Díaz de Solís, Juan. Lebrija (Sevilla), m. s. XV – Río de la Plata (Argentina), II.1516. Piloto y descubridor.
El origen de este descubridor ha sido muy discutido, llegando algunos autores a considerarlo portugués, pero sin pruebas ciertas. Si bien parece que nació en España, en Lebrija, y que su familia debía ser oriunda de Asturias. Residía como vecino en Lebrija en 1508, año en que firmó la capitulación con Vicente Yáñez para ir a la especiería. El momento de su nacimiento resulta difícil de precisar por cuanto su nombre era común en los entornos lebrijanos y no puede confirmarse su año exacto.
En la discusión sobre la patria de Díaz de Solís se mantienen dos opiniones: la de José Toribio Medina, favorable a la tesis lusa; y la de Puente Olea, defensor de la teoría —basada en estudios de campo— de la patria española (Lebrija, Sevilla). Además, se sabe que en 1501 andaba ya en el mundo de los descubridores, pues lo conocía el piloto Pedro de Ledesma. Incluso se puede adivinar, como estos autores apuntan, la posibilidad de que existieran dos personas con el mismo nombre y profesión.
Juan Díaz de Solís emerge en la historia de los descubrimientos por primera vez en Burgos, a principios de 1508, donde acude reclamado por el rey Fernando el Católico, y lo hace junto con los pilotos más destacados de la Península como eran Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa y Américo Vespucio. La convocatoria en la ciudad castellana estaba motivada por el deseo del rey Fernando de seguir con la política de descubrimientos en América y, en concreto, por hallar el paso a la especiería, promesa colombina aún no cumplida.
En Burgos se celebró la junta general de pilotos en marzo de ese año de 1508, donde se tomaron una serie de acuerdos importantes; entre otros, suspender una expedición a la especiería, prevista desde hacía dos años, y que debería haber llevado a cabo Vespucio.
También, y con fecha de 22 de mayo de 1508, se acordó crear el cargo de piloto mayor de la Casa de la Contratación y otorgárselo a Vespucio; y organizar una nueva armada para encontrar el paso a la especiería, que capitanearía en esta ocasión, el siempre fiel, Vicente Yáñez Pinzón, que lo haría en compañía de Juan Díaz de Solís.
Consecuencia de esta junta, y por lo que a Solís se refiere, los acuerdos se vieron realizados con la firma de la consiguiente capitulación para viajar a la especiería.
El documento se fechó en Burgos el 23 de marzo de 1508 y se otorgó a Pinzón y Solís conjuntamente, donde el primero aportaba la experiencia y fidelidad; y el segundo, según reza en la capitulación, debería mostrar la derrota a seguir, pues se escribe: “Quando en buena ora partierdes de Cadiz abeis de seguir la derrota e via e marcaje que vos el dicho Juan Diaz de Solis dixeredes, lo qual vos mando que comuniqueis con el dicho Biçente Yañez y con los otros nuestros pilotos e maestres e hombres del consejo, porque se haga con más acuerdo y mejor sepais lo que habeis de seguir”.
La capitulación tomada por Pinzón y Solís, con el encargo de encontrar el paso a Oriente por Occidente, en concreto por el fondo del futuro seno mexicano aún por descubrir, se puso en ejecución con bastante rapidez. Se dispuso que la armadilla la compusieran dos naves solamente, una carabela y una nao, pues probablemente no se tuviesen más navíos disponibles, y se pensaba que el viaje desde Cuba no era muy largo. En todo caso, Pinzón se sintió cómodo con este número, y Vicente era piloto que había hecho varios viajes a los mares del Nuevo Mundo y tenía experiencia sobre qué tipo y cuantos navíos era preciso llevar.
Además, Juan Rodríguez de Fonseca, verdadera alma de todos los descubrimientos españoles, conocía la teoría expuesta por Colón tras su cuarto viaje que situaba a Catay y Zipango en un área muy cercana a la costa de Veragua. Estos aspectos nos confirman quién llevaba realmente el mando de la expedición, y que era netamente española, pues si hubiese habido influencia portuguesa, el tipo de navíos y su número, para viajes tan largos como los de la India, hubiese variado.
A la expedición se les unió el afamado piloto Pedro de Ledesma, que había viajado con Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje y, por tanto, debía tener conocimientos de la tierras descubiertas en la costa centroamericana, a pesar de que Colón registró a todos los componentes de la expedición a su vuelta, camino de Jamaica, quitándoles todas las anotaciones cartográficas. Sin embargo, los expertos pilotos conservaban buena memoria de los descubrimientos.
El costo de esta expedición ascendió a casi dos millones de maravedís (R. Ezquerra da el dato de 1.780.863 maravedís) y los navíos fueron el San Benito, que capitaneaba Vicente Yáñez, y la nao La Magdalena, que dirigía Díaz de Solís. Todos los elementos propios de una navegación ultramarina estaban dispuestos para salir en mayo de 1508, pero lo cierto es que no se sabe con exactitud la fecha en que esta expedición comenzó su viaje. Navarrete aventura como posible la fecha del 29 de junio, pero no da la fuente de dónde ha tomado el dato.
El siguiente paso del viaje de Solís-Pinzón sería su itinerario en aguas americanas del que se dispone de pocos datos, y son además contradictorios. La cartografía resulta de ayuda, si se logra interpretar las cartas a la luz de los comentarios de los cronistas. Se sabe que el piloto Ledesma hizo una carta náutica del viaje, y que la conoció Hernando Colón —que opinaba que era una duplicidad del cuarto viaje de su padre en el que él y Ledesma estuvieron presentes—, en la que aporta la región recorrida que fue en torno al Yucatán, pero no habla en absoluto del bojeo de Cuba.
Tratando de aunar las noticias, se cree que el recorrido de este viaje fue el que nos describe su mismo piloto, Pedro Ledesma, quien en los pleitos colombinos declaró que: “descubrieron delante de la tierra de Veragua a una parte de la vía del Norte todo lo que hasta hoy [1513] esta ganado desde la isla de Guanaja hasta el Norte y que estas tierras se llaman Chavañin y Pintigua e allegaron por la vía del Norte fasta veintitrés grados e medio [...]”. La declaración del mismo Pinzón sobre este viaje es similar, pero menos precisa al no ser un piloto cartógrafo tan avisado como Ledesma.
Contrastando opiniones, se ha optado por las de los integrantes de las expediciones, apartando las de los cronistas posteriores porque suelen estar más viciadas que las de los testigos directos. Así, se cree que recorrerían la Costa de Honduras, Guatemala, Belice y México en la facha del sureste de la Península de Yucatán, sin llegar a doblar el cabo Catoche; pues si lo hubiese realizado, Antón de Alaminos lo hubiese sabido (por ser amigo de Ledesma) y el palermo en su viaje de 1517 desconocía la existencia de una península, bautizando la región con el nombre de isla de Santa María de los Remedios.
La posibilidad de que esta región esté representada en el Mapa de las Décadas de Mártir de Anglería de 1511 es escasa, debido a que este mapa es posterior a 1513, pues en él también aparece la tierra de Bímini o La Florida descubierta por Ponce de León, Ortubia y Alaminos. El mapa aparece embuchado dentro de las Décadas y, al menos en el ejemplar de la catedral de Palencia, la tipografía que sigue a la adenda es diferente, y seguramente corresponde a 1518.
La expedición fue un fracaso, como lo fue la del cuarto viaje de Colón, al no conseguir el paso hacia la especería. Ya de regreso tocaron en la isla de La Española, en Santo Domingo, donde el gobernador, frey Nicolás de Ovando registró la armadilla y les quitó unos indios que declaraban que habían tomado como lenguas. Unas jornadas más tarde, Solís y Pinzón zarpaban rumbo a España donde arribaron el 29 de agosto de 1509, según reza en la nómina de Vicente Yáñez, a quien se le paga su servicio a la Corte hasta dicha fecha.
El resultado de la expedición fue considerado en la Corte como negativo y se les abrirá a ambos capitulantes, Solís y Pinzón, un proceso para determinar si habían cumplido con la capitulación. En un primer momento, llegó a encarcelárseles, pero tras el envío de unos guanines por Ledesma a Valladolid, donde estaba el Rey, se resolvió favorablemente el pleito, y Fernando el Católico ordenó a la Casa de la Contratación que empleara a Pinzón, mientras que nombraron a Ledesma piloto de la Casa y se concedió a Solís una indemnización por el tiempo del pleito. Al parecer, todo se aclaró y resultó positivo, cediendo ambas partes y premiando, al fin, a los descubridores.
La figura de Juan Díaz de Solís no desapareció de la escena oficial ni de los descubrimientos. Aunque despertaba recelos por su carácter voluble, a la muerte de Américo Vespucio en febrero de 1512 cuando ostentaba el puesto de piloto mayor, le sucederá el sevillano a quien se nombra para el cargo al mes siguiente, convirtiéndose así Solís en el segundo piloto mayor de la Casa de la Contratación, con el consiguiente salario de funcionario.
Solís tomo posesión del puesto de piloto mayor y, al parecer, inició el trabajo de elaborar un mapa unitario que recogiese todo lo descubierto hasta el momento por Castilla, en el intento de poder disponer de información completa corregida y científica para ofrecer a la Corona, a Fernando el Católico, con objeto de ayudarle en el pulso diplomático que mantenía con su yerno, Manuel I el Afortunado, en el pleito de la localización correcta de la raya del Tratado de Tordesillas.
Solís estaba elaborando un nuevo padrón real.
Es probable que influyera en la actuación del Rey la intensidad de esta política de conocer a quién pertenecía el Maluco, en función de la situación de la raya de Tordesillas y el correspondiente antimeridiano.
Además, se agudizaba el interés con la sospechosa expedición secreta de Portugal a las costas de Brasil, cuyos once componentes fueron apresados en 1512 en aguas de las Antillas, llevados a La Española y desde allí traídos prisioneros a España, donde en la cárcel de la Casa de la Contratación de Sevilla permanecieron durante años, para después ser canjeados por los siete españoles que navegaron con Solís y que, náufragos, fueron capturados por Cristóbal Jaques en su viaje a Brasil y llevados a Portugal.
Asimismo, y muy decididamente, influyó el recibo de la carta de Vasco Núñez de Balboa, de 20 de enero de 1513, comunicando al Rey el descubrimiento del Mar del Sur. La nueva daba otras perspectivas a los viajes al Nuevo Mundo, pues se sabía ya de la existencia de un mar al oeste, evidentemente era el mar que llevaba a China. Se había logrado salvar el obstáculo o barrera que se lo impidió a Colón, según palabras del genovés, sólo faltaba encontrar el desconocido paso naval o estrecho.
Estos acontecimientos, unidos a las quejas del rey de Portugal, provocaron una situación que hizo a Fernando el Católico tomar una solución definitiva, consistente en varias actuaciones. En primer lugar y de inmediato, enviar a su piloto mayor, Solís, con una expedición a la Espalda de Castilla del Oro para encontrar el paso al Mar del Sur y averiguar sobre el terreno la situación del Maluco; y en segundo lugar, ordenó reunir una junta de pilotos expertos para determinar la raya, o mejor, la situación del cabo de San Agustín. A dicha reunión asistieron Vicente Yáñez Pinzón, Juan Vespucio, Juan Rodríguez Serrano, Hernando Morales, Nuño García de Toreno, Andrés de Morales y Sebastián Caboto.
El proyecto de Fernando el Católico de aclarar la situación de las Indias, en la parte práctica, consistía en enviar, por un lado, una expedición importante capitaneada por Juan Díaz de Solís, y, desde el gobierno de Pedrarias Dávila, en Centroamérica, otra en sentido inverso capitaneada por Diego de Albítez.
Estos proyectos solían ser muy lentos en su gestión y preparación, tanto que las primeras cartas del Monarca tratando el tema con Solís fueron firmadas en la leonesa población de Mansilla de las Mulas, el 24 de noviembre de 1514, y las últimas están datadas en Aranda, en agosto de 1515; y sin embargo, la partida no se produjo hasta el mes de octubre de ese mismo año, desde Sanlúcar de Barrameda.
Así pues, se trataba de una expedición secreta, para evitar problemas nacionales al romper el sistema de viajes con capital privado, como los de Descubrimiento y Rescate, e internacionales para que Portugal no se sintiera agredido en sus asentamientos del Maluco donde, al parecer, había llegado una expedición de larga duración, pues se piensa en dos años, y en ese sentido se ejecuta previsión de sueldo a los capitanes.
Fue una expedición por aguas españolas con puntos intermedios de apoyo, caso del de Pedrarias Dávila en Panamá; con patrocinio oficial y gran inversión —4.000 ducados—, así como con la participación de hombres especialistas en la navegación y gestión: es el caso tanto del hermano de Solís, Francisco Coto —que se le impone como reserva de piloto mayor— como de Francisco de Torres, Marquina y Alarcón.
Asimismo, se le pide a Solís que en su escala a espaldas de “la tierra donde agora esta Pedrarias” envíe relación de lo descubierto con mapas y figuras del mundo, de forma que se pueda estar perfectamente informado en la Corte.
Solís partió de Mansilla de las Mulas hacia Andalucía para preparar la armada, encontrándose ya en Sevilla a principios de 1515. En la ciudad del Betis fue donde inició los trámites para hacer realidad los convenios logrados con la Corona y entregados por despachos, instrucciones, cédulas y órdenes —que nunca capitulación— que le permitirían realizar su misión. Recorrió la costa para conseguir las tres naves, y en su labor de acopio de bastimentos, artillería y hombres, consiguió la flotilla de tres pequeñas naves construidas en Lepe con las que, al desplazarse por la costa, tuvo un accidente perdiendo una de ellas. Este hecho desgraciado, pero habitual en la navegación, retrasó mucho su partida, teniendo que recurrir a la Corona para conseguir una nueva nave. La respuesta vino de la Casa de la Contratación que, por orden real, le proporcionó una nao con la que pudo completar su armada.
Con estos cuidados, al fin zarpa la expedición de Sanlúcar de Barrameda, el 8 de octubre de 1515, con tres buques, dos carabelas y una nao, y sesenta hombres, llevando como pilotos especiales a García de Moguer y Juan de Lisboa, hombres que navegaban habitualmente en la costa de Brasil, el último hacía poco que lo había hecho con Cristóbal de Haro bajo bandera portuguesa. Con buen tiempo, zarpó la flotilla rumbo a Canarias y Cabo Verde.
La derrota seguida por esta expedición se conoce perfectamente porque la incluyó Fernández de Enciso en su Suma de Geographia, de la que se toma. Salieron del archipiélago canario de la isla del Hierro y se dirigieron al de Cabo Verde, en concreto a la isla de San Nicolás, desde ésta navegaron cuarenta leguas por el archipiélago hasta la isla de Fuego 15º Norte. Desde aquí cruzaron el Atlántico por espacio de cuatrocientas leguas hasta el cabo de San Agustín al Sur de la equinoccial a 8º. Desde el cabo de San Agustín navegaron al sur hasta el golfo y río de San Francisco unas cuarenta y cinco leguas, hasta situarse en 10º sur, en la actualidad río de Sao Francisco y Punta de Manguinha.
De aquí navegaron a la Bahía de Todos Los Santos, distante unas setenta leguas, a 13º sur en la actual Salvador de Bahía. Cuentan que dentro de esta bahía había unos isleos pequeños y que desembocaban dos ríos, y que en las orillas de costa baja la gente andaba desnuda, y que comían pan de raíces; opinan, además, que la tierra era poco provechosa.
Desde Salvador, siguieron con rumbo suroeste unas ochenta leguas hasta Puerto Seguro, que lo sitúa a 16º sur a unas ochenta leguas (el actual Porto Seguro que se encuentra a 16º y 30´). Como puede verse, se ajusta perfectamente a las latitudes actuales y reales, e incluso se puede apreciar que se van conservando los nombres castellanos, si bien traducidos al portugués.
De Puerto Seguro se tiene una breve descripción en la que se dice que este puerto es muy bueno y que tiene un río, el Buronhaem.
Desde este punto zarparon rumbo a Golfo Hermoso recorriendo 110 leguas, navegando unas veces al sur y otras al suroeste, recorriendo una costa alta llena de arrecifes y restingas que entran en el mar más de veinte leguas. Pasaron por el golfo de Santo Tomé, actual Sao Tome, y el de las Barrosas. Los primeros arrecifes peligrosos están en el cabo Hermoso a 22º30´. Comentaban, mientras navegaban un gran golfo hasta el río Delgado donde debieron recalar, que era buen puerto y que la tierra era buena así como la gente, si bien andaba desnuda.
Zarparon de la desembocadura del río Delgado rumbo al cabo Frío navegando dieciséis leguas y situándose a 23º30´. Desde el cabo Frío comprobaron que la costa volvía al noroeste, cuarta al norte durante veinticinco leguas, y después volvía nordeste dejando al cabo Frío como una isla. Desde este punto navegaron al golfo de Mangues unas veinte leguas y desde aquí al río de San Francisco (actual Sao Francisco do Sur); recorrieron setenta y cinco leguas situándose a 25º (actualmente está a 26º 3´), habiendo dejado atrás el río de la Cananea, del que dicen que es un buen río, y un gran cabo que denominaron San Sebastián, a 24º, actual isla de Sao Sebastiao.
Seguidamente zarparon rumbo sur recorriendo setenta leguas hasta el río de las Vueltas —en la crónica de Herrera, Bahía de los Perdidos —, situado a 29º de latitud sur. Navegaron al sur ochenta leguas dando vista a la Isla de San Sebastián de Cádiz, donde están otras tres islas que bautizaron como de los Lobos, y dentro, el puerto de Nuestra Señora de Candelaria a 35º sur, así bautizado por estar en los primeros días de febrero, pues el día 2 de ese mes se celebra la fiesta de las Candelas. En este punto, dice el cronista, que bajaron los expedicionarios a tierra y tomaron posesión de la región en nombre de la Corona de Castilla, entraron luego “en un agua que por ser tan espaciosa y no salada llamaron Mar Dulce” (estaban ante lo que hoy se conoce como Río de la Plata), y que en aquel momento bautizaron Río de Solís.
Se vivían los primeros días del mes de febrero de 1516, cuando la expedición de Juan Díaz de Solís descubrió que el Océano Atlántico entraba muy al oeste retirándose o bojando la costa al oeste cuarta del sur. Se encontraban ante una vía de agua tan enorme que pensaron haber encontrado el tan ansiado paso hacia el oeste. El viaje descubridor había durado cuatro meses, y el éxito parecía haberles sonreído después de una larga etapa de zozobra y preparación. Ahora, la expedición se internaba por el río, y el capitán Juan Díaz con la pequeña carabela latina que gobernaba se adelantó a las otras dos y reconoció toda la entrada de aquél.
Solís y sus hombres se acercaron a una isla situada a 34º y dos tercios de latitud sur, y comenzaron a rodearla. En ella misma vieron casas y hombres que les ofrecían cosas, al ver la generosidad de los nativos que les ofrecían lo que llevaban, decidieron acercarse a ellos con la intención de tomar alguno para traerlo a Castilla. A tal efecto, Solís saltó a tierra en la barca de su carabela y los hombres que en ella cabían. Entonces los indios, que tenían emboscados a muchos compañeros con arcos y flechas, cuando vieron a los castellanos alejados del mar y de la carabela, les atacaron, y rodeándoles por todas partes los mataron. Nada sirvió que desde la carabela se disparase la artillería, sin descender a socorrerlos. Entre tanto, los indios tomaron los cuerpos de los muertos y retirándoles de la rivera, para mayor seguridad, se adentraron en tierra y a vista de los del navío castellano “cortaron las cabezas, manos y pies asaban los cuerpos enteros y los comían”.
Este fue el final trágico de aquel valiente sevillano de Lebrija, que llevado de su ímpetu personal y olvidándose de la responsabilidad que el cargo de capitán de la expedición confería, tomó una decisión equivocada perdiendo la vida y dejando huérfana la expedición para seguir el proyecto comprometido en España. Porque la continuación del viaje quedó en suspenso al haber perecido con Solís sus adjuntos Marquina y Alarcón y no estar claro quién debía hacerse cargo de la dirección de la expedición. No se puede precisar la fecha exacta en que sucedieron estos hechos y la muerte de Solís y sus hombres, pero se puede afirmar que fue en el mes de febrero de 1516.
Los hombres de las carabelas, una vez comprobado que los hechos eran irreversibles, determinaron retirarse y volver a España, y así descendieron el río y se detuvieron en las islas que llamaron de los Lobos Marinos, donde cazaron algunos para utilizar la carne en su dieta y las pieles las llevaron a Sevilla. Iniciaron el regreso costeando el litoral brasileño como habían hecho el descenso, hasta llegar a 27º sur, donde desembarcaron todos los componentes de las tripulaciones, dedicándose a cortar y cargar palo brasil hasta un total de quinientas toneladas. En la operación de salida parece que se perdió una de las naves, teniendo que permanecer allí siete de sus tripulantes. Estos hombres náufragos en la costa brasileña fueron recogidos por un barco portugués que los trasladó a Lisboa, y fueron utilizados como moneda de cambio con España para libertar a los portugueses tomados en el Caribe por los españoles años antes, como se ha dicho anteriormente.
Las dos carabelas restantes de la expedición del malogrado Juan Díaz de Solís continuaron su rumbo cargadas de palo brasil en su viaje de regreso al puerto de Sevilla, donde parece que arribaron el 4 de septiembre de 1516. Con este hecho, se daba por finalizada esta prometedora expedición al Maluco, idea y proyecto que debió esperar unos años a que Magallanes —que también murió en el intento, pero esta vez continuó el proyecto Elcano— consiguiese al fin el descubrimiento del paso, la llegada al Maluco y dar la primera vuelta al orbe.
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Jesús Varela Marcos