Díaz del Castillo, Bernal. Medina del Campo (Valladolid), X.1495 o III.1496 – Santiago de Guatemala (Guatemala), 1 o 3.I.1584. Cronista.
Él mismo indica ser hijo del regidor Francisco Díaz del Castillo y de María Díez de Rejón. De su padre comenta que fue apodado El Galán, por su buena presencia. En carta a Felipe II le recuerda como regidor de la villa de Medina. El apellido “Del Castillo” no lo utilizó sino cuando se estableció en Guatemala y fue consciente de su autoridad y categoría (C. Sáez de Santamaría).
Sus estudios no fueron más allá del aprendizaje de las primeras letras, algunos historiadores como Prescott subrayan su incultura y su vanidad, si bien queda indemne el valor épico de su prosa, ensalzada por Menéndez Pelayo. Por el contrario, debió de aprender muy joven el manejo de las armas. Durante su juventud, tan sólo parece haber viajado a Salamanca o Valladolid, poblaciones citadas en su crónica. Su cultura letrada y sus lecturas incluyen una extensa nómina de novelas de caballerías —Amadís y las Sergas de Esplandián— que debieron de ser sus preferidas, sin olvidar un amplio repertorio del Romancero. Se puede rastrear la presencia de algún tratado de Historia Universal, las Vidas paralelas de Plutarco, los Comentarios a la guerra de las Galias de César, y tal vez Homero, aunque de algunos dirá que se los escuchó a Cortés —entre otros, Tácito y Tito Livio—. Se completaría su biblioteca con Illescas, Giovio y Gómara, también citados en su crónica. Seguramente conoció también la relación del capitán Andrés de Tapia por los paralelismos que con ella guarda (Sáez de Santamaría).
Su formación de cristiano viejo corre acorde con un convencido providencialismo: “Ahora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece que las veo presentes.
Y digo que nuestros hechos no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios”.
La mejor y casi única fuente que se posee para trazar su vida procede de su Historia verdadera de la conquista de Nueva España, redactada en varios momentos y con rectificaciones que implican versiones paralelas, la del Manuscrito Remón (por haberse imputado a su pluma las correcciones que en realidad debieron de pertenecer a Bernal), el Manuscrito Alegría (que debe su nombre al ilustre bibliófilo que lo poseyó) y el Manuscrito Guatemala. Este último fue la base esencial de la historia; se terminó de redactar en 1568 y, dirigido a Su Majestad, fue enviado (10 de marzo de 1575) al presidente de la Real Audiencia, doctor Pedro de Villalobos. Una buena parte de la crítica ha atendido preferentemente a las circunstancias que ocasionan la supresión o la incorporación de los diferentes capítulos, según las versiones originales de la Historia verdadera (Sáez de Santa María, Cerwin, Genaro García, Serés). A estos escritos cabe añadir los memoriales, las dos cartas al Emperador (1552 y 1558), la carta a fray Bartolomé de Las Casas y dirigida a Felipe II.
Sáez de Santa María le describe delgado, acostumbrado a los rigores de la soldadesca, no calvo y adicto al chocolate, con que se desayunaba, nada bebedor, pues también lo censura.
Hacia 1514 abandona su ciudad y de creerle, puesto que el Bernal Díaz que figura en el registro de pasajeros es hijo de Lope y Teresa Díaz, embarca en la expedición de Pedrarias Dávila, quien había sido nombrado gobernador de Tierra Firme. Escasean los datos de este primer viaje y los que se ofrecen a veces son errados. Debió de guardar cierta relación de parentesco con Diego Velázquez porque Bernal le cita como “deudo suyo” e incluso parece haber vivido algún tiempo en su casa. Otros parientes encontrará en Indias como Francisco de Lugo, Cristóbal de Olea o Juan Velázquez de León. A lo largo de su crónica insiste en su participación en todas las empresas descubridoras de Nueva España y discute a aquellos que señalaban a Cortés como descubridor de México.
Durante su estancia en Cuba le llegan noticias de una expedición exploradora. Organizada por Diego Velázquez, Cristóbal Morante y Lope Ochoa, el viejo conquistador, sin embargo, atribuye la organización a los soldados y añade que el objetivo no era conseguir esclavos, como denuncia Las Casas. En La Habana se enrola con ciento diez compañeros a las órdenes del capitán Francisco Hernández de Córdoba.
La expedición que inició su viaje el 8 de febrero de 1517 avistó tierra a los veintiún días (Punta Cotoche y Champotón —Yucatán—). El enfrentamiento con indios hostiles se salda con la pérdida de cincuenta y siete soldados y la herida mortal de Francisco Hernández de Córdoba. Ante tal descalabro, la prudencia aconseja regresar a La Habana, donde tienen noticia de la llegada de una canoa cargada de camisetas de algodón, y en ella se embarca con otros compañeros.
Sorprendidos por una tempestad, tienen que salir a tierra y, finalmente, llegar a Santiago, meta de su viaje. Allá se ha corrido la nueva de tierras fértiles, cuyo descubrimiento se apropia Diego Velázquez en carta al Rey.
Organizada por Diego Velázquez, y al mando de Juan de Grijalva, sale la segunda expedición (sábado 1 de mayo de 1518) desde la isla de Cuba. Tal vez llevaran orden de no poblar, puesto que no lo hicieron y el rescate que consiguieron apenas si fue rentable. Él mismo narra con sorna que, creyendo ser de oro bajo unas hachas que resultaron ser de cobre, rescataron más de seiscientas “y cuando las vieron estaban tan mohosas y, en fin, como cobre que era. Y allí hobo bien que reír y decir de la burla y el rescate”. Wagner duda de la presencia de Bernal en esta expedición, de la que, sin embargo, éste deja un extenso relato de aventuras y su memoria de la plantación de los primeros naranjos en Tabasco.
Al poco de llegar tienen noticias de una tercera empresa, en este caso bajo el mando de Pedro de Alvarado y pilotada por Juan Camacho. Bernal se alista con los expedicionarios, entre los que figura Hernán Cortés como capitán, y salen el 10 de febrero de 1519. En 1520, y tras adentrarse en territorio azteca, encuentran a los dos “castilan”, de los que había tenido noticia Bernal en sus primeros viajes.
Jerónimo de Aguilar, que se incorpora con los expedicionarios, será una presencia decisiva para la conquista. El otro, casado y con hijos, con las orejas horadadas, avergonzado, según parece desprenderse de la relación de Bernal, permanecerá en la comunidad indígena. Tras este encuentro y liderados ya por Hernán Cortés, tiene lugar un enfrentamiento decisivo en Tabasco del que salen victoriosos. Entre el botín rescatado se encuentra doña Marina, “la lengua” de Cortés, presencia insustituible en todo el proceso. Uno de los hechos más significativos será el requerimiento a Bernal en pro de la causa de Cortés, frente a las pretensiones de los partidarios de Velázquez para volver a Cuba y dar cuenta del descubrimiento.
Fundan la primera ciudad, Villa Rica de la Vera Cruz, al tiempo que Cortés desmantela las naves. La amistad de los indios alterna con acciones hostiles, como la de Tlaxcala, donde, pese los enfrentamientos de este pueblo con los aztecas, encuentran resistencia (Xicotencatl, el Mozo). Habrán de vencerles por las armas y se convertirán a partir de ese momento en sus más fieles aliados. Conflictivo será a su vez el paso por Cholula, donde se les preparó una emboscada, y de la que se libraron gracias a doña Marina. El ajusticiamiento de estos indios, denunciado por Las Casas, será replicado por Bernal, quien ve en la acción un acto necesario de escarmiento y añade: “Quien no lo vio ni lo sabe”.
Tras otra emboscada que evitan gracias al aviso de totonacas y tlascaltecas, llegan a Tenochtitlán. El encuentro con Moctezuma reviste majestuosidad: “Se apeó en gran Montezuma de las andas, y trayéndole del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro [...] y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra.
Todos estos señores ni por pensamiento le miraban a la cara, sino los ojos bajos e con mucho acato”. El relato rescata la poliédrica realidad que contempla: la ciudad con sus diferentes mercaderías, el palacio y las costumbres y riquezas de Moctezuma. Sin embargo, la tranquilidad será breve: fieles al propósito evangelizador, derriban los ídolos, hacen presa de tesoros y ponen al tlatoani en custodia como rehén. La villa de la Vera Cruz es asaltada y asesinados varios españoles, Cortés exige reparación y Moctezuma, del que se sospecha, apresa a los culpables que son quemados vivos. Se suma a esta situación la presencia de Pánfilo de Narváez en la costa, nombrado por Diego Velázquez para tomar posesión de las tierras. Cortés divide las fuerzas y sale a su encuentro, dejando a Pedro de Alvarado en la capital para evitar que sea liberado Moctezuma. En el enfrentamiento con Narváez participa Bernal, quien enciende la paja del techo de un adoratorio donde se habían refugiado, con lo que logra prender a Narváez (Cempoala).
En ausencia de Cortés, la capital se subleva. Cortés regresa a marchas forzadas, pero los indios no cejan de acosar a los españoles. Sobre la muerte de Moctezuma corren diferentes versiones (K. Kohut), si bien suelen coincidir en que se debió a una pedrada lanzada por sus propios súbditos. Los españoles tienen que decidirse a salir de la ciudad, pero los indios salen en su persecución. Bernal afirma que murieron más de ochocientos españoles, de cerca de mil quinientos durante la batalla que se conoce como “la Noche Triste” (30 de junio). Muchos de ellos perecieron, dice el cronista, “más por salir cargados de oro, que con el peso de ello no podían salir ni andar”. Para Bernal, algunos, como Alvarado, abandonaron las tropas a su mando para salvar la vida, y otros cayeron en defensa de los suyos, como cuenta de Velásquez de León, paisano de Medina del Campo. Perseguidos, se refugian en la villa de Otumba, heridos y enfermos, pero consiguen una pequeña victoria (7 de julio) que les permite llegar a Tlaxcala. Acogidos por los tlaxcaltecas, ven desvanecer su temor de encontrar enemigos a quienes poco tiempo antes les habían brindado su ayuda. Recuperados de sus heridas, Cortés emprende una expedición de castigo, apoyado en ayudas y alianzas con los pueblos que circundan la laguna. Los materiales del desmantelamiento de los barcos y de los de Narváez servirán para construir trece bergantines que combatan a las piraguas. La estrategia incluye el rodear la laguna y cortar el abastecimiento de agua potable, acción en la que participa Bernal a las órdenes de Pedro de Alvarado. La vida de Bernal peligra en esta ocasión y llega a ser apresado por los indios, de los que logra escapar gracias a su tesón con la espada.
Los sufrimientos del turno en la vela son inenarrables; heridos, han de permanecer varias horas sumergidos con el agua hasta la cintura y con escasos alimentos.
Al entrar en la ciudad (13 de agosto), se encuentran con multitud de cadáveres y cabezas cortadas de los cristianos, ofrecidos a Huitzilopochtli (Huichilobos).
El hedor, narra Bernal, era tan insoportable que hubieron de abandonar la ciudad y volver por turnos para comenzar a reconstruirla.
Tras una consulta en los libros que conservaba Moctezuma de las zonas más fértiles y más pródigas en minas, le solicita a Cortés una encomienda. Cortés le anima a permanecer con él, pero Bernal marcha a hacerse cargo de su encomienda en Tlapa y Potochan, en la provincia de Cimatán (Coatzacoalcos). En diversas refriegas pone su vida en peligro, e incluso recibe en la garganta un disparo de flecha que estuvo a punto de costarle la vida, según narra, enmedio de compañeros muertos y el abandono del Vizcaíno, único indemne de la expedición. Su temor a caer en manos indígenas le infunde valor y arremete contra los indios a cuchilladas, hasta llegar a la canoa. El protagonismo en la conquista de la fortaleza de Chamula, le brinda como premio la encomienda de la ciudad, de la que, afirma, recibió tributo más de ocho años, aun cuando, en la documentación que se conserva respecto a Chamula, se dice que fue depositado por el gobernador Marcos de Aguilar, cuatro años más tarde y no por Cortés. Entre otros sucesos cabe contar su enfrentamiento con Diego Godoy, empeñado en herrar a unos esclavos de la encomienda de Bernal, del que saldrán ambos heridos, pero no por ello enemigos. En la necesaria pacificación de la tierra, sus acciones guerreras merecen algún relieve y llega a ser capitán temporal en dos ocasiones, de un grupo dirigido por Rangel y de un efímero nombramiento de Cortés. Finalmente el conquistador de México le propone acompañarle a la expedición de las Hibueras (Honduras), en 1524. Su habilidad para conseguir abastecimiento le merece los elogios de Cortés y el encargo de este menester. Las dificultades de la expedición —un verdadero fracaso— se reflejan en los diferentes motines contra Cortés, que se resumen en el primer ajusticiamiento por deslealtad a Cristóbal de Olid. Hecho al que sucede la muerte en la horca de Cuauhtemoc y otros caciques, por pretender conspirar contra Cortés, quien fue avisado por uno de ellos, de nombre Mexicalcingo (Cartas de Relación de Cortés) o Tapia (Bernal). Las adversidades se multiplican: tierras cenagosas, penuria, hambre. Tan desconfiado él como lo era Cortés, su astucia le vale salir con bien.
Llegan finalmente a la capital con pérdida de sus bienes hasta el punto de que ha de ser socorrido por el capitán Tapia Ha perdido las encomiendas que disfrutaba en Chiapas y Tabasco. Seguramente durante este tiempo convive con la india Francisca, donada por el emperador Moctezuma. Desde Coatzacoalcos asiste a los últimos forcejeos entre Cortés y Aguilar y a la marcha del primero a España, así como al embarque de Pedro de Alvarado a Perú. En 1527, Marcos de Aguilar le concede la encomienda de los pueblos de Macatempa, Xalpanenca y Capocingo en la provincia de Copilco (Chiapas), a la que se suman el año siguiente las de Gualpitán y Micapa. Más tarde recibirá el nombramiento de regidor de la villa del Espíritu Santo, en Coatzacoalcos.
En busca de reconocimiento por sus servicios a la Corona, emprende viaje a España en 1539. Para el caso recolecta certificados y probanzas de sus méritos (cartas de Cortés, del virrey Antonio de Mendoza).
Al llegar se encuentra con la Corte de luto por la muerte de la emperatriz Isabel y al Rey en Flandes.
Regresa con tres cédulas reales: una para Pedro de Alvarado, otra para el virrey Antonio de Mendoza y la tercera, una copia al secretario Cerrato, presidente de la Audiencia Real de Ultramar. Se traslada en 1541 a Guatemala, donde consigue la encomienda de Zacatepeque, Guanagazapa y Misten. A principios de 1542 está en Chiapas para revisar sus antiguos pueblos: Chamula, Teapa o Tlapa y Mincapa, en las cercanías de Coatzacoalcos. El total de las encomiendas le reportaban cuantiosos beneficios de maderas, cal, plumas, maíz, trigo y frijoles, con cuarenta indios de servicio y beneficios en las ganancias de tiendas que tenían los nativos, más algodón, cacao y pastos (Sáez de Santa María). Perderá estas encomiendas al residir en Guatemala y no saldrá beneficiado con el cambio.
Durante este tiempo convive con la india Angelina, de la que nacerá su hijo Diego (1541). Su matrimonio con Teresa Becerra (hija de conquistador, viuda y con una hija) no tendrá lugar hasta 1544 y recibirá con ello un aumento de su caudal, ya que Teresa era hija única. De su unión nacerán nueve hijos: el más conocido será Francisco (¿1544?), a quien deja en guarda el volumen de su Historia y cuya transcripción dio lugar al Manuscrito Alegría, así como una sección del Manuscrito Guatemala. Otro de sus hijos, Pedro, al parecer bautizado en Medina (lo que hace suponer un viaje de Bernal con su mujer, en 1567), fue contador real durante largos años en Guatemala.
A éstos se suman los nombres de Inés, María y Clara, así como los dudosos de Juan o Jerónimo. Su hijo Diego conseguirá en 1565 el blasón y escudo que había solicitado.
Cinco años más tarde tendrá lugar su último viaje a España, enviado por el Cabildo en su calidad de regidor del mismo. Bernal afirma haber participado en los debates sobre la aplicación de las Leyes Nuevas, por su condición de conquistador más antiguo de la Nueva España. Las cédulas que consigue en este viaje le resultan sumamente provechosas y están firmadas por la reina Juana. Consigue beneficios para sus hijas casaderas, se le concede el puesto de visitador y se le autoriza a llevar armas y criados. En 1551 toma posesión de su cargo de regidor perpetuo del Cabildo de Santiago. Madariaga señala que debía de vivir con bastante holgura, pese a sus constantes querellas, pues así lo confirma Juan Rodríguez Cabrillo en una probanza de méritos. Sus actuaciones en tareas directivas lo retratan en la queja (1552) que eleva a Carlos V respecto a la actuación de López Cerrato (presidente de la Audiencia) que parecía actuar a favor de su pariente Francisco Valle, quien vendió unas tierras de la encomienda de Bernal y trató de aprovechar en su beneficio algunos indios propiedad del cronista. Más adelante aparece nuevamente solicitando al Rey (Felipe II) y a fray Bartolomé de Las Casas un trato de favor respecto a una encomienda de su propiedad que se pretende conceder a otro compatriota. En 1561, una nueva carta refiere la preocupación de Bernal ante la posibilidad de quitar la Audiencia de la capital y el nombramiento de su hijo Francisco del cargo que anteriormente ejerciera el padre como corregidor de Quetzalquenango.
En 1563, en un interrogatorio de probanzas sobre una hija de Pedro de Alvarado, Bernal declara que tiene escrito un “memorial y relación” de las guerras en que ha participado. Discurso al que se añade la nueva carta dirigida a Felipe II (1567) mientras ejerce su cargo de corregidor de Zacatecoluca. El punto final de su Historia, según propia afirmación, tiene lugar en 1568. El resto de los datos biográficos hasta 1577 los proporciona él mismo.
Será a su regreso de la Corte cuando se sienta tentado a componer su relación. Su experiencia se pone al servicio de su pluma, para demostrar la verdad y el esfuerzo comunitario de los soldados (“crónica colectiva”).
Su fama abarca valores históricos y literarios gracias a un estilo que González Obregón califica de sanchopancesco y Juan José Madariaga de “ameno chismorreo”. Y, efectivamente, su “delectare” hunde sus raíces en la anécdota (R. Oviedo), la ironía se conjuga con el humor, mientras desgrana el sinfín de sus aventuras junto a Cortés. El concepto de verdad que le lleva a escribir su crónica como “auctoritas” (G. Serés) se une a la personalidad peculiar del conquistador.
Su crónica es poliédrica, dispersa, espontánea, fruto de la capacidad relatora del autor. La narración que en su origen tiene un fin interesado: el reconocimiento de sus méritos y el pago por ellos, se convierte en un alegato en pro de los soldados, tras llegar a sus manos la relación de Gómara. Bernal rectifica el papel protagónico de Cortés y construye una epopeya colectiva: “Estando escribiendo en esta mi crónica, acaso vi lo que escribieren Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y Nueva España y desde que las leí y entendí [...] y estas mis palabras tan grotescas y sin primor, dejé de escribir en ella [...].
Torné a leer y mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias y desde principio y medio no hablan de lo que pasó en la Nueva España...”. En sus doscientos catorce capítulos sobresale no sólo el valor documental de un testigo de vista, sino la alta calidad narrativa, que conjuga la sencillez y la plasticidad visual de una experiencia inolvidable. Adereza con romances, refranes, consejas, sin olvidar la breve sentencia que sirve de paradigma para enjuiciar las acciones. El valor de la memoria rescata las hazañas épicas cuyo paralelo se encuentra en la historia clásica o en las novelas de caballerías. La narración de la anécdota alcanza tal registro literario, que se convierte en una de las principales fuentes de novelas o cuentos contemporáneos (R. Oviedo, V. Cortínez).
El valor documental y la natural calidad narrativa de su prosa ocasiona la atención que la crítica dedica a los aspectos literarios de su relación, con merma de la atención histórica. Seguramente el motivo reside en el propio carácter de la crónica de la experiencia (S.
Rose) que, al decir de W. Mignolo, resulta inclasificable.
Frente a las corrientes italianizantes, más propensas a la ficción, diferencia entre la verdad de “dictum” o la verdad de “re”, con ambos construye uno de los rasgos característicos de su crónica: la verosimilitud que tan sólo se sirve de lo maravilloso como retórica (Maravall, Orquera). Su relación aventaja a la de Gómara, Fernandez de Salazar, Las Casas o Fernández de Oviedo, en precisión de fechas y en datos. Pedro de Villalobos (presidente de la Audiencia, 1572) le solicita en 1575 el texto para enviarlo a España. El Rey firma una Cédula en 1577, en la que acusa recibo, si bien la obra se imprimirá mucho más tarde, en 1632.
Sus últimos años se ven reflejados en las veintiuna firmas de asistencia a las reuniones del Cabildo, la probanza a petición de su hijo Francisco (1579) y en su constante manifestación de carencias (solicitud de préstamos, para comprar una botella de vino y unos metros de tela con el fin de celebrar decorosamente la Navidad del año 1580). Sus problemas económicos se reflejan, asimismo, en el pleito que mantiene contra Martín Jiménez y Antonio López, quienes pretenden se les conceda una medida de tierra (seis caballerías) en la encomienda de Bernal. El viejo conquistador consiguió que los indios encomendados a él confirmaran un trato favorable hacia ellos. Tardó en resolverse, pero se falló a su favor antes de su muerte. Su último acto heroico revela su pronta respuesta ante la llamada de la Audiencia para defenderse y atacar al pirata inglés Francisco Drake, aventura de la que saldrán derrotados.
A principios de 1584 está ciego y el secretario del Cabildo, Juan de Guevara, ha de firmar por él. Muere en Guatemala, guerrero de ciento diecinueve combates, como él mismo recuerda, el 3 de febrero.
Obras de ~: “Carta al Emperador”, 2 de febrero de 1552, en Cartas de Indias; “Carta al Emperador”, 20 de febrero de 1558, en Cartas de Indias; “Carta a Fray Bartolomé de Las Casas”, 10 de febrero de 1558, y “Carta a Felipe II”, 29 de enero de 1567, en J. Ramírez Cabañas, Bernal Díaz del Castillo, ed. de la Historia, vol. 3, págs. 357-363, y Sáenz de Santa María, Historias de una historia, “Anejos documentales”, págs. 205-234; “Las obras manuscritas de Bernal Díaz del Castillo”, en C. Sáez de Santamaría, Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, vol. XXXII (1959), págs. 13-53; Historia verdadera de la conquista de Nueva España. Escrita por el capitán Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquistadores. Sacada a la luz por el P. M. Fr. Alonso de Remón, Predicador..., Madrid, Imprenta del Reino, 1632; Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, escrita por Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquistadores, Madrid, Imprenta Don Benito Cano, 1796, 4 vols.; The memoirs of the conquistador Bernal Diaz del Catillo. Writen by himself containing a true and full account of the discovery and Conquest of Mexico and New Spain, Translated by J. Ingram Lokhart, London, Hatchard & Son, 1844; Veridique histoire de la conquête de la Nouvelle Espagne... Traduite de l’Espagnol avec une introduction et des notes par J. M.ª Heredia, Paris, A. Lemere, 1877; Verdadera historia de los sucesos de la conquista de Nueva España por el Capitán Bernal Díaz del Catillo, uno de sus conquistadores, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles (BAE), 1886; Historia verdadera de la conquista de Nueva España..., según el códice autógrafo, ed. de G. García, México, Tipografía de la Secretaría de Fomento, 1904; The True History of the Conquest of New Spain by [...] from the only exact copy made of the original manuscript. Edited and published in Mexico by Genaro García, Translated by A. Percival Maudslay, London, Hakluyt Society, 1908; Historia verdadera..., pról. C. Pereyra, Madrid, Espasa Calpe, 1928-1934; Verdadera Historia de los sucesos de la conquista de Nueva España, adaptación del original por L. Hernández Alfonso, Madrid, Aguilar, 1965 (introd. y notas de J. Ramírez Cabañas, México, Porrúa, 1968; Barcelona, Círculo de Lectores, 1971); Historia verdadera [...] sacada a la luz por el P. M. Fr. Alonso Remón. Asomo y atisbo de O. Castañeda, México, Manuel Porrúa, 1977 [estud. prelim., C. Sáez de Santa María, Barcelona, R. Sopena, 1975; ed. crítica de C. Sáez de Santa María, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1982; Madrid, SARPE, 1985; ed. M. León Portilla, Madrid, Historia 16, 1988; ed., introd., notas y actividades L. Giuliani y P. Pedraza, Madrid, Bruño, 1992; ed. de C. Sáez de Santa María, introd. y notas de L. Sainz de Medrano, Barcelona, Planeta, 1992; ed. de G. Serés, Barcelona, Plaza y Janés, 1998; ed. de M. León Portilla, Las Rozas (Madrid), DASTIN, 2000]; Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Manuscrito Guatemala), ed. crítica de J. A. Borbón, México, El Colegio de México, 2005.
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Rocío Oviedo Pérez de Tudela