Cerda y Mendoza, Luis de la. Conde de Medinaceli (V), duque de Medinaceli (I), conde de El Puerto de Santa María (I). ¿Medinaceli? (Soria), 1442-1443 – Écija (Sevilla), 25.XI.1501. Noble, militar.
Nacido, muy posiblemente en Medinaceli, entre 1442 y 1443, su vida adulta transcurrió entre los reinados de Enrique IV y de los Reyes Católicos, de cuyo Consejo, como sus predecesores, formó parte y en los que destacó especialmente por su pretensión del trono de Navarra, por la protección que concedió a Cristóbal Colón en su palacio de El Puerto de Santa María y por su condición de mecenas del primer renacimiento.
Fue hijo de Gastón de la Cerda, IV conde de Medinaceli, y de Leonor de la Vega y Mendoza, señora de Cogolludo. Huérfano de padre cuando aún no había cumplido los doce años, quedó junto con sus dos hermanos, Íñigo y Juana, bajo la tutela de su madre, quien mostró tanto celo en la administración de los estados de su primogénito que, según cuenta el cronista Alonso de Palencia, el joven conde de Medinaceli, alcanzada la mayoría de edad, hubo de recurrir a la ayuda militar del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, para ser reconocido como legítimo señor por los vasallos de sus estados. Esta temprana orfandad paterna significó que Luis de la Cerda fuera educado en el ambiente humanista más refinado de la Castilla bajomedieval, el del palacio de los Mendoza en Guadalajara.
En este palacio, en el que había reunido una formidable biblioteca, se recluyó los últimos años de su vida —al abandonar la política activa tras la caída de Álvaro de Luna, en 1453— dedicado a la escritura y al estudio, su abuelo materno, Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, quien acompañó a su hija Leonor de la Vega, en el acto de solicitud de la tutela legal de sus hijos. Así, durante al menos cuatro años, Luis de la Cerda pudo recibir educación directamente de uno de los hombres más cultos de su tiempo. Todavía en 1459, un año después de la muerte del I marqués de Santillana y cuando el conde de Medinaceli ya gobernaba sus estados seguía residiendo en este palacio en compañía de su primo de su misma edad, el II conde de Tendilla, de quien pudo escuchar las novedades florentinas, pues por entonces regresó de su primer viaje a Italia.
Si, por una parte, esta educación confirió al joven conde una personalidad que, sin despreciar las armas, mostraba mayor inclinación hacia las letras, y modeló un temperamento muy diferente al de su padre Gastón, el prototipo de noble guerrero que llegó a declarar la guerra por sí mismo al reino de Aragón, por otra, hizo de él, al menos en sus primeros años, una pieza más en la estrategia política del poderoso linaje de los Mendoza. El Mendoza que más influyó en su vida fue su tío Pedro González de Mendoza cuyo biógrafo, Francisco de Medina, al narrar el recibimiento que, en Valencia, el por entonces obispo de Sigüenza hizo al legado papal, el cardenal Rodrigo Borja, en 1472, cita al conde de Medinaceli como uno de los sobrinos que siempre traía consigo y “que andaban siempre con él en su casa y mesa”. El Gran Cardenal tuvo, sin duda, especial protagonismo en los principales momentos de su vida y fue el principal intermediario entre el conde y la corte de Enrique IV, primero, y la de los Reyes Católicos, después.
Como miembro destacado del núcleo de los Mendoza, apoyó a Enrique IV frente a la nobleza rebelde liderada por Juan Pacheco, el marqués de Villena.
Durante los disturbios que siguieron a la “farsa de Ávila”, según Gonzalo Fernández de Oviedo, sirvió al rey Enrique IV con “con quinientas lanzas ombres de armas e ginetes e mucha gente de pie” al lado de su primo el II marqués de Santillana que lo hizo con setecientas.
En agradecimiento de su lealtad, Enrique IV le hizo merced de la Villa de Ágreda y su tierra el 24 de diciembre de 1465, villa que, como tantas otras que por entonces fueron donadas por Enrique IV a la alta nobleza, se resistió a salir del realengo, signos ambos, la donación y la resistencia, del debilitamiento del poder monárquico. Luis de la Cerda abandonó el partido nobiliario de Enrique IV un poco antes que el resto de sus tíos y primos del linaje mendocino, escenificando tal ruptura durante el desposorio de Juana la Beltraneja con el duque de Guyena, el 26 de octubre de 1470, matrimonio que había sido negociado, entre otros, por el ubicuo obispo de Sigüenza, Pedro González de Mendoza. El Rey, entendiendo que el reciente matrimonio de la princesa Isabel y del príncipe Fernando de Aragón quebrantaba los acuerdos de Toros de Guisando, trató de rehabilitar a su hija Juana obligando a los nobles presentes en dicho desposorio a prestarle el acostumbrado juramento de fidelidad como sucesora de la corona. De nuevo el autor de las Batallas y Quinquagenas informa de que “solo este señor, don Luys de la Cerda, que a la sazón era conde de Medinaceli, no la quiso jurar, aunque le davan dos mil vasallos porque la jurase e quiso más guardar su consçiençia”. Sin prejuzgar lo que pudo pesar su conciencia en esta negativa, los dos mil vasallos que, según el cronista, prometía Enrique IV, palidecían ante la posibilidad que se le había abierto al conde de Medinaceli, en el verano de 1470, de reivindicar el trono de Navarra.
Después de la muerte del infante Alfonso, que una parte de la nobleza había alzado como Rey, en el verano de 1468, y contemporáneamente al proyecto matrimonial del príncipe de Aragón, Fernando, con la princesa de Asturias, Isabel, Juan II de Aragón trató de atraer a la causa isabelina al conde de Medinaceli ofreciéndole en matrimonio diversas infantas de la Casa Real de Navarra. En primer lugar concertó matrimonio con Leonor de Foix, hija de Gastón IV —conde de Foix y Bigorre y vizconde de Bearne— y de Leonor de Navarra —efímera reina propietaria de Navarra a la muerte de su padre Juan II—. Leonor de Foix murió niña y finalmente Luis de la Cerda, en el mencionado verano de 1470, firmó capitulaciones matrimoniales con una prima hermana de Leonor, Ana de Aragón y de Navarra, hija natural del malogrado rey de Navarra y heredero de la Corona de Aragón, Carlos de Viana, y de María de Armendáriz, señora de Berbinzana. Con este matrimonio, Juan II pretendía servir a un tiempo los intereses de Aragón en Navarra y en Castilla, ya que, por una parte, sacaba del reino de Navarra a la hija del príncipe de Viana evitando un eventual matrimonio dentro de la nobleza navarra o de la casa real de Francia y, por otra, perseguía debilitar en Castilla a los Mendoza, principal apoyo de Enrique IV, sumando para la causa de Isabel al noble que poseía el principal estado castellano fronterizo con el reino de Aragón. Así, el 26 de julio de 1470 el conde de Medinaceli ya rindió pleito homenaje a los príncipes de Castilla-León y Aragón, Isabel y Fernando como “[...] príncipes herederos destos regnos e después de los bienaventurados días del Rey, nuestro señor, por Reyes [...]”.
Este proyecto chocaba con un inconveniente: Luis de la Cerda había casado en 1460 en primeras nupcias y previa dispensa de consanguinidad con una prima hermana suya, Catalina Lasso de Mendoza, de la que no había tenido descendencia. Se ignora la fecha en la que el conde de Medinaceli solicitó la anulación de este matrimonio, pero con toda probabilidad ésta estuvo motivada por su proyecto matrimonial con una infanta navarra, máxime cuando la primera noticia que se tiene de la solicitud de nulidad data de 13 de julio de 1469: un breve del papa Paulo II comisionando al obispo de Sigüenza, Pedro González de Mendoza, para que dictase resolución sobre este expediente de nulidad. Tradicionalmente, siguiendo los Anales de Zurita, se ha considerado que el matrimonio del conde de Medinaceli con Ana de Aragón se celebró a mediados de 1471. Más coherente es la versión del biógrafo del Gran Cardenal Mendoza, Francisco de Medina, que sitúa dicha ceremonia en el Palacio de los Mendoza en Guadalajara, en marzo de 1473, con ocasión de la visita del cardenal Rodrigo Borja, el futuro Alejandro VI, como legado apostólico del nuevo papa Sixto IV, pues Pedro González de Mendoza, en virtud de la comisión anteriormente mencionada del papa Paulo II, retrasó cuanto quiso la sentencia definitiva de nulidad del primer matrimonio de Luis de la Cerda y no la dictó hasta el 14 de diciembre de 1472, cuando ya debía conocer que el legado pontificio, al que acompañaba desde su recibimiento en Valencia el 20 de junio de 1472, traía para él el tan deseado capelo cardenalicio por el que pugnaba desde hacia tiempo en dura competencia con el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, y que le fue entregado en Guadalajara el 7 de marzo de 1473.
Durante el primer semestre de ese año se produjo la definitiva adhesión de los Mendoza y sus aliados a la causa de los príncipes Isabel y Fernando.
Ana de Aragón era fruto de las relaciones extraconyugales que Carlos de Viana mantuvo durante su viudez con una noble Navarra, antigua dama de la reina, María de Armendáriz, por lo que la reivindicación del Reino de Navarra, recogiendo los derechos dinásticos del malogrado príncipe, requería la previa legitimación de la flamante condesa de Medinaceli, asunto del que, de nuevo, se ocupó el cardenal Mendoza mediante sentencia dictada en Sigüenza el 26 de octubre de 1473 y refrendada, ante el notario público y apostólico Juan López de Gricio, por cuatro catedráticos de la universidad de Salamanca el 25 de mayo de 1474.
Esta legitimación se fundamentó en documentos que aún guarda el archivo ducal de Medinaceli: por una parte, en una solemne promesa, realizada por Carlos de Viana mediante billete autógrafo fechado en Artajona el 2 de mayo de 1451, de desposarla caso de haber descendencia de ella y, por otra, en el testamento hológrafo del mismo, otorgado en Zaragoza a 20 de abril de 1453, por el que encarga al primer conde de Lerín, Luis de Beaumont, y a su hermano Juan, líderes del partido beamontés, que a su muerte “alçen por Reyna del dicho mi Reyno de Navarra e por señora suya a Doña Anna de Navarra fija mía” y que buscaran el apoyo de Luis XI de Francia ofreciendo a la niña en matrimonio a su hermano, el duque de Berry.
Resuelto el obstáculo de la ilegitimidad, el 4 de abril de 1474 los condes de Medinaceli llegaron a un acuerdo con los líderes del bando beamontés por el que éstos por oposición a “la tiranía de la infanta doña Leonor, condesa de Foix”, reconocían a Ana de Aragón como “heredera del Serenísimo Príncipe don Carlos de gloriosa memoria, heredero de los reynos de Aragón y de Cilicia e señor propietario de Navarra” y los condes se comprometían a reconocer los estados que los beamonteses tenían y aumentarlos a costa de los de los agramonteses. Un mes después, según Zurita, solicitaron del príncipe Fernando, que “le diesse favor para proseguir su derecho en la sucesión del Reyno de Navarra”. Se ignora lo que el príncipe pudo contestar a los condes, pero sí parece que convenció a su hermanastra Leonor, condesa viuda de Foix y lugarteniente del reino de Navarra, para que el 4 de agosto de ese mismo año firmara un convenio en similares términos con el partido beamontés y a su padre, el rey Juan II, para que lo ratificara el 30 de agosto inmediato.
El tratado de Tudela de octubre de 1476, que establecía las condiciones de paz entre beamonteses y agramonteses, fijaba la sucesión en Leonor como heredera de Juan II y posteriormente en su nieto Francisco Febo, en virtud de derecho de representación y dejaba Navarra bajo la tutela castellana, depositando en manos de Fernando el Católico todas las plazas fuertes que detentaban los beamonteses, por una parte, y el fallecimiento de Ana de Aragón y de Navarra en torno al mes de marzo de 1477, por otra, forzaron a Luis de la Cerda a un acuerdo con los Reyes Católicos el 18 de abril siguiente mediante el cual, a cambio del desistimiento implícito de sus aspiraciones al trono navarro pues se obliga a servir y seguir “a los dichos Rey y Reyna, nuestros señores e al señor rey de Aragón, e a la señora princesa de Navarra”, recibió la confirmación de las villas de La Guardia y Los Arcos, antiguas villas del reino de Navarra incorporadas a Castilla en 1461, la ratificación de la merced que le habían hecho del castillo y fortaleza de Arbeteta que, junto con otros lugares del sexmo de la sierra de la tierra de Cuenca, poseía de hecho desde 1469, la donación de cuatrocientos vasallos en otros lugares de dicha tierra conquense y un pago anual de 406.000 maravedís de juro de heredad sobre las alcabalas y tercias de sus villas y lugares.
Descartada la aspiración a la corona de Navarra, Luis de la Cerda se consagró a ayudar a los Reyes Católicos en la guerra civil primero y en la conquista de Granada después y a la administración de sus estados. Respecto de la guerra civil, se ha llegado a afirmar, por el silencio de las fuentes, que no intervino. Sin embargo, una carta de Isabel la Católica a Mosén Diego de Valera, alcaide de la fortaleza de El Puerto de Santa María, contradice esta afirmación al menos en la vertiente de guerra luso-castellana que tuvo la guerra de sucesión en Castilla, pues reza así: “Mosén Diego de Valera mi vasallo e del mi Consejo. Ya sabéis cómo el Conde de Medinaceli dejó concertado que esa su villa del Puerto daría luego una caravela de armada bien aparejada para se juntar con las otras que por mi mandado se arman contra la gente de Portogal [...]”. Por otra parte, es difícil pensar que el señor de El Puerto de Santa María, permaneciera al margen de las expediciones que, desde su villa, se habían enviado anteriormente contra los intereses coloniales portugueses, de las cuales la más célebre es la protagonizada por Charles de Valera, el hijo del alcaide y futuro alcaide, a Guinea en 1476.
Pero sobre todo, sin esa participación, no se entendería que, apenas dos meses después de concluir la guerra de sucesión con la firma del Tratado de Alcaçovas, por Real Cédula datada en Toledo el 31 de octubre de 1479, los Reyes Católicos “acatando los grandes y señalados servicios que vos don Luys de la Cerda, conde de Medinaceli, nuestro sobrino nos abeys fecho en los tiempos pasados” elevaran el estado de Medinaceli a la categoría ducal, la más alta de la monarquía, y transfirieran la antigua dignidad condal de esta villa a su señorío de El Gran Puerto de Santa María.
La década de 1480, el flamante duque de Medinaceli y conde de El Puerto de Santa María, la pasó entre la guerra de Granada y la administración de sus estados tanto del Norte como del Sur. En junio de 1482 aparece en la frustrada conquista de Loja en abril de 1485 se reúne en Córdoba con los Grandes de Castilla, para marchar a los objetivos marcados por los reyes: la serranía de Ronda y el valle del Guadalhorce que caerían en manos cristianas. y. por fin. en la campaña de 1487, que finaliza con la conquista de Málaga, aparece con 210 lanceros en el alarde del río Yeguas marchando en la vanguardia a la izquierda del maestre de Santiago.
Respecto de la administración de sus estados, trató de reactivar el pleito que sobre la villa de Huelva mantenía con los duques de Medina Sidonia aprovechando sus estancias en El Puerto de Santa María, de recuperar rentas que había embargado para financiar su sueño navarro y de fijar franquicias en algunas de sus villas para recuperar la población perdida durante las continuas guerras de su padre en la frontera de Aragón.
Desde mediados de 1485 mantuvo una relación extraconyugal con una señora de El Puerto de Santa María, cuyos padres se llamaban García Alonso y Marina Alonso, pero que la documentación conoce como Catalina Vique Orejón o “Catalina del Puerto”, a la que además califican de “criada de su casa”, término especialmente ambiguo que informa mal sobre su posición social, pues se utiliza para calificar desde Mosén Diego de Valera hasta el último de los sirvientes. De esta relación nacería por estas fechas Juan de la Cerda, que, como se verá, será el segundo duque de Medinaceli.
También en estos años de mediados de 1480, según unos, o más tarde, entre 1490 y 1491, según tesis más sólida de Antonio Sánchez González, alojó el duque de Medinaceli en su palacio de la cosmopolita y marinera villa de El Puerto de Santa María a Cristóbal Colón, hecho que se conoce tanto por el detallado relato que de este encuentro hace Bartolomé de las Casas en su célebre Historia de las Indias, como por una carta que el duque de Medinaceli dirige el 19 de marzo de 1493 a su tío el cardenal Mendoza. Por el primero se sabe que el encuentro se produjo después del rechazo del duque de Medina Sidonia al proyecto colombino, que el duque de Medinaceli mando llamar a Cristóbal Colón, que “sabiendo que no tenía el Cristobal Colón para gasto ordinario abundancia mandóle proveer en su casa todo lo que fuese necesario”, que conocido el proyecto de Colón, “magnífica y liberalmente, como si fuera para cosa cierta, manda dar todo lo que Cristobal Colón decía que era menester hasta tres o cuatro mil ducados con que hiciese tres navíos o carabelas” y que finalmente el duque pidió licencia a los Reyes, a lo que la Reina contestó, siempre según el texto de Las Casas “que gozaba mucho de tener en sus reinos persona de ánimo tan generoso y de tanta facultad [...] pero que le rogaba el se holgase que ella misma fuese la que guiase aquella demanda”. El segundo documento, la carta al cardenal Mendoza, refrenda en líneas generales la versión de Las Casas, y además por ella el duque solicita que “por detenerle en mi casa dos años y averle endereçado a su serviçio se ha hallado tan grande cosa como ésta” se le hiciera merced “que yo pueda enviar en cada año allá algunas caravelas mías”.
Después de este episodio colombino, la última década de su vida se retiró el duque de Medinaceli a su villa de Cogolludo, dedicado al embellecimiento de la misma y a asegurar la sucesión de la casa de Medinaceli.
Respecto de la primera ocupación, en ella vuelca toda su formación humanista, pues a él se deben las principales transformaciones urbanísticas de Cogolludo, la remodelación de la plaza mayor, la construcción de una nueva muralla y, sobre todo, la edificación de un nuevo palacio, obra del arquitecto Lorenzo Vázquez, sorprendente por su “modernidad” y que en palabras de Chueca Goitia “es un gran intruso en la historia de nuestra arquitectura. Ni le anteceden heraldos que lo anuncien ni le siguen escoltas que lo continuen. Es mucho más enigmático e incomprensible que el palacio de Carlos V en Granada”.
Respecto de la segunda, la sucesión en el mayorazgo de su Casa, tras dos intentos de casar a su única hija legítima, nacida de su segundo matrimonio, Leonor de la Cerda de Aragón y de Navarra, primero con el hijo primogénito del duque de Nájera, malogrado por su temprano fallecimiento y después con el conde de Saldaña, primogénito del duque del Infantado, con el que llegó a estar capitulada y que se frustró por la oposición, manifestada ante notario, de Leonor, finalmente lo hizo el 8 de abril de 1493 con Rodrigo Díaz de Vivar y de Mendoza, primogénito del Gran Cardenal de España, legitimado por los Reyes Católicos desde 1487 y creado por ellos, con ocasión de esta boda, marqués del Cenete y conde del Cid. Por las capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos y el duque de Medinaceli, se fijaba que los novios recibirían las villas y fortalezas almerienses de Purchena, Urracal y Olula y una renta de 4,5 millones de maravedís, se establecía que no contraería nuevo matrimonio que legitimara sus hijos naturales y que la sucesión del ducado de Medinaceli recaería en la descendencia de este matrimonio, cuyo primer hijo varón habría de tomar el nombre de Luis de la Cerda, “solo sin nombre de otro linaje”.
En 1495 nació el ansiado hijo varón que, sin embargo, no superó el año de edad, siguiéndole poco después su madre, Leonor, fallecida el 8 de abril de 1497, con lo que se deshacían todas las previsiones sucesorias del duque de Medinaceli que quedaron así reducidas a dos alternativas: la sucesión de su hermano Íñigo, señor de Miedes y Mandayona, o la legitimación de alguno de sus hijos naturales. Como quiera que las relaciones con su hermano no eran buenas, pues al decir de Zurita hacía al duque “obras de enemigo”, optó por legitimar a Juan de la Cerda, el hijo nacido, hacia 1485, de su relación con Catalina Vique.
El proceso de legitimación de Juan de la Cerda, mediante el tercer matrimonio de su padre celebrado poco antes de su muerte, el 18 de octubre de 1501, que implicaba por sí mismo la sucesión en el mayorazgo, fue un proceso complejo que requirió la emisión de un dictamen por una comisión de teólogos y juristas de Alcalá de Henares y del apoyo decidido de los Reyes Católicos. Para conseguir este apoyo, Luis de la Cerda hubo de comprometer en matrimonio a su hijo Juan con Mencía Manuel de Portugal, nieta del primer duque de Braganza. Era un matrimonio que interesaba especialmente a la Reina Católica, pues anteriormente había pretendido que dicha señora casara con el propio primer duque de Medinaceli, pretensión que éste, casi sexagenario, rechazó alegando que “estava más para el otro mundo que para éste”.
Antes de fallecer, el duque de Medinaceli se ocupó de que Juan de la Cerda recibiera pleito-homenaje de cada una de las poblaciones de sus estados.
Finalmente, ya muy enfermo, Luis de la Cerda emprendió un último viaje para encontrar a los reyes Isabel y Fernando y agradecerles personalmente la legitimación y el reconocimiento de su hijo Juan como sucesor de su casa, muriendo en el camino, en Écija, el 25 de noviembre de 1501. Por deseo expreso suyo, fue enterrado en la capilla Mayor de la Iglesia de Santa María de Medinaceli, que el mismo había ayudado a construir.
Fuentes y bibl.: Archivo de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli.
G. Argote de Molina, Nobleza de Andalucía, Sevilla, Fernando Díaz, 1588; F. Fernández de Bethencourt, Historia genealógica y Heráldica de la Monarquía Española. Casa Real y Grandes de España, t. V, Madrid, 1904, págs. 207, 224; J. Manzano Manzano, Cristobal Colón. Siete años decisivos de su vida 1485-1492, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1964; A. Sánchez y González, Medinaceli y Colón, La otra alternativa del descubrimiento, Madrid, Fundación MAPFRE, 1995, págs. 75-250, 251-274; J. L. Pérez Arribas y J. Pérez Fernández, El palacio de Cogolludo, Guadalajara, Gea, 2007.
Juan Albendea Solís