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Enriquillo

Biografía

Enriquillo. Santo Domingo (República Dominicana), ú. t. s. xv – Boyá, Azua (República Dominicana), 27.IX.1535. Cacique de la provincia de Barohuco (La Española).

Nacido en Santo Domingo en el último tercio del siglo xv, Enriquillo fue educado por los franciscanos que lo criaron, en su convento de Jaragua, en la religión y lengua de los españoles. Se casó con Mencía, una india de noble linaje. Fue encomendado en el repartimiento de Alburquerque de 1514 a Francisco Valenzuela, en San Juan de la Maguana, cuyo hijo lo maltrató, quitándole una yegua que tenía y abusando de Mencía. Por esta razón, el cacique se quejó ante el teniente de gobernador de la villa, Pedro Vadillo, quien no le hizo ningún caso. Enriquillo se trasladó, entonces, a Santo Domingo para presentar su queja a la Real Audiencia, tribunal que dio unas instrucciones, al parecer favorables al cacique, y a las que Vadillo no hizo caso. Ante tal injusticia, Enriquillo decidió sublevarse, en 1519, junto a un grupo de indios y convirtiendo las montañas de la zona en su principal centro de operaciones.

Tanto Valenzuela como Vadillo, al frente de unos setenta hombres que fueron enviados desde Santo Domingo, trataron con poco éxito de doblegar a Enriquillo, quien, aprovechando el terreno y lo escarpado de esos lugares, a la vez que el conocimiento de las armas y forma de combatir de los españoles, salió airoso de los ataques españoles. En 1526, el capitán Hernando de San Miguel, al mando de ciento cincuenta hombres, decidió una nueva estrategia de lucha: arrasó todos los conucos de la zona con el fin de cortar los suministros a los sublevados. Ante tan difícil situación, Enriquillo propuso al capitán San Miguel una tregua que fue aceptada por las autoridades de Santo Domingo y en la que pidió que participara como intermediario suyo el franciscano fray Remigio recordando viejos tiempos de enseñanza y educación a su lado. Enriquillo aprovechó la paz para trasladarse con gran sigilo a la parte oriental de la Sierra del Bahoruco, donde sembró nuevas plantaciones de cazabe que le garantizaban el mantenimiento de su pueblo. Poco antes había asaltado la estancia de San Miguel en Yáquimo.

En 1528 fue enviado como obispo de Santo Domingo, a la vez que como presidente de la Real Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal. Una de las principales misiones que llevaba era la de pacificar la isla tras los levantamientos de Enriquillo y de los demás indios, además de los negros cimarrones. Fuenleal, que se había mostrado muy partidario del indio, trató de concertar la paz con Enriquillo pero no lo pudo culminar ya que en 1531 fue trasladado a México a presidir su Audiencia.

Sobre la particularidad de este levantamiento, los oidores de la Audiencia de Santo Domingo se lo explicaban así al Emperador: “Es guerra con indios industriados y criados entre nosotros, y que saben nuestras fuerzas y costumbres, y usan de nuestras armas y están proveídos de espadas y lanzas, y puestos en una sierra que llaman Bahouruco, que tiene de largura más que toda el Andalucía, que es más áspera que las sierras de Granada”. Enriquillo creó un sistema defensivo propio de un español. Situó su cuartel en una zona de la sierra prácticamente inaccesible para los españoles, y según carta del licenciado Vadillo de 1533, “estaba en parte a donde jamás los españoles habían llegado y en lugar tan fragoso y escondido que nos dice que fue casi imposible hallarle aquel asiento y que junto de él tenía muy grandes xagueyes a manera de cuevas para se esconder él y su gente si fuesen hallados”. Al mismo tiempo, el cacique Enriquillo estableció un complejo sistema de información en torno a él.

Para financiar la guerra del Bahoruco, que fue enormemente costosa, las autoridades de Santo Domingo acordaron hacerlo a través de la sisa, un impuesto que gravaba determinados productos de primera necesidad, como la carne, el vino o la harina. El gravamen recaía sobre el comprador y lo marcaba la Real Audiencia, mandando echar sisa por vino y carne a partir de 1523, y la extendió en 1524 a un porcentaje de las perlas de Cubagua y a los indios alzados de Cumaná. En 1525 Jácome de Castellón y Lope de Bardecí tuvieron cargo del despacho de la primera armada de la guerra del Bahoruco contra el cacique alzado Enriquillo. La armada estuvo a cargo del capitán Pedro Vadillo. Como la guerra fue larga, el malestar de los vecinos contra las “sisas y repartimientos” fue grande consiguiendo en 1533 que la Corona aceptara pagar la cuarta parte de los gastos ocasionados por la guerra.

El levantamiento de Enriquillo incitó a otros indios y negros a sublevarse contra los españoles en distintas partes de la isla, como la sublevación del indio llamado Ciguayo en varias estancias de la Vega y el Cibao y muriendo a manos de sus captores en 1530. Más importancia tuvo el alzamiento del cacique Tamayo en las cercanías de Puerto Real, el cual, tras matar a algunos españoles, fue a refugiarse con Enriquillo en la sierra del Bahoruco. Otros indios sublevados por esas fechas fueron Hernandillo el Tuerto por tierras del Bonao, Buenaventura y Cotuí o el cacique Murcia que, después de veinticinco años levantado, llegó a un acuerdo con las autoridades en 1544 para retirarse con sus indios a Puerto de Plata.

A partir de 1531, la guerra contra Enriquillo se agravó, por lo que el Rey consideró muy urgente tomar medidas para terminar con el conflicto. Se organizaron cuatro cuadrillas formadas cada una por ocho españoles y cierto número de indios, radicadas en San Juan de La Maguana, otra en La Yaguana, otra en Puerto Real y la cuarta en la zona de La Vega y Santiago con el fin de defender las partes sensibles de la isla.

Desconfiada la Corona de encontrar una salida pacífica, decidió acabar con los insurrectos por las armas. El 4 de julio de 1532, en Medina del Campo, Francisco de Barrionuevo fue designado capitán general de la Guerra del Bahoruco. Meses después, el 20 de febrero de 1533, éste llegaba a Santo Domingo con casi doscientos soldados a combatir a Enriquillo si antes no se firmaba algún acuerdo de paz bajo ciertas condiciones. Tras estudiar el problema con las autoridades de la isla, Barrionuevo, acompañado incluso por algunos familiares del cacique, se fue en busca del cacique rebelde por tierras de Yáquimo con el fin de proponerle la paz y hacerlo volver a la obediencia del rey de España.

Tras más de dos meses de búsqueda, entre julio y agosto de 1533, Barrionuevo tuvo una importante entrevista con Enriquillo y Tamayo en los alrededores del lago llamado Comendador Aibaguanex, hoy Enriquillo, con el fin de concertar un tratado escrito que comprometiera directamente al rey de España, Carlos I. El cacique del Bahoruco pronto comprendió la importancia del citado acuerdo, consintiendo por propia voluntad concertar la paz.

Por ese tratado a Enriquillo le ofrecieron tierras, un asentamiento para él, para su familia y seguidores, además del título de “don”, una distinción que entonces llevaba sólo la nobleza más distinguida. Por contrapartida, se obligaba a entregar a todos los indios y negros cimarrones que hallase, recibiendo por cada negro “cuatro camisas de lienzo”. Igualmente se comprometía a ir contra los indios alzados.

Al tener conocimiento del acuerdo entre Enriquillo y Barrionuevo, Bartolomé de Las Casas, fraile dominico que residía en Santo Domingo desde 1521, tras el fracaso colonizador y evangelizador de Tierra Firme, visitó a los indios en el Bahoruco celebrándoles misas y bautizando a Tamayo y a otros indígenas. Las Casas, gran protector de los indios, animó a Enriquillo a mantener la amistad con los cristianos asegurándoles que el pacto firmado con el rey de España sería sumamente beneficioso para el cacique y para todo su pueblo. Enriquillo entonces marchó a la villa de Azua donde recibió al indio Gonzalo que regresaba de Santo Domingo.

En 1534, Enriquillo y su esposa Mencía, acompañados de algunos de sus caciques, fueron a visitar la ciudad de Santo Domingo, donde fueron recibidos con muchos honores. A su regreso se trasladó con toda su gente a las cercanías de la villa de Azua fundando un pueblo que se conoció con el nombre de Boyá. Enriquillo murió poco después, el 27 de septiembre de 1535, como un auténtico cristiano, siguiendo las ideas religiosas que le habían enseñado desde muy pequeño los franciscanos. Después de confesarse y redactar su testamento, fue enterrado, según su deseo, en la iglesia de Azua. El cacique dejó por herederos, al mando de su pueblo, a Mencía y a su primo Martín de Alfaro.

El cronista Juan de Castellanos lo definió así: “Fue Enrique, pues, / indio ladino / Que supo bien la lengua castellana, / Cacique principal, harto vecino / Al pueblo de San Juan de la Maguana [...] / Era gentil lector, gran escriban”.

 

Bibl.: M. A. Peña Batlle, La rebelión del Bahoruco, Ciudad Trujillo, Impresora Dominicana, 1948; J. de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, Bogotá, ABC, 1955; F. Pichardo Moya, Los aborígenes de las Antillas, México, Fondo de Cultura Económica, 1956; B. de las Casas, Historia de las Indias, ed. de J. Pérez de Tudela, Madrid, Espasa Calpe, 1957 (Biblioteca de Autores Españoles); Apologética Historia, ed. de Juan Pérez de Tudela, Madrid, Atlas, 1958 (Biblioteca de Autores Españoles); G. F. de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, ed. de J. Pérez de Tudela, Madrid, Atlas, 1959 (Biblioteca Autores Españoles); E. Rodríguez Demorizi, Los Dominicos y las Encomiendas de Indios de la Isla Española, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1971; C. de Utrera, Polémica de Enriquillo, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1973; R. Cassá, Los taínos de la Española, Santo Domingo, Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), 1974; B. Vega, Los cacicazgos de la Hispaniola, Santo Domingo, Museo del Hombre Dominicano, 1980; “El cacique Enriquillo murió en Sabana Buey, cerca de Baní”, en Santos, shamanes y zemíes, Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana, 1987; J. G. Guerrero y M. Veloz Maggiolo, Los Inicios de la colonización en América, San Pedro de Macorís, Universidad Central del Este (UCE), 1988; M. A. García Arévalo, Indigenismo, Arqueología e Identidad Nacional, Santo Domingo, Museo del Hombre Dominicaño y Fundación García-Arévalo, 1988; P. M. de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, Madrid, Polifemo, 1989; L. Arranz Márquez, Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española. El Repartimiento de Alburquerque de 1514, Madrid, Fundación García Arévalo, 1991; R. Cassá, Los indios de las Antillas, Madrid, Editorial Mapfre, 1992; E. Mira Caballos, El Indio antillano. Repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-15429), Madrid, Iberoamericana, 2000.

 

Luis Arranz Márquez

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