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Quibián

Biografía

Quibián.  Panamá, ú. t. s. XV - p.m. s. XVI.  Cacique indígena

Cacique indígena ubicado con su comunidad a orillas del río Yebra, actual río Belén (en Veragua, actual República de Panamá). En el cuarto y último viaje de Cristóbal Colón que partió de Cádiz en mayo de 1502, le acompañó su hermano Bartolomé, y visitaron varias islas ya conocidas: Santo Domingo, Cuba y Jamaica, y desembarcaron en Panamá a escasa distancia del océano Pacífico y regresaron a España el 7 de noviembre de 1504.

Entremedias, en enero de 1503, el adelantado Bartolomé Colón marchó en busca del cacique Quibian y, tras ascender con botes bien armados por el río una legua y media, llegó a la residencia de Quibian.

Informado el cacique de la llegada de los españoles, salió a su encuentro descendiendo por el río, seguido en canoa por una numerosa población indígena, coincidiendo en un punto del río ambos grupos; en ese momento el cacique le ofreció en bienvenida los abalorios de oro que adornaban su cuerpo (era una persona alta y de constitución fuerte), mientras que el adelantado les dio a cambio unos dijes europeos.

Después, ambos cogieron camino de regreso a sus respectivos lugares. Otro día Quibian visitó los buques donde el almirante Cristóbal Colón le recibió con hospitalidad, pero se comunicaron por señas y como era “el caudillo indio de taciturno y cauteloso carácter, no duró mucho la entrevista” (Jackson), en esa ocasión de nuevo se intercambiaron objetos, “muchas joyas de oro” por abalorios europeos y al poco tiempo marchó el cacique indígena “sin mucha ceremonia” hacia sus poblados.

El 6 de febrero de 1503, cuando se calmó un temporal que había venido dándose durante unos días, partió el adelantado con sesenta y ocho soldados en bote a explorar el Veragua en busca de sus reputadas minas.

Subió por el curso del río camino de la comunidad del cacique Quibian, situada en la falda de una colina, y, enterado, salió al encuentro con muchos de sus súbditos desarmados y haciendo señales de paz. Quibian se presentó desnudo y adornado su cuero de pinturas, mientras que se acercaba a los españoles, un súbdito cogió una piedra grande del río, y tras lavarla cuidadosamente, la colocó delante de su jefe, quien seguidamente se sentó, a semejanza de un improvisado trono.

A pesar de tener “un vigoroso cuerpo y fisonomía resuelta y majestuosa [que] eran propias para inspirar terror y respeto á un guerrero indio” era “reservado y político”, pues, aunque le había levantado sospecha la entrada de aquellos extranjeros en sus territorios, daba muestras de que no pondría ninguna resistencia, por tanto accedió a las pretensiones del adelantado de explorar el interior de sus dominios, y le ofreció tres guías que le llevasen hasta las minas que buscaban. El adelantado dejó algunos soldados al cuidado de los botes, mientras que él, acompañado por otros soldados a pie, siguieron a los guías indígenas. Después de adentrarse en el interior del bosque unas cuatro leguas y media, durmieron la primera noche junto a la orilla de un río, que “habían atravesado más de cuatro veces”. Al día siguiente, anduvieron legua y media más lejos, y llegaron a unas selvas “muy espesas”, donde los guías indicaron el sitio de las minas. Tras haber visto el oro, probablemente cargaron lo que pudieron y el adelantado y los soldados regresaron al buque, donde informaron del hallazgo al almirante, pero pronto descubrieron que les había engañado Quibian, al haberles conducido sus guías a las minas de un cacique enemigo suyo, con el que estaba en guerra, y de esta forma había sacado a los españoles de sus dominios. Cristóbal Colón sabía que las verdaderas minas de Veragua estaban más próximas y eran más ricas, por lo que decidió crear un establecimiento con el que asegurarse la posesión del país y al mismo tiempo concilió a los indígenas e hizo numerosos regalos a Quibian para que en su ausencia satisfaciera las necesidades de la “colonia”.

El 12 de septiembre de 1504, Colón regresó a España, para poner fin al último viaje a América. Mientras el adelantado se establecía con la mayoría de los soldados en Veragua, Quibian sentía en secreto indignación hacia aquellos extranjeros que edificaban casas para establecerse en su territorio, y por ello envió mensajeros a todos los rincones de su reino para que se presentasen ante él todos los súbditos armados que pudieran, con el pretexto de preparar una batalla contra otras poblaciones distintas. Diego Méndez le indicó sus sospechas al adelantado y se ofreció a ir por la costa en un bote armado al río Vegua para observar de cerca el campamento de Quibian. No había andado una legua por la costa cuando vio que había muchos indígenas armados, por lo que retrocedió e informó al adelantado de lo que había visto, diciéndole que pensaba que los indígenas estaban preparando un ataque por sorpresa contra los españoles, pero el almirante no creía que sus supuestos amigos le fueran a traicionar, por lo que mandó de nuevo a Méndez en compañía de Rodrigo de Escobar, ahora por tierra, siguiendo la costa, sin adentrarse en la selva, para entrar como espías en la residencia de Quibian. En la entrada de Veragua, Méndez conversó por señas con unos indígenas que se encontraban en dos canoas, y dedujo que sus temores eran ciertos y que se estaba formando un ejército indígena que iba a marchar hacia el puerto para quemar por sorpresa los buques y las casas construidas por los españoles. Seguidamente les solicitó que le llevasen ante la presencia de Quibian. Llegaron a una zona del río donde existían muchas chozas separadas entre sí, entre las que destacaba la de Quibian, que estaba en la posición más alta, sobre una pequeña colina próxima a la orilla del río. De nuevo Méndez apreció el movimiento típico de los preparativos de la guerra; los indígenas los descubrieron e, inquietos por la presencia de los dos españoles, les prohibieron el paso, pero como Méndez había oído que Quibian tenía una herida de flecha en una de sus piernas, se presentó como cirujano para curarlo, y después de ofrecer algunos regalos, les permitieron seguir adelante hasta llegar a la explanada anterior a la choza de Quibian, donde con trescientas cabezas de enemigos muertos distribuidas por el suelo, se encontraban seguidamente una multitud de mujeres y niños cerca de la puerta de la choza principal, que empezaron a gritar y huyeron hacia su interior, mientras que un joven fuerte, hijo del cacique, salió a su encuentro y le dio un golpe a Méndez que le hizo retroceder unos pasos, a continuación comenzó a hablar en voz baja y sacó una “cajita de ungüento” con la que aseguraba que venía a curar a su padre, pero viendo que era imposible ver a Quibian y teniendo pruebas suficientes del peligro de guerra, partió sin más dilación de regreso al puerto.

Los informes de Méndez, fueron confirmados por un intérprete indígena amigo de los españoles, que indicó que Quibian estaba preparando un numeroso ejército dispuesto a atacar por la noche para matar a todos los españoles. En ese momento el adelantado mandó formar una guardia que protegiese la escuadra y la colonia, y organizó una expedición que marchase hacia la residencia de Quibian con intención de hacerle prisionero con el resto de sus familiares y principales caudillos indígenas, para enviarlos prisioneros a la Península y poner a la población al servicio de España, como apunta Jackson. Bartolomé Colón formó un pequeño ejército de setenta y cuatro soldados (entre los que estaba Diego Méndez y el intérprete indígena que había revelado la conjura) que partió el 30 de marzo de 1504 (aunque Jackson señala que esta acción se realizó un año antes, en 1503), constituidos en varios botes con los que pronto llegaron a la desembocadura del Veragua, y antes de que los indígenas pudieran reaccionar se situaron al pie de la colina de la comunidad de Quibian. Cuando éste supo de la presencia del adelantado español y que iba acompañado de muchos españoles armados, le anunció a través de un mensajero que se abstuviera de entrar en su residencia, no por miedo a la hostilidad, sino temeroso de que los españoles vinieran a por sus mujeres, según Jackson. Sin hacer caso al aviso el adelantado marchó con seis soldados, entre los que se encontraba Méndez, hacia la residencia de Quibian, asimismo ordenó que le siguiese el resto de la tropa de dos en dos, espaciando el tiempo, para que los indígenas no sospechasen nada, y que cuando escuchasen el sonido de un arcabuz rodeasen la residencia de Quibian, sin dejar salir nadie. Al llegar a la puerta, salió al encuentro del adelantado un nuevo mensajero que le prohibió el paso, pues Quibian, a pesar de que estaba herido en una pierna, saldría a saludarle. Quibian se sentó en el portal y pidió que sólo el adelantado se acercase a su lado. En ese momento, Bartolomé Colón mandó a Diego Méndez y a los otros cuatro soldados que se mantuvieran a distancia, sin perder de vista ningún movimiento, y que cuando viesen levantar el brazo al cacique fueran a su socorro. El adelantado, acompañado del intérprete indígena, que “iba temblando de miedo” por estar ante la presencia del cacique del país vecino, al pretender examinar su herida le cogió del brazo, momento que aprovecharon los españoles que permanecían de pie para lanzarse sobre él, y uno de ellos disparó un arcabuz, mientras que el adelantado le mantenía cogido —según Jackson—, aunque podrían haberlo hecho entre los soldados que lo ataron de pies y manos. Al ruido del disparo, y como estaba previsto, el resto de los españoles rodearon la choza apresando a cincuenta personas que se encontraban en su interior, entre los que estaban las mujeres e hijos de Quibian y muchos de sus principales súbditos, no saliendo nadie herido, pues según Jackson “jamás permitía el Adelantado derramar sangre inútilmente”. Cuando los indígenas de su comunidad le vieron preso comenzaron a implorar libertad, ofreciendo un rescate, que según ellos se encontraba oculto en la selva vecina, pero el adelantado no hizo caso, pues sabía que Quibian era un enemigo muy peligroso para dejarlo libre y que, en cambio, preso servía para mantener segura la colonia.

Por lo tanto, el adelantado mandó encarcelar a Quibian y al resto de prisioneros en los buques, mientras que él con el resto de soldados españoles persiguieron por tierra a los indígenas huidos. Juan Sánchez, primer piloto de la escuadra, se hizo cargo de madrugada de la conducción de los prisioneros. Colocaron a los prisioneros en varios botes, en uno de ellos ataron a un banco a Quibian, pero según Jackson, el cacique se quejaba de dolor, lo que movió la compasión de Sánchez, y en un momento del viaje aprovechó el cacique para arrojarse al agua y huir; la oscuridad de la noche y los gritos del resto de los prisioneros le permitieron escaparse mientras los marineros intentaban impedir la fuga del resto de prisioneros. Quibian logró llegar a la orilla, pero al ver que sus mujeres e hijos permanecían prisioneros, juró dar muerte a todos los “blancos” que encontrara en tierra, para lo que agrupó al mayor número de guerreros indígenas, con los que una noche se acercó silenciosamente a diez pasos de las posiciones de los españoles, hasta esconderse en los bosques que rodeaban las casas. Los españoles pensaban que los indígenas se encontraban dispersos y desanimados, por lo que descansaban tranquilos y descuidados, unos habían bajado a la costa a ver salir a los buques o estaban a bordo de la carabela en el río y otros descansaban dentro de las casas; de pronto salieron del bosque los indígenas gritando y precipitándose contra las casas con lanzas y “venablos”. En ese momento el adelantado salió a la cabeza de un grupo de siete u ocho soldados, le seguía Diego Méndez junto a otros soldados y entre los dos grupos consiguieron hacer huir a los indígenas hacia el interior de la selva, dando muerte a muchos de ellos con las espadas y arcabuces; mientras que los indígenas dirigidos por Quibian dieron muerte a un español e hirieron a ocho, entre los heridos se encontraba el adelantado Bartolomé Colón, que recibió una herida de lanza en el pecho. A partir de esta fecha, no se sabe nada de la vida de Quibian; puede ser que muriera en esta lucha, o que, por alguna razón, probablemente de desprestigio, dejara el cacicazgo.

 

Bibl.: W. M. Jackson, “Quibian”, en VV. AA., Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias, Artes, Etc., t. 17, Londres, Editor W. M. Jackson, 1890, págs. 761-762.

 

Miguel Héctor Fernández-Carrión

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