Toledo Osorio, García de. Marqués de Villafranca (IV), duque de Ferrandina (I). Villafranca del Bierzo (León), 1514 – Nápoles (Italia), 31.V.1578. Virrey de Cataluña y de Sicilia, capitán general de la Mar, marino, militar y político bajo Carlos V y Felipe II.
Hijo segundo del virrey de Nápoles Pedro Álvarez de Toledo y de María Osorio Pimentel, II marqueses de Villafranca, García nació en Villafranca del Bierzo en 1514. Al igual que su hermano mayor Fadrique, fue dedicado a la carrera militar. Llegó a Nápoles poco después que su padre, coincidiendo con los preparativos para la jornada de Corón en la que, siguiendo una tradición caballeresca familiar, participó a pesar de su juventud. Desde de marzo de 1533 el virrey solicitó a Carlos V el mando de las cuatro galeras del Reino, oficio que ya habían ocupado virreyes anteriores como Cardona o Lannoy y que ahora, según don Pedro, podría compartir su joven hijo García a fin de contrarrestar el poder de Andrea Doria, con el que se hallaba enfrentado por su política contra los barones napolitanos.
El virrey siguió insistiendo hasta que en 1535, con motivo de la campaña de Túnez, García logró el mando de las siete galeras reales de Nápoles en nombre de su padre, como Capitanio Generale y con un salario de 1200 ducados al mes, al tiempo que tenía “dos galeras suyas armadas y assentadas al regio servicio”. En la campaña dirigida en 1538 por Andrea Doria contra las costas griegas, dentro de la Liga Santa, participaron cinco galeras de Nápoles al mando de don García y, ese mismo año, en La Prevesa, el almirante genovés le asignó el flanco derecho de la armada de la Liga Santa.
Las campañas navales de don García se extendieron por el Egeo y todo el Mediterráneo central, como atestigua el poeta Luigi Tansillo que lo acompañó en viajes como el de 1540: “mentre io contemplo or Smirna, or Argo, or Troia,/ Or Samo, or Delo...”. Ese mismo año, sus naves estuvieron también en Berbería —donde logró las piezas arqueológicas que instalaría como trofeo en el jardín virreinal de Pozzuoli— y costearon Sicilia y el sur de Nápoles. La rapidez de movimientos de las diecisiete galeras dirigidas por don García en ese verano fue extrema. Tras pasar “da Reggio a Manfredonia”, se dirigieron “per la Dalmazia, d’uno in altro loco” y desde allí asaltaron el enclave turco de La Velona, en el estrecho de Otranto. En 1541, antes de la fallida ofensiva imperial contra Argel, volvieron a recorrer el Norte de África en diversas operaciones de saqueo y llegaron a ocupar Monastir y otros puertos al sur de Túnez.
Esa carrera naval permitió a García reunir cierta fortuna personal y un notable prestigio. En 1544 poseía una casa propia en Nápoles. Su intervención en la política del Reino se refleja en las misiones de confianza que su padre le encargó ante la Corte imperial y a una de las cuales se debió su estancia en Bruselas en dicho año.
Fue entonces cuando, por un pleito galante, se le acusó de intentar asesinar al duque de Ferrandina, un barón napolitano del linaje Castriota. La reacción del Emperador fue inmediata pese a que el duque salió ileso. Don García había sido armado caballero de Alcántara, seguramente antes de partir hacia Nápoles y más tarde había alcanzado el grado de comendador mayor, del que ahora fue despojado, mientras se abría un proceso en el Consejo de Órdenes. Durante casi dos años permaneció confinado en Madrid, mientras la red de los Toledo trataba de obtener su perdón. El 23 de agosto de 1546 el príncipe Felipe, regente de España, escribió al Emperador en su favor. A esta petición se unió la del duque de Alba al término de la batalla de Mühlberg. Gracias a esos valedores García pudo volver a Nápoles y retomar su carrera militar. En 1546 el propio Emperador intervino para que se le pagara el sueldo atrasado de 14.000 ducados y en 1548 se le encargó de transportar parte del cortejo del príncipe Felipe de Barcelona a Génova.
Dos años después García tomó parte en la conquista de la plaza de África o Mahdia, base del corsario Dragut.
En la inicial conquista de la pequeña plaza de Monastir destacó por su valor. Su protagonismo aumentó en la subsiguiente toma de África, ya que las dificultades del asalto a la roca donde se alzaba la ciudad le obligaron a pedir a su padre sucesivos refuerzos de hombres, armas y municiones, concedidos con celeridad, en abierto contraste con las reticencias mostradas ante las demandas similares de los otros generales. García, bajo el mando del virrey de Sicilia Juan de Vega, dirigió con éste el ataque por tierra, mientras Andrea Doria lo hizo por mar, en una operación caracterizada por las innovaciones técnicas gracias a la presencia de ingenieros como Andrónico de Spinosa, médicos como Leonardo Fioravanti o el propio García, autor de un ingenioso método para reforzar las baterías navales mediante una plataforma construida sobre el puente de dos galeras e inspirada en la que, con fines teatrales, se había alzado años antes en el puerto de Mesina para una representación de la farsa I due Pellegrini de Tansillo. Tras casi tres meses de asedio, la victoria (septiembre de 1550) fue utilizada para mejorar la imagen virreinal, deteriorada tras la revuelta napolitana de 1547. A su regreso a Nápoles García tuvo un recibimiento triunfal. La ciudad le regaló un lujoso collar de oro con escenas esculpidas sobre la campaña, según una iconografía narrativa diseñada por Tansillo, que cantó la gesta en varios de sus poemas donde resurgían los tópicos de la cruzada y las alegorías clásicas ya asociadas a la campaña de Túnez, esta vez en honor de “García Africano”, así como por Nicolò Terminio en su Trofeo Toletano. A su vez, el capitán Pedro de Salazar recibió el encargo de narrar los hechos en un volumen publicado por el virrey y enviado al Emperador, mientras otras crónicas y romances difundían la hazaña en España.
Desde entonces la relevancia política del segundo hijo del virrey parece haber ido en aumento: con el primogénito, Fadrique, casi recluido en Villafranca y sin descendencia, y el tercer hijo, Luis, dedicado a las letras y la carrera eclesiástica —que más tarde abandonaría—, García se presentaba como el sucesor de la ambiciosa estrategia familiar. Por ello era urgente un matrimonio ventajoso. La novia elegida pertenecía a uno de los linajes más antiguos de Italia, que era el más sólido sostén de la política hispano-imperial, los Colonna. Se trataba de Vittoria —sobrina de su homónima, la gran poetisa—, hija de Ascanio —duque de Tagliacozzo y gran condestable del Reino de Nápoles— y de Juana de Aragón. Las capitulaciones se firmaron a finales de 1551 entre Ascanio y el propio García. Se establecía la entrega por los Colonna de 50.000 escudos de dote, a pagar en tres años y la renuncia de la novia al resto de su herencia. Sin embargo, las negociaciones sobre el pago de la dote durarían varios años, dando lugar a una polémica que requeriría la intervención de la Corona, ya muerto don Pedro. El 17 de febrero de 1552, desde Innsbruck, Carlos V envió al virrey su consentimiento, nombrándolo su representante en la ceremonia, que se celebró poco después en Nápoles. García seguía así los pasos de sus hermanas, que habían enlazado con los Médicis florentinos y los Spinelli napolitanos. Los Colonna podían facilitar al virrey el apoyo de sus extensísimas posesiones, estratégicamente situadas en los confines romano-napolitanos, así como un poderoso grupo de presión en la capital pontificia. Al mismo tiempo, el virrey promocionó a García en instituciones como el Parlamento del Reino, reforzando su inserción entre los grupos dirigentes de la capital al hacer que fuera admitido en uno de los influyentes seggi o plazas de la nobleza. En 1552 García participó en el Parlamento en calidad de síndico de la ciudad de Nápoles, como miembro del seggio de Montagna, y leyó la aceptación del donativo de 800.000 ducados requerido por el virrey.
En el testamento firmado por éste en Pozzuoli el 8 de enero de 1552 dejaba a García —que ya poseía la villa suburbana de Chiaia y otro palacio cerca de Castel Nuovo, en la via Della Incoronata— sus villas de Pozzuoli y “Campillones”, con la condición de no venderlos ni dividirlos nunca. Sin embargo, ese mismo año García —que volvió a viajar a la Corte imperial como emisario de su padre— alegó problemas de salud para abandonar el mando de las galeras de Nápoles. Aunque siguió manteniendo dos galeras de su propiedad, su rivalidad con Andrea Doria y las dificultades del gobierno de las galeras —que en 1550 suscitaron el rumor de que sería procesado por presunta corrupción en los pagos de los remeros— quedaron reflejados en escritos como el Discurso sobre los inconvenientes que tienen cargos de generales de galeras, que redactó con motivo de su renuncia. En ésta pudieron pesar también las mayores perspectivas que ofrecía la campaña contra la rebelde república de Siena, en la que iba a participar gracias al cargo de coronel general de la Infantería española del Reino de Nápoles que le concedió el Emperador al dejar la dirección de la flota.
En los preparativos para la guerra de Siena los hijos del virrey desempeñaron un importante papel, diplomático en el caso de Luis y militar en el de García, quien habría presionado para que la empresa fuera dirigida por su padre. A principios de diciembre de 1552 Luis de Toledo —que sería nombrado lugarteniente general de Nápoles— consiguió que el Papa permitiera el paso de las tropas por su territorio. A principios de enero de 1553, mientras el virrey embarcaba en las galeras de Andrea Doria hacia las costas toscanas, García partió por tierra con el grueso del ejército, formado por ocho mil infantes italianos, dos mil españoles y mil quinientos caballos. El papa Julio III, que había autorizado a su sobrino Ascanio della Cornia reclutar a un gran número de mercenarios para la campaña, prestó la asistencia necesaria al paso de las tropas, aunque, vivo aún el recuerdo del Saco, hizo que Camillo Orsini reforzara las murallas de la capital.
Para evitar susceptibilidades, García entró sólo en Roma a fin de reclamar mayor colaboración pontificia.
Poco después se unió con las tropas enviadas desde Milán por Ferrante Gonzaga y con las compañías de della Cornia, para dirigirse hacia la frontera de Siena.
El 21 de febrero don Pedro, un día antes de morir en Florencia, nombró a García general de la campaña.
El virrey ordenó a su secretario Jerónimo de Insausti que marchara a la Corte para llevar al Monarca su última carta, en la que le rogaba que velara por su casa y, sobre todo, por García, para quien sugería la conveniencia de que lo sucediera. Por su parte, el duque de Florencia Comse I propondría poco después al César que su cuñado García fuera nombrado gobernador de Milán. Mientras, García había llevado a Florencia a su mujer, Vittoria Colonna, quien, unos días antes de la muerte del virrey, dio a luz en la ciudad de los Médicis a su hija Leonor, así llamada en honor de su tía la duquesa, que actuó como madrina en el bautizo.
A mediados de abril de 1553 García creía aún en ganar pronto la guerra. Pero la gestión familiar de la campaña se vio desbordada por sus adversarios en la Corte imperial, que criticaron la tardanza en tomar la plaza de Montalcino, donde se habían concentrado las fuerzas franco-sienesas. En esa situación, Carlos V ordenó que el ejército regresara al Reino de Nápoles, amenazado por un posible ataque turco y nombró nuevo general a Juan Manrique de Lara, notorio enemigo de los Toledo.
García, que intentó evitar la retirada, comunicó a finales de mayo al príncipe Felipe su desacuerdo con la decisión imperial, así como con el nombramiento del cardenal Pedro Pacheco —antiguo adversario de los Toledo— como virrey de Nápoles, que venía a prolongar en su hermano la humillación infringida a él mismo al privársele de su alto mando militar, por lo que rechazaba volver al Reino para servir como simple coronel a las órdenes de Pacheco y defendía la necesidad de actuar de forma conjunta con Cosme de Médicis.
Entre los numerosos adversarios de los Toledo destacaban los barones napolitanos que desde 1535 habían mantenido una oposición férrea a la política de don Pedro, como los Ávalos —representados por la marquesa viuda del Vasto, María de Aragón— o el propio Andrea Doria, así como los enemigos de la casa de Alba en la Corte, agrupados en torno al grupo de Ruy Gómez de Silva y los Mendoza. Con su respaldo, Pacheco ordenó incautar todos los bienes muebles del virrey anterior e intervino en la crisis familiar que afectaba a los Colonna. La prisión de Ascanio Colonna, acusado de traición, fue otra afrenta para su yerno García de Toledo, quien además vería obstaculizado el cobro de la dote de su mujer, que aún le debía Ascanio, ya que, al estar arrestado, Pacheco impidió a éste disponer de sus bienes, atendiendo a los requerimientos de su hijo Marcantonio.
La reacción de García se vio frenada por su precaria posición en la Corte tras su fracaso en Siena, que le valió incluso ciertas recriminaciones de Cosme de Médicis, en coincidencia, por otro lado, con la disminución del prestigio del duque de Alba tras el fracaso del sitio de Metz. A finales de 1553 García marchó a Flandes para rendir cuentas de la campaña toscana y desde allí —junto al duque de Alba, mayordomo mayor— acompañó a Inglaterra al príncipe Felipe, nombrado en 1554 Rey de Nápoles, para casarse con María Tudor. En Londres, García consiguió que Felipe revocara las medidas de Pacheco contra los Toledo, anulando en 1555 la incautación de los bienes de don Pedro al tiempo que permitía a Ascanio disponer de sus propiedades para pagar la dote de Vittoria Colonna.
Una vez detenidas las amenazas más graves que pesaban sobre su patrimonio, García se esforzó por relanzar la estrategia de su linaje en Nápoles con el apoyo del duque de Alba en la Corte. En la complicada trama que decidió el envío de éste a Italia en 1555 como nuevo virrey de Nápoles, gobernador de Milán y capitán general de las tropas, Alba actuó en gran medida en función de los intereses italianos de su familia. Tras organizar la defensa de Milán y el valle del Po, el duque entró en Nápoles a principios de 1556. García había vuelto a Italia el año anterior para colaborar con la flota de Andrea Doria en el ataque a las costas sienesas y, poco después, se había unido al ejército de Alba en Lombardía, desde donde volvió con él a Nápoles. Durante los meses siguientes, presididos por la resistencia frente a la invasión francesa dirigida por el duque de Guisa y la campaña en los Estados Pontificios para apoyar a los Colonna contra el papa Pablo IV Carafa, García supervisó las defensas napolitanas como general de la Infantería española y, en marzo de 1557, fue nombrado por Alba lugarteniente general, mientras un pariente de su mujer, Vespasiano Gonzaga Colonna, duque de Sabionetta, dirigía la Infantería italiana. El éxito de la gestión de García en esta empresa contribuyó a restaurar el prestigio perdido durante la campaña de Siena y consolidó su posición tanto en la Corte, donde Granvela era uno de sus más firmes apoyos, como en Nápoles, donde permaneció durante todo el mandato de Alba. Al igual que en vida de su padre, García volvió a intervenir en las asambleas del Reino en defensa de las exigencias de la Corona. En abril de 1556 fue uno de los dos representantes de su seggio en el Parlamento, nuevamente cargado de exigencias militares y fiscales. Mientras rechazaba otros encargos militares en Italia, aunque fuera a instancia de su cuñado Cosme de Médicis, García, que ya era comendador de Lares, en la Orden de Alcántara, mudó de hábito en 1556 e ingresó en la Orden de Santiago, más vinculada a su linaje y donde en abril de 1558 el Rey le concedería la encomienda de Azuaga que habían disfrutado su padre y su hermano mayor.
La Guerra Carafesca de 1556-1557 había revitalizado las posiciones de los Toledo en Italia, demostrando una vez más la utilidad de sus influencias en Roma, Florencia y Nápoles. En este sentido, García debía beneficiarse también del crédito del linaje en la Corte, como se pondría de manifiesto en ocasión del relevo del duque de Alba en Italia. Este supuso una reorganización en los altos cargos de los principales territorios mediterráneos de la Monarquía, cuyas afinidades estratégicas exigían criterios y medios de gobierno similares a los desarrollados en Nápoles. En esta promoción de pro reges Felipe II, con los trueques de cargos habituales, quiso mantener cierto equilibrio entre los linajes, ya que el duque de Sessa —Gonzalo Fernández de Córdoba, aliado de Ruy Gómez— iría como gobernador a Milán, el nuevo duque de Alcalá, Pedro Afán de Ribera —otro ebolista—, hasta entonces al frente de Cataluña, sería nombrado virrey de Nápoles, mientras que García le sucedería como Lloctinent General de Cataluña. Este nombramiento, fechado el 25 de abril de 1558 y acompañado de minuciosas instrucciones de la princesa Juana, regente de España, era un triunfo para el segundón de Pedro de Toledo, que empezaría a ejercer su nuevo cargo tras jurar las leyes del Principado el 25 de agosto del mismo año en Gerona, donde se habían trasladado el anterior Lloctinent y la Audiencia, a causa de la peste que asolaba Barcelona.
Durante los seis años de su gobierno catalán García —que empezó en una confusa situación legal por las reticencias catalanas a la forma en que se produjo la sucesión de Carlos V por Felipe II y vio suspendido su mandato durante unos meses tras la muerte del Emperador— tuvo que afrontar los problemas endémicos del bandolerismo —la primera preocupación de la Corte, según las instrucciones de la regente— y la presión turca y berberisca en las costas —que intentó combatir con el impulso a la construcción de galeras en las Atarazanas de Barcelona—, así como la amenaza representada por la difusión del protestantismo en los Pirineos franceses y el inicio de las guerras de religión en el país vecino, lo que no impidió que surgieran fuertes discrepancias entre el Lloctinent y la Inquisición. Asimismo y a pesar de las declaraciones de García de respeto al sistema foral, los conflictos con las autoridades locales, de índole legal y protocolaria —como el suscitado cuando Vittoria Colonna, que moriría en Barcelona en agosto de 1563, se situó junto al altar mayor de la Catedral en una celebración religiosa—, dieron lugar a denuncias casi constantes por la presunta vulneración de los privilegios de la tierra, especialmente a causa de los alojamientos militares en el Rosellón y a las pragmáticas virreinales sobre fortificación, otra de las preocupaciones centrales de García de acuerdo con su experiencia napolitana.
La visita de Felipe II al Principado y las Cortes presididas por el Monarca en 1563-1564 brindaron la ocasión para que, ante otra ofensiva turca, el Rey concediera a García, el 10 de febrero de ese último año, el cargo con el que debía culminar su carrera, “Capitán General de la Mar”, que había desempeñando hasta su muerte en 1560 el antiguo adversario de los Toledo, Andrea Doria. De esa forma se recompensaban los méritos de quien era considerado el mejor marino español del Mediterráneo con un oficio que, además de haber sido pensado por el Monarca para su hermano Juan de Austria, también ambicionaba Juan de Mendoza. Sin embargo, García —cuyos agentes en la Corte, González de Vera y el prior Antonio de Toledo, ya habían hecho valer su deseo de tal oficio desde 1561, así como su insatisfacción con el gobierno catalán— no vio satisfechas aún sus expectativas y dirigiría poco después a los secretarios de Felipe II un conocido Discurso sobre la conveniencia de unir “el cargo del Reino de Sicilia con el de la Mar”.
El prestigio de García, reforzado tras su gestión en Cataluña y la conquista del Peñón de Vélez de la Gomera en agosto de1564, así como por la influencia de Alba en la Corte, determinarían poco después el ambicionado nombramiento de virrey de Sicilia. Encontraba así su sanción oficial todo un sistema de intereses familiares y políticos, con una concepción estratégica propia sobre la defensa del Mediterráneo, centrada en la autonomía de los recursos reales frente a la “condotta” de los Doria. Pero, al mismo tiempo, las tensiones y las dificultades técnicas que el propio don García reflejó en sus abundantes cartas y memoriales de esta época —plagados de proyectos para mejorar y racionalizar el potencial naval de la Monarquía en España e Italia— atestiguan la persistencia de contradicciones e insuficiencias inherentes al propio sistema y presentes ya en su experiencia al frente de las galeras de Nápoles.
Nombrado virrey el 7 de octubre de 1564, García —sustituido en Cataluña por el suegro de Ruy Gómez, Diego Hurtado de Mendoza, duque de Francavilla— llegó a Mesina el 2 de marzo de 1565 y a Palermo el 22 de abril. La lucha contra la corrupción entre los oficiales de la flota y la enérgica imposición de la justicia —con severas penas contra la delincuencia— suscitaron desde el principio fuertes críticas de influyentes sectores locales, en contraste con la cesión ante éstos que había caracterizado a su predecesor, el ebolista duque de Medinaceli.
Con todo, el gobierno de García se centró en la defensa de las costas y en la reforma urbanística de Palermo, la mayor de una ciudad europea en su tiempo después de la realizada en Nápoles por su padre, cuyos criterios siguió en la ampliación de la calle principal, el Cassaro, con una nueva vía rectilínea —llamada de Toledo, al igual que en Nápoles— que comunicaba el puerto con el palacio virreinal, también reformado según criterios clasicistas, mientras ampliaba las murallas, impulsaba la compra por el Senado municipal de una gran fuente procedente del jardín florentino de su hermano Luis de Toledo —obra de Francesco Camilliani— para instalarla en el centro de la ciudad y planeaba la construcción de un nuevo puerto. Todo ello expresaba la preferencia del virrey por la capital frente a la rival Mesina —con la que mantuvo fuertes desavenencias, sobre todo por la imposición de una nueva tasa sobre la seda, principal riqueza de esta ciudad—, así como su designio de convertir el puerto palermitano en el centro de su ambiciosa estrategia mediterránea.Los espléndidos resultados de la política naval desarrollada por García en Cataluña culminaron en Sicilia, al convertir a esta isla en un gran arsenal y almacén, como vio Braudel. La prueba de fuego de esos planteamientos supondría una inflexión en la contraofensiva naval española frente a los turcos con el éxito de la defensa de Malta, dirigida en septiembre de 1565 por García tras salir de Siracusa en agosto al frente de más de setenta galeras. Con todo, el retraso del socorro —fruto de las dudas de Felipe II— empañó la victoria. A ello se sumó la negativa de García a perseguir a la flota turca, que incrementó su enfrentamiento con el gran maestre Jean de la Valette, siempre sospechoso por su condición de francés. En octubre el virrey volvió a Sicilia y se consagró a fortificar sus principales puertos, como el de Augusta, al tiempo que planificaba la renovación de las defensas maltesas.
Llamado por sus ocupaciones militares, García se ausentaría del Reino entre marzo y mayo de 1566 y, de nuevo, entre octubre de ese año y mayo del siguiente, cuando marchó a Madrid dejando como presidente del Reino a Carlo d’Aragona, marqués de Terranova y cabeza de la facción nobiliaria que en la isla se enfrentaba a la dirigida por el marqués de La Favara, hermano del privado Ruy Gómez, al que, con todo, García intentaría aproximarse. Tras su regreso en junio de 1567, el virrey convocó un parlamento para obtener un nuevo donativo con destino a las fortificaciones costeras y el 27 de ese mismo mes delegó otra vez el gobierno en manos de Terranova para volver a la Corte a defenderse de las acusaciones vertidas por sus numerosos adversarios, entre los que figuraban los inquisidores, cuyas atribuciones en la isla intentó limitar en beneficio de la autoridad virreinal. Un nuevo cambio en la influencia de los bandos cortesanos determinó la pérdida de confianza de García ante el Rey, sobre todo tras la caída en desgracia de su valedor en la Corte, el secretario regio Eraso, a principios de 1566.
Tras el apoyo del Monarca al duque de Alcalá, virrey de Nápoles y miembro de la facción ebolista, en una disputa con García, éste —que ese año vigiló las costas napolitanas del Adriático— intentó defenderse de las múltiples críticas despertadas por su gestión, enviando a la Corte al protonotario Alfonso Ruyz. Ni esa misión ni sus propias visitas a la Corte impedirían su cese en Sicilia y su relevo por el marqués de Pescara y del Vasto, Francisco Fernando Ávalos de Aquino, hijo del que fuera gran adversario del virrey de Nápoles Pedro de Toledo, y que había mantenido la enemistad de su linaje, aliándose con la facción de Ruy Gómez en la Corte. Tras un nuevo viaje a España para defenderse a finales de junio de 1567, García, que se vería también sustituido como capitán general de la Mar por don Juan de Austria, se retiró a sus posesiones napolitanas, donde viviría hasta su muerte, con algunas estancias en Toscana y ejerciendo las funciones consultivas del cargo de consejero de Estado que, como compensación, le concedió el Rey en 1568.
La decisión final de García de retirarse a Nápoles, en lugar de a sus estados castellanos, refleja su identificación con el ámbito italiano. Si, en tal sentido, cabe hablar de una creciente italianización del linaje, similar a la de sus hermanos Luis y Leonor —cuyas inquietudes culturales compartió—, ese proceso no careció de contradicciones, ligadas al desarrollo patrimonial de la casa de Villafranca. Como declararía él mismo, su carrera de segundón era la de quien “con una espada y sin capa ha ganado de comer y llegado a ser gran señor. Y ha alcançado victorias contra turcos y moros”. Hasta 1569, cuando murió su hermano Fadrique, García careció de títulos españoles y, por lo tanto, tuvo que buscar en Nápoles el respaldo nobiliario imprescindible para su carrera política y militar.
En principio, contaba sólo con los bienes inmuebles adquiridos en la capital en la década de 1540 y las propiedades de Pozzuoli heredadas de don Pedro.
Dados los gastos de representación impuestos por su condición de general y las deudas dejadas por su padre, esas posesiones eran insuficientes. Pese a todo, García rechazó en 1553 la recomendación de Fadrique de vender las tierras de Pozzuoli, considerando que la mejor alternativa era adquirir nuevas propiedades que consolidasen su posición en Nápoles. Ello fue imposible durante el mandato del cardenal Pacheco, pero las circunstancias cambiaron con la llegada del duque de Alba. En virtud de la procura concedida por Felipe II al nuevo virrey para que pudiese vender feudos, Alba autorizó la compra por don García del territorio de Presentino, en la provincia de Capitanata, con una renta anual de 350 ducados, una suma mediana, que contrasta con los más de 42.000 ducados pagados por don García, en agosto de 1556. Para reunir esta cantidad, cuando aún estaba pendiente el pago de parte de las deudas de don Pedro y en un momento prebélico, García debió recurrir a la ayuda de su hermana Leonor, al igual que en otras ocasiones.
La adquisición de Presentino fue sólo el inicio de una política de promoción señorial y política.
Durante su mandato como virrey de Cataluña García siguió en continuo contacto con Nápoles a través de agentes como Diego de Cárdenas, un servidor culto, perteneciente a una de las muchas familias españolas arraigadas en Italia, que siempre escribe en italiano. Por su parte, el antiguo mayordomo del virrey Pedro de Toledo, Lope de Mardones, actuó como supervisor de sus intereses en el Reino. Sin embargo, ante la propuesta de éste de comprar los feudos de Montalvano y Ferrandina, que habían sido puestos en venta por la Regia Corte a buen precio, García respondió en marzo de 1563 comunicándole su intención de vender sus bienes napolitanos para instalarse en Castilla, decisión que abandonó quizás tras concederle el rey el 7 de febrero de 1564, durante su estancia en Barcelona, la creación de un mayorazgo con todos sus bienes, esencialmente italianos, a favor de su primogénito Pedro, que ampliaría al recibir el marquesado de Villafranca en 1569 y dejaría definitivamente instituido en 1573.
A lo largo de su etapa siciliana García permaneció largas estancias en Nápoles, Génova y Pisa por su oficio de capitán general de la Mar. De esa forma se estrecharon aún más sus relaciones con los Médicis y con la sociedad napolitana, sobre la que mantuvo cierta influencia, como demuestran sus frecuentes recomendaciones de antiguos criados o clientes y su atención a las fundaciones de su padre, en especial, la iglesia y hospital de San Giacomo degli Spagnuoli. Su deseo de engrandecimiento patrimonial cedió esta vez a la oportunidad de adquirir a buen precio los citados feudos de Montalvano y Ferrandina, a los que estaba asociado el título ducal y que Felipe II se mostraba dispuesto a facilitar para compensar la cuantiosa deuda acumulada por la Corona por los servicios de García. El proyecto de asentamiento en Castilla fue así abandonado y, cuando volvió a Nápoles desde Sicilia, García contaba con ostentar el título de duque que había pertenecido a los Castriota, con el último de los cuales protagonizó, casi treinta años antes, el enfrentamiento que le acarreó el proceso de su juventud.
Las tierras —finalmente compradas en 1569— constituían un extenso dominio feudal en la provincia de Basilicata, que le proporcionaría cuantiosas rentas y, sobre todo, la posibilidad de tratar en igualdad de condiciones con la más alta nobleza napolitana. También en 1569, cuando heredó el marquesado de Villafranca por la muerte de su hermano mayor, García pidió en vano a Felipe II que se le concediera la Grandeza y, para ello, recurrió a la mediación de don Juan de Austria, con el que mantenía estrecho contacto por su experiencia militar. El 3 de diciembre de 1571, desde Mesina, don Juan enviaría al ya anciano militar —desairado por no haber dirigido la jornada de Lepanto a la que contribuyó decisivamente con sus consejos desde Nápoles— un dictamen concertado con Granvela y el comendador mayor de Castilla sobre lo que debía tratarse en Roma acerca de la Liga. En los meses siguientes, desde Pisa y otros lugares de Toscana, García, cada vez más enfermo, siguió aconsejando a don Juan sobre todos los movimientos que debía seguir la flota. En mayo de ese año estaba de nuevo en Nápoles, adonde regresaría en diciembre tras una corta estancia en Génova, recomendando el incremento de la flota.
En cuanto a la política matrimonial, la estrategia de García se caracterizó por la continuidad de los intereses tradicionales de la familia. El 9 de junio de 1568 se firmaron en Florencia las capitulaciones matrimoniales entre Pedro de Médicis y la hija de García y Vittoria Colonna, Leonor de Toledo, nacida y criada en Florencia.
En ellas se declaraba el objetivo de “ritornare, acrescer’ e restabilir parentado”, así como el compromiso de García de entregar a plazos una dote de 40.000 escudos de oro, la mitad de los cuales debería reintegrársele en caso de que el matrimonio no tuviera hijos. En abril de 1571 se celebró la boda, a la que debió asistir el propio García, que ese año visitó Pisa durante una de sus frecuentes estancias para tomar las aguas en los baños de Corsena. El 19 de enero del año siguiente Cosme escribió a su cuñado, entonces nuevamente en Nápoles, para comunicarle que había concedido a su hijo Pedro la dirección de la flota toscana y solicitar que le instruyera en la navegación. Pero el matrimonio acabaría trágicamente al descubrir Pedro de Médicis el adulterio de su mujer y darle muerte en la villa de Cafaggiolo el 9 de junio de 1576, un crimen que tanto el nuevo duque de Florencia, Francisco I, como García de Toledo y el propio Felipe II aceptaron por cuestión de honor.
Una muestra de la colaboración entre las dos grandes ramas de los Toledo serían las tratativas que desde 1569 realizaron el duque de Alba y García para el matrimonio de sus hijos respectivos, Fadrique y María de Toledo, cuya formalización en 1578, sin el permiso preceptivo del Rey, causaría el último gran disgusto en la carrera del duque. A ello se unió la alianza con otros linajes castellanos a través de las hijas de García.
Juana casó con su primo Bernardino Pimentel, marqués de Távara; Inés lo hizo con Juan Pacheco, heredero del marquesado de Cerralvo, y Ana con Gómez Dávila, marqués de Velada, mientras que su hijo segundo, Antonio, tomó las órdenes y llegó a ser prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, donde había ilustres precedentes familiares. Finalmente, el primogénito, Pedro, contraería matrimonio con Elvira de Mendoza, hija de Íñigo López Hurtado de Mendoza, III marqués de Mondéjar y virrey de Nápoles entre 1575 y 1579, en virtud de las capitulaciones firmadas en esa ciudad el 7 de junio de 1576, en un intento de aproximación al antiguo linaje rival.
Cuando don García murió en su villa de Chiaia, el 31 de mayo de 1578, los objetivos del linaje se hallaban consolidados, pese a que los dos matrimonios de sus hijas, que debían garantizar la continuación de la alianza con los Médicis y los Alba, no tuvieran descendencia.
La herencia del virrey Pedro de Toledo en Italia no sólo se había mantenido intacta, sino que las adquisiciones de su hijo segundo habían formado un sólido patrimonio señorial, a caballo entre Nápoles y Castilla, cuyas rentas y títulos reforzarían la trayectoria de sus descendientes al servicio de la Monarquía.
Significativamente, el que fuera capitán general de la mar fue enterrado con un solemne funeral militar en el sepulcro clasicista encargado por su padre a Giovanni da Nola y que había permanecido vacío en la iglesia napolitana de Santiago de los Españoles.
García sería criticado por algunos autores italianos a causa de su presunta crueldad, que le habría llevado a descuartizar a un delincuente con cuatro galeras navegando en sentido opuesto como primera acción de gobierno en Sicilia. Sin embargo, sus abundantes escritos reflejan un talante muy distinto. En las Ordenanzas que dictó como capitán general de la mar en 1565 dio pruebas de una preocupación por las condiciones de vida de los galeotes que desbordaba el interés instrumental por la mano de obra, al prohibir los excesos en el trato y extremar el cuidado de los que quedaban inútiles pues, según declararía, “donde no ay charidad se caresce de la compasión que se debe tener con el enfermo”. El segundón del virrey Pedro de Toledo fue, sobre todo, un hombre de mar, donde según él mismo había crecido, como reflejaría la empresa que eligió, según Girolamo Ruscelli, una brújula con el lema A niunt’altra, cuya ambigüedad semántica permitía evocar a un tiempo asociaciones amorosas y navales en la trayectoria de quien se declaró admirador de Ariosto y mostró siempre su afición al mecenazgo. Por ello, no sorprende que en la obra de Giovanni Camerata, Questione dove si tratta chi meriti più honore o il soldato o il letterato (Bolonia, 1567), García fuera presentado como árbitro del tradicional debate entre las armas y las letras. Así lo confirmaría su inclusión entre los dedicatarios de la obra de Giano Pelusio, Ad proceres christianos cohortatio (Nápoles, 1567), de acuerdo con los ideales de cruzada actualizados por la defensa de Malta, además de los poemas laudatorios de que sería objeto por parte de autores como Giulio Cesare Caracciolo, Benedetto Varchi, Ludovico Paterno, Juan de la Vega, Francisco de Aldana, Bernardino Rota y, sobre todo, Luigi Tansillo, que lo acompañó en la mayoría de las campañas navales de su juventud como poeta áulico. El mismo García —cuya cultura y bilingüismo en español e italiano atestigua su correspondencia y a quien en 1556 Gonzalo Pérez envió a Nápoles su traducción de la Odisea— declararía en uno de sus retiros toscanos que pasaba el tiempo pintando y “viendo y oyendo leer, que ya no queda libro, de letras antiguas ni modernas, que no haya pasado por mi escuela”. Por ello también, siendo virrey de Sicilia respaldó en 1565 la fundación de una academia literaria en Palermo y, en octubre del año siguiente, de otra integrada por nobles del Reino para promover la formación y la práctica de los ejercicios tradicionales de la Caballería.
De hecho, García de Toledo fue uno de los máximos exponentes de la tecnificación del oficio militar, tanto en su vertiente marítima —donde sus numerosos escritos constituyen un auténtico corpus de arbitrismo naval— como terrestre, donde fue uno de los máximos expertos en fortificaciones de su tiempo. Así lo demuestra el hecho de que en 1552 su padre le encargara la inspección de las obras de fortificación de Capua y que él mismo dirigiría diversas labores de ingeniería militar durante la campaña de Siena en 1553, cuando contó con ingenieros tan destacados como Giambattista Bellucci y empleó en el sitio de Montalcino una complicada técnica de minas y artillería. Mas tarde, inspeccionaría las fortificaciones de Nola, Ariano y otros puntos del Reino como lugarteniente del duque de Alba contra la invasión francesa en 1557 y, en 1565 y 1566, supervisaría las fortificaciones de Malta y La Goleta, a las que envió al ingeniero Gabrio Cervelloni, además de asesorar sobre nuevos proyectos portuarios y de fortificaciones en Nápoles. Más cortesanas fueron sus aficiones artísticas, que le llevaron a importar de esculturas mitológicas de Camilliani y Perino da Vinci desde Florencia para sus jardines napolitanos, así como a encargar retratos familiares a pintores como Marco Pino da Siena, instalando en su villa napolitana de Chiaia una galería con su colección de antigüedades y cuadros, tanto de pintores italianos como flamencos. Con todo, esa intensa actividad cultural quedaría oscurecida por sus logros militares, consagrados por autores posteriores como Luis Vélez de Guevara, que escribiría El cerco del Peñón sobre la toma de Vélez de la Gomera.
Obras de ~: “Correspondencia entre Don García de Toledo Osorio, 4.º marqués de Villafranca y don Juan de Austria [...]”, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, vol. III, págs. 48 y ss.; Relación de servicios de D. García de Toledo, que en 30 años de vida marítima armó 92 galeras, muchas por sus manos; tomó el Peñón de Vélez, resistió al turco en Malta; fue Virrey de Cataluña; tomó 80 navíos a los turcos y por toda recompensa pide licencia para pasar a su hijo D. Pedro la Encomienda que el Emperador le dio en Monzón (Archivo y Biblioteca del Instituto Valencia de Don Juan, envío 18); Registro di lettere del 1566 e 1567, scritte in Napoli ed in Genova, mentre era assente dal nostro Regno (Biblioteca Comunale di Palermo, Ms. Qq E 16, n.º 41, fols. 254-274); Discurso sobre la conveniencia de unir el cargo del Reino de Sicilia con el de la Mar (Museo Naval de Madrid, Col. Navarrete, vol. XII, doc. 78, fols. 289 y ss.); “Carta de Don García de Toledo, que fué general de las galeras, a un amigo suyo que le pedía consejo si armaría galeras” (Real Academia de la Historia, 9-31-8/ 7159/ 12) (ed. en C. Fernández. Duro, La Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, vol. II, Madrid, 1895- 1897; ed. facs. Madrid, Museo Naval, 1972, págs. 409-415).
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Carlos José Hernando Sánchez