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Gonzalo Fernández de Córdoba

Biografía

Fernández de Córdoba, Gonzalo. Duque de Sessa (III). ¿Córdoba?, 1520-1521 – Madrid, 3.XII.1578. Gobernador de Milán, noble, militar, político y mecenas.

Primogénito de Luis Fernández de Córdoba, II duque de Sessa, IV conde de Cabra y embajador de Carlos V en Roma, y de Elvira Fernández de Córdoba, hija y heredera del Gran Capitán —y, por tanto, transmisora del ducado de Sessa, concedido a su abuelo en 1507 por Fernando el Católico y situado al noroeste del reino de Nápoles, cerca de la frontera pontificia—, Gonzalo Fernández de Córdoba —cuyo nombre era ya un homenaje a la legendaria trayectoria militar y política de su antepasado— nació en las posesiones cordobesas de su familia a finales de 1520 o principios de 1521 y poco después marchó a Italia con sus padres. Tras la muerte de su madre en la ciudad de Sessa, en 1524, y de su padre en Roma dos años después, Gonzalo volvió a España con sus hermanas Francisca y Beatriz, quedando al cuidado de su abuela materna y de otros miembros del extenso linaje andaluz. Éstos trazaron una estrategia matrimonial acorde con la política expansiva de la casa tanto en el panorama feudal hispano-napolitano como en la Corte imperial. Así, Francisca casó con otro destacado noble andaluz, Francisco de Zúñiga, marqués de Gibraleón, y Beatriz con Fernando Folch de Cardona, hijo y heredero del anterior virrey de Nápoles Ramón de Cardona, en el que confluyeron los títulos de gran almirante del reino y duque de Somma, dando lugar a una rama que acabaría sucediendo a Gonzalo en el ducado de Sessa.

El III duque de Sessa se educó en Granada, según un sistema de estudios que aunaba los criterios humanísticos con los cortesanos: latín y griego, música, poesía, equitación, esgrima y, por supuesto, los ejercicios cinegéticos. Parece segura su asistencia a los cursos de Humanidades de la Universidad granadina y se hizo legendaria la formación clásica recibida junto a un joven esclavo africano, destinado en principio a ser su compañero de juegos y que, después de traducir a Horacio y Terencio, fue liberado por el duque en 1538 con el nombre de Juan Latino, para acabar por contraer un ventajoso matrimonio con la protección de Sessa y el arzobispo y convertirse en el primer profesor universitario de raza negra al obtener la cátedra de Humanidades en el Estudio granadino.

Como él mismo escribió más tarde, Gonzalo empezó a servir en la Corte a los catorce años, en su condición de Grande de España como conde de Cabra, lo que implicaba estar rodeado de un extenso número de parientes y criados, manteniendo unos ingentes gastos de representación que se convirtieron en una de las causas principales de su permanente endeudamiento.

En 1535 y 1536, según el cronista Alonso de Santa Cruz, el joven duque figuró en el séquito de Carlos V durante sus entradas en Nápoles y Roma tras la campaña de Túnez. En noviembre de1538 su tío paterno Pedro de Córdoba concertó su boda con la hija del influyente secretario imperial Francisco de los Cobos, María, a pesar de la resistencia de Gonzalo, que había previsto otro matrimonio. Los esponsales se celebraron en Toledo el 30 del citado mes, oficiados por el cardenal Tavera y presididos por el propio Emperador.

Uno de los torneos organizados para festejar el enlace, el 12 de enero de 1539, sirvió de ocasión a los grandes castellanos para mostrar su descontento con las peticiones fiscales realizadas por el soberano en las Cortes entonces reunidas en la capital del Tajo, ausentándose del encuentro como medida de protesta.

Pronto se planteó también un enconado litigio entre Cobos y los tíos de Gonzalo, Pedro, Álvaro y Juan de Córdoba, por el pago de la dote de la novia, fijado en marzo de 1540 en diez millones de maravedís, pero las desavenencias sobre su cobro se prolongaron durante años. La última ceremonia de la boda tuvo lugar en Madrid el 6 de febrero de 1541 con la asistencia, entre otros, de Hernán Cortés. Tras pasar una temporada en sus estados andaluces de Baena, Gonzalo embarcó en Cartagena para unirse a la flota imperial en Génova con destino a la campaña de Argel, en la que participó junto a algunos de los capitanes que luego sirvieron a sus órdenes en Italia, como Álvaro de Sande. El nutrido séquito de caballeros que entonces lo acompañó reflejaba un afán por mantener la reputación de su condición de grande que, tras el fracaso de la expedición, siguió manifestándose en sus crecientes gastos representativos en la Corte, lo que le obligó a vender algunos de sus feudos napolitanos, administrados por su contador general Juan Ramírez de Salazar. Esas enajenaciones, iniciadas ya en 1539, culminaron con la venta de los estados de Tiano y Montefusco y, en 1547, del palacio que los duques de Sessa poseían en Nápoles, junto a la iglesia de San Giovanni Maggiore, desde los tiempos del Gran Capitán, además de otras muchas posesiones esparcidas por las provincias del regno, como el importante ducado de Andria, vendido en 1551 por 100.000 ducados.

En algunos casos, como el de Bitonto, fueron los propios habitantes quienes compraron al duque sus derechos feudales para que éstos no pasaran a un noble menos condescendiente.

Tras la muerte en 1547 de su suegro, Cobos —que no interrumpió los litigios por la dote de su hija—, el duque acompañó al príncipe Felipe en su viaje hasta Flandes a finales de 1548. Desde Bruselas, en 1549, Gonzalo se dirigió de nuevo a Italia para visitar la capital de sus estados napolitanos, Sessa, donde el 24 de junio realizó una solemne entrada triunfal a la romana, con arcos que celebraban las glorias de su linaje. En el castillo ducal de esa ciudad reunió una corte de humanistas y poetas como Ferrante Carafa, Giovanni Battista Testa, Cesare de Ferrante o Luigi Tansillo que, a pesar de su condición de poeta áulico del virrey de Nápoles Pedro de Toledo, dedicó a Gonzalo dos colecciones de poemas. Los Fernández de Córdoba se hallaban enemistados con los Toledo desde los tiempos del Gran Capitán y el II duque de Alba, cuando se inició una rivalidad por los altos cargos militares y las distintas opciones faccionales en la Corte —con los Córdoba enfrentados a Fernando el Católico, del que Alba era el principal valedor— que continuó con sus descendientes. En Nápoles el III duque de Sessa hubo de afrontar la hostilidad del virrey Pedro de Toledo, que obstaculizó sus complejas transacciones feudales. En la tensa coyuntura que siguió a la revuelta antivirreinal de 1547 en el regno, Gonzalo intentó asegurar durante su estancia el control de un patrimonio feudal tan extenso como disperso y viajó a sus feudos de Venosa, Andria y Bitonto, en la alejada región adriática de Apulia, para supervisar la administración de la justicia que le correspondía como barón, al tiempo que afianzaba la reputación entre sus vasallos como “literato, elemosinante et [di] bona vita et liberale”. En marzo de 1550 volvió a incorporarse a la Corte del príncipe Felipe y lo acompañó en su viaje de regreso por el Imperio y el norte de Italia, figurando en el séquito de su entrada en Milán en junio de 1551. Cinco años después, Sessa regresó a la Corte, de nuevo en Flandes y, entre marzo y julio de 1557, viajó a Londres, durante la segunda estancia inglesa de Felipe II, ya convertido en rey de España. Fue entonces cuando anudó una estrecha amistad con el principal privado del Monarca, Ruy Gómez de Silva, que intentaba neutralizar el poder del linaje Toledo en Italia sustituyendo a su gran adversario, el duque de Alba, y sus aliados, al frente de los principales oficios de gobierno. En ese marco —en el que se inscriben también los nombramientos de otros dos partidarios de Ruy Gómez, los duques de Alcalá y de Medinaceli, como virreyes de Nápoles y de Sicilia, respectivamente— se produjo el nombramiento de Gonzalo como gobernador y capitán general del estado de Milán, firmado en Bruselas el 23 de abril de 1558.

Su primer cometido en Italia, adonde se dirigió desde Flandes a través de Alemania, fue continuar la campaña contra los franceses en Piamonte. Desde su llegada a Milán, en julio de 1558, acompañado, según su costumbre, por un nutrido séquito de caballeros, criados y parientes —como Juan Sagredo de Molina, natural de Úbeda, que escribió una colorista descripción de la jornada—, Gonzalo intentó remedar las hazañas de su abuelo, permanente modelo de comportamiento heroico y principesco. El 8 de agosto salió de la capital lombarda al frente del ejército y cuatro días después entró en Alessandria, expuesta a un inminente ataque francés. Junto a él se encontraba el letrado Baltasar de Molina, nacido en Baeza, que tras ser gobernador de sus estados señoriales entre 1554 y 1556, se convirtió en uno de sus principales agentes en el gobierno de Lombardía, siendo el segundo español en acceder al poderoso Senado de Milán. Molina desarticuló una conjura profrancesa en Alessandria y Tortona y actuó con dureza contra los cabecillas, lo cual le valió numerosas críticas, pero acrecentó el aprecio del gobernador, que lo incluyó en su influyente Consejo Secreto y logró más adelante que ejerciera, aunque de forma interina, el aún más relevante oficio de gran canciller del Estado. Entretanto, Sessa continuó su marcha por Piamonte, y pasó revista en Asti, el 17 de agosto de 1558, a un ejército que integraban más de veinticuatro mil hombres según los datos oficiales. Entre los capitanes españoles e italianos que lo dirigían destacaba el general de la caballería ligera Francisco Fernando de Ávalos y Aquino, marqués de Pescara y del Vasto, hijo del legendario Alfonso de Ávalos y miembro de un linaje napolitano también enfrentado tradicionalmente a los Toledo, así como el general de la gente de armas Cesare Gonzaga —hijo del anterior gobernador de Milán, Ferrante Gonzaga, y, por tanto, príncipe de Molfetta en el reino de Nápoles además de señor de Guastalla en la llanura padana—, el general de la infantería italiana Vespasiano Gonzaga Colonna —señor de Sabbioneta y asimismo barón napolitano—, el gobernador de Asti Hernando de Silva —hermano del privado Ruy Gómez— y el maestre de campo Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del embajador español en Génova. Ese entramado clientelar aseguraba el control de unas tropas en permanente riesgo de motín por los retrasos en las pagas, mientras que la experiencia y la capacidad militar de sus miembros garantizaban el despliegue táctico en un frente asolado por años de conflicto. En tales condiciones, a finales de agosto de 1558 Sessa pudo rendir la estratégica plaza de Cental, que controlaba el acceso al marquesado de Saluzzo, tras un intenso asedio en el que demostró su pericia para atacar las modernas fortificaciones. Éstas fueron abatidas por Gonzalo, tras evitar un conato de saqueo de la villa por parte de sus tropas. No pudo impedir, en cambio, otros abusos contra las poblaciones vecinas, lo que provocó un ataque de los habitantes de la pequeña Ceresola, que fue mandada arrasar por el duque como escarmiento. Tras tomar Moncalvo en el marquesado de Monferrato, y ante la imposibilidad de expugnar las más importantes plazas de Casale y Valenza del Po, Sessa regresó a Milán en noviembre de ese año, dejando el mando de las tropas al marqués de Pescara.

La reputación ganada por Gonzalo en su primera campaña al contener a los franceses y aumentar el margen de maniobra de Felipe II y sus ministros en las conversaciones de paz ya iniciadas, le permitió afrontar el gobierno del estado de Milán en una situación de fuerza. Ante todo, el duque se preocupó por reforzar su control sobre el ejército proponiendo una nueva planta de oficiales que aumentaban la influencia de sus clientes y los de Ruy Gómez tanto en Lombardía como en Nápoles y sometía las expectativas de gracias de los nobles lombardos a una mayor dependencia de su voluntad, todo ello al tiempo que gestionaba la concesión de altos beneficios eclesiásticos para varios de sus parientes en España y en Roma.

Sin embargo, entre 1560 y 1562, el duque permaneció en España tras conseguir el permiso real para atender la difícil situación que sus dispendios y una mala gestión señorial habían causado en su patrimonio andaluz, mientras el gobierno interino del estado de Milán era desempeñado por su amigo y aliado el marqués de Pescara.

Tras su regreso a Lombardía, la segunda etapa de gobierno de Gonzalo estuvo presidida por múltiples tensiones con las elites locales y su voluntad de dejar el oficio, al que llegaría a definir como “el más peligroso y ruin cargo de los que el duque de Alva dexó”.

El hecho más relevante de este segundo mandato fue el intento de introducir la Inquisición “al modo de España” en el territorio lombardo que, como en similares proyectos desarrollados en Nápoles, suscitó una enérgica reacción de las elites locales y obligó al gobernador a aconsejar finalmente al Monarca que desistiera del intento. Ya en 1559 el visitador Andrés de la Cueva, enviado por Felipe II a Milán por requerimiento del propio Gonzalo, reunió entre sus amplias competencias la de informar sobre las condiciones religiosas del estado y proponer, de acuerdo con el gobernador, los remedios que cabía adoptar ante posibles desviaciones de la ortodoxia, aireadas por las denuncias pontificas de infiltraciones heréticas en el Senado milanés. De la Cueva acabó proponiendo que la actividad inquisitorial habitual del territorio quedara bajo la directa autoridad del gobernador como la mejor garantía para evitar cualquier desviación.

La alarma por la difusión del calvinismo en el norte de Italia, como consecuencia de su auge en la vecina Francia, fue determinante para que el Rey ordenara en abril de 1562 al gran canciller del estado de Milán, el español Juan de Varahona, que le enviara un nuevo informe de la situación religiosa y castigara mientras tanto a los herejes declarados. Se trataba de llevar a la práctica las propuestas del visitador De la Cueva, de acuerdo con la reorganización de las instituciones centrales del Gobierno lombardo que venía desarrollando el duque de Sessa. Éste envió al Soberano, en marzo de 1563, su parecer sobre la estructura y las funciones que debía tener el Santo Oficio en Milán, poniéndolo, al menos en parte, bajo la autoridad regia al igual que sucedía en España. Ante todo, según él, había que garantizar el secreto de los procedimientos inquisitoriales y su independencia del Senado, encargándose el propio gobernador de nombrar a los dos senadores que preceptivamente debían intervenir en todas las actividades del Santo Oficio.

Consciente de las suspicacias de amplios sectores de la opinión italiana contra los métodos de la Inquisición española, Sessa aconsejó prudencia en el ritmo y la forma de aplicación de tales medidas, recordando la grave revuelta napolitana de 1547 en similar coyuntura, por lo que se debían efectuar las reformas gradualmente, a través de personas “de autoridad y yntegridad”, dependientes del Rey como en España.

Tras realizar nuevas gestiones ante el papa milanés Pío IV por medio de su embajador Luis de Requesens, en el siguiente mes de junio el Monarca utilizó nuevos informes del duque de Sessa para nombrar un inquisidor general del estado de Milán, el arzobispo de Messina Gaspar Cervantes de Gaeta —hombre de confianza del intransigente inquisidor general Fernando de Valdés y nombrado ahora arzobispo de Salerno—, que asistía a las últimas sesiones del Concilio de Trento. Una medida tan radical y repentina alarmó al duque de Sessa, quien se apresuró a escribir al Rey que “esta aborrecido y tan temido este nombre de ynquisidor en Italia que es menester tener mucha consideración a la manera con que se pone pues no a muchos años que por semejante causa en Nápoles hubo de perderse...”. Volvía a aconsejar una acción paulatina: “A poco a poco yrle creciendo la autoridad de arte que los deste estado no sintiesen al principio sino que es un ynquisidor como un frayle que al presente tiene o que viniese delegado para algunas destas causas que agora corren y despues andando el tiempo se metiese en todas, que en breve se hallaren puesto aquí un tribunal deste sancto oficio como los de Spaña sin ser a tiempo de poderse agraviar estas gentes ny contradecir”.

Sin embargo, la precipitación de la Corte regia, agravada por la del Papa, hizo que el proceso se desarrollara de forma contraria a la astucia defendida por el gobernador. La noticia de que el Pontífice había autorizado la instauración de procedimientos similares a los de la Inquisición española en el estado de Milán —que, al parecer, pretendía extender también a los territorios del duque de Saboya y la república de Venecia para formar un gran cordón sanitario contra la herejía que asolaba Francia y el Imperio— llegó pronto desde Roma e hizo que el Consejo de los Sesenta y las autoridades milanesas se apresurasen a manifestar su más enérgica protesta, enviando una delegación a Vigevano, donde se encontraba Sessa, para lograr su mediación con el Rey. Sin embargo, Gonzalo se opuso en el primer momento al envío de tres embajadas a Madrid, Roma y Trento para pedir formalmente la revocación de las decisiones adoptadas, en las que se veía una amenaza al flujo de forasteros y la inviolabilidad de la propiedad —dada la práctica de la confiscación de bienes de los procesados por la Inquisición española— propios de la actividad mercantil que sustentaba la riqueza del estado. Ante la creciente tensión en la capital y las otras ciudades lombardas, el gobernador tuvo que autorizar las legaciones a la Corte pontificia y el Concilio, si bien bajo la supervisión de los representantes españoles ante esas instancias. En agosto de 1563, el duque de Sessa volvió a escribir a Felipe II para expresarle su gran preocupación por la oposición general y radicalizada que habían suscitado sus medidas en todo el Estado.

Según afirmaba, “el sentimiento y alteración que estas gentes hazen es mucho mas de lo que yo puedo aver significado a VM y de lo que me ymaginava”, hasta el punto que “se an puesto en tanto temor y alteración que mas se podría dezir locura y desesperación”.

Al mismo tiempo, reunió a los principales consejos e instancias públicas para negar por su honor de “cavagliere et cristiano” que se intentara introducir la Inquisición al modo de España.

Temeroso de que pudiera estallar una rebelión abierta con el apoyo de los hugonotes franceses y suizos, el gobernador paralizó todas las medidas inquisitoriales previstas e instó al Soberano a hacer pública su renuncia a la reforma del tribunal en tanto no se contara con un “exercito tan gruesso que con el se pueda poner y tener en freno no solo los vasallos pero los vecinos enemigos”. Para Gonzalo “este negocio no tiene medio y se ha de guiar para acertallo por uno de dos estremos”, es decir, la fuerza o la renuncia, mucho más cuando la situación se hizo más delicada por la enfermedad del duque Emanuele Filiberto de Saboya y la posibilidad de una regencia de su mujer, la sospechosa de herejía Margarita de Valois, que llevó a Sessa a prever una eventual ocupación de las principales plazas del Piamonte. Entretanto, la presión de los grupos dirigentes lombardos —tanto seglares, temerosos de un reforzamiento excesivo del poder real que alterase el equilibrio institucional, como eclesiásticos, no menos celosos de sus propias atribuciones— hicieron que el proyecto inquisitorial dejara de contar con apoyos en la Corte pontificia y en el Concilio.

En noviembre de 1563, Felipe II expresó a Gonzalo su aprobación del modo en que había gestionado la crisis, aceptando todas sus propuestas, aunque con la reserva secreta de que volviese a intentar la ida del nuevo arzobispo de Salerno al frente de la Inquisición ordinaria. Esta última medida fue rechazada enérgicamente por el gobernador y el Rey debió, nuevamente, darle la razón. Sessa pudo confirmar otra vez a los milaneses que la Inquisición española no sería instaurada en el estado lombardo, aunque instando “ciascuno a farla da se stesso in casa sua” en una suerte de interiorización extrema de la disciplina religiosa propugnada por la Reforma católica —cuya plasmación en las cláusulas conciliares se apresuró a publicar Sessa solemnemente en Milán— y por los jesuitas, de los que Gonzalo, junto a sus amigos de la Corte como don Juan y Éboli, era ferviente partidario. Se trató en realidad de una despedida del duque de su gobierno milanés, ya que su relevo se había decidido, como respuesta a sus reiteradas peticiones de volver a atender sus estados y del interés regio por satisfacer a todas las facciones cortesanas con un nuevo relevo entre grandes de España que, sin embargo, debía garantizar la continuidad de la política de prudencia desarrollada por Gonzalo Fernández de Córdoba. Tal es el sentido del nombramiento de su sucesor, el duque de Alburquerque, Gabriel de la Cueva, y de las instrucciones que el Rey le entregó en Monzón en enero de 1564.

El gobierno del duque de Sessa dejó un recuerdo de eficacia en la obra de Cabrera de Córdoba, que elogia su “valor y prudencia” para asentar “las cosas del Estado”, definiéndolo “prudente en los negocios graves, de ánimo firme y asegurado y gran secreto”. Ante todo, su hábil política clientelar había servido para hispanizar los altos cargos de la Administración y el Ejército, en un claro viraje respecto a la política seguida por sus antecesores italianos bajo Carlos V.

Esa habilidad no parece haberse plasmado, sin embargo, en la gestión de su patrimonio señorial. Sessa se veía agobiado por crecientes problemas económicos, a los que se sumaba una pérdida de apoyos en la Corte que en diciembre de 1563 llevó a Gonzalo Pérez a escribirle que debido a su pobreza sólo le restaba Ruy Gómez como amigo. Tras su regreso a España, el duque aspiró al cargo de mayordomo del príncipe don Carlos, con el que mantuvo estrecho contacto hasta su muerte —lo que alimentaría en historiadores posteriores la idea de su participación en las presuntas conspiraciones de éste—, pero el declive de la influencia del príncipe de Éboli en la Corte frenó sus aspiraciones hasta el estallido de la revuelta de los moriscos granadinos. En su célebre Guerra de Granada, Diego Hurtado de Mendoza se hizo eco de los maliciosos rumores que circulaban sobre las intrigas de Gonzalo, el cual, afirma, “después de haber dejado el gobierno del estado de Milán, conformando más su voluntad con la de sus émulos que con la del Rey, vivía en su casa libre de negocios aunque no de pretensiones”. El mismo autor reconocía, sin embargo, que el duque “fue llamado para consejo, y uno de los ministros de esta empresa [granadina] como quien había dado buena cuenta de las que en Lombardía tuvo a su cargo”. Lo cierto es que el fracaso de la política apaciguadora propugnada por el III marqués de Mondéjar, Íñigo López Hurtado de Mendoza, durante el tiempo que ocupó el puesto de capitán general de aquel reino —donde la casa de Mondéjar se hallaba instalada desde los tiempos de la conquista—, le enfrentó con don Juan de Austria, que lo relevó al mando de las operaciones en 1569 llevando como lugarteniente al III duque de Sessa, cargo en el que debió de pesar su arraigo en la capital del antiguo reino nazarí donde se había educado. Gonzalo desplegó una particular dureza, que le llevaría a defender la expulsión forzosa de los moriscos del Albaicín y la eliminación de sus cabecillas. En 1570, mientras don Juan dirigía la campaña en La Galera y Almería, el duque quedó al frente de las operaciones en las Alpujarras.

Enfermo de gota, la lentitud de sus desplazamientos fue criticada por sus adversarios en la Corte.

Tras el final de la guerra de Granada, Gonzalo siguió reclamando la concesión de un oficio cortesano de alto rango, como la presidencia del Consejo de Italia y una plaza en el Consejo de Estado y Guerra, en el que finalmente acabó entrando el 15 de enero de 1571. Fue elegido de nuevo lugarteniente general de don Juan de Austria, en sustitución de Luis de Requesens, y como tal tomó parte en la campaña de Lepanto, en la que sirvió a sus órdenes Miguel de Cervantes. Su intervención en esa jornada legendaria, fruto de sus relaciones de facción y su experiencia militar más que de sus dotes para la guerra naval, no ha sido aún estudiada pero debió de facilitar el que Gonzalo viera compensadas sus angustias patrimoniales al suceder al duque de Somma Fernando Folch de Cardona —tras la muerte de éste— en el oficio de gran almirante del reino de Nápoles. A esa ciudad marchó a mediados de 1572, y permaneció seis años en ella y en diversas campañas mediterráneas —como la de Túnez—, mientras mantenía un estrecho contacto en la Corte con el secretario Antonio Pérez, cuyas oscilaciones faccionales repercutieron negativamente en sus quebrantados intereses patrimoniales. Especial gravedad revistió su enfrentamiento con el citado marqués de Mondéjar que, tras ser nombrado virrey de Nápoles, abandonó la tradicional amistad de su linaje con la facción de Ruy Gómez y se aproximó a los rivales Toledo. Sessa se vio obligado a protestar ante el Rey en 1577 por la hostilidad demostrada hacia él por Mondéjar que, en su oficio de virrey, se oponía sistemáticamente a sus reivindicaciones jurisdiccionales como almirante de Nápoles. A mediados de 1578, Gonzalo regresó a Madrid, donde murió, sin herederos directos, el 3 de diciembre de ese año. Días después, gran parte de sus bienes fueron subastados para hacer frente a las numerosas deudas acumuladas por su ya mítica liberalidad.

La afición a las letras, iniciada por el Gran Capitán y continuada por el II duque de Sessa, culminó en Gonzalo —”uno de los mayores entendimientos de España”, según Antonio Pérez— que, además de escribir poemas —al parecer recopilados por su amigo Juan de Austria, que supuestamente los perdió en uno de sus viajes—, cultivó un intenso mecenazgo, hasta convertirse en uno de los principales protectores de escritores en la España y en la Italia de su tiempo.

Paolo Giovio, Luigi Tansillo, Ascanio Centorio, Giuliano Gosellini, Filippo Zaffiri, Giovanni Toso, Gutierre de Cetina, Alfonso de Ulloa o Juan de la Vega le dedicaron poemas y otras obras donde fue recurrente la apelación al ejemplo de su abuelo y homónimo, el conquistador de Nápoles, como modelo de unas virtudes aristocráticas cristalizadas en la liberalidad del III duque de Sessa. A él se debieron, a mediados de siglo, las más decisivas iniciativas para difundir la imagen heroica de su abuelo. Coincidiendo con la estancia del duque en su feudo napolitano de Sessa, en 1549 Paolo Giovio publicó en Florencia su Vita del Gran Capitán, traducida al italiano al año siguiente por Ludovico Domenichi. Asimismo, en esas fechas el duque encargó al taller del principal escultor del momento en Nápoles, Giovanni da Nola, un gigantesco trofeo all’antica, conmemorativo de la batalla de Garellano —hoy conservado en el Museo de Capua—, para el que el mismo Giovio realizó la inscripción latina, junto a las de otros monumentos alzados en la capilla familiar de Santa Maria la Nuova. Mientras poetas como Luigi Tansillo dedicaban diversas composiciones a la gloria revivida por el nieto del primer y gran Gonzalo, los restos de éste eran trasladados definitivamente al sepulcro granadino de San Jerónimo, lo que fue completado por su nieto, que en 1550 hizo llevar también allí, desde Italia, los cuerpos de sus padres, los segundos duques Sessa.

Especial coherencia y brillantez revistió su labor de mecenas durante su etapa de gobernador de Milán, en la que desarrolló una amplia política cultural protagonizada por el citado Gosellini, además de por otros de los más destacados autores lombardos, como Bartolomeo Taegio y Marc’Antonio Bossi, al tiempo que impulsaba las actividades de la academia de los Affidati en Pavía. Paralelamente, llamó a Milán a Tiziano y, ante las excusas del pintor veneciano, consiguió de éste y de su hijo Orazio, en 1559, catorce cuadros, entre ellos un retrato del duque, de cuerpo entero, obra de Orazio. El orfebre milanés Annibale Fontana realizó para él también una famosa medalla de bronce donde la efigie del duque se asociaba a las victorias del Gran Capitán. El gusto clasicista que atestigua su coleccionismo de obras de arte, aún poco conocido, lo llevó a regalar a Felipe II una imagen de san Lorenzo encontrada en Roma.

De la amplitud de sus intereses intelectuales da idea la relación de los cincuenta libros —una pequeña parte de la que debió de ser nutrida biblioteca— subastados a su muerte en Madrid, entre tapices, cuadros, ropas y muebles tan ricos como variados. Allí figuraban desde libros de devoción, como las obras de fray Luis de Granada, hasta obras de historia de Illescas o Zurita, pasando por los inevitables autores clásicos y una selecta representación de los temas de actualidad italiana que condicionaron su trayectoria política, entre ellos una sátira del virrey de Nápoles Pedro de Toledo —obra de Giovanni Battista Pino— y una biografía del anterior gobernador de Milán Ferrante Gonzaga, seguramente la escrita por Giuliano Gosellini. Si la primera de estas obras remitía a la enemistad con el linaje de los Toledo que ensombreció la gestión de los extensos intereses napolitanos heredados de su abuelo, la segunda reflejaba la atracción por el polémico modelo que condicionó el gobierno de Gonzalo de Córdoba en tierras lombardas. Fue entonces cuando alcanzó la plenitud de un cursus honorum en el que los desiguales éxitos deparados por el ejercicio de las armas no pudieron alcanzar el brillo cortesano de su activo diálogo con las letras, en el que el III duque de Sessa puede considerarse como uno de los más grandes mecenas del Renacimiento hispanoitaliano.

 

Bibl.: J. Sagredo de Molina, La Jornada de Çendal i de Montalvo y venida del Ilmo. Y Exmo. Señor Gª Fernández de Córdova, duque de Sessa, conde de Cabra y señor de la casa de Vaena, y todo lo a él subçedido en Italia siendo gobernador y capitán general en el Estado de Milán por su Mt., s. f. (Biblioteca Nacional de España, ms. 2834); A. de Santa Cruz, Crónica del emperador Carlos V, ed. de R. Beltrán y A. Blázquez, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención Militar, 1922-1925, 5 vols.; F. Nicolini, “Su Don Gonzalo Fernández de Córdoba, terzo duca di Sessa e di Andria (1520-1578)”, en Iapigia, vol. XI (1933), págs. 237-280 y vol. XII (1934), págs. 69-102; D. Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, ed., introd. y notas, B. Blanco-González, Madrid, Castalia, 1970; G. Marañón, Antonio Pérez, Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 143-147; L. Cabrera de Córdoba, Historia de Felipe II, Rey de España ed. de J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998, 3 vols.; S. Fernández Conti, “Fernández de Córdoba, Gonzalo (III duque de Sessa)”, en J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales (dirs.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998, pág. 373; M. Rivero Rodríguez, Felipe II y el Gobierno de Italia, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998; A. Álvarez-Ossorio Alvariño, “'Far cerimonie alla spagnola’: el duque de Sessa, gobernador del Estado de Milán (1558-1564)”, en E. Belenguer Cebriá, Felipe II y el Mediterráneo, vol. III, La Monarquía y los reinos, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, págs. 393-514; C. J. Hernando Sánchez, “‘Estar en nuestro lugar, representando nuestra propia persona’. El gobierno virreinal en Italia y la Corona de Aragón bajo Felipe II”, en E. Belenguer Cebriá (coord.), Felipe II y el Mediterráneo, vol. III, La Monarquía y los reinos, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, págs. 215-338; B. Agosti, F. Amirante y R. Naldi, “Su Paolo Giovio, don Gonzalo II de Córdoba duca di Sessa, Giovanni da Nola (tra lettere, epigrafia, scultura)”, en Prospettiva, n.º 103-104 (2001), págs. 47-76; A. Álvarez-Ossorio Alvariño, Milán y el legado de Felipe II. Gobernadores y corte provincial en la Lombardía de los Austrias, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001; M. C. Giannini, “Fra autonomia política e ortodossia religiosa: il tentativo d’introdurre l’Inquisizione ‘al modo di Spagna’ nello Stato di Milano (1558-1566)”, en Società e storia, n.º 91 (2001), págs. 79-134; C. J. Hernando Sánchez, “Las letras del héroe. El Gran Capitán y la cultura del Renacimiento”, en VV. AA., Córdoba, el Gran Capitán y su época, Córdoba, Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, Sección de Ciencias Históricas, 2003, págs. 217-256.

 

Carlos José Hernando Sánchez

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