Cosa, Juan de la. ¿Santoña? (Cantabria), m. s. xvi – Turbaco (Colombia), f. 1509. Navegante, descubridor y cartógrafo.
Con anterioridad a su primer contacto con Cristóbal Colón, con el que Juan de la Cosa entra en la historia, se sabe muy poco de su persona y lo que se conoce está basado en conjeturas mejor o peor fundadas.
Su origen santoñés parece probado por varias circunstancias convergentes. Por una parte, el nombre por el que era conocido corresponde a uno de los cinco barrios históricos de Santoña, como en su día señalaron Cánovas y Leguina. Tanto algún documento concreto, como las referencias de Las Casas y Herrera, le denominan “vizcaíno” y “Juan Vizcaíno”, término generalizador que incluía en la época a los cántabros y que ha dado lugar a que algunos historiadores como Justin Winsor, Alicia B. Gould y Gerge Morison llegasen a considerar la posibilidad de la existencia de al menos dos personajes distintos, el navegante y el cartógrafo. Ortiz Otáñez (1677) afirma rotundamente su origen santoñés, así como su hidalguía como perteneciente a una de las familias locales más notorias, linaje también citado por García de Salazar. Por otra parte, en el Diario de Colón se afirma respecto a la tripulación de la Santa María y refiriéndose a Juan de la Cosa, “que eran todos o los mas de su tierra”; aunque en los listados que han llegado hasta nosotros no se expresa el origen de la mayoría de ellos, de dos marineros se especifica, casi por excepción, ser respectivamente “marinero de Santoña” y “de villa de Santoña”.
Su condición de comerciante encaja perfectamente con la propiedad de una nao del norte de porte medio y con su avecinamiento en El Puerto de Santa María, de lo que la mayoría de los autores han deducido la existencia de una compañía marítima de importación y exportación de géneros —intercambio de cereales por salazones— entre Andalucía y Cantabria, dirigida por él. Como consecuencia del incumplimiento por parte de los vecinos de Palos, de proporcionar las naves precisas para el descubrimiento, Cristóbal Colón se vio obligado a fletar otro barco más, y no tan apropiado como las carabelas en opinión del propio almirante, estableciendo contacto con el armador Juan de la Cosa. Convencido e ilusionado con el proyecto, éste aceptó la participación de su nao La Gallega, que sería rebautizada como Santa María para la empresa, armándola y enrolando en ella el duque de Medinaceli a buen número de “vizcaínos” como tripulación y ofreciéndose La Cosa como su maestre o capitán técnico, lo que muestra que no se trataba de un mero empresario, sino de un marino avezado, aceptado por Colón para mandar su nave capitana y que a la suma estipulada por el flete de la nave, habría de añadir su asignación como maestre. Nunca tuvo, pues, la consideración de socio en la empresa colombina, a diferencia de los hermanos Pinzón. Durante el viaje, La Cosa se convirtió en interlocutor y discípulo de Colón en cosmografía, navegación y cartografía. Aunque se tratase de un navegante veterano, no estaba al día en la navegación de altura, ni en el cálculo instrumental de la latitud, ni en la realización de otras cartas que meros bosquejos de costa conocida, como se desprende de diversos testimonios en los denominados Pleitos Colombinos y del propio almirante, del que se dijo ser durante algún tiempo “hechura suya”.
Colón debió de hacerle partícipe de su concepción cosmológica; sin embargo, su mutua relación se fue agriando durante el viaje, quejándose el almirante de que murmurase que sabía de mar más que él, cuando era todo lo contrario. La Cosa no le apoyó, sino que participó en el malestar general manifestado entre la tripulación especialmente el sábado 22 de septiembre de 1492, que obligó al almirante a enviar a Martín Alonso, capitán de la Pinta, una carta náutica en la que basaba sus predicciones, y que con toda probabilidad mostró primero en su capitana para calmar los ánimos enervados ante la tardanza en encontrar tierra. Según un testimonio de Juan Niño, maestre de la Niña, recogido por Ballesteros, se reunieron los maestres de los tres navíos y requirieron al almirante para que regresase, por miedo a no tener vientos propicios más adelante, llegando incluso a tomar amenazadoramente las armas.
De la pérdida por varada de la Santa María en La Española, en la Nochebuena de 1492, mientras navegaba plácidamente de Acul a la conocida hoy día como Pointe Picolet, le responsabilizó Colón quien, no sólo le acusó en su Diario de haber descuidado la guardia que le correspondía, yéndose a dormir y delegando el timón en un grumete, sino de traición y desobediencia por no haber tomado a tiempo las medidas habituales para zafarla y ordenadas por el almirante, sin conseguir dominar tampoco el pánico que se apoderó de la tripulación que intentó abandonar rápidamente el buque. No consta, sin embargo, que Colón le denunciara ni que se le abriera proceso ni mucho menos que le fuera aplicada pena alguna como consecuencia de esta conducta. Poco después de su regreso, en 1494, fue incluso indemnizado por la Corona por la pérdida del buque de su propiedad, dándosele en compensación un privilegio de venta de trigo andaluz libre de impuesto de saca en los puertos y mercados de Guipúzcoa y Vizcaya; “merced más gratuita que justificada” en opinión de Navarrete.
De regreso en la Península el 15 de marzo de 1493, la experiencia del viaje descubridor sería fundamental para su posterior trayectoria, adquiriendo una nueva concepción geográfica, aprendiendo nuevos sistemas de navegación y el arte y ciencia de hacer cartas arrumbadas. Tras haber recorrido 335 leguas de Este a Oeste de la isla de Cuba sin encontrar el final de la costa, habían quedado convencidos, tanto Colón, como La Cosa, como el resto de la dotación de la Santa María, de que no se trataba de una isla sino de que era tierra continental asiática, firmándose un testimonio conjunto en ese sentido, la denominada Acta de Pérez de Luna. De esta convicción se pueden encontrar trazos posteriormente corregidos en la Carta de Juan de la Cosa que ha llegado a nuestros días, refundición, entre otras cosas, de bosquejos de campaña tomados durante el viaje descubridor.
En el segundo viaje colombino se contó también con Juan de la Cosa por su condición de pionero transatlántico y su habilidad para el trazado de las costas visitadas, aunque se le privó de toda responsabilidad náutica en cualquiera de los diecisiete barcos, reduciéndole a la condición de cronista cartográfico del mismo y asesor a bordo de la capitana Marigalante y de la veterana carabela Niña. Para atender sus negocios y la concesión de exportación de trigo que se extinguía a los nueve meses de su firma, La Cosa estableció definitivamente su residencia en el Puerto de Santa María, actuando desde allí en adelante y en su nombre sus apoderados durante sus prolongadas ausencias.
El 20 de agosto de 1493 se contrataron sus servicios para la expedición a razón de 1.000 maravedís al mes, y el 25 de septiembre zarpó con Colón de la bahía de Cádiz, para regresar el 11 de junio de 1496 tras haber visitado Dominica, San Juan, Montserrat, Guadalupe y otras islas y haber vuelto a Cuba a bordo de la Santa Clara, con más dudas que certezas respecto de las nuevas tierras.
La fama del “vizcaíno”, superados anteriores errores, excedió ahora la de cualquiera otro que no fuera el propio Colón, en experiencias y conocimiento de los mares de Indias, pasando a convertirse en ambicionado compañero de viaje de cuantos pretendieron organizar expediciones, una vez quebrado el monopolio del descubridor.
Alonso de Ojeda, el célebre capitán que había capturado en La Española al cacique rebelde Caonabo, gozaba en la Corte de la protección del obispo Juan Rodríguez de Fonseca, encargado de los asuntos de Indias, cuando llegaron las nuevas a España del descubrimiento de Tierra Firme durante el tercer viaje colombino. Su valimiento le permitió ver el plano de los nuevos territorios que el almirante había remitido inocentemente a los Reyes y la obtención de una licencia en Alcalá de Henares para descubrir y que sólo conocía geográficamente dos limitaciones: los territorios del rey de Portugal y los visitados por Colón hasta 1495, vulnerando los derechos generales de éste y los que, como a descubridor efectivo, le correspondían respecto del norte del subcontinente suramericano. Trinidad, el golfo de Paria, Cumaná e isla Margarita quedaban abiertos para la nueva expedición con el gran aliciente de haberse comprobado la existencia de perlas en estas costas.
Ojeda arrastró en su proyecto a Vespucio, comerciante italiano residente en Sevilla, y a Juan de la Cosa en calidad de primer piloto, armándose muy precariamente una sola carabela en el Puerto de Santa María, con la cual se hicieron a la vela el 18 de mayo de 1499, tras haberse apropiado la noche anterior de un batel que necesitaban. Como quiera que el maestre contratado no había comparecido, Juan de la Cosa se vio obligado a ejercer también este empleo. Iniciada la singladura, al primer acto abusivo siguieron otros, amparándose en su Real Cédula, como la captura de una carabela onubense que faenaba y trataba en la costa africana a la altura del cabo de Agüer, de la cual obtuvieron el velamen, la cabuyería y las anclas de respeto, remitiendo a España a la tripulación en otro barco excepto el maestre y otro marinero que prefirieron acompañarlos en la aventura. En Lanzarote tomaron por la fuerza diversos pertrechos que pertenecían a la señora de la Isla, Inés de Peraza, y en Tenerife y La Gomera intentaron sin éxito apresar otra carabela.
Llegados a la zona asignada, costearon hasta la isla de Trinidad, desembarcando sin contratiempos y entrando en el golfo de Paria. Rodearon la península hasta el golfo de las Perlas y de allí hasta la isla Margarita, para continuar bordeando el litoral por Cumaná y Maracapana, donde carenaron sus barcos y construyeron un pequeño bergantín. En Puerto Flechado tuvieron una escaramuza con los caribes que les causó un muerto y una veintena de heridos. De allí arrumbaron a Curaçao, siguiendo hasta el cabo de la Vela de donde se dirigieron a La Española tras haber recorrido seiscientas leguas de costa, según apreciación de Juan de la Cosa. En La Española presentaron sus credenciales al alcalde Roldán, delegado de Colón y se entrevistaron el almirante y Juan de la Cosa, que cotejaron información cartográfica, sacando el segundo copias de los planos del primero. Tras diversos incidentes protagonizados por el inquieto Ojeda, regresaron a Cádiz en junio de 1500 con un gran botín en oro, perlas y esclavos.
Una vez en el Puerto de Santa María, La Cosa pasó a limpio sus apuntes y mapas y construyó, arrumbó y decoró la parte occidental de la Carta de Juan de la Cosa que se conserva en el Museo Naval, primer testimonio conocido del continente americano y que sería ampliada y convertida en mapamundi más tarde, con la información obtenida de otros viajes y planos, en el contexto de la partición ibérica del Tratado de Tordesillas y con la decoración tradicional de estas grandes piezas. La Cosa no tuvo tiempo material de realizar por sí mismo, y en el año 1500, esta ardua labor, ya que, además de los meses requeridos en hacer las particiones y descuentos de la empresa recién acometida, desde que había arribado a Cádiz le esperaba un nuevo jefe de expedición, Rodrigo de Bastidas, para integrarle como piloto mayor en la que con dos carabelas zarpó en octubre con el mismo destino y siguiendo un rumbo similar al de la anterior.
Una vez en el cabo de la Vela, recorrieron la costa colombiana y parte de la panameña: el puerto de Santa Marta, la impresionante desembocadura del Magdalena, Cartagena y la costa del Darién hasta Nombre de Dios. El carácter pacífico de Bastidas permitió una relación amistosa con los indios y la obtención de grandes riquezas en oro y perlas, pero en la costa del Darién observaron que los barcos estaban inservibles por causa del pequeño molusco de los mares tórridos que se conoce como “broma”, teniendo que dirigirse precipitadamente a Jamaica y de allí a La Española, donde acabaron por hundirse las dos carabelas cerca de Puerto Príncipe, perdiéndose un inmenso botín valorado en cinco millones de maravedís. Apresados por Francisco de Bobadilla, ante quien no pudieron presentar ninguna autorización oficial por haberse perdido en el naufragio, fueron remitidos presos a España donde se les exculpó y premió tras haber depositado el quinto del Rey de lo que se había podido salvar, en julio de 1502. A Bastidas se le otorgó un juro vitalicio de 50.000 maravedís, y a Juan de la Cosa el nombramiento de alguacil mayor del gobernador, que se nombrase para los nuevos territorios de Urabá, el 3 de abril de 1503.
No parece que Juan de la Cosa permaneciese inactivo mucho tiempo. Enervado por la fiebre descubridora se puso en un principio de acuerdo con Cristóbal Guerra, pero más tarde se sintió con fuerzas para capitular personalmente con la Corona en competencia con su antiguo jefe Bastidas. Pero sus planes se vinieron abajo al ser requerido por los Reyes para llevar a cabo una misión diplomática secreta en Lisboa al objeto de averiguar si se estaban preparando expediciones con destino a las tierras descubiertas por España. En agosto de 1503 se dirigió a la capital portuguesa, donde, detectadas sus actividades, fue encarcelado, aunque poco después liberado, regresando a Segovia en septiembre, donde tuvo ocasión de entregar cumplidos informes y sendas cartas de marear en las que aparecían los lugares visitados por los portugueses y que probablemente se trataban de las correspondientes a los viajes de Cabral y de Vespucio.
Como consecuencia del éxito de su misión, Juan de la Cosa fue nombrado jefe de una flotilla de cuatro carabelas de guerra con el objeto de impedir cualquier asentamiento portugués en Tierra Firme, signándose la capitulación el 24 de febrero de 1504.
Pese a sus objetivos principalmente políticos, la expedición, en la que figuró como asociado el sevillano Juan de Ledesma y como piloto el conocido cartógrafo Andrés de Morales, estuvo autorizada a “rescatar” y obtener lucro recopilando oro, perlas, y palo brasil, pudiendo, asimismo, convertir en esclavos a los indios rebeldes. Finalizado el crucero de vigilancia costera, en el puerto de Cartagena Juan de la Cosa se encontró con los restos de la expedición de Cristóbal Guerra, uniéndose ambas flotillas bajo su mando tras llegar a un acuerdo en el que las cualidades diplomáticas del santoñés consiguieron evitar un enfrentamiento, pero que hizo modificar el objetivo de la expedición, dedicándose a partir de este momento preferentemente a la captura de esclavos.
Tras diversas desdichas y naufragios, Juan de la Cosa, que había perdido ya la totalidad de sus buques, encontró La Dictaminadora de las propuestas de Honorarios oro en el golfo de Urabá, tras construir un bergantín, consiguió dirigirse a Jamaica y posteriormente a España. Pese a las grandes pérdidas sufridas en los sucesivos desastres, tan sólo el quinto del rey ascendió en esta ocasión a cerca de medio millón de maravedís.
Las depredaciones de un afamado pirata, “vizcaíno” como él mismo, Juan de Granada, amenazaban la seguridad de las naos que regresaban de Santo Domingo con ricos cargamentos, por lo que Juan de la Cosa fue encargado de proteger el tornaviaje. Entre julio y octubre de 1507 dos carabelas a su mando patrullaron entre Cádiz y cabo San Vicente, evitando el apresamiento de ocho buques de carga.
A partir de sus últimas colaboraciones oficiales, Juan de la Cosa había entrado de lleno en el selecto círculo de científicos y mareantes que constituían la asesoría real y la de los organismos creados para la gobernación indiana: el Consejo de Indias y la Casa de Contratación. Ese mismo año de 1507, Fernando el Católico convocó en Burgos una junta de sabios a la que asistieron con él Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio, en la que se decidió continuar las exploraciones y comenzar a poblar lo descubierto, organizándose dos expediciones, una de ellas al mando de Pinzón y Solís, y otra al de Juan de la Cosa, quien percibió por este concepto una ayuda de costa para los preparativos de 100.000 maravedís.
Algún autor como Ballesteros afirma, no sin fundamento, que este sexto viaje a América sería el último y en el que Juan de la Cosa encontraría la muerte, dada la sospechosa proximidad de las fechas y el hecho de que la información disponible del sexto y séptimo viaje se entremezclan. La sexta expedición bien pudo ser, sin embargo, la preparación de la siguiente destinada a realizar los asentamientos definitivos.
El 10 de noviembre de 1509 partió para su séptimo y postrer viaje, con doscientos hombres en dos bergantines y una nao, proporcionada por el bachiller Enciso, para poblar Tierra Firme como lugarteniente de Ojeda, en virtud de la Cédula de la reina Juana firmada el 9 de junio del año anterior y con nombramiento a su favor como gobernador de Urabá y capitán de rey de todos los lugares que no hubiese ocupado ya Ojeda.
Al llegar a la zona ardía una acre disputa entre Nicuesa y Ojeda al creerse ambos con derechos sobre ella, que Juan de la Cosa consiguió dirimir haciendo dividir las demarcaciones. Por lo que al litoral costero se refería, la jurisdicción de Nicuesa se estableció, partiendo del golfo de Urabá en Colombia, hacia occidente y hasta el cabo Gracias a Dios, con las actuales Nicaragua, Costa Rica y Panamá; y desde la mitad oriental del golfo de Urabá hasta el cabo de la Vela, para Ojeda. En el interior, los límites habría de marcarlos el curso del Río Grande del Darién. Aunque Juan de la Cosa, deseoso de tomar posesión de su cargo, propuso dirigirse directamente a Urabá, alegando el carácter mucho más pacífico de los indios de esta zona, y, por lo tanto, mucho más idóneo para un asentamiento, prevaleció el criterio del belicoso Ojeda, quien con toda probabilidad deseaba antes hacerse con esclavos, dirigiéndose hacia Cartagena, zona declarada de libre captura. Pese a que los indios de la zona, escarmentados por las anteriores expediciones depredatorias de los Guerra, ofrecieron fuerte resistencia, un primer poblado denominado Ollas fue destruido e incendiado, partiendo a continuación en vanguardia Juan de la Cosa hacia un segundo denominado Matarap, a pocas leguas al interior, donde consiguieron hacerse con más de un centenar de prisioneros y un botín que superaba los ocho mil castellanos en oro. Cansados después del combate y agobiados por el calor, decidieron los españoles descansar sin tomar un mínimo de precauciones, circunstancia que, observada por los caribes, permitió que éstos se reagruparan y cayeran sorpresivamente y en gran número sobre ellos, matando a más de setenta, incluido el propio Juan de la Cosa.
Según López de Gómara, su cuerpo fue devorado por los indios, pero Antonio de Herrera afirma que fue rescatado más tarde por Ojeda quien, reforzado por Nicuesa, sorprendió a su vez el pueblo de Turbaco encontrando el cadáver de Juan de la Cosa, “como un eriço asaeteado, porque de la yerva ponçoñosa debia de estar hinchado i disforme, y con algunas espantosas fealdades”.
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Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, duque de Tetuán