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Diego de Ordás

Biografía

Ordás, Diego de. Castroverde de Campos (León), 1480 – Océano Atlántico, 1532. Conquistador y explorador.

Las primeras noticias de este protagonista lo presentan ya en Indias, junto a sus hermanos Pedro, Francisca y Beatriz, acompañando en 1509 al gobernador Alonso de Ojeda en su fracasado periplo por el territorio de Urabá en la llamada Tierra Firme —actual Colombia—. En dicha empresa, Ordás estuvo presente en la derrota de Turbaco (febrero de 1510), donde el experimentado piloto y cartógrafo Juan de la Cosa y setenta de los trescientos españoles que viajaron con Ojeda, murieron a manos de los indios de la actual zona de Cartagena. Ese mismo año, embarcó hacia Cuba para participar junto a Diego Velázquez, hombre rico y poderoso natural de Cuéllar (Segovia) y uno de los vecinos originales de La Española, en la conquista y pacificación de la isla (1511). Junto a Velázquez, Ordás actuó en Cuba con hombres con los que poco después compartió destino, caso de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Bernal Díaz del Castillo o con personajes de la singularidad de Bartolomé de Las Casas que aún no había descubierto su verdadera vocación religiosa en defensa de los indios.

En una de las acciones de conquista en Cuba, Ordás se hizo célebre por abandonar en una ciénaga cerca de la actual bahía de Cochinos a su hermano Pedro, sobreviviendo éste al percance y provocando el distanciamiento entre ambos. Más tarde, éste acompañó a Pánfilo de Narváez en su fracasada misión de detener a Cortés —batalla de Cempoala acaecida el 28 de mayo de 1520 en la que Narváez perdió un ojo y quedó en manos de Cortés— y recuperar la empresa de conquista para el gobernador de Cuba Diego Velázquez.

En 1518 Ordás aparece ya como mayordomo mayor y hombre de confianza del propio Velázquez. Participó primero en la expedición de Juan de Grijalba (junio de 1518) que costeó la península de Y ucatán vislumbrando los límites del imperio azteca y, finalmente, se incorporó a la armada de Cortés, con la misión de que este último se ciñera a lo mandado por el gobernador de Cuba y no actuara al margen de su autoridad como finalmente acabaría sucediendo. Una de sus primeras misiones fue capitanear uno de los barcos de Cortés para ir a Jamaica en busca de provisiones para la armada (cazabe y tocinos), al mismo tiempo que éste se sacaba de encima temporalmente a un molesto observador. Tras reagruparse la armada cortesiana en la isla de Cozumel (1519), ésta se dirigió al río Grijalva, donde Ordás participó como capitán de Infantería “porque no era hombre de a caballo” (B. Díaz del Castillo, 1984: cap. CCVI), en la primera batalla continental contra indios de la provincia de Tabasco (marzo de 1519). En San Juan de Ulúa, donde Cortés recibió las primeras embajadas aztecas, se produjo el levantamiento para desobedecer las órdenes que traía de Velázquez.

Cortés fue nombrado capitán general y justicia mayor, a pesar de la contrariedad de Ordás y de los partidarios del bando velazquista, lo que provocó su detención temporal hasta que, aceptada la proclamación y su autoridad, fue liberado, ganándose progresivamente la confianza del capitán. Fundada la Villa Rica de la Vera Cruz (21 de abril de 1519) y camino de Tenochtitlán, la capital mexica, los conquistadores admiraron desde Tlaxcala —provincia enemiga de los mexica y aliada de los españoles— la actividad del volcán Popocatépetl (5235 m). Ordás demandó licencia a Cortés para subir a él con algunos indios y dos compañeros, llegando a la cumbre y divisando desde allí la gran ciudad de Tenochtitlán, lo que permitió a los españoles deducir el mejor camino para llegar a la capital mexica. La audacia y atrevimiento de Ordás le valieron para que, en 1523, la Corona le concediera escudo de armas donde aparece un volcán como blasón.

Entrados en la capital, Ordás, acompañado de otros capitanes y algunos soldados, acompañó a Cortés a entrevistarse por primera vez con el emperador Moctezuma (9 de noviembre de 1519), con el que llegó a establecer trato durante su cautiverio inicial. Durante el episodio de la “Noche Triste” en el que los españoles fueron expulsados inicialmente de la ciudad (30 de junio de 1520), Ordás formó parte de la vanguardia, recibiendo tres heridas y perdiendo por ello un dedo. Tras la victoria de Otumba (7 de julio de 1520) contra los aztecas perseguidores, Cortés le puso al mando de una de las tres compañías de españoles que participaron en la conquista de Tepeaca —municipio del actual estado de Puebla—. En octubre de 1520 regresó a España para dar cuenta de los sucesos acaecidos tras la “Noche Triste” y defender a Cortés, junto a Francisco de Montejo, contra las reclamaciones de Velázquez y las intrigas del arzobispo y poderoso amigo del gobernador de Cuba, Juan Rodríguez de Fonseca. Ejemplo de ello fue su detención temporal por los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla para responder de un contrabando de 110 marcos de perlas que se había traído de La Española y había vendido en la ciudad de Lisboa.

Aunque el viaje le impidió tomar parte en el asalto definitivo a Tenochtitlán, en Castilla se le reconocieron sus méritos nombrándole comendador de la Orden de Santiago (1522) y otorgándole el escudo de armas antes citado. Cumplida su labor y mientras nacía en España el Real y Supremo Consejo de Indias (1524), órgano rector de la política indiana, regresó a la Nueva España, ejerciendo de alcalde mayor de México y recibiendo ricas encomiendas en Teula, Huexotzingo —base de su fortuna personal, pues le rentaba 6000 pesos de oro— o Chiautla por los servicios prestados. Durante este año se le encargó la búsqueda de Cortés y la suerte que había corrido tras su expedición a Las Hibueras (Honduras), comisión de la cual volvió dando cuenta de su presunta aunque incierta muerte.

Mientras el nuevo México se organizaba y Cortés era nombrado marqués del Valle de Oaxaca, pero apartándole del gobierno político de los territorios conquistados, Ordás se embarcó de nuevo hacia España con la ambición de capitular con la Corona una expedición hacia su propia gloria. Pidió inicialmente licencia para explorar la zona del Río de la Plata, donde varios informes indicaban la existencia de grandes riquezas argentíferas, pero Ordás, heredero del escenario y riquezas mexicanas, aspiraba a más, otorgándosele finalmente una licencia (20 de mayo de 1530) para “conquystar y poblar las dichas tierras y provinçias que ay desde el dicho rio del Marañon hasta el cabo de la Vela, de la gobernaçión de los dichos alemanes, en que puede aver dozientas leguas de costa, poco más o menos” (M. del Vas Mingo, 1986: 270, doc. n.º 32; original de la capitulación en Archivo General de Indias, Indiferente General 416, l. III, fols. 1-4v.). Cinco meses después y conservando en la Nueva España todos sus bienes y posesiones, zarpó de Sanlúcar con cinco naves y cerca de seiscientos hombres, soldados, artesanos, labradores, la mayoría andaluces, dispuesto a explorar la región interior del Orinoco. Junto a él y como principales de la expedición aparecen el tesorero Jerónimo de Ortal, el contador Simón de Carriazo, el alcalde mayor González Dávila o el alguacil mayor Alonso de Herrera. Tras veintiséis días de navegación y llegar a la desembocadura del Marañón (Amazonas), el capitán general y gobernador buscó establecer una base desde donde poder llevar a cabo sus incursiones al interior, se aprovisionó en Trinidad y fundó en Tierra Firme la villa de San Miguel de Paria (14 de junio de 1531), donde se quedó cerca de cuatro meses recobrando fuerzas y construyendo bergantines para afrontar la aventura fluvial.

El 23 de junio, Ordás fue el primer europeo en remontar el Orinoco desde una de sus bocas en el delta. Su objetivo era llegar hasta su cabecera basándose, entre otras ideas, en la que asociaba la existencia de oro con el calor de la zona ecuatorial. La creencia de que los climas eran determinantes para la existencia de metales preciosos era una idea muy extendida en la época. Los metales, como las plantas, crecerían y abundarían más en las cálidas zonas interiores ecuatoriales. La penetración pronto se volvió penosa debido a lo pantanoso del delta, la falta de brisa que obligaba a remolcar las balsas contracorriente, el hambre por la falta de alimentos, las enfermedades y la hostilidad indígena. Envió a uno de sus capitanes, Juan González a explorar la Guayana y, aunque regresó con noticias esperanzadoras de una tierra poblada y con recursos, Ordás insistió en seguir río arriba. Llegaron a la confluencia con el Meta —frontera llanera actual entre Venezuela y Colombia—, donde los rápidos de Atures y Maipures junto a las bajas sufridas terminaron por frenar la expedición. Ordás regresó a la desembocadura del Orinoco no sin antes asegurarse, por informaciones indígenas, de la existencia de inmensas riquezas en el interior de las montañas donde, en una supuesta provincia del Meta, existiría un mundo paralelo en riquezas al conquistado por Cortés.

Ordás se retiró convencido de un éxito futuro en la empresa del Meta y porque con los escasos hombres que llevaba y las dificultades impuestas, le hubiera resultado imposible alcanzar su objetivo. Sin embargo, ya no pudo intentarlo de nuevo. Su proyecto de situarse en la zona de Cumaná —en la costa venezolana actual—, como nueva base de operaciones hacia el Meta, fracasó por la oposición de las autoridades de Cubagua —isla situada frente a la costa venezolana y conocida entonces como la isla de las Perlas por su gran industria perlífera—. Pedro Ortiz de Matienzo, conquistador, principal mercader de perlas avecindado en la isla y representante de los derechos de los habitantes de Cubagua, se opuso a la presencia de Ordás por temor a perder el monopolio de las perlas y el control de la zona litoral de la cual dependían para su subsistencia. Lo mandó encarcelar (abril de 1532) en la ciudad de Nueva Cádiz de Cubagua y finalmente lo remitió para ser enjuiciado por la Audiencia Real de Santo Domingo en La Española. Ésta le devolvió la libertad y Diego de Ordás, enfermo y debilitado, decidió regresar a España para recabar nuevos apoyos y ampliar su concesión a la zona cumanesa.

No consiguió su propósito porque murió el 22 de julio de 1532 en la travesía atlántica desde Santo Domingo hacia la Península, perdiéndose su cadáver en las profundas aguas oceánicas. Según el cronista fray Pedro de Aguado, Ortiz de Matienzo habría ordenado envenenarlo, teoría que no pudo nunca confirmarse. Tras su muerte, su tesorero y capitán Jerónimo de Ortal viajó a la Península para reclamar sus derechos como sucesor en la gobernación de Ordás. Aunque su capitulación (octubre de 1533) era mucho más modesta en objetivos, pronto acabó obsesionado con las riquezas del Meta. En 1535, Alonso de Herrera, alguacil mayor de Ordás y nuevo socio de Ortal, murió a manos de los indios tras remontar el Orinoco en su intento de descubrir para Ortal los secretos del país del Meta que Diego de Ordás no pudo desvelar.

Ordás, quien parece que no tuvo hijos legítimos, dejó como heredero a su sobrino Diego de Ordás Villagómez, hijo de su hermana Francisca y de Hernando de Villagómez, quien acabaría cediendo a la Corona, por recomendación del virrey Mendoza, la encomienda de Huexotzingo, manteniendo casa y apellido respetado en la Ciudad de México. El soldado y uno de los cronistas principales de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo retrató al que fue su capitán en los inicios de la empresa cortesiana: “Fue esforzado y de buenos consejos; era de buena estatura e membrudo, e tenía el rostro muy robusto e la barba algo prieta e no mucha; en la habla no acertaba bien a pronunciar algunas palabras, sino algo trabajoso; era franco e de buena conversación” (B. Díaz del Castillo, 1984: 449).

 

Bibl.: J. de Castellanos, Elegías de Varones Ilustres de Indias, Madrid, Atlas, 1944 (Biblioteca de Autores Españoles), elegía IX, págs. 80-87; F. Pérez Embid, Diego de Ordás, compañero de Cortés y explorador del Orinoco, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1950 (Biblioteca de Autores Españoles); C. García, Vida del comendador Diego de Ordaz, descubridor del Orinoco, México, Editorial Jus, 1952; G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Madrid, Atlas, 1959, parte II, lib. XXIV, caps. II-VII; D. Ramos, “Diego de Ordás opta por Paria: el motivo de su decisión”, en Boletín Americanista, n.os 10-18 (1962-1964), págs. 5-21; E. Otte, “Nueve cartas de Diego de Ordás”, en Historia Mexicana, vol. XIV (1964), págs. 53- 54; J. Hemming, En busca de El Dorado, Barcelona, Editorial Serbal, 1984; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de M. León-Portilla, Madrid, Historia 16, 1984, 2 vols.; M. del Vas Mingo, Las capitulaciones de Indias en el siglo xvi, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986, págs. 270-274; D. Ramos, El mito de El Dorado, Madrid, Colegio Universitario de Ediciones Istmo, 1988 (2.ª ed.); H. Thomas, La Conquista de México, Barcelona, Planeta, 1994.

 

Ricardo Piqueras Céspedes