Magallanes, Fernando de. Sabrosa, Tras-os-Montes (Portugal), c. 1480 – Isla de Mactán (Islas Filipinas), 27.IV.1521. Navegante y descubridor portugués al servicio de la Corona de España, caballero comendador de la Orden de Santiago.
Nació en el norte de Portugal en el seno de una familia noble, los Magalhais, que en 1095 se establecieron en Portugal procedentes de Borgoña. El lugar y la fecha de su nacimiento no se conocen con exactitud, aunque la mayoría de las fuentes se inclinan por Sabrosa (cercana a Vila Real) como el lugar en el que vio la luz por primera vez, otras fijan su nacimiento en Oporto, Lisboa o Ponte da Barca (distrito de Viana do Castelo). En cuanto a la fecha se puede afirmar que fue en torno a 1480.
Era el menor de los tres hijos de Ruy de Magallanes, hijo de Pedro Alonso de Magallanes, y de Alda de Mesquita, hija de Martín Gonzálvez Pimenta y de Inés de Mesquita. Sus hermanos se llamaban Isabel y Diego.
De niño ingresó como paje de Leonor de Lancaster, esposa de Juan II, rey de Portugal desde 1481. En la Corte recibió lecciones de equitación, música, danza y adquirió conocimientos científicos que incluían clases de Ciencias Náuticas, Cartografía y Astronomía, impartidas por competentes maestros nacionales y extranjeros, también recibió una férrea formación religiosa que marcó en buena forma la conducta de su vida.
Los años de su infancia fueron testigos de grandes descubrimientos geográficos llevados a cabo por españoles y portugueses con el doble propósito de extender la fe católica y averiguar la verdadera situación de las islas de las especias que, como la pimienta, clavo, nuez moscada, jengibre o canela, aparte de ser estimulantes del apetito, eran inmejorables conservantes, al tiempo que disfrazaban con su sabor la podredumbre de las viandas. En 1487, Bartolomé Díaz descubrió el cabo de las Tormentas, hoy cabo de Buena Esperanza; en 1492, Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo; Vasco de Gama dobló el cabo de Buena Esperanza en noviembre de 1497 y llegó a Mozambique; en 1500, Álvarez Cabral llegó, llevado por los vientos, a la Tierra de Santa Cruz, actual Brasil, cuya parte norte había sido descubierta unos meses antes por Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe. El mismo año de 1500 Juan de la Cosa dio a conocer la carta náutica de su nombre.
En el Portugal medieval que conocieron y en el que vivieron los antepasados de Fernando de Magallanes la náutica, los nuevos descubrimientos y el comercio eran los temas obligados en las conversaciones cotidianas que desde niño estuvo habituado a escuchar y que, sin duda, forjaron su espíritu aventurero y le llevaron a realizar la gesta que hizo que su nombre figure en los anales de la historia.
De la Corte de Leonor de Lancaster pasó al servicio del rey Manuel I. Embarcó en la flota que, al mando de Francisco de Almeida, partió de Lisboa el 25 de marzo de 1505 camino de la India, de la que Almeida fue nombrado virrey.
Esta fuerza naval tomó sucesivamente Quiloa, actual Kilwa Kisiwani (Tanzania) y Mombasa (Kenia), para concluir viaje en Cananore (costa de Malabar) el 21 de octubre. Aquí, el 16 de marzo de 1506, tuvo lugar un gran combate naval en el que los lusitanos al mando de Lorenzo de Almeida, hijo mayor del virrey, destruyeron la flota del Zamorín de Calicut (India), que había pretendido sorprenderle.
En noviembre del mismo año partió Magallanes de Cochin (India), a las órdenes de Nuño Vaz Pereira, para sofocar unas agitaciones en Tanzania, desde donde viajó a Mozambique.
En marzo de 1509, enrolado en la armada de Diego López de Sequeira, partió hacia Malaca, con escalas en Madagascar, Ceilán, actual Sri Lanka, y Sumatra. El 11 de septiembre, fondeados en Malaca, fueron atacadas las naves por los indígenas, mientras los mandos de la escuadra se encontraban en tierra parlamentando con el rey, perecieron sesenta portugueses en un encarnizado combate y varios tripulantes de la nave de Sequeira quedaron prisioneros en tierra; Magallanes salvó de una muerte segura al capitán Francisco Serrano, lo que volvió a hacer unas semanas más tarde, cuando la nave de Serrano fue atacada por un junco armado. De estos hechos surgió una gran amistad entre estos dos hombres. Este primer reconocimiento de Malaca resultó, por tanto, un verdadero desastre, que fue en gran parte compensado por las valiosas informaciones náuticas conseguidas y las noticias auténticas de las islas de las Molucas, a donde llegó Francisco Serrano.
En octubre de 1510 Magallanes se encontraba nuevamente en Cochin y pasó al servicio del nuevo virrey Alfonso de Albuquerque, con quien participó a fines de noviembre en la conquista de Goa la Vieja, capital de la entonces India portuguesa. Acompañado de Serrano, se unió otra vez a las tropas de Alburquerque para llevar a cabo la conquista de Malaca en agosto de 1511. De regreso a la metrópoli fue admitido al servicio de la Corte como mozo fidalgo y luego como fidalgo escudeiro.
En agosto de 1512, enrolado en la gran armada de Jaime de Braganza, salió de Lisboa hacia la costa atlántica africana de Berbería, con la misión de someter a Muley Zeyam, jefe del entonces estado tributario de Azamor, que intentaba eliminar el poderío portugués en la zona; aquí fue herido en combate con una lanza que le dejaría cojo para siempre.
Como consecuencia de su ejemplar comportamiento en la última expedición, su jefe, Juan de Meneses, le nombró cuadrillero mayor, título honorífico que sólo había sido otorgado a dos soldados en el ejército portugués. El nuevo cargo le hacía responsable de la seguridad de los prisioneros de guerra y encargado de la custodia del botín capturado a los moros que ascendía a doscientas mil cabezas de ganado lanar y cerca de tres mil entre caballos y camellos.
En mayo de 1514 murió su gran valedor en las tierras marroquíes, Juan de Meneses, y los enemigos de Magallanes, envidiosos por su cargo de responsabilidad, iniciaron una campaña de desprestigio contra él, acusándolo de malversación de fondos, de abuso de su cargo y de entendimiento con el enemigo. El nuevo jefe, Pedro de Sousa, que no sentía gran simpatía por él, lo destituyó y ordenó que se le abriese un proceso y que fuese juzgado por un consejo de guerra.
Magallanes, convencido de su recto proceder, no le dio importancia al tema y regresó a Portugal sin haber nombrado una defensa legal para rebatir las causas que se le imputaban.
Nuevamente en Lisboa, el rey, Manuel I el Afortunado, le ordenó trasladarse a Marruecos para ser juzgado de las faltas que se le acusaba. Salió absuelto del juicio y volvió a Lisboa, donde en audiencia con el Rey, tras enumerar sus méritos, desde su servicio como paje de la Reina madre hasta su herida en la plaza de Azamor, solicitó la gracia llamada de “moradía en la casa real”, que suponía el ascenso de rango en la vida social, y autorización para servir a la Corona en una de las carabelas que partiesen hacia las Molucas o viajar en una nave particular a las islas de las Especias, lo que le fue denegado. Magallanes pensó que se le hacía una gran injusticia y decidió salir de su patria.
Recibió noticias de Francisco Serrano, en las que le comunicaba que las islas de las Especias, las Molucas, estaban muy lejos de la costa de Malaca y que sospechaba que, a tenor del Tratado de Tordesillas, de 7 de junio de 1494, que modificaba la bula (Inter Caetara II) del papa Alejandro VI, estableciendo una línea de demarcación a 370 leguas a occidente de las islas de Cabo Verde, a poniente de la cual podrían explorar los españoles y a oriente los portugueses, las Molucas estaban dentro de la demarcación reconocida a España.
Por aquel entonces, concretamente el 25 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa había descubierto desde el istmo panameño el que llamó “mar del sur”, actual océano Pacífico, confirmando las conjeturas de cartógrafos y navegantes sobre la existencia de un océano entre las islas Indias colombinas y el continente asiático. Quedaba por descubrir un paso interoceánico que uniese el Atlántico y el Pacífico y, como consecuencia de las exploraciones por la zona realizadas hasta la fecha por Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Díaz de Solís, Álvarez de Pineda y el propio Núñez de Balboa, parecía manifiesto que el supuesto estrecho no estaba en las zonas conocidas del Nuevo Mundo, pero nada se oponía a su existencia en regiones más australes o más boreales.
De hecho, en algunas representaciones cartográficas de la época, como el mapa de Martín Waldseemüller (1507), el del polaco Stobnicza (1512) o el globo terráqueo de Johann Schöner (1515), en las que, quizás por similitud con el continente africano o con la península indostánica, se afinaba el aún desconocido sur del Nuevo Mundo y podía atisbarse un paso marítimo. La existencia de este paso permitiría a España llegar a las Molucas sin vulnerar ningún tratado.
El trato de Magallanes con navegantes y cosmógrafos, su correspondencia con Serrano y su resentimiento con el rey portugués, le llevaron a buscar el apoyo de España para tratar de hallar el sospechado paso. Para ello renunció públicamente a la ciudadanía portuguesa y, dispuesto a buscar la ruta que permitiría llegar a las Molucas por poniente, se trasladó a Sevilla, eje de todos los negocios relativos a la expansión ultramarina, allí se unió a otros personajes como el cosmógrafo Faleiro, el también portugués Diego de Barbosa, empleado de las Reales Atarazanas, y el factor de la Casa de Contratación de Sevilla, Juan de Aranda, por cuya mediación pudo conocer a altos personajes a quienes expuso sus proyectos y consiguió una audiencia real en Valladolid.
En la Corte de Lisboa se conocieron estas gestiones, con el consiguiente temor de que los castellanos pudiesen perturbar el monopolio portugués sobre las especias, hasta el extremo de que llegaron a pensar en entorpecer de algún modo la empresa e incluso en eliminar a su promotor, razón por la que el obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, vicepresidente del Consejo de Indias, puso una escolta a Magallanes.
En Sevilla, Magallanes contrajo matrimonio con Beatriz Barbosa, hija del influyente Diego Barbosa, con la que tuvo un hijo.
En España habían ocurrido hechos importantes, había muerto el rey Fernando el Católico y estuvo como regente el cardenal Cisneros hasta la llegada de Carlos I, que a finales de 1517 desembarcaba en las costas cantábricas acompañado de un gran séquito de cortesanos flamencos, que, aunque mal recibidos por el pueblo español, rápidamente se hicieron los dueños de la política hispánica.
Carlos I se informó a fondo del proyecto de Magallanes y le dio su aprobación. En el documento de capitulación firmado en Valladolid el 22 de marzo de 1518, quedó bien claro que, por un período de diez años, Magallanes y Faleiro se reservaban los derechos a los viajes posteriores que se realizasen, no concediendo la Corona permiso a nadie que no fuese a ellos, siempre y cuando la búsqueda del paso se intentase por la ruta que ellos señalaban en la costa de América. Quedaba también muy claro que tenían que respetar la demarcación de Portugal. Dada la importancia del viaje, se les concedía la vigésima parte de los beneficios obtenidos, el título de adelantado y gobernador de las islas y tierras que se descubriesen a favor de Magallanes, sus hijos y herederos, y la quinta parte de los beneficios obtenidos con las especias que trajesen al regreso.
A comienzos de septiembre de 1518, comenzados los preparativos para emprender el viaje, el Rey le concedió a Magallanes el título de caballero comendador de la Orden de Santiago y también en esos días nació su primer hijo, al que bautizó con el nombre de Rodrigo, nombre muy español a la vez que portugués, ya que éste era el nombre del padre de Magallanes.
Para el viaje se hizo un gasto de 8.000.000 de maravedís y se prepararon cinco naves: la Trinidad, de 110 toneladas; la San Antonio, de 120 toneladas; la Concepción, de 90 toneladas; la Victoria, de 85 toneladas; y la Santiago, de 75. Las tripulaciones estaban integradas por unos doscientos cuarenta hombres, entre ellos, el burgalés Gonzalo Gómez de Espinosa, alguacil mayor y luego capitán general de la flota; el portugués Estevao Gomes o Esteban Gómez, piloto de la Trinidad, que desertaría con la San Antonio; el genovés Juan Bautista de Punzorol, maestre de la Trinidad; el portugués Duarte Barbosa, que llegó a mandar la expedición; el piloto francés Francisco Albo, autor del más valioso documento náutico del viaje; el jerezano Ginés de Mafra, conocedor del arte de navegar y transcriptor de una versión de la campaña; el ligur León Poncaldo de Manfrino, piloto y autor de una historia de la derrota e islas halladas; el lusitano Alvaro de Mesquita, primo de Magallanes, que actuaría como capitán de la San Antonio; Juan de Cartagena, primer capitán de la última nave citada y veedor general de la Armada; el sevillano Andrés de San Martín, cosmógrafo inquieto y piloto inicial de la misma San Antonio; el guetarense Juan Sebastián Elcano, contratado como maestre de la Concepción y capitán después de la Victoria; Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción; el portugués Joao Carvalho, piloto de la misma nao y más tarde capitán general de la flota; el onubense Martín de Ayamonte, grumete de la Victoria; cuya declaración ante los portugueses es fuente directa para el estudio del viaje; Juan Serrano, capitán de la Santiago y piloto mayor de la flota, y Antonio Pigafetta, caballero de Rodas, nacido en Vicenza, que actuó como cronista y relator de los hechos, sin cuyo relato no se habría tenido conocimiento de tantos datos interesantes y valiosos como ha proporcionado su obra.
El 10 de agosto de 1519 las cinco naos iniciaron su viaje hasta fondear en Sanlúcar de Barrameda, desde donde se hicieron a la mar el 20 de septiembre. Entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre hicieron provisiones y completaron las dotaciones hasta doscientos sesenta y cinco hombres en Tenerife, luego se acercaron a la costa africana de Sierra Leona para buscar los vientos del sudeste que les llevarían al cabo brasileño de Santo Agostinho y, desde allí, hasta la bahía carioca de Santa Lucía, hoy Guanabara. Hacia el 27 del mismo mes, siempre navegando hacia el sur, reconocieron el cabo Santa María, descubierto por Díaz Solís cinco años antes, y el 10 de enero llegaron a la desembocadura del río de la Plata, que estuvieron explorando hasta el 7 de febrero.
Durante la travesía desde Canarias hasta las costas sudamericanas surgieron tensiones y rivalidades; nada más zarpar, Magallanes ordenó a sus capitanes que, durante la noche, siguiesen el resplandor del farol que iba en la nao capitana, para que no perdiesen el rumbo. Ordenó también que, al atardecer, las cuatro naves saludasen a la capitana con un disparo de artillería. Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, no lo hizo, y el capitán general le ordenó que se aproximase con su barco, le preguntó por qué no saludaba como se había ordenado y éste contestó que era persona conjunta y tenía el mismo rango. Más tarde, Juan de Cartagena fue relevado en el mando, sustituyéndole Álvaro de Mesquita, como consecuencia de un nuevo enfrentamiento ocasionado por los cambios de rumbo que había ordenado el capitán general sin solicitar el parecer de sus oficiales.
El 24 de febrero llegaron a una gran bahía, que bautizaron con el nombre de San Matías, en la que no encontraron el paso que buscaban. El 2 de marzo penetraron en una nueva bahía, que bautizaron como bahía de los Trabajos, actualmente conocida como Puerto Deseado, y el 31 del mismo mes llegaron al puerto que denominaron San Julián donde pasaron una fría y dramática invernada de cinco meses de duración.
Aquí salieron a relucir abiertamente los resentimientos y agravios acumulados durante el viaje, Magallanes invitó a comer en su nao a capitanes y pilotos, pero sólo Mesquita aceptó la invitación. El clima de descontento y sedición aumentó de tal manera que, una noche, Juan de Cartagena y el capitán de la Concepción, Gaspar de Quesada, se dirigieron con treinta hombres a la San Antonio, prendieron a Mesquita y mataron al maestre Juan de Elorriaga.
Adueñados de la San Antonio, la Concepción y la Victoria, los amotinados requirieron a Magallanes que se atuviera a las instrucciones reales y la contestación fue el apresamiento de los mensajeros y el envío de un batel con gente armada a la Victoria, donde sabía que tenía muchos partidarios, al mando de Gómez de Espinosa, quien dio muerte al capitán Luis de Mendoza y convenció a la vacilante tripulación para que volviera a la legalidad. Magallanes bloqueó la entrada a la bahía con los tres barcos leales, la San Antonio fue vencida cuando intentaba escapar y la Concepción se rindió. Los oficiales amotinados fueron apresados, Álvaro de Mesquita fue nombrado capitán de la San Antonio, Juan Serrano de la Santiago y Duarte Barbosa de la Victoria.
Poco después, durante ese mismo invierno en San Julián, la Santiago naufragó cuando exploraba la costa hacia el sur y la tripulación tuvo que realizar una penosa marcha por tierra para regresar a San Julián.
El capitán de la primera nao perdida, Juan Serrano, tomó el mando de la Concepción.
El 24 de agosto, reanudaron la marcha las cuatro naves que quedaban, pero a los dos días tuvieron que refugiarse de los vientos junto a la desembocadura del río Santa Cruz, a poco más de 50º de latitud sur, donde permanecieron hasta el 18 de octubre, fecha de comienzo de la primavera en aquellas latitudes; el 21 de octubre avistaron y bautizaron el cabo de las Once Mil Vírgenes, a poco más de 52º de latitud sur. La San Antonio penetró por la embocadura unas cincuenta leguas y regresó con la noticia de que estaban en un estrecho que bautizaron con el nombre de Todos los Santos, festividad religiosa del día, y al que la historia le daría el nombre de Magallanes. Perdura el topónimo con que los expedicionarios denominaron al macizo que les quedaba por babor, Tierra de los Fuegos, o Tierra del Fuego, en alusión a las hogueras nocturnas que señalaban los campamentos de los indígenas.
Durante la navegación por el estrecho, Magallanes ordenó a la San Antonio que explorase una de las posibles aperturas al mar. Durante la exploración el piloto Esteban Gómez hizo prisionero al capitán Mesquita y convenció a la tripulación para desertar y volver a España pasando por Guinea. El 27 de noviembre, los tres buques que quedaban llegaron al océano, en el que navegaron durante tres meses y veinte días sin provisiones frescas ni agua, lo que hizo que empezasen a padecer de escorbuto. Durante este tiempo no encontraron una sola tormenta, por lo que denominaron océano Pacífico al mar que Núñez de Balboa había bautizado como Mar del Sur. Inicialmente pusieron rumbos de componente norte a lo largo de la costa chilena, el 24 de enero, ya de 1521, avistaron una isla que bautizaron con el nombre de San Pablo, donde no encontraron lugar apropiado para desembarcar, por lo que continuaron navegando hasta el 4 de febrero, que descubrieron la que llamaron isla de los Tiburones, incluida con la anterior en la denominación de Infortunadas o Desventuradas, que bien pudieron ser las actuales Fakahina y Flint. No encontraron en estas islas los víveres que necesitaban y, una vez cortada la línea del ecuador, entre el 12 y 13 de febrero, navegaron hacia el noroeste hasta el día 28, que pusieron rumbo oeste, una vez en latitud 13º norte. El día 6 de marzo avistaron el actual archipiélago de las Marianas, que bautizaron islas de los Ladrones. Fondearon en la mayor de las islas, la de Guam. Allí fueron recibidos por los nativos, afables pero codiciosos, que asaltaron los tres buques y se llevaron todo lo que podía ser trasladado: las vajillas, cuerdas, cabillas y hasta las chalupas.
Permanecieron allí solamente tres días para abastecerse y una semana después avistaron la isla de Siargao, al nordeste de Mindanao, en las actuales Filipinas, el 16 de marzo la de Dinagat, y posteriormente llegaron a Limasawa el 28 de marzo, festividad de Jueves Santo, donde el reyezuelo de la isla les acogió amistosamente y les proporcionó víveres. Allí, sobre un altar improvisado, se ofició la primera misa en tierra filipina.
Una semana más tarde, ayudados por un piloto filipino, dejaron Limasawa y llegaron a la isla de Cebú, donde el rey Humabón les recibió con los brazos abiertos, y el domingo 14 de abril, después de una misa celebrada en la plaza del poblado, fue bautizado con el nombre del rey de España, Carlos.
Magallanes le regaló a la Reina una imagen del Niño Jesús tallada en madera negra, que el arzobispo de Sevilla le había entregado antes de salir de España. Es curioso que más de cuarenta años después, el 16 de mayo de 1565, los soldados de Legazpi encontraran en la misma isla aquella imagen, a la que el pueblo filipino rinde aún hoy en día un culto entrañable en una capilla del convento cebuano de los padres agustinos.
Con el fin de afianzar la soberanía española en toda la comarca pidió a los caciques vecinos que se sometiesen al dominio del rey de Cebú. Éstos enviaron regalos al monarca isleño como símbolo de su adhesión, excepto uno de ellos, Silapulapu, gobernador de Mactán, que no aceptó la invitación del capitán general, que reaccionó tratando de humillarle por la fuerza. Humabón y los oficiales españoles desaconsejaron un enfrentamiento abierto, pero Magallanes insistió en llevar a cabo una operación de castigo y tomó personalmente el mando de la acción. En la mañana del 27 de abril, con unos setenta hombres a bordo de dos bateles y escoltado por varias canoas cebuanas, se dirigió al poblado de Mactán, donde desembarcaron bajo una lluvia de flechas envenenadas y consiguieron prender fuego a las chozas del poblado.
Magallanes recibió una pedrada en el rostro y fue herido en el brazo derecho. Durante la retirada, que llevaron a cabo con precipitación, recibió un machetazo en la pierna y luego fue rematado en el suelo.
Las gestiones de los españoles para que les fuese entregado su cadáver y los de los que murieron con él fueron inútiles. Más tarde fue erigido un monumento/ memorial, que hoy en día se puede contemplar, en el lugar donde Magallanes fue asesinado por los nativos en la pequeña isla de Mactán.
Nuevos problemas determinaron que Juan López de Carvalho tomase el mando de la expedición y de la Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa fue designado capitán de la Victoria y Juan Sebastián Elcano el de la Concepción.
Auxiliados por prácticos nativos llegaron a la pequeña isla de Panglao, donde Carvalho fue destituido, la Concepción fue incendiada debido al mal estado en que estaba y a la falta de tripulantes y Elcano tomó el mando de la Victoria.
El 7 de noviembre de 1521 las dos naos llegaron a la isla Tidore, en las Molucas, alcanzándose así el objetivo marcado por Magallanes. Aquí cargaron especias y el 18 de diciembre iniciaron el viaje de regreso a España, pero la Trinidad hacía mucha agua y tuvieron que volver a Tidore, donde Elcano se comprometió ante Gómez de Espinosa a conducir la Victoria directamente a España por la ruta portuguesa, mientras que la Trinidad intentaría volver a América, una vez reparada. Fue entonces cuando surgió la idea de dar la vuelta al mundo, pues la expedición de Magallanes había salido con el fin de llegar a las Molucas por poniente y regresar por el mismo camino de ida.
La Trinidad intentó sin éxito cruzar el Pacífico hasta Panamá y regresó a las Indias Orientales. La Victoria, en mejores condiciones para navegar, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, tomó la ruta occidental por el cabo de Buena Esperanza y el 8 de septiembre de 1522, llegaron a Sevilla los dieciocho exhaustos miembros de la tripulación que sobrevivieron al hambre, la sed, el escorbuto y a las hostilidades de los portugueses, que detuvieron a la mitad de los hombres de Elcano cuando hicieron escala en las islas de Cabo Verde.
En el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz), existe una lápida dedicada a la memoria de Magallanes por el entonces Colegio Naval Militar, que fue colocada al instalarse éste en el edificio contiguo en 1853.
Bibl.: J. Toribio Medina, Descubrimiento del Océano Pacífico, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1920; F. Majó Framis, Fernando de Magallanes, Madrid, 1944; A. Melón, “Magallanes, Fernando de”, en VV. AA., Gran Enciclopedia Rialp, Madrid, Ediciones Rialp, 1979, págs. 720-722; C. Martínez Valverde, “Magallanes, Fernando de”, en VV. AA., Enciclopedia General del Mar, Barcelona, Ediciones Garriga, 1982, págs. 646-647; L. Cabrero, Fernando de Magallanes, Madrid, Historia 16 Quorum, 1987; A. Landín Carraso, Padrón de Descubridores, Madrid, Editorial Naval, 1992, págs. 101-116; D. J. Boorstin, “Los caminos del mar hacia todas partes”, en Los Grandes Descubrimientos, Barcelona, Editorial Planeta Deagostini, 2002, págs. 583-598.
Carlos Márquez Montero