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Francisco de Montejo

Biografía

Montejo, Francisco de. Salamanca, 1473-1479 – Sevilla, IX.1553. Conquistador, adelantado de Yucatán, gobernador de Tabasco, Honduras-Higueras y de Chiapas.

Perteneció a la baja nobleza castellana, al ser su familia de hidalgos pobres y sin privilegios. Parece probado que sus padres fueron Juan de Montejo y Catalina Álvarez de Tejeda, vecinos de Salamanca, quienes tuvieron, además de a Francisco, otros tres hijos: Juan, que viajaría también al Nuevo Mundo, Mencía y María, esta última madre de Francisco de Montejo, el Sobrino, que acabaría siendo un destacado protagonista de la conquista y colonización de Yucatán. De sus relaciones con Ana de León, miembro de una distinguida familia sevillana, tuvo Francisco de Montejo en 1507 o 1508 un hijo fuera de matrimonio. Legitimado como Francisco de Montejo, el Mozo, sería uno de los principales lugartenientes de su padre y quien realmente culminaría la conquista de Yucatán, al asumir su dirección en la etapa final.

Casi nada se conoce sobre la trayectoria vital de Francisco de Montejo hasta 1513-1514, cuando se unió en Sevilla a Pedrarias Dávila, que había sido nombrado gobernador de Castilla del Oro, la región ístmica del Darién (Panamá). Durante la preparación de su armada a Tierra Firme, Pedrarias lo eligió como oficial y lo envió, por delante de su expedición, a Santo Domingo con la misión de reclutar gente para la colonización del Darién. Sería para entonces, según Bernal Díaz del Castillo, de treinta y cinco años de edad. Más tarde, ya sirviendo en el istmo, Montejo dirigió como capitán, por mandato de Pedrarias, una campaña a la provincia de Zenú, en la región que más tarde sería Nueva Granada. Decepcionado por la política de Pedrarias en el Darién y, sobre todo, por ver que sus servicios no eran debidamente premiados, abandonó la región, junto con otros compañeros de aventura, y se dirigió en 1515 a Cuba para participar en la conquista de la isla que estaba llevando a cabo Diego de Velázquez. Su colaboración en las campañas de pacificación y en la fundación de La Habana fue reconocida por Velázquez con la concesión de encomiendas y de extensos terrenos para el establecimiento de haciendas, destacando entre éstas la estancia de Marién, cerca de La Habana.

Su ambición y buen sentido comercial le llevó a explotar rentablemente sus nuevas propiedades, pues no en balde, Bernal Díaz del Castillo le reconoció ser “hombre de negocios”, aunque también que “era franco y gastaba más de lo que tenía de renta”. Parece, sin embargo, que su propósito en Cuba fue enriquecerse para poder, llegado el momento, hacer carrera de forma independiente en la conquista de los nuevos territorios. Ello explica que, tras las noticias del descubrimiento en 1517 de las costas yucatecas por Francisco Hernández de Córdoba, no dudara Montejo en incorporarse en 1518 a la expedición de Juan de Grijalva, que tenía como fin comprobar las posibilidades de poblar y rescatar al máximo en esa zona.

La preparación de la empresa le exigió la inversión de una importante cantidad de dinero, al igual que a otros participantes en la misma, entre los que se contaban Alonso de Ávila (o Dávila), Pedro de Alvarado y Bernal Díaz del Castillo, todos ellos llamados a representar un destacado papel en la conquista del continente americano. Los resultados de esta travesía, tanto descubridores como económicos, fueron muy positivos, pues no sólo se logró conocer y entrar en contacto con una extensa zona de influencia no maya, es decir, todo el litoral occidental de la tierra firme bajo el dominio de Moctezuma, sino que, además, se consiguió reunir unos 20.000 pesos de oro en joyas y obsequios. Precisamente fue Francisco de Montejo, que comandaba uno de los cuatro navíos, el primer español que pisó tierras mexicanas y estableció relaciones amistosas con los naturales de la zona. También fue quien propuso a Grijalva la conveniencia de poblar los nuevos lugares, a pesar de que el objetivo del viaje era explorar y no colonizar.

Al año siguiente Francisco de Montejo se incorporó a la expedición de Hernán Cortés que en febrero de 1519 partió de Cuba, bajo el patrocinio de Diego de Velázquez, con el objetivo de afianzar todo lo descubierto en los viajes precedentes. También entonces tuvo bajo su mando uno de los navíos y compañía de soldados que integraban la expedición, desempeñando un importante papel en la batalla y victoria de Tabasco. Posteriormente, la experiencia adquirida en el viaje de Grijalva sirvió a Francisco de Montejo para ser nombrado por Cortés, tras arribar a San Juan de Ulúa, capitán de dos navíos que debían reconocer la costa hacia el Norte, hasta el Pánuco, en busca de un puerto más seguro y un sitio más salubre y adecuado para un asiento permanente. Montejo recomendó un lugar cercano donde se procedió a fundar Villa Rica de la Vera Cruz. Quizá por no ser de los incondicionales de Cortés, éste procuró ganárselo distinguiéndole con el cargo de alcalde en la nueva y primera institución municipal de las Indias.

Ya en el verano de 1519, Francisco de Montejo y el otro alcalde, Alonso Hernández Puertocarrero, fueron elegidos por Cortés y los vecinos fundadores de Villa Rica de la Vera Cruz como sus procuradores para viajar a España y exponer al rey los objetivos de Cortés y su derecho a la autoridad suprema en la nueva empresa, frente a las pretensiones del gobernador de Cuba. Para ello tenían como misión entregar al monarca, además de las primeras cartas e informes, el fabuloso tesoro de oro, plata, joyas y suntuosos plumeríos que habían obtenido del rescate con los indios y de los presentes enviados por Moctezuma.

En julio partieron de Veracruz rumbo a Castilla, llevando como piloto al experto Antón de Alaminos y con la consigna de no entrar en La Habana, ni tampoco acercarse a la estancia de Marién. Aunque, según Bernal Díaz, Cortés ya había dado a Francisco de Montejo 2.000 pesos “para tenerlo de su parte”, no parece que su confianza fuera absoluta, ya que recelaba que pudiera avisar a Velázquez de su viaje. A pesar de las órdenes recibidas, Montejo recaló en su estancia para surtirse de bastimentos y el gobernador de la isla acabó enterándose. Pero su intento de capturar el navío se vio frustrado por el acierto de Alaminos de tomar rumbo al norte, a través del canal de las Bahamas, que acabaría convirtiéndose en la ruta regular para el retorno a Castilla.

Una vez en España, Montejo sirvió fielmente la causa de Cortés hasta 1522 en que éste obtuvo el reconocimiento real. En 1523 regresó a las Indias y, aunque parece que durante su estancia en la Corte consiguió el cargo de regidor perpetuo de Veracruz y teniente de la fortaleza de San Juan de Ulúa, lo cierto es que se avecindó en México, consiguiendo que Cortés le otorgara, como premio a sus servicios, ricas encomiendas, entre ellas la de Atzcapotzalco. Pero en 1524 fue nuevamente comisionado por Cortés para defender los intereses de la colonia en la Corte. Para entonces Francisco de Montejo gozaba de gran prestigio y había acumulado una considerable riqueza, contando con extensas propiedades en Nueva España y Salamanca. Por tanto, en 1526 ya podía pensar en emprender su propia carrera y abordar una gran empresa de forma independiente.

Montejo centró su interés en Yucatán, creyendo todavía, como otros muchos, que era una isla. Extrañamente, esa zona había sido dejada al margen de la dinámica conquistadora y continuaba siendo un campo libre. Pero él, como capitán de Grijalva y Cortés, había recorrido sus costas y conocía el nivel de civilización de sus gentes. También había oído hablar de la existencia de grandes poblaciones en el interior y de su elevada cultura. Pensaba por ello que Yucatán podría ofrecer riquezas comparables a las de México.

Además, como “isla” estratégicamente situada entre las Indias Occidentales y Nueva España, gozaba de una magnífica situación para insertarse en la lucrativa corriente comercial que, sin duda, se establecería entre Castilla y sus colonias indianas.

Por ello no dudó en desplazarse a Granada, donde a la sazón residía Carlos V y la Corte, para exponer al monarca su proyecto de conquistar y colonizar Yucatán.

Francisco de Montejo obtuvo la aprobación real, consiguiendo las famosas Capitulaciones de 8 de diciembre de 1526. Por ellas se le otorgaba el privilegio exclusivo de continuar la exploración de “las islas de Yucatán y Cozumel” y de proceder a su conquista y colonización. Tal empresa debía llevarla a cabo a su costa, recibiendo como compensación el título de adelantado de Yucatán para él, sus herederos y sucesores a perpetuidad, los oficios vitalicios de gobernador y capitán general de la provincia y, por último, el cargo de alguacil mayor de Yucatán. Además de otras compensaciones económicas, a extraer de los previsibles ingresos devengados por el desarrollo de la colonización, se le autorizó a separar, como propiedad hereditaria, diez leguas cuadradas del territorio yucateco.

A partir de ese momento se dedicó a organizar en Sevilla su expedición. Para financiarla, vendió sus propiedades de Salamanca, solicitó préstamos y realizó una serie de operaciones a partir de rentas públicas anuales que la Corona le había concedido. Contó, además, con sumas de dinero adicionales que le proporcionó Beatriz de Herrera, una rica viuda con la que se relacionó en Sevilla y a la que pronto hizo su esposa. De dicha unión nació Catalina de Montejo, que quedó como hija legítima del adelantado, dado que el hijo habido anteriormente con Ana de León, Francisco de Montejo, el Mozo, aunque reconocido, no fue considerado como legítimo y no pudo por ello heredar los títulos y cargos de su padre.

En la preparación de su armada dispuso de la ayuda de Alonso de Ávila, su antiguo compañero en los viajes de Grijalva y Cortés, a quien designó como principal lugarteniente. Pudo, así, Montejo hacerse a la mar a fines de junio (no en mayo, como apuntan algunas fuentes) de 1527, anclando a fines de septiembre cerca de la isla de Cozumel. Comenzó entonces una aventura conquistadora que no finalizaría hasta principios de 1547, cuando la última rebelión maya fue sofocada.

Y es que subyugar Yucatán exigió más esfuerzo y años que otros territorios indianos, al combinarse la dura y prolongada resistencia que presentaron los múltiples cacicazgos en que estaban divididos los mayas, con la escasez de metales preciosos y la frustración de los españoles que confiaban en un enriquecimiento rápido que compensara sus sacrificios y vicisitudes.

La conquista de Yucatán tuvo tres fases perfectamente diferenciadas. La primera, de 1528-1529, estuvo centrada en la costa oriental, donde el adelantado fundó la villa de Salamanca, dedicándose también a la exploración de gran parte del noreste de Yucatán.

En la segunda, de 1530 a 1535, la entrada se hizo por occidente, por Tabasco y Acalán, pues Montejo, que había conseguido también en 1529 el gobierno de Tabasco tras una corta estancia en México, consideró que esta zona era excelente para un establecimiento permanente y con una ubicación muy ventajosa para proseguir la conquista. Sin embargo, esta fase fue un completo fracaso y terminó con la retirada temporal de los españoles. No obstante, en ambas etapas destacó Alonso de Ávila (o Dávila), pues fue quien recorrió y exploró gran parte de la península yucateca y quien se enfrentó a las más arduas batallas. Se demostró así que, tal como señala Chamberlain, su elección como lugarteniente había sido un acierto, pues ambos se complementaban muy bien, ya que Montejo, “aunque soldado capaz, era fundamentalmente más administrador que guerrero”, mientras que Dávila era “principalmente hombre de acción”. Por último, la tercera fase comenzó en 1540 y culminó en 1547, al alcanzarse el éxito final.

Ahora bien, conviene destacar que la retirada de los españoles a principios de 1535 dividió la conquista en dos partes distintas, en cuanto al papel desempeñado por el adelantado en la misma. Hasta 1535 los intentos de sojuzgar Yucatán fueron dirigidos por el propio Montejo, pero, tras el fracaso de la segunda entrada, abandonaría la provincia y no retornaría hasta 1546. Sería entonces su hijo, Francisco de Montejo, el Mozo, quien asumiría el mando y quien, junto a su primo, Francisco de Montejo, el Sobrino, y otros capitanes, acabaría realmente la conquista y colonización de Yucatán.

Y es que, tras su regreso a la ciudad de México y hasta 1546, Francisco de Montejo desempeñó diversos cargos como funcionario del rey. En 1535 fue nombrado gobernador de Honduras e Higueras, al unir el rey este territorio a Yucatán como unidad administrativa y fiscal. En 1539 permutó con Pedro de Alvarado el gobierno de Honduras-Higueras por el de Chiapas, aunque en 1542 tendría que reasumirlo por la muerte de Alvarado. A él le correspondió, por tanto, el mérito de conquistar y colonizar Higueras, un hecho que no siempre se le ha reconocido. Sin embargo, los diversos cambios administrativos ocurridos por este tiempo en Centroamérica, junto con la creación de la Audiencia de los Confines en 1544, representarían el fin de su gobierno en Chiapas y en Honduras-Higueras, al quedar estas provincias, junto con Guatemala y Nicaragua, bajo la jurisdicción de la nueva Audiencia. Se quebraba, así, el gran proyecto de Montejo de incluir dentro del Adelantamiento de Yucatán una amplia área jurisdiccional, que se extendía desde Yucatán y Tabasco, por el norte, hasta el Pacífico y la bahía de Fonseca, por el sur, incluyendo Honduras-Higueras y Chiapas.

Permaneció Montejo durante un tiempo en Gracias a Dios, sede inicial de la Audiencia de los Confines, ya que por entonces su hija Catalina se casó con Alonso Maldonado, presidente de dicha Audiencia y natural también de Salamanca. Pudo así presentar su juicio de residencia por su gobierno de Honduras-Higueras y, después, ya en Chiapas, por el de esta provincia y también otro inicial por Yucatán y Tabasco.

Por todo ello, el adelantado no regresó a Yucatán hasta fines de 1546. Acompañado de su esposa Beatriz, parece que llegó a Campeche justo cuando estalló la gran rebelión de los mayas del oriente, centro y sur.

Como para entonces ya era de avanzada edad, no participó activamente en la última gran campaña, pero la represión del alzamiento fue hecha bajo su superior autoridad, ya que trazó los planes con su hijo y sobrino para que llevaran a cabo la definitiva pacificación de la península. Sería, no obstante, Francisco de Montejo, el Mozo, quien dirigiría las operaciones militares y encabezaría el gobierno civil de toda la provincia.

Una vez aplastada la sublevación, el adelantado asumió la supervisión del gobierno y se dedicó al desarrollo de Yucatán, reafirmándose con su presencia el poder de los Montejo. Ello acabó despertando la oposición política de los colonizadores y también de los franciscanos, quienes denunciaron serios agravios respecto a su administración y gobierno, hasta el extremo de acusársele de tiranía personal. Tal situación contribuyó a debilitar la posición del adelantado, quien hasta entonces había estado protegido por su yerno Alonso Maldonado. Como consecuencia, Montejo fue removido del gobierno de Tabasco, al tiempo que se le expropiaron sus encomiendas, de acuerdo con las Leyes Nuevas. Tras ser suspendido de su cargo en la provincia, fue sometido a un nuevo juicio de residencia por Yucatán y Tabasco en 1549. El adelantado regresó a España en 1551 para conseguir reparación de los perjuicios recibidos, consiguiendo ser absuelto, en parte, de los cargos que se le imputaban, pero no la devolución del gobierno de Yucatán, porque murió en 1553, antes de que el Consejo emitiera su dictamen final. El adelantamiento de Yucatán, como título honorífico sin jurisdicción gubernamental, pasó por medio de Catalina, la hija legítima de Montejo, a su marido Alonso Maldonado, ya que Francisco de Montejo, el Mozo, había quedado inhabilitado por su nacimiento.

No parece que se le haya reconocido debidamente a Montejo el mérito de haber conseguido integrar Yucatán al Imperio Español. Según Chamberlain, “fue un gran conquistador y tuvo todas las cualidades de un buen administrador”, mereciendo por ello ocupar un lugar en la selecta relación de conquistadores y colonizadores españoles.

 

Bibl.: E. Ancona, Historia de Yucatán desde la época más remota, Mérida, Yucatán, 1878-1880, 4 vols.; J. F. Molina Solís, Historia del descubrimiento y conquista del Yucatán, Mérida, Yucatán, 1896; J. I. Rubio Mañé, Monografía de los Montejo, Mérida, Yucatán, 1930; J. de Rújula y de Ochotorena y A. del Solar y Taboada, Francisco de Montejo y los Adelantados del Yucatán: genealogía de los Condes y Duques de Montellano: notas y documentos biográficos y genealógicos, Badajoz, Ediciones Arqueros, 1931; R. S. Chamberlain, “The Lineage of the Adelantado and Will and Testament”, en Revista de Historia de América (Ciudad de México), VIII (1940), págs. 43-56; D. López Cogolludo, Historia de Yucatán, México, Editorial Academia Literaria, 1957; R. S. Chamberlain, Conquista y colonización de Yucatán, trad. de Á. Domínguez Peón, pról. de J. I. Rubio Mañé, México, Editorial Porrúa, 1974; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, ed. de C. Sáenz de Santa María, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1982; D. de Landa, Relación de las cosas de Yucatán, intr. de Á. M.ª Garibay, México, Porrúa, 1982; S. M. González Cicero, “La capitulación de Montejo”, “La conquista de Yucatán”, “El tributo en la conquista”, “Francisco de Montejo (1473-1553)” y “Fuentes para juzgar a Montejo”, en Reflexiones sobre el acontecer histórico de Yucatán, Mérida, Yucatán, 2001, págs. 101-103, págs. 105-108, págs. 109-112, págs. 113-116 y págs. 117-120, respect.

 

Manuela Cristina García Bernal