Caonabo (o Caunaboa). Hispanoamérica, f. s. xv – Océano Atlántico, 1495. Cacique, señor de la Maguana.
Debió de nacer a finales del siglo xv. Los cronistas dicen de él que pertenecía a la estirpe caribe. Quizá había llegado a la isla de Haití en alguna de las incursiones caribes de los años que precedieron a la llegada de Colón, asentándose en la región de la Maguana y dominando la región de las minas del Cibao. Según Anglería ostentaba el nombre de “señor de la casa del oro”, pues a la casa le llaman boa y al oro, cauni. Era fuerte y belicoso y desde muy pronto se enfrentó a los españoles.
Cuando Colón decidió regresar a España a informar a los Reyes del éxito del primer viaje descubridor, dejó en el recién fundado fuerte de la Navidad, en la costa norte de la isla, a treinta y nueve españoles bajo la tutela del cacique Guacanagarí. Parece ser que los españoles no aceptaron la autoridad que les había impuesto Colón, cometieron desmanes y se enfrentaron entre ellos debilitando su poder. Al mismo tiempo cometieron insolencias y abusos para con la población indígena, en especial hacia las mujeres, lo que provocó la reacción de los indios. Los cronistas consideran al cacique de la Maguana Caonabo como el causante de la muerte de los españoles que habían quedado en el fuerte de la Navidad.
En su viaje al Cibao de 1494, Colón construyó el primer camino hecho por los europeos en la isla, para el paso de las tropas a caballo, al que bautizó con el nombre de Puerto de los Hidalgos desde donde descubrió el magnífico valle de la Vega Real. Fundó el fuerte de Santo Tomás, a orillas del río Jánico, a cuyo mando puso al caballero Mosén Pedro Margarit y en las inmediaciones del río Yaque levantó la fortaleza de La Magdalena, en territorio macorix, que dejó al encargo de Luis de Arriaga. Desde esas posiciones pretendía someter a los indios.
Caonabo y los demás caciques de la zona empezaron a hostigar a los españoles, que pasaban por malos momentos debido al hambre, a las enfermedades, al trabajo, a la indisciplina y el mal gobierno de los Colón, matando incluso a alguno de ellos. Caonabo se jactaba de haber sitiado y atacado el fuerte de Santo Tomás, al mando de Ojeda por deserción de Margarit. De estos enfrentamientos muchos indios fueron hechos prisioneros y enviados a España para ser vendidos como esclavos.
Muy pronto Colón se dio cuenta de que sería muy difícil pacificar la isla mientras el bravo y aguerrido cacique Caonabo siguiese libre. Por ello, dio instrucciones al capitán Alonso de Ojeda para que poniendo en práctica un ardid muy singular procediera a su captura. Lo cuenta con todo detalle Bartolomé de Las Casas y dice que para llevar a cabo esta misión el almirante eligió a Alonso de Ojeda. Éste con nueve o diez castellanos fue a visitar a Caonabo a su cacicazgo. Le llevaban como obsequio del guamiquima o señor de los cristianos unos grillos o esposas cuidadosamente labradas en las Vascongadas diciendo que eran “turey de Vizcaya”. Turey llamaban los indios al cielo y también a los objetos de latón y metal españoles que creían tener esa procedencia. En la entrevista, entre el cacique y el capitán, Ojeda le contó que “aquel turey había venido del cielo y tenía gran virtud secreta y que los guamiquimos o reyes de Castilla se ponían aquello por gran joya cuando hacían areitos”. Poco a poco Caonabo se fue confiando y un día decidió probar tan celestial joya. Acudieron todos al río cercano y después de haberse lavado y refrescado “quiso, muy cudicioso, de ver su presente de turey de Vizcaya y probar su virtud, y así Hojeda hace que se aparten los que con él habían venido un poco, y sube sobre su caballo, y al rey pónenle sobre las ancas, y allí échanle lo grillos y las esposas los cristianos con gran placer y alegría, y da una o dos vueltas cerca de donde estaban por disimular, y da la vuelta, los nueve cristianos juntos con él, al camino de la Isabela, como que se paseaban para volver, y poco a poco, alejándose, basta que los indios que lo miraban de lejos, porque siempre huían de estar cerca del caballo, lo perdieron de vista; y así les dio cantonada y la burla pasó a las veras”. Desde ahí lo amarró a su cuerpo y con toda la rapidez que pudieron marcharon a todo galope a la Isabela y lo entregaron al almirante.
En la Isabela, Caonabo fue juzgado por la destrucción del fuerte de la Navidad y declarado culpable. Quedó cautivo en la casa de Colón y sus relaciones con él fue de desprecio a pesar de que le decían que era el Guamiquima o jefe de los cristianos, mientras que se levantaba respetuoso cuando estaba en presencia de Ojeda al reconocerle el valor de haberle hecho prisionero.
Poco después Caonabo pereció ahogado al hundirse la nave en que fue enviado a España.
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Luis Arranz Márquez