Pimentel Enríquez, Juan Alfonso. Conde (VIII) y duque (V) de Benavente. Villalón (Valladolid), 29.VI.1553 baut. – Madrid, 8.XI.1621. Representante de la alta nobleza castellana en los reinados de Felipe II y Felipe III. Fue virrey de Valencia, virrey de Nápoles, presidente del Consejo de Italia y mayordomo mayor de la reina Isabel.
Según las referencias documentales y los estudios de Simal López, Juan Alfonso Pimentel Enríquez nació en Villalón (Valladolid), en 1553, y fue bautizado en la iglesia de San Miguel, el 29 de junio de ese mismo año. Era hijo de Antonio Alonso Pimentel y de Luisa Enríquez Girón, VI condes de Benavente. Su hermano murió sin descendencia, en 1576, y heredó los títulos y estados del linaje en fecha temprana. Su madre era hija del almirante de Castilla. Pertenecía, por tanto, a una de las casas más antiguas e importantes de la Península.
Desde la Edad Media, el linaje había luchado por expandir sus territorios fronterizos con Galicia y entraron en conflicto con la Corona y otros nobles, como los condes de Lemos. Gracias a las alianzas matrimoniales y a la mediación de los Reyes Católicos, los Benavente recuperaron parte de su herencia. En los inicios de la Edad Moderna, la nobleza mantendría su alianza con la Monarquía, como garantía de sus privilegios y del orden social. Los Benavente apoyaron a Isabel en la guerra de sucesión castellana y, posteriormente, a Fernando el Católico. Contribuyeron a restablecer la obediencia de parte de la nobleza rebelde, aunque también estaban en juego sus intereses territoriales.
En el siglo xvi, varios representantes de la casa ofrecieron sus servicios a la Corona y establecieron importantes acuerdos. El VIII conde de Benavente se casó, en 1570, con Catalina Vigil de Quiñones, VI condesa de Luna, que murió tan sólo cuatro años después. Por este enlace se incorporaba la herencia de los Luna a la de Benavente. En 1582, se casó en segundas nupcias con Mencía de Requesens y Zúñiga. En esta ocasión, el matrimonio lo vinculaba a otros importantes estadistas de la época, como Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos durante el reinado de Felipe II, y resultaría fructífero a la hora de formar redes y conseguir oficios palatinos de máxima influencia con el cambio de reinado y la articulación de las nuevas facciones. A pesar de ello, durante la época de Felipe III, el conde fue un político y militar influyente. Tenía experiencia en la defensa de las costas y territorios españoles, ya que había apoyado la unidad con Portugal, en 1580, con ocho mil infantes y seiscientos caballos, según consta por su testamento. También, participó en la empresa de Inglaterra, en 1588, y ayudó económicamente al Monarca.
En 1598, fue nombrado virrey de Valencia —sucedió en el cargo al marqués de Denia, que ya se perfilaba como favorito del príncipe— hasta 1602. En 1599, se celebraron allí las dobles bodas reales, y el conde de Benavente desempeñó su labor institucional como máximo representante de la autoridad en el Reino. Recaudó dinero, participó en los principales actos, organizó banquetes y fomentó las publicaciones encomiásticas. La alta nobleza facilitaba los medios económicos para las ediciones de escritores y cronistas de prestigio. Si Lope de Vega dirigió su Relación de las fiestas de Denia a la VI condesa de Lemos, Felipe Gauna dedicaría su Libro del felicísimo casamiento y boda en la ciudad de Valencia al VIII conde de Benavente. También, el noble desempeñó otras actividades de mecenazgo y adquirió diversas armas y pinturas, que entraron a formar parte del patrimonio de la casa. Entre ellas, Simal López cita un Ecce Homo de Juan de Juanes y una Virgen de los Desamparados, que, posteriormente, donaría al Hospital de la Piedad de Benavente.
En otras ocasiones, el conde tendría un contacto estrecho con los Monarcas. En 1601, la Corte se trasladó a Valladolid. La Reina, en contra de la voluntad del duque de Lerma, prefirió hospedarse en las casas de Benavente y dar a luz a su hija, Ana Mauricia, antes que trasladarse a la residencia que Lerma acababa de vender al Monarca. Los esfuerzos de Lerma por alejar a Felipe III de la influencia de la emperatriz María y neutralizar cualquier poder que pudiera hacerle sombra chocaron con la iniciativa y tenacidad de la reina Margarita. Según los estudios de Pérez Bustamante, fue, concretamente, en el círculo de la Reina donde se fue fraguando la oposición y las críticas hacia el valido.
Un año más tarde, en 1602, el conde de Benavente era nombrado virrey de Nápoles. Con ello, no se hacía efectiva la interinidad de Francisco de Castro —hijo del VI conde de Lemos—. Los Lemos tendrían que esperar varios años hasta recuperar el gobierno del Reino. El conde de Benavente tenía experiencia en los asuntos políticos y gozaba de prestigio en la Corte. Además, podría haber sido un apoyo para la Reina.
Llegó a Nápoles en la primavera de 1603. Continuó el programa de reformas que había emprendido el VI conde de Lemos y su hijo, Francisco de Castro. El déficit era un mal endémico que la Monarquía trataba de corregir. Era necesario, además, aumentar las contribuciones para hacer frente a las necesidades de la Corona y para redistribuir las mercedes y consolidar redes clientelares internacionales. También, la reforma se extendió al ámbito militar y defensivo, con nuevas fortificaciones y con la reforma de la milicia.
Por un lado, continuaba la amenaza de los turcos en el Mediterráneo y, por otro lado, desde Nápoles, se debía contribuir a la quietud de Italia, tan importante para preservar los reinos bajo la influencia hispánica.
El conde de Benavente envió trescientos mil hombres y dinero para ayudar a la Santa Sede frente a los venecianos e incluyó otras dotaciones para el conde de Fuentes. La articulación del territorio italiano a través de agentes, virreyes y gobernadores resultó fundamental en la política de reputación y conservación de los territorios.
El VIII conde de Benavente se encargó de otras cuestiones ligadas al ámbito de la cultura. Dio continuidad a las obras del Palacio Real, que se habían iniciado en años precedentes. Los planos del nuevo Palacio estuvieron a cargo del arquitecto Fontana. La edificación creaba un nuevo espacio de corte acorde con los nuevos tiempos. En definitiva, en la Corte virreinal se iba a seguir el modelo de Madrid, residencia del Rey y de los organismos de gobierno. Nápoles era la cabeza del Reino y centro simbólico del poder central y de las fuerzas locales. El teatro, la fiesta y las medidas de gobierno se fundieron en una sincronía alegórica y funcional. Como ha estudiado Simal López, el noble también tuvo tiempo para hacer encargos a artistas italianos —la autora cita el sepulcro que encargó a G. Carlone y O. Casella— y para comprar diferentes obras de arte —pinturas, esculturas— y armas, además de varios tapices, según el gusto de la época. Aunque poco se sabe de su relación con Caravaggio, se interesó por su obra y fue retratado como donante en la Virgen del Rosario —como recordaba la autora—.
Gracias a los cargos en Italia, la alta nobleza se interesó cada vez más por la adquisición de obras de arte, tapices, reliquias y pinturas. Todavía el gusto manierista de la cámara de maravillas convivía con otras formas más avanzadas de coleccionismo. En los inicios del Seiscientos, la mayoría de las obras pictóricas de los grandes mecenas y coleccionistas solían representar escenas religiosas, pero comenzó a ser más común el encargo de obras de tema profano —pintura de países, naturalezas muertas y retratos—. El VIII conde de Benavente pudo aumentar la riqueza artística de su casa con obras procedentes de Roma y Nápoles. Entre los inventarios que se conservan, consta que, en 1611, el noble poseía más de doscientos cuadros, y más de la mitad serían de tema profano —retratos y escenas napolitanas—. Sin embargo, en otro inventario de la misma fecha se hacía mención de unas 268 obras de tema diverso —aunque, en este caso, la mayoría eran escenas religiosas, vidas de santos, pasajes de la vida de Jesús y de la Sagrada Familia— y de autores tan relevantes como Caravaggio, Bassano, Barocci y Tintoretto. El VIII conde poseía de Caravaggio, al menos, tres obras, un San Genaro, el Lavatorio y El martirio de San Andrés. Probablemente, fueron adquiridos en Nápoles y fueron trasladados a la Península, aunque no se conservan las pruebas documentales.
Sí hay constancia de la ubicación del último lienzo en las casas de Valladolid —según los inventarios de mediados de siglo—. También tendrían interés otros cuadros de batallas, vistas de Nápoles, Venecia, Siena y Roma o los retratos de reyes, de varios miembros de la casa y del pontífice Pablo V. Una serie de emperadores romanos entró a formar parte de la colección de Felipe IV, pero se perdió en el incendio del Alcázar de 1734. Según el inventario de 1618, en diversas estancias de la fortaleza de Benavente se podían admirar, asimismo, algunos cuadros de tema mitológico —que representaban los trabajos de Hércules, a Saturno, Apolo y Venus o Cupido—.
Además de poseer esta importante pinacoteca, el noble también hizo acopio de otros objetos, que formaban el camarín de la fortaleza —que ha sido estudiado, de forma detallada, por M. Simal y M. Morán y F.
Checa—. En él había esculturas, piedras labradas y retratos en jaspe o alabastro. Otras esculturas de diversa procedencia decoraban, según la autora, la residencia El Jardín. En definitiva, era perceptible, ya durante el reinado de Felipe III, una renovada inclinación de la elite nobiliaria hacia la cultura y el mecenazgo, que continuaría con rasgos particulares durante el Barroco.
Por los inventarios de 1611 y 1618, por la variedad de pintores, de temática y por la colección de esculturas se ha afirmado que el VIII conde de Benavente fue un precursor de la estética y el gusto por el coleccionismo que se impondría en décadas posteriores. También, fue admirado en su época y se tuvo noticia de su rica colección de obras de arte —se cita en los Diálogos de la Pintura de Carducho, entre otros—.
Por otro lado, los inventarios de mediados de siglo —1653, 1655 y 1656— hacían referencia a obras de El Greco, Ribera y Velázquez; a maestros italianos, como Tintoretto, Luca Cambiaso, Andrea Salerno, Bronzino, Barocci y Caravaggio, y a flamencos, como El Bosco. La colección se dispersó en los diversos traslados a Valladolid y Madrid desde Benavente en fechas posteriores. De igual forma, el inventario de 1655 recogía algunos libros que formaron parte de la biblioteca, con obras de Lope de Vega, Cervantes y Góngora. Otros escritores, como Guillén de Castro, acompañaron al conde durante su estancia en Nápoles.
En julio de 1610, Juan Alfonso Pimentel regresaba a Madrid. El VII conde de Lemos le sustituiría en el gobierno de Nápoles. A pesar de ello, se mantuvo en el poder como consejero de Estado y, en 1618, como presidente del Consejo de Italia. También, fue gobernador de los Reinos en ausencia de Felipe III, que viajó a Portugal en 1619. Después de la muerte del Rey, al que asistió en sus últimas horas, se sucedieron los cambios en el entorno regio. Tenía amistad con la nueva facción y con hombres influyentes, como Baltasar de Zúñiga, y pronto accedió al cargo de mayordomo mayor de la reina Isabel, en abril de 1621. Sin embargo, no pudo gozar de esta nueva merced durante mucho tiempo, ya que moriría en Madrid, el 8 de noviembre de ese mismo año.
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Isabel Enciso Alonso-Muñumer