga.

En junio de 1543, Ferrante acompañó a Carlos V al encuentro de Busseto con Pablo III, y tuvo ocasión de manifestar su contrariedad a la propuesta del Papa de asignar Milán a Margarita de Austria, esposa de Octavio Farnese, a cambio de una fuerte suma. En este parecer, a la sincera fidelidad hacia el Emperador y a la convicción de la importancia estratégica de Milán, se unía la encendida rivalidad de los Gonzaga con los Farnese. En aquel mismo año, Ferrante fue enviado a los Países Bajos donde, con una rápida campaña militar, castigó con dureza a los vasallos que se habían rebelado contra el Imperio. En diciembre recibió el encargo de trasladarse a Inglaterra para convencer a Enrique VIII de entrar en guerra contra Francia. La legación tuvo éxito y en la campaña militar del año siguiente continuaron los triunfos conseguidos por Gonzaga en el avance desde Luxemburgo hacia París. El rey de Francia, Francisco I, se decidió entonces a entablar las negociaciones que condujeron en breve a la paz de Crépy (18 de septiembre de 1544), suscrita por el mismo Ferrante y por Granvela en nombre de Carlos V.

Ferrante ya había adquirido un enorme prestigio; además, después de la muerte de Federico II (junio de 1540) y en espera de la mayoría de edad de Francisco III, había asumido nominalmente la regencia del ducado de Mantua junto al cardinal Ercole (de hecho, fue este último a hacerse cargo). De regreso en Sicilia, tuvo noticia de que se le confiaba el gobierno de Milán. Él había manifestado ya su aspiración al título ducal, pero el Emperador no tenía intención de ceder a un aliado, aunque fiel, un estado que por su importancia económica y su colocación estratégica era considerado la “chiave d’Italia”.

Tras su ingreso triunfal en junio de 1546, el nuevo gobernador se comportó en Milán como un verdadero príncipe: ordenó la construcción de un nuevo recinto amurallado, hizo ampliar el palacio ducal y dar una nueva ordenación al centro urbano. Quiso incluso asumir el papel de mecenas de las artes y de las letras. Desde los tiempos de su gobierno en Sicilia había llamado a su servicio al célebre compositor flamenco Orlando di Lasso, y en el pasado había tenido algunos contactos con Tiziano y Sebastiano del Piombo. Instalado en el palacio milanés, tuvo ocasión de cultivar relaciones más estables con diversos artistas y literatos, entre los cuales destacaba el humanista Paolo Giovio.

La llegada de Ferrante a Milán coincidió con un hecho importante: en junio de 1546 el príncipe Filippo había recibido la investidura del ducado, que cesaba así de ser objeto de negociaciones orientadas a evitar la guerra con Francia. A la luz de este suceso, que podía provocar nuevos intentos de desestabilizar la situación italiana, se debe considerar el plan de militarización y de expansión, del cual se hizo promotor Ferrante. Él hizo incrementar las mayores fortificaciones y proyectó extender los confines del Estado, arrebantando territorios a los suizos, a los grisones y a la República de Venecia. Era, además, consciente de la importancia del sentimiento religioso de la población y de la presencia eclesiástica: por un lado, trató de ejercer un control sobre los nombramientos obispales e incluso sobre la Inquisición; por otro, no dejó de mostrarse riguroso en la represión de las protestas religiosas. Si estas intervenciones servían para tutelar la estabilidad interna del Estado, en el intento de extender sus confines hacia la Valtellina (que pertenecía a los grisones), no dudó en servirse de la predicación de Pier Paolo Vergerio, el obispo de Capodistria que, denunciado como luterano a finales de 1544, había sido acogido en Mantua por el cardenal Ercole.

En 1547, con el acuerdo de Carlos V, Ferrante favoreció la conjura aristocrática que condujo al asesinato del duque de Parma y Piacenza, Pier Luigi Farnese. Este suceso clamoroso, que dio al gobernador el pretexto para ocupar inmediatamente Piacenza (contra los derechos de Octavio, yerno de Carlos V), debe ser interpretado teniendo presente que en 1546-1547 la península italiana era teatro de movimientos orientados a subvertir el sistema instaurado por el Emperador y por sus aliados a partir de 1530. El más importante había tenido lugar en Génova, con la conjura de los Fieschi contra Andrea Doria (enero de 1547). Para Ferrante, el mantenimiento de las posiciones alcanzadas en Italia por los Habsburgo ocasionaba necesarias acciones de prevención y de control sobre todos los potentados del norte de Italia y sobre las principales vías de comunicación. Por esto, después de la conjura de Génova, se apoderó de muchos territorios de los Fieschi, ocupando Pontremoli y la Val di Taro. Intervino también en el marquesado de Massa y Carrara, haciendo ajusticiar a Giulio Cibo Malaspina (1548), que intentaba apropiarse de él de acuerdo con los franceses.

El protagonismo de Ferrante respondía también a un plan político coherente de horizonte continental. Había tratado numerosas veces de convencer al Emperador para adoptar una nueva estrategia con el fin de dar mayor consistencia a su hegemonía en Italia y en el Mediterráneo. A su parecer, había que privilegiar los intereses españoles respecto a los centroeuropeos de la casa de Austria: proponía, por tanto, anexionar el Piamonte en Milán, recompensando a Emanuele Filiberto de Saboya con los Países Bajos; reforzar, por consiguiente, la presencia imperial en Génova, Siena, Lucca y en los puertos del Tirreno, para tener bajo control el Estado de la Iglesia y la Toscana. Pero las ideas de Ferrante no encontraron buena acogida en los consejeros imperiales y su política autoritaria y dispendiosa suscitó descontento en el seno del Estado de Milán. Aquí, sus opositores comenzaron a organizarse bajo el mando del comandante del castillo, Juan de Luna, con ocasión de la estancia en Milán del príncipe Felipe (diciembre de 1548-enero de 1549), justo mientras las manifestaciones grandiosas exaltaban el papel político y el mecenazgo del gobernador.

La posición de Ferrante empeoró decisivamente a partir de junio de 1551, cuando tomó la iniciativa de dar inicio a la guerra contra Octavio Farnese (acusado por Julio III de rebelión contra la Santa Sede), que provocó la derrota del ejército francés en el Piamonte. Con la dilatación del conflicto, los gastos enormes suscitaron el descontento popular y la oposición del patriciado milanés; el crédito de Ferrante en el círculo de los consejeros imperiales fue a menos y perdió incluso el apoyo de Antonio Perrenot de Granvela, obispo de Arrás, que gozaba de la plena confianza de Carlos V y tenía estrechas relaciones con exponentes de la política milanesa.

En realidad, el fracaso de la guerra de Parma fue sólo una de las muestras de la crisis del sistema imperial. Desde julio de 1552 se había iniciado la revuelta de Siena, en Alemania los príncipes habían retomado la iniciativa y también en Flandes las armas imperiales estaban en dificultad. Además, después de la ruptura de la alianza entre Carlos V y Julio III, este último decidía suspender las sesiones del Concilio. La difícil coyuntura alumbraba los límites del programa de restauración de la autoridad imperial de la cual se habían hecho portadores en Italia Antonio Perrenot, Gonzaga y Diego Hurtado de Mendoza, gobernador de Siena. El vértice habsbúrgico debía entonces prestar atención a la protesta de los potentados, que tenían como jefe de filas a Cosme de Médicis, unidos a los Toledo y sobre todo al duque de Alba, el principal rival de Ferrante en el plano del prestigio militar.

En el punto de mira de la campaña denigratoria de los adversarios, Gonzaga fue llamado a la Corte y en marzo de 1554 debió abandonar Milán; para el gobierno de los asuntos italianos y de la Lombardía fue designado el duque de Alba junto a un grupo de dignatarios españoles ligados al príncipe Felipe, que estaba asumiendo el control directo de los dominios italianos. Carlos V no quiso que fuese humillado el compañero de armas que lo había servido fielmente durante tantos años. Además de exculparlo de toda causa (junio de 1555), le propuso asumir la presidencia de uno de sus mayores consejos, pero Ferrante prefirió retirarse a Mantua y ocuparse del feudo de Guastalla, que le había sido reconocido por el Emperador en 1541. Después de tantas empresas, le quedaba el título de aquel pequeño ducado que más tarde pasaría a su hijo César (así llamado en honor de Carlos V). Los otros dos hijos varones, Francesco y Giovanni Vicenzo, habían seguido la carrera eclesiástica y ambos alcanzarían la púrpura cardenalicia (1561 y 1578); la hija primogénita, Isabella, se había casado en 1548 con Fabricio Colonna, heredero del ducado de Paliano.

Ferrante retomó el servicio cuando el duque de Alba movilizó sus tropas contra el papa Pablo IV Carafa, aliándose con los franceses. Desde los primeros meses de 1556 resultó evidente para los príncipes italianos que la guerra se resolvería con una victoria de las tropas españolas; éstos comenzaron pues a considerar su fidelidad a Felipe II sin por esto renunciar a la relación de dependencia que los ligaba a la Santa Sede, ahora dispuesta a la alianza con la Monarquía católica. El inicio de la llamada edad española en Italia tiene su premisa en estos acuerdos que consienten a los príncipes aquella doble fidelidad, ocultando al mismo tiempo sus rivalidades. Ferrante, que había sido enemigo mortal de los Farnese y había atemorizado a las dinastías italianas, pertenecía a otra época. Prestó su último servicio en Flandes, donde la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557) inauguró el largo período de la hegemonía española en Europa.

Ferrante Gonzaga murió en Bruselas el 16 de noviembre de 1557; su cuerpo fue sepultado, después, en la catedral de Mantua.

 

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Giovanni Signorotto

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