Orellana, Francisco de. Trujillo (Cáceres), 1511 – Río Amazonas (Brasil), 1546. Descubridor y fundador.
Los datos iniciales en España son poco conocidos. Nació en un entorno del que partieron numerosos hombres hacia América, las naturales ambiciones personales y una época estelar de la expansión hispana explican fácilmente su emigración a Indias, sin duda el paso del Emperador por Trujillo (1526) debió de impresionar, con su séquito y sus conversaciones en las que las novedades ultramarinas se sumaban y estimulaban la curiosidad de los lugareños; por otra parte, la relación de parentesco con la familia de Francisco Pizarro debió de contribuir a una salida americana a sus aspiraciones y, joven, cruzó el océano rumbo al Nuevo Mundo. Participó en la conquista del Perú y en el sitio de Puerto Viejo, donde se estableció. Perdió un ojo en los combates. Auxilió a Lima cuando estuvo sitiada por los indios y fue leal a Pizarro en las “guerras civiles”; con él participó en la batalla de Salinas contra Diego de Almagro. En el proceso de ampliación radial de horizontes, extendiendo fronteras, liberando energías y ocupando ociosos, Orellana fue enviado al Norte en una expedición de descubrimiento y exploración y conquista. Era una acción que haría superponer los límites hispánicos sobre los del “antiguo régimen” del Tahuantinsuyu en primera instancia para, de inmediato, ampliar ese espacio con penetraciones de gran interés geográfico a través de la Amazonia, por ejemplo, e incluso llegaron a solaparse estas acciones con las áreas de influencia de otros focos colonizadores en Suramérica. Los contactos con las cabeceras fluviales, andinas, de la red amazónica fueron tempranos (en el entorno de Chachapoyas), aunque sin particular interés en el desvelado de la gran cuenca. Orellana fundó definitivamente la ciudad de Santiago de Guayaquil (1538), fue su gobernador y reunió unas ganancias que no despilfarró pero terminó quemándolas en la empresa amazónica.
El Levante peruano que el cronista Cieza de León describiera como un posible Dorado, dejó su lugar a otra leyenda sobre un producto igualmente enriquecedor, una de las especias, la canela. En 1540 Gonzalo Pizarro era nombrado gobernador de Quito con la misión de realizar una expedición hacia el interior continental, hacia el Oriente andino, en dirección a la selva amazónica, en una palabra, en busca del legendario Eldorado y del mítico País de la Canela. Francisco de Orellana se sumó a la expedición de Gonzalo Pizarro formando una hueste a su propia costa, una inversión que le resultó muy gravosa (gastó más de 40.000 pesos de oro). En febrero de 1541 comenzó su marcha para sumarse a la hueste de Pizarro; era un grupo bien pertrechado y ambicioso y seguro de su éxito; la mesnada estaba formada por ciento cincuenta españoles a caballo, cuatro mil indios con toda la impedimenta, numerosos perros y una gran despensa viva y autotransportable (reatas y piaras de animales diversos que, dudosamente, alcanzaría la cifra de cuatro mil cerdos, que cita Herrera y Tordesillas brindando una imagen portentosa que sería percibida mucho antes de alcanzar los lugares a los que se dirigía la hueste). Primero se había desarrollado la acción de Sebastián Moyano (Benalcázar o Belalcázar) que recibió un valioso apoyo de Alvarado y pronto surgió el Oriente como expectativa.
El viaje fue especialmente duro y difícil; todavía, en 1777, Francisco de Requena describía aquellos caminos, sus asperezas y peligros “insuperables para la tropa”, riesgos de la navegación, etc. Atravesaron la región de los quijos sufriendo males de altura, fríos extremos, una topografía intrincada que imprimía gran lentitud a su marcha e, incluso, soportaron algunos seísmos. El descenso de la sierra hacia la amazonia no fue más fácil. El calor iba en aumento hasta hacerse asfixiante, les envolvía una atmósfera permanentemente húmeda y la fatiga se acentuaba. Finalmente hallaron un arbusto semejante a la canela; pero no era susceptible de explotación económica dada la distancia, incomunicación, falta de calidad y dispersión de la especie productora.
Cuando llegaron al río Coca se hallaban agotados y hambrientos. El río no daba mayores facilidades a una marcha que parecía conducir a ninguna parte a través de un “desierto verde”. Se planteó el dilema de avanzar o retroceder, con grandes posibilidades de alcanzar por cualquiera de las dos rutas una misma meta: la muerte. Agotados y hostigados, construyeron una barcaza a la que llamaron pomposamente bergantín San Pedro en que transportar a los dolientes y escasos pertrechos y, contra el parecer de Orellana, se procedió a efectuar una descubierta y un intento de hallazgo de auxilios. Al cabo de mes y medio solamente habían avanzado medio centenar de leguas.
Lo hizo con los consabidos cincuenta y seis hombres (entre ellos un dominico y un mercedario) e inició el famoso y controvertido viaje, que describió el dominico. Es la parte más gloriosa de su intensa trayectoria biográfica; en ella se incluye su denominada “traición”; es su viaje autónomo, su navegación sobre las aguas del “Río Grande que baja de los Quijos” (río Coca). Las vicisitudes, singladuras, distancias, accidentes, recepción de otras aguas, etc., pueden ser seguidas fácilmente por la lectura de la Relación.
Por decisión propia y a ruego de sus hombres, Orellana accedió a proseguir el camino presumiblemente más fácil, aguas abajo, hasta la desembocadura del gran río. Previamente, en un acto de legalismo repetido en Indias, había renunciado a los poderes recibidos de Pizarro para ser nombrado jefe por elección de los compañeros, interpretando una partitura que ya había escrito Cortés. Construyeron una barcaza más y llegaron al río Grande, Marañón o de Francisco de Orellana. El descenso fue fácil y cómodo en cuanto a esfuerzo físico se refiere, pero lamentable a causa del calor, la humedad, los mosquitos y demás penalidades así como al hostigamiento de los indígenas que raramente presentaban batalla. Atravesaron el territorio de Aparia, de los Omaguas, pasaron frente a las bocas de importantes afluentes y lucharon contra un grupo en el que participaron mujeres guerreras (por ello el río Grande de las Amazonas). Finalmente, tras reconstruir los barcos, salieron al océano Atlántico (26 de agosto de 1542) dejando la isla de Marajó al Sur. Desde allí Francisco de Orellana arribó a España, vía Cubagua, para solicitar una capitulación; era el año 1544.
Concluida la difícil y extraordinaria travesía del continente suramericano en que habían dejado la vida once hombres, Orellana navegó a España, vía Lisboa, en pos de una capitulación y, a través de ella, una justa recompensa a sus desvelos e inversiones.
Los dos barcos de la expedición arribaron a la isla de Cubagua con dos días se diferencia; y, tras un breve descanso, el grueso del grupo regresó a Perú donde desarrollaron diferentes actividades bélicas (Guerras Civiles) o administrativas. Sin embargo, Francisco de Orellana, con un pequeño séquito, tomó rumbo a España. Fletaron un barco modesto en Trinidad. En él alcanzaron la ciudad de Santo Domingo y tras una navegación sin incidentes debieron hallar algunas turbulencias en torno a las islas Azores que les forzó a entrar en el puerto de Lisboa. Para la Corte lisboeta la cuestión era importante al incidir en sus pretensiones expansionistas en la costa brasileña; el propio Orellana en los pareceres y peticiones que dio al Consejo lo subraya, tanto para conocimiento de su Rey como para hacer énfasis en sus méritos. No obstante, en la Corte española existía algún recelo ante una eventual reanudación de las tensiones castellano-portuguesas en su expansión ultramarina. Finalmente, logró (1544) su Capitulación con los nombramientos y las instrucciones oportunas; asimismo es bien conocido el cúmulo de dificultades que le surgieron en la realización de la empresa de la Nueva Andalucía (carencia de apoyo financiero para los fletes, malas condiciones de los cuatro barcos, cuando pudieron ser adquiridos). El final, triste, de la empresa y del personaje Francisco de Orellana, cuyos restos se hallan al borde del gran río que llegó a llevar su nombre y que fue el primero en conseguir navegar desde alguna de sus fuentes hasta su desembocadura.
La nómina, con independencia de dos hombres negros, anónimos, que prestaron importantes servicios materiales, es la siguiente: Pedro Acaray, Benito Aguilar, Cristóbal Aguilar, Juan Aguilar, Juan Alcántara, otro Juan de Alcántara (uno de ellos fue el capitán del barco construido por los propios amazonautas); Rodrigo Arévalo, Juan Arnalte (murió en el viaje); Diego Bermúdez, Juan Bueno, Alonso Cabrera, Antonio Carranza, Gonzalo Carrillo, Gaspar Carvajal (el dominico, cronista); Rodrigo Cevallos, Gabriel Contreras, Gonzalo Díaz, Pedro Domínguez Miradero, Andrés Durán, Juan o Francisco Elena, Pedro Ampudia, Cristóbal Enríquez, Alonso Esteban, Ginés Fernández, Sebastián Fuenterrabía, Alonso García, Alejo González, Álvar González, Hernán González, Alonso Gutiérrez, Hernán Gutiérrez de Celis, Juan Gutiérrez Vayón, Antonio Hernández, Juan Illanes, Francisco Isasaga, Juan Margas, Alonso Márquez, Diego Matamoros, Blas Medina, Pedro Mexía, Diego Moreno, Lorenzo Muñoz, Alonso Martín Noguel, Alonso Ortiz, Baltasar Osorio, Cristóbal Palacios, Pedro Porres, Mateo Rebolloso, Alonso Robles, García Rodríguez, Sebastián Rodríguez, Cristóbal Segovia, García Soria, Alonso Tapia, Francisco Tapia, Juan Vargas, Gonzalo Vera (fraile mercedario).
A modo de un cuaderno de bitácora, esta primera gran expedición o navegación a través de América del Sur puede seguirse con relativa facilitad a través de la Relación de Gaspar de Carvajal: parten desde Aparia, recorridas 20 leguas llegan a la confluencia (2 de febrero de 1542) por el río Cururay, donde se halla un asentamiento de los indios Irimaes, y donde las aguas, crecidas, presentaban turbulencias y complicaciones para la navegación; la crecida del río facilitó el extravío, durante dos días, de dos canoas con once españoles; se estableció un sistema de navegación controlada y hallaban nuevos asentamientos indígenas de donde recibían provisiones. Entran en aguas del Amazonas, Marañón o río Grande de Orellana; navegaron durante quince días dando vista a distintos asentamientos (domingo, 11 de febrero) hasta establecer (26 de febrero) contactos con indios canoeros con quienes efectuaron intercambio de obsequios y aprovisionamiento y pudieron descansar; era el pueblo del cacique Aparia y tuvieron ocasión de mantener conversaciones con otros caciques; es cuando se decidió la construcción de un “bergantín” capaz de resistir las vicisitudes de la navegación fluvial y susceptible para servir de defensa ante eventuales ataques indios. La madera precisa se hallaba ya cortada, hubo que preparar carbón e improvisar una fragua para fabricar la clavazón y otros pertrechos de hierro; también prepararon algodón a modo de estopa y resina silvestre como impermeabilizante, para calafatear; y, finalmente, pudo acabarse la fabricación de aquella embarcación que era mejor que la que llevaban, ya en estado deplorable. Simultáneamente se realizó la “toma de posesión” (5 de marzo). La expedición reinició el viaje (23 de abril) y se reanudaron las penalidades: trabajos sobrehumanos, hambres, áreas despobladas; sobre un medio difícil, con crecidas, sin poder desembarcar apenas, sin alimentos. Establecieron contacto con los asentamientos del cacique Machiparo (12 de mayo) y tras un encuentro armado, desembarcaron y hallaron alimentos; poco después prosiguieron los ataques indios con tal intensidad que hubo dieciocho españoles heridos (uno de ellos con el resultado de muerte y otro de invalidez). No pudieron hacer uso de las armas de fuego por la humedad de la pólvora. Los indios canoeros prosiguieron su hostigamiento, río abajo, renovándose los atacantes. Se hallaban en un territorio de poblamiento disperso pero inmediato. La muerte del jefe indio facilitó, in extremis, la continuación del viaje. Impulsados por la extrema necesidad atacaron un poblado; allí se alimentaron y descansaron (13 de mayo). Prosiguieron la navegación, a la defensiva, a través del territorio Omagüa, hasta alcanzar la tierra del cacique Paguana (16 de mayo). Tomaron un poblado indio (29 de mayo). Alcanzaron la confluencia del río Negro (3 de junio) y se tomaron el día siguiente, domingo, de descanso. Fueron de pueblo en pueblo, venciendo escasa resistencia, para alimentarse (5 de junio). Tuvo lugar un duro enfrentamiento nocturno (7 de junio) y al día siguiente (fiesta del Corpus Christi) y al otro se dedicaron a reponer fuerzas. Alcanzaron la confluencia del río Grande (Madeira) con el Amazonas (10 de junio). Avistaron un pueblo mayor y fuerte; pasaron de largo (13 de junio). Alcanzaron otro poblado, que conquistaron, y obtuvieron alimentos antes de proseguir la navegación (14 de junio). Entablaron duros combates hasta hallarse en el territorio de las Amazonas; varios españoles fueron heridos, uno de ellos el cronista dominico Carvajal, mediante una flecha que le hubiera matado de no ser por las “dobleces de los hábitos”; en un combate siguiente, el propio Gaspar de Carvajal perdió un ojo, estuvo a punto de perder la vida y, durante un tiempo, soportó secuelas dolorosas (24 de junio). Debilitados, evitaron cualquier encuentro, incluso, a costa de padecer hambre, pero a pesar de sus buenos propósitos, murió un expedicionario como consecuencia de una flecha envenenada. Orellana hizo amarrar los dos bergantines, al borde de una isla, en la salida del río Tapajoz, para proceder a levantar, con madera, las bordas como barrera defensiva. No pudo evitar que otro de sus hombres muriera de la misma manera que el anterior. Los navegantes percibieron el efecto de las mareas sobre las aguas que transitaban; esta nueva sensación constituyó un notable estímulo ante la próxima presencia del mar. Continuaron viaje evitando cualquier encuentro con los nativos que contribuyera a debilitarlos aún más. Se movían entre el conjunto insular, a remo, buscando comida sin provocar encuentros infortunados (junio-julio). El estado precario de los barcos juntamente con el descenso de la marea estuvo a un punto de poner fin a la aventura, por efecto de un ataque indio. Hubieron de proceder a un remozamiento de los barcos para poder proseguir, dieciocho días más tarde. Hubieron de soportar aún los efectos del hambre; la providencia resolvió el problema al capturar un tapir fresco que, muerto, era arrastrado por las aguas. Tras otra singladura, volvieron a tomar tierra para arreglar el barco mayor; los trabajos, en una gran playa, duraron catorce días; nuevamente con un hambre atroz (agosto) hasta alcanzar la desembocadura del río Amazonas, soportando grandes dificultades náuticas y climáticas (24 de agosto). Partieron de la isla de Marajó (26 de agosto) y navegaron juntos, rumbo Norte, durante cuatro días. Se perdió el contacto entre los dos barcos y ambos dieron por perdido al otro (29 de agosto); finalmente arribaron a la isla de Cubagua (16 de septiembre).
Fuentes documentales, cartográficas y geográficas posteriores hacen que el topónimo vaya decantándose hacia una denominación más precisa (Marañón) en lugar de otra, en apariencia genérica (río Grande). Entre otros, hay que subrayar por su importancia: la carta de Diego Ribero (1529) que escribe con nitidez Marañón; la Capitulación de Diego de Ordás para “descubrir y conquistar las provincias que hay desde el río del Marañón”; Cieza hace referencia al Marañón, incluso antes de ser conocedor de la expedición de Orellana; otros grandes cosmógrafos, Chaves y Santa Cruz, lo mencionan de igual modo. Como consecuencia del viaje de Orellana se simultanean los nombres de río de Orellana, Grande de Orellana y de las Amazonas, siendo este último el que quedó definitivamente fijado, por encima del entusiasmo de la Orden Franciscana que inicialmente bautizó al río con el nombre de río Grande de San Francisco, no sólo los únicos.
Bibl.: H. Pérez de la Osa, Orellana y la Jornada del Amazonas, Madrid, Biblioteca Pax, 1935; E. Jos, “Centenario del Amazonas. La expedición de Orellana y sus problemas históricos”, en Revista de Indias (Madrid), n.º 10-13 (1942-1943); A. Busto Duthurburu, Francisco de Orellana. Lope de Aguirre, Lima, Editorial Universitaria, 1965; L. Benites Vinueza, Los descubridores del Amazonas. La expedición de Orellana, Madrid, Cultura Hispánica, 1976; R. Díaz Maderuelo, Francisco de Orellana, Madrid, Historia 16, 1987; M. Cuesta Domingo, La Amazonia. Primeras expediciones, Madrid, Turner, 1993; M. Cuesta Domingo, “Descubrimiento del Amazonas”, en Revista de Historia (Nacional Geographic, Barcelona), n.º 2 (2003).
Mariano Cuesta Domingo