Alonso Pinzón, Martín. Palos de la Frontera (Huelva), c. 1440 – Monasterio de la Rábida (Huelva), III.1493. Marino y descubridor.
Martín era hijo de Martín Alonso Pinzón y de Mayor Vicente, y tenía otros dos hermanos, más jóvenes que él, Francisco Martín Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón.
Los orígenes de esta familia, escribe Alice Gould, podrían situarse en Aragón o en la montaña castellana. Lo cierto es que, en los momentos del Descubrimiento del Nuevo Mundo, estaba perfectamente asentada en la villa de Palos. La tradición familiar era larga y siempre dedicada al mar, por lo que Martín desde niño navegó en las carabelas de su padre como grumete primero y como marino después, aprendiendo el oficio de su progenitor con mucho aprovechamiento.
El mayor de los Pinzón contrajo matrimonio con una vecina de la localidad de Palos llamada María Álvarez, matrimonio del que nacerían cinco hijos, los niños Arias Pérez Pinzón y Juan Martín Pinzón, y las niñas Mayor, Catalina y Leonor. Dos de estas hijas casaron con prestigiosos caballeros, como Diego Fernández Colmenero y Juan Caballero, mientras que la tercera, Leonor, permaneció soltera, pues adolecía de una enfermedad crónica conocida como la “gota coral” o epilepsia.
No se conoce la fecha exacta de la muerte de la esposa de Martín Alonso Pinzón, pero este hecho dejó viudo al descubridor y con cinco hijos: lo que le llevó a casarse en segundas nupcias con Catalina Alonso, señora principal de Palos, que le acogió en su casa y con la que vivió hasta el día de su muerte, a finales de marzo de 1493, según consta en la reclamación de la herencia paterna de los hijos del primer matrimonio de Martín Alonso Pinzón.
La vida de Martín Alonso se desarrolla en el comercio marítimo siguiendo la saga familiar. Pronto destaca como capitán de barco y genera gran confianza entre los hombres que se enrolan en sus navíos. Sobre esta actitud y proceder de Pinzón se tienen muchas pruebas documentales procedentes de las declaraciones de los hombres que le conocieron y que declararon en los pleitos larguísimos referentes a la problemática colombina. Al ser tan numerosos los testimonios se nombrará a algunos testigos y luego se seguirá la breve biografía que hizo su primo y piloto Hernán Pérez Mateos.
Sobre los años anteriores a 1492 y las andanzas de Pinzón declaraba un vecino de Palos llamado Antón Romero diciendo que Martín eran un gran conocedor del arte de navegar, lo que le había proporcionado una posición económica saneada y un estatus social que le relacionaba con las familias más destacadas de Palos. Opiniones similares daban Ferrán Pérez Camacho, Francisco Mendel y Ferrand Yáñez de Montiel.
La vida diaria de Pinzón era gobernar un barco de su propiedad transportando mercancías por todo el Mediterráneo y la fachada Oeste de África en la costa frente a Canarias, llegando incluso a la Mina de Portugal y al Golfo de Guinea. En estas andanzas vivió episodios que se han calificado como piráticos, es el caso del viaje que realizó en 1478 con su hermano Vicente en la carabela La Condesa al centro del Mediterráneo español, donde apresaron un navío, denominado Vallener, cargado de trigo y otras mercancías de mercado, que estaba fletado por unos vecinos de Ibiza. Por tanto, era una presa perteneciente al reino de Aragón y el hecho se puede contemplar desde distintos ángulos de la legalidad vigente.
Conocido es, asimismo, el viaje que Martín Alonso Pinzón realizó a Italia en 1492, en concreto al puerto de Ostia de la ciudad de Roma. En este viaje le acompañó su hijo Arias Pérez y parece que navegaron con un barco de su propiedad cargado de sardinas. Esta mercancía, que debía ser también fruto de su actividad pesquera, la trasportó a Roma para su venta. En esta visita a la Ciudad Eterna se piensa que Martín Alonso trató de hacerse con cartografía de la época para sus viajes, y se cree que visitaría los fondos documentales en la librería del papa Inocencio VIII, para tener acceso a las noticias sobre tierras al oeste de la Península Ibérica.
A la vuelta de este viaje a Italia Martín Alonso va a conocer a Cristóbal Colón. La fecha de mediados de junio de 1492 parece la más probable para situar el momento en que Cristóbal Colón y Martín Alonso se vieron por primera vez. Sobre este encuentro dice el testigo Rodrigo Prieto el Viejo, en respuesta a la tercera pregunta de los pleitos: “Cristóbal Colón vino a esta villa [Palos] para yr a las Indias con una provisión de sus altezas de los Reyes Católicos e questuvo en el monasterio de la Rábida muchos días y que trabajaba de hazer su armada y no hallaba gente y que se concerto con el dicho Martín Alonso Pinçon y ficieron sus convenençias, y si no se juntara el dicho Cristóbal Colón con el dicho Martín Alonso, ubiera harto que hazer en hazer el armada, porque no hallaba gente, y como el dicho Martín Alonso era ombre emparentado y sabio tenía munchos parientes onbres de la mar, como vieron que yva el dicho Martín Alonso en la armada, su hermano Viçeynte Añes e Francisco Pinçon, sus hermanos y otros muchos debdos y parientes por amor del fueron en la dicha armada porque era hombre de hecho”. Se da por válida esta declaración en lo fundamental, sobre el momento del conocimiento de Colón a Pinzón y de cuando ambos trataron una ayuda mutua. Esta idea es comúnmente aceptada incluso por Las Casas, que transcribe parte de esta conversación: “hicieron sus conveniençias”.
Fray Bartolomé de las Casas aporta aún más datos sobre esta primera relación y escribe de Pinzón: “El uno se llamaba Martín Alonso Pinzón y éste era el principal y más rico y honrado [...] con el principal Martín Alonso Pinzón comenzó Cristóbal Colón su plática, rogándole que fuese con él aquel viaje y llevase sus hermanos y parientes y amigos, y sin duda es de creer que debía prometer algo, porque nadie se mueve sino por su interese y utilidad”. Siguiendo la lectura de este capítulo 34, las Casas dice: “Martín Alonso Pinzón prestó a Cristóbal Colón el medio cuento o él y sus hermanos”.
Se considera suficientes las citas para concluir que ambos personajes se conocieron en junio de 1492. Parece ser que a Colón y Martín Alonso les presentó el fraile de la Rábida Juan Pérez, sirviendo de eslabón de unión entre ambos. Esta gestión hizo posible una conversación de negocios en que ambas partes acordaron realizar una sociedad verbal para realizar una expedición Atlántica, cuyos beneficios serían “a la parte”, según costumbre de la gente de mar.
En esta sociedad, Martín Alonso pondría el dinero que le faltaba a Colón, aproximadamente medio cuento de maravedíes y, lo más importante, las tripulaciones y apresto de las dos carabelas requisadas. El genovés, por su parte, ofrecía el plan y las ayudas y permisos reales ineludibles para llevarlo a efecto.
La solución adoptada parece, desde la lejanía del tiempo, una simbiosis perfecta en que cada socio necesitaría del otro para realizar su misión. Este período de tratos y de acercamiento de posiciones entre ambos socios se debió producir desde el momento de la llegada de Martín Alonso a Palos de su viaje a Italia, momento en que Juan Pérez, fraile de la Rábida, le presentaría a Colón.
La sociedad entre Martín Alonso Pinzón y Cristóbal Colón facilitó el contrato de marineros para el viaje. Se abrió, como era costumbre, un rol de enganche y en él se inscribieron todos los hombres necesarios, confiados en la pericia de Pinzón y porque era “gran marinero e hombre de buen consejo para la mar”. La mayoría de los hombres pertenecían al círculo de los Pinzón de Palos y los Niño de Moguer, a los que se debe unir los partidarios de Colón que van en la Santa María, los oficiales reales y cuatro palermos sacados de prisión para este menester.
Los hombres navegaban a sueldo de la Corona y recibían un salario según su categoría profesional. Así, Martín Alonso Pinzón recibía 4.000 maravedíes al mes; el grumete, percibía 666 maravedíes; los pilotos a razón de 1.750 maravedíes, caso de Sancho Ruiz de Gama; los maestres percibían 2.000 maravedíes al mes, como Francisco Martín Pinzón; los marineros tenían de sueldo al mes 1.000 maravedíes; el calafate lo mismo y los carpinteros cobraban según su habilidad, desde 833 de Juan Rodríguez a 4.000 de Gaspar Fernández; los alguaciles salían a razón de 2.000 maravedíes al mes, como Diego de Arana.
En la carabela Pinta, donde se piensa que se enrolaron unas treinta y cinco personas, se encontraba como capitán, Martín Alonso Pinzón, como maestre, su hermano Francisco, los pilotos Cristóbal García Sarmiento, Juan de Umbría y Juan de Jerez, el contramaestre Juan Quintero de Algruta, el calafate era Juan Pérez, el despensero García Hernández y el primero que vio tierra, que también iba en esta carabela, se llamaba Juan Rodríguez Bermejo (conocido como Rodrigo de Triana), y, por supuesto, sus dueños, Gómez Rascón y Cristóbal Quintero.
Al fin había llegado el día de la salida. Hernando Colón cuenta el momento: “Estando las tres [naves] provistas de todas las cosas necesarias, con noventa hombres, el 3 de agosto, al amanecer, dieron vela con rumbo a las Canarias.”
Durante los primeros días, el tres, el cuatro y el cinco de agosto, las tres naves de la expedición, la nao Santa María, Pinta y Niña, navegaron con normalidad. El día 6 se soltó el timón de la carabela Pinta, capitaneada por Martín Alonso Pinzón, lo que supuso una molestia considerable para proseguir el viaje. Algún cronista, como fray Bartolomé de las Casas, insinúa que ese hecho no fue un accidente, sino que los dueños de la carabela, Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, que navegaban en ella, dañaron intencionadamente el navío. La Pinta arribó a la isla de Gran Canaria para reparar los daños observados en el timón.
Reparados los navíos y terminadas las “vivencias”, el sábado 8 de septiembre a las tres de la mañana, en plena noche, se levantó un suave viento del Nordeste que permitió salir del puerto a las tres naves e iniciar su camino rumbo al Oeste. Los primeros días de navegación el viento sopló ligero, y el 25 de septiembre Martín Alonso Pinzón comentaba a Colón que en la carta que el día 22 le había dejado aparecían unas islas situadas en la región en que en este momento se encontraban, y se preguntaba por qué no daban con ellas. El almirante, ante pregunta tan directa y hecha por un marino del prestigio del que tenía delante, no pudo sino comentar que: “así le parecía a él pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debía haber causado las corrientes, que siempre habían hechado los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían”.
El día no terminó con este cambio de impresiones, sino que Pinzón siguió oteando el horizonte, y a eso de la puesta del sol, cuando es fácil confundir el cielo, el mar, la tierra y las nubes, los de la Pinta vieron tierra y así lo comunicaron al genovés. La escena puede imaginarse: al fin se lograba el propósito y el miedo de la gente desaparecía. Los hombres se subían a los mástiles y a la jarcia para poder observar mejor el lugar señalado como tierra y todos estaban convencidos de que así era. Incluso el propio Colón calculaba que habría unas 25 leguas, y de rodillas daba gracias a Dios. Mientras, los de la Pinta de Pinzón entonaban el “Gloria in excelsis Deo”, a los que se sumaron los de la carabela Niña y la nao capitana. Ante tal unanimidad, Colón decidió cambiar el rumbo y poner proa hacia la tierra situada al Suroeste, dirección en la que navegaron 17 leguas durante la noche. Pero el día deshizo la ilusión y la realidad se imponía.
Los muchos días en alta mar generaron malestar y posturas enfrentadas entre los hombres surgiendo actuaciones agresivas que se conocen como los motines de abordo. Estas sublevaciones fueron varias y se iniciaron cuando los tripulantes comprobaron que lo prometido por Colón no se cumplía. Surgieron al terminar la primera semana. Se trataba de un fenómeno producido por el miedo y la desconfianza de navegar hacia lo desconocido, y se producen de forma cíclica. El alboroto coincide con hallarse en un lugar donde debía haber islas, según las cartas náuticas de Colon, y no aparecían, lo que produce desconfianza en Colón e incluso en Pinzón, que habla con el descubridor y le comenta el estado de tensión de los hombres, “los cuales todos a una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo protestaciones”. La solución a la discordia llega con el grito de tierra lanzado este día, a última, por los hombres de la Pinta.
Pero la comprobación de la falsedad del descubrimiento reinicia el proceso. El 27 de septiembre, jueves, la gente estaba aplanada y navegaban por inercia, mientras la rebelión renacía y se fortalecía las jornadas 29 y 30, explotando el día 2 y 3 de octubre, esta vez con gran virulencia y duración, llegando hasta el día 6 en que Martín Alonso Pinzón propone a Colón cambiar de rumbo.
El genovés se mostró remiso a aceptar el consejo al verse fortalecido por el hecho de que desde la Niña se grita de nuevo tierra, resurgiendo la esperanza. Así, logra un margen en la ansiedad de los hombres. Pero esta vez ya desconfiaban de los gritos y el ciclo no se cerraba tan fácilmente. El motín continuaba y los hombres pedían directamente que destituyeran a Colón. El motín, si así se puede denominar, había triunfado, pero de manera civilizada, sin linchamientos.
El cambio de rumbo de la flota propuesto por Pinzón se efectuó el 7 por la noche, al día siguiente se mantuvo mientras se discutía la vuelta. Así llegó el jueves 11 de octubre, último día del plazo otorgado al genovés, en que se decidiría en uno u otro sentido la conclusión del viaje. Los sucesos que se desarrollaron este día entre las siete de la tarde y las dos de la mañana, momento en que se avistó tierra, merecen ser descritos: la carabela Pinta navegaba delante, porque era más velera. En ella iba por capitán Martín Alonso Pinzón cuando a eso de las dos horas del nuevo día, 12 de octubre viernes, uno de sus hombres, Juan Rodríguez Bermejo, gritó tierra, localizándola a dos leguas. De inmediato se hicieron las señales previstas, que eran un tiro de lombarda y alzar las banderas. De inmediato se puso la flotilla al pairo, esperando la amanecida para desembarcar.
Otra versión menos conocida es la de García Fernández, despensero de la carabela Pinta quien cuenta, en la declaración de los pleitos, en términos actualizados lo siguiente: “el dicho Martín Alonso se acercó al almirante y le dijo: ‘señor corramos cuarta en el Suoreste’ y Colón le respondió que de acuerdo. Comenta que el almirante siempre les animaba a todos y que no vieran tierra sino cambiaran de rumbo al Suroste donde encontraron la isla de Guanahani. La primera persona que la vió fue la gente que iba en la carabela Pinta, donde iba este testigo, y que Martín Alonso Pinzón mandó disparar las lombardas en señal de alegría, según estaba mandado, hacia el almirante, que venía detrás. Como descubrieron tierra, Martín Alonso esperó al almirante que llegase y una vez juntos Colón dijo: ‘señor Martín Alonso que habeis hallado tierra’, y entonces contestó Martín Alonso: ‘Señor mis albricias no se pierdan’ le respondió Colón ‘yo os mando cinco mil maravedís de aguinaldo’”.
La madrugada del viernes, día doce, los tres navíos de la flota anclaban frente a la costa Sur de la isla, preparándose para desembarcar en una playa en que se veían ya algunos nativos desnudos. Se trataba de los pobladores de una pequeña isla de las Lucayas, de unas 15 leguas de larga, con una laguna en medio, sin especiales promontorios que destacar y con abundancia de árboles, cuyo nombre, Guanahani, supieron más tarde los españoles por boca de los nativos, y a la que Colón bautizó como San Salvador.
El almirante arribó a la isla en el batel armado de la Santa María. Los otros dos capitanes, los Pinzón, actuaron de igual forma, y ya todos en tierra, Colón organizó la ceremonia de toma de posesión. Él llevaba la bandera real y los otros capitanes sendas banderas con una cruz verde cada una, y encima de la señal cristiana una F y una Y coronadas, como gallardetes reales. A continuación se siguió con la ceremonia de toma de posesión de la isla en nombre de los reyes de Castilla ante los dos Pinzón, el escribano Rodrigo de Escobedo, que anotando daba fe del acto, el veedor Rodrigo Sánchez de Segovia y el resto de las tripulaciones, bautizando en el acto a la isla con el nombre de San Salvador.
Colón ordena la exploración de las islas comarcanas y Pinzón, al igual que el resto de sus hombres, muestra una actitud obediente. Ejemplar fue la actuación del día 19 en que el almirante ordenó que cada navío tomase un rumbo distinto a modo de descubierta. Así la Pinta lo hizo al Este-Sureste, la Niña al Sur-Sureste, y la Santa María al Sureste.
Al final de la jornada los Pinzón vuelven temprano a la isla Isabela (Samoete). Colón en cambio arribó también a la Isabela, pero en el cabo que denominó Hermoso, al Suroeste, de forma que esta noche duermen separados los navíos. Colón escribe en este momento en la mar “que yo no se donde me vaya primero” dentro de un tono de desorientación. Este proceder dubitativo lo mantiene Colón durante el resto de octubre y en noviembre mientras visita Cuba, lo que provoca pérdida de confianza en los hombres. A ello se suma la forma de actuar en los rescates, que Colón prohíbe y que Martín Alonso tolera.
Al fin, el domingo 28 de octubre de 1492 llegaron a Cuba, isla que Colón bautizó con el nombre de Juana. El sábado 3 de noviembre la flotilla queda a la espera y Colón aprovecha para pasear por los alrededores disfrutando de la floresta. El domingo de mañana salió de caza y a la vuelta habló con Martín Alonso sobre unos palos que éste traía parecidos a la canela y comentaban cómo un marinero suyo portugués le habló de un indio que llevaba unos frutos rojos como nueces. Es más, el contramaestre de la Pinta dijo haber encontrado canelos, lo que hizo que Colón se trasladase al lugar del hallazgo donde pudo comprobar que era una confusión.
En este momento surgen las conversaciones de Martín Alonso con Colón sobre la localización y destino del viaje, aludiendo a la carta del físico florentino Paolo Toscanelli, que está utilizando para localizar el sitio donde se encuentra la armadilla sin conseguirlo. Martín Alonso Pinzón estaba al tanto de todas estas dudas, además de tener noticias de los nativos de la existencia de oro en otra isla y el deseo de volver. Es en este preciso momento cuando surge con fuerza la idea de la isla Babeque unida al oro. Será el viaje a esta isla situada al Este, coincidente con la ruta de vuelta, lo que proporcionará a Pinzón una disculpa para separarse.
Al amanecer del día 21 de noviembre, Colón tomó por primera vez en la mar la altura y se halló de nuevo a 42 grados latitud Norte. El genovés anota que tiene el cuadrante estropeado. Las Casas en el diario escribe: “Este día se separó Martín Alonso Pinzón con la carabela la Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por cudicia, diz que pensando que un indio que el almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y asi, se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso”. Este comentario lo complementa con unas palabras sacadas del diario de Colón que entrecomilla “...otras muchas me tiene hecho y dicho”.
Las Casas no comprende que los hombres de Martín Alonso ni el mismo Pinzón estaban dispuestos a seguir perdidos y volver a recorrer el camino hacia Cuba, sin ningún rumbo ni destino, por lo que Alonso Pinzón simplemente decidió seguir el rumbo marcado de ir a Babeque.
El miércoles 21 de noviembre por la noche, Martín Alonso navegó, según lo previsto, al Este, a Babeque, isla de la que le separaban 16 millas, mientras Colón decidió volver a Cuba. Debió ser por la tarde del día 21 cuando los navíos se separaron al realizar alguna maniobra con el viento, pero después no se volvieron a reunir. Pinzón con rumbo Este y poco viento navegó hacia Babeque (Great Inagua), isla a la que debió arribar el 23 por la mañana. A partir de este momento, desaparece todo el rastro y referencias escritas o bibliográficas sobre el proceder de Martín Alonso. Las jornadas de este viaje de cuarenta y cinco días de duración podrían reconstruirse y se hará seguidamente.
El recorrido empezó en Babeque, donde, tras unos días en tierra en que Martín Alonso comprobó que no había especial presencia de oro, trató de reunirse con el resto de la flotilla. Es probable que con rumbo Sureste se acercasen al final de Cuba y, ante el canal del viento, dudase qué camino tomar al no ver a Colón. Finalmente Pinzón optó por entrar en el canal que separa Cuba de la Española.
Ya en el canal no era fácil cambiar el rumbo, por lo que Martín Alonso decidió bordear la isla. A la salida de este canal las corrientes le debieron poner a la vista de Jamaica, isla que tocó en su costa noreste y comprobó que tampoco había riquezas especiales. Al no encontrar a Colón, Pinzón trató de volver a la derrota alternativa desde el punto de separación, pero las condiciones de navegación, corrientes y vientos no lo permitían, por lo que debió bordear la isla de la Española y navegando a su resguardo rodearla para salir al norte de la misma por el canal entre ella y Puerto Rico. Es posible que pudieran divisar esta isla de Boriquen desde la borda de la carabela. El 6 de enero estaban en un lugar que coincidía con la ruta que debía haber tomado Colón. Así ocurrió; ambas carabelas se encontraron. Sobre este recorrido quedan en la documentación algunos comentarios o frases que lo delatan.
Mientras Martín Alonso realizaba este viaje, su hermano Vicente con la carabela Niña tuvo que recoger a Colón cuya nao zozobró la noche de Navidad. Los planes de esta parte de la flotilla eran los de volver. El 1 de enero de 1493 seguían los preparativos para partir. Colón había enviado temprano la barca a recoger ruibarbo para traerlo a Castilla. Entre tanto el cacique Guacanagari le comentaba que había enviado a sus hombres por más oro y, en la espera, volvió la canoa despachada el día pasado con el indio y el español en busca de la Pinta, cuando se produjo la noticia del avistamiento de Martín Alonso. Estos emisarios comunicaron a Colón y Guacanagari que no habían encontrado nada, pero informaron a Colón de la abundancia de oro en aquellas zonas.
El miércoles de mañana, cuando parecía que la Niña iba a zarpar rumbo a España, el mal tiempo lo impidió. El domingo 6, a mediodía, Colón oteaba el horizonte desde la borda y mandó a un marinero que subiese al topo del mástil para vigilar los bajos. Cuando este hombre llegó a su lugar divisó a la carabela Pinta de Pinzón que navegaba rumbo Oeste con buen viento. La llegada de Martín Alonso y sus hombres fue rápida, favorecida por la brisa, lo que permitió que ambos personajes y sus tripulaciones se reunieran con claras muestras de sorpresa y agrado según cada uno. Pasados los momentos del saludo debían seguir navegando y, siguiendo los consejos del mayor de los Pinzón, decidieron desandar diez leguas en busca de un puerto seguro. Martín Alonso parece que pasó a la Niña “a sé excusar, diciendo que se había perdido contra su voluntad”.
Colón anota su versión del recorrido de Martín Alonso Pinzón desde el 22 de noviembre. Dice que el palermo fue a Baneque donde no halló oro y se vino a la costa de la Española (de Bohío) siguiendo la indicación de los indios que llevaba, quienes afirmaban que en esta isla había mucho oro. Con este propósito los hombres de la Pinta habrían arribado a la Española, cerca de la Navidad, hacía unos veinte días. Colón sigue escribiendo y afirma que esta carabela Pinta había rescatado mucho oro y que la mitad de todo ello se lo había quedado Martín Alonso Pinzón y el resto su gente. Así finalizaba el suceso de la separación de la carabela Pinta iniciado en noviembre de 1492.
El 7 de enero, primer lunes del año 1493, los marineros de ambas carabelas amanecieron alegres por el reencuentro y porque veían próxima su vuelta. De buena mañana los entendidos en carpintería y calafateado comenzaron las labores de aderezo de la Pinta, mientras el resto se afanaba en recoger leña, alimentos y aquellas materias necesarias para el largo retorno a España. Distinto era el ambiente entre los capitanes, donde se apreciaba la tensión entre los Pinzón y el almirante.
Sufría Colón mal el trato de los Pinzón y sus tripulaciones; se sentía desplazado y deseaba volver. El miércoles 9, a media noche, sopló viento Sudeste y zarpó con deseo de iniciar la vuelta. Navegó al Este- Nordeste hasta la Punta Roja. Al llegar la noche, se quedó a pernoctar al abrigo de este cabo. Con el reposo nocturno el almirante se afirmaba más en volver, incluso ya sin ver más cosas, porque ya había encontrado lo que buscaba, y además no quería reñir más con Martín Alonso Pinzón, al menos, hasta que los Reyes no conociesen las noticias de los descubrimientos. “Después no sufriré, dice él, [Colón] hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento”. Comentario que plasma la situación de olvido que sufría en las carabelas, donde iba como invitado al haber perdido su nao, la Santa María, y a buena parte de sus hombres que dejó en el fuerte de la Navidad.
Las carabelas la Pinta y la Niña al fin zarpan juntas tres horas antes de la salida del sol del día 16 de enero, miércoles, del golfo de las Flechas. Soplaba el vientecillo habitual de las mañanas en esta zona, viento terral del Suroeste, que roló al Oeste, con lo que las tripulaciones pudieron poner rumbo Este cuarta del Nordeste.
El jueves 17 ambas carabelas amanecen ya en la inmensidad del mar sin tierra a la vista. Sus ocupantes sólo tenían una preocupación y era encontrar el viento Oeste que les llevase a su hogar. Al amanecer del viernes 18 el viento estaba muy encalmado, tanto que el almirante calcula que habrían navegado sólo 15 leguas con rumbos propios de bordas en el intento de navegar contra el viento. La situación era tensa en las carabelas por lo poco que avanzaban.
El día 4 de febrero, los descubridores habían contactado con la corriente de vuelta, con los vientos del Oeste que les traerán a España. Con estas condiciones de navegación el ánimo de los hombres subió y ya se veían en la región de las Azores. Siguen navegando ambas carabelas unidas hasta el día 14 en que se separaron por culpa de una tormenta.
Se sigue el viaje de Martín Alonso y su carabela Pinta desde el último punto conocido al Oeste, cerca de la isla de Santa María a 36º latitud y 20º de longitud Oeste, hasta Bayona de Galicia a 42º latitud y 3º de longitud. El día 15 de febrero era viernes y el primero que la carabela Pinta de Martín Alonso navegaba en solitario, con el temor de que la Niña y con ella su hermano y el resto de la tripulación hubiesen perecido en la gran tormenta que les separó. Al final del día la Pinta habría recorrido sobre treinta leguas y se habría colado entre la isla San Miguel y Santa María con rumbo Noreste.
Navegaron toda la noche con buen viento y en la mañana del 16 estaban en mar abierto, habiendo dejado atrás las Azores. Posiblemente Martín Alonso estaba a 36º 30’ latitud Norte, a veinte leguas al Este de la isla de San Miguel. Este día el viento continuó rolando hacia del Noroeste al Noreste, lo que impuso un rumbo muy hacia el Norte tratando de ganar el Este todo lo posible. Pero se sabe que la Pinta navegaba mal de bolina, lo que la haría nortear bastante. Desde el domingo 17, que no aparece en el diario, hasta el 28 en que los marineros de la Pinta avistaron Galicia, su carabela recorrió de 18º de longitud hasta los 3º en que se encuentra Bayona. Lo que nos da unos 15º o unas 333 leguas, que divididas entre los once días que tardaron en llegar a la población gallega nos aporta una velocidad de treinta leguas diarias, que es la misma que recorrieron el día del que se tienen datos.
Todo lo expuesto lleva a afirmar que Martín Alonso, con sus hombres y la Pinta, siguieron el plan previsto de navegación, sin acceder al archipiélago por ser innecesario y tenerlo prohibido, y llegaron a tierra, lejos de su meta en Palos por causa de los vientos, pero lo hicieron en territorio español, como lo tenían ordenado. Así, seguramente en la mañana del último día de febrero, los habitantes de Bayona vieron arribar a la carabela Pinta, que traía la nueva del descubrimiento.
Se sabe que Martín Alonso llegó a tierra muy enfermo y que en Bayona trataría de cuidarse en los días que permaneció allí, desde el 28 al 12 de marzo que probablemente zarpó rumbo a Palos. ¿Pero qué hicieron tanto Martín Alonso como sus hombres en estas casi dos semanas de estancia en Galicia? La respuesta está dificultada por la poca difusión de la noticia y por razones políticas.
Martín Alonso y sus hombres descansaron y contaron lo que habían visto, y repetían en sus comentarios ideas que podían aclarar la realidad de lo sucedido en Indias. Así, Juan de Moguer dice que, “si no fuera por el dicho Martín Alonso Pinzón, que el dicho Almirante se volviera del camino e no descubriera la tierra, e que por su yndustria e saber del dicho Martín Alonso se descubrió la tierra, e quel dicho Martín Alonso descubrió la isla Española e el oro della desde el rio que dicen de Martín Alonso, donde primero llegó e surgió que otra persona alguna e puso su nombre al dicho puerto e rio”.
Apenas arribó a tierra Martín Alonso Pinzón envió un correo a los monarcas comunicándoles el descubrimiento de unas islas, tal y como nos confirman las palabras del cronista aragonés Jerónimo Zurita: “que había llegado nueva por una carabela de las que fueron con Colón, que aportó a Galicia”.
Desde la localidad gallega, Martín Alonso Pinzón decidió poner rumbo a su tierra el lunes 11 por la tarde o el 12 de marzo. La velera carabela Pinta con viento Noroeste pero al abrigo de tierra, pudo navegar rumbo Sur, si bien con cierta dificultad por lo que tardó cuatro jornadas y media en avistar la ría del Saltés, y a media tarde navegaba aguas arriba hasta el fondeadero de Palos, donde vio anclada a la carabela Niña. Según cuenta su primo Hernán Pérez Mateos, que lo vio, Martín Alonso llegó “a la villa de Palos, no entrando dentro se fue a una heredad suya que está en término de Moguer e alli adoleció, e estando doliente lo truxeron çiertos debdos suyos a un monasterio de franciscanos que se dize la Rávida en términos de palos a donde el dicho Martín Alonso falleció desta presente vida.”
La llamada de la reina llegó demasiado tarde, según cuenta Colmenero “vido que la reyna doña Ysabel mandó un mensajero que fuese Martín Alonso Pinçón ante ella, para se informar e gratificar e remunerar sus serviçios; y quando el mensajero vino [a Palos], hera fallesçido; el dicho Martín Alonso no fue [...]”.
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Jesús Varela Marcos