García de Moguer, Diego. Moguer (Huelva), c. 1471 – La Gomera (Santa Cruz de Tenerife), IX.1535. Navegante, explorador y conquistador.
Posiblemente de ascendencia portuguesa. Casó en Moguer y tuvo un hijo: Alejandro. Viudo, se trasladó a la vecina Trigueros, donde casó con Isabel Núñez, por segunda y última vez, de la que tuvo tres hijos: Álvaro, Leonor y Juan.
De los varios viajes que realizó este navegante, del último, que fue dirigido por él, es del que se poseen más abundantes detalles.
El primero de los viajes en que participó fue en el de Juan Díaz de Solís (1516) que descubrió el gran estuario llamado Río de la Plata. Muerto Solís a flechazos por los indios, la expedición regresó a España y Diego García fue el maestre de una de las carabelas que efectuaron ese viaje de vuelta, y el más alto cargo de Solís que informó a las autoridades de Sevilla y a la Corona sobre el hallazgo de dicho Río de la Plata.
Entre los años 1519 y 1522 participó en la histórica expedición de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, la primera que circunnavegó el mundo.
Cuando navegaba por el océano Índico, descubrió la isla que hoy lleva su nombre: “isla de Diego García”, la mayor (27 kilómetros cuadrados) del pequeño archipiélago de las Chagos (45 kilómetros cuadrados), hoy colonia británica. Diego García fue uno de los pocos supervivientes que llegaron a Sevilla a los tres años y catorce días de haber salido de allí. “Era, por tanto, hombre muy avezado en la navegación y muy práctico como piloto” (Rubio Esteban, 1942: 68).
Dado el gran interés que mostró siempre Carlos I por las expediciones de exploración, conquista y colonización de las nuevas tierras descubiertas, y deseoso Diego García de que le fuera concedido el mando de una expedición, inició negociaciones con el jefe de la nueva Casa de Contratación de La Coruña, creada para viajes a las islas de la especiería, el conde Fernando de Andrada y con otros promotores: el factor Cristóbal de Haro, Ruy Basanta y Alonso de Salamanca.
Firmó un contrato con los mencionados el 14 de agosto de 1525. La expedición se compondría de una carabela, un patache y un bergantín desmontado en sus piezas de madera. Los gastos, calculados en 1.800 ducados, se sufragarían por los citados. De los beneficios, separado el quinto de la Corona, se daría un décimo a García de Moguer, dos tercios para los armadores y un tercio para la compañía. García fue nombrado capitán y piloto. La autorización del Rey se demoró y, aunque planearon salir en septiembre de 1525, no lo hicieron hasta el 15 de enero de 1526 desde el puerto de La Coruña (Ezquerra, 1979, dice que salió de La Coruña el 15 de agosto de 1527).
Zarpó bajo la responsabilidad del conde de Andrada (quien otorgó poder a García para hacerse a la vela), pues la Real Licencia llegó el 10 de febrero siguiente, sin conocer García sus estipulaciones, como la concesión durante ocho años de la exclusiva navegación a los territorios a donde se dirigía. No está muy claro si se daban las Molucas como objetivo primordial del viaje, y si se autorizaba o no a explorar también el Río de la Plata.
La expedición de Diego García se sigue bien por medio de la Relación [...] que éste hizo a su regreso a España. Llegado a la isla de La Palma (Canarias) se demoró la expedición, por causas varias, hasta el 1 de septiembre de 1526, dando tiempo con ello a que otro navegante, el veneciano Sebastián Caboto, que había salido el 3 de abril desde Sanlúcar de Barrameda, se le adelantara. Llegados a las costas del Brasil, fondeó, a primeros de enero de 1527, en la bahía de Santos, y allí conoció a “un bachiller y unos yernos suyos”, a quienes compró un bergantín y vituallas.
Reanudada la navegación llegaron a la isla de Santa Catalina, unos días después de que lo hiciera Caboto, sin que García lo supiera. En Santa Catalina se demoró de nuevo, porque no quería entrar en el estuario durante el invierno austral. Por fin entró y se situó en lo que llamó islas de las Piedras, y en una de ellas, la de San Gabriel, se armó el primer astillero que conoció el Río de la Plata, donde se montó el bergantín que se traía en piezas desde España. A inicios del año 1528 empezó la remontada del estuario y a unas 25 leguas halló dos naos de Caboto, que estaban al mando de Antón de Grajeda. Dice García en su Relación: “Pensando que nos venia á hacer mal mas conoci Anton de Grageda é luego conocimos que era la armada de Sebastián Gaboto é fuemos con el a su nao e nos hizo mucha honra é dionos nuevas de su Capitan General...”. Así se enteró García de que una expedición salida de España después que la suya había llegado al Río de la Plata antes que él y que ambos buscaban los mismos objetivos. Llegado a la fortaleza de Sancti Spiritus encontró al capitán Gregorio Caro, y aunque en su Relación dice García que le ordenó aceptar su mando, Caro le manifestó que suponiendo que Caboto y acompañantes hubieran sido víctimas de ataques de los indios, le rogaba que si los hallaba en su camino los socorriese o, en su caso, los rescatase.
Prosiguió García su viaje el 10 de abril de 1528, que era Viernes Santo, remontando el río Paraná y a unas 30 leguas antes de la desembocadura del río Paraguay, y a primeros de mayo, halló la reducida expedición de Sebastián Caboto. Aparte de la casualidad del encuentro de dos expediciones españolas, que se ignoraban entre sí, el encuentro entre ambos jefes y su entrevista no podía satisfacer ni a uno ni al otro. Ambos se encontraban en situación irregular, pues el fin primario de sus expediciones eran las islas de las Especias, y habían abandonado ese destino para entrar en el Río de la Plata. Diego García parece que pretendió hacer superior su derecho al de Caboto, como se deducía de la fecha anterior de sus capitulaciones, pero Caboto alegaba que era el primero que había entrado.
Ambas consideraciones eran ciertas. Pero del examen de la cruda realidad dedujeron que en vez de enfrentarse entre ellos lo mejor sería unir sus fuerzas. Antes de llegar a esta entente cordial debió de haber mucha discusión, problemas y actuaciones que, no conociéndose en su exacta realidad, los historiadores han elaborado sus suposiciones apoyándose en algunos datos sueltos, sobre lo que debió de ocurrir. He aquí cuatro versiones: a) “El piloto mayor [Caboto], cuya posición no era muy firme, fue a los alcances del antiguo compañero de Solís [García], y en el lugar de San Salvador logró establecer con él un convenio o arreglo, en cuya virtud ambos despacharían libremente emisarios a la Península dando cuenta de los hechos, y después de construir varios bergantines que estimaban necesarios, verificarían juntos una expedición al interior del país, llevando García la tercera parte del botín.
No obstante este acuerdo, Caboto tomó sus medidas para hacer imposible una rebeldía por parte de García” (Rubio Esteban, 1942).
b) “Ambos discutieron sobre su derecho al país, aunque ambos estaban en situación ilegal, pero al fin acordaron emprender juntos la conquista de la rica tierra soñada” (Ezquerra, 1979).
c) “Sólo en agosto (1527) aparecerá [García de Moguer] por el Paraná y se encontrará de vuelta encontrada con el piloto mayor [Caboto], produciéndose entre ellos la puja sobre a cuál correspondía la primacía; y mientras discuten navegarán juntos, o recelosos se seguirán las aguas” (Historia de Argentina, 1981).
d) “[...] hasta encontrarse con Caboto (mediados de 1528), con quien discutió sus derechos. Sin fuerzas para imponerse uno al otro, decidieron enviar emisarios a la metrópoli. Mientras tanto, continuaron juntos el reconocimiento del río Paraná, penetraron por el Paraguay y sobrepasaron la desembocadura del Pilcomayo” (Historia General de España y América, 1982).
Como se había convenido, ambos enviaron a España sus cartas en naves separadas. La de Diego García debió de naufragar, pues nunca llegó a España.
La de Caboto arribó a Lisboa y luego a Sevilla. Eran sus emisarios Fernando Calderón y el inglés Roger Barlow y llevaban algunas piezas de metal y cartas en las que se daba cuenta del viaje, ponderando las riquezas de la tierra en que se hallaban. En Toledo y ante el Emperador, rindieron su cometido los enviados de Caboto (Rubio Esteban, 1942: 71).
Caboto creía firmemente que las codiciadas minas de plata y oro se hallaban muy próximas al río Paraguay.
Para ir en su búsqueda, junto con Diego García, se construyeron siete bergantines en el pequeño e improvisado astillero de San Salvador. En esta flotilla, lo mejor avituallada posible, Caboto y García iniciaron su expedición conjunta en una imprecisa fecha de los meses finales del año 1528. Es lástima que no se posean datos fiables acerca de esta expedición. Solamente se sabe que se remontó el Paraná hasta su confluencia con el Paraguay y entrando en este río navegaron al menos otras 20 leguas aguas arriba, algo más de 100 kilómetros. Se entablaron aparentes cordiales relaciones con los indios ribereños, tribu de los chandules. Pero un indio esclavo de Caboto averiguó, y comunicó a su amo, que la tribu citada, unida a otras vecinas, planeaba atacar la fortaleza de los expedicionarios y a ellos mismos. Por ello se determinó el inmediato regreso. Desde el fuerte de Sancti Spiritus, Caboto despachó, en noviembre de 1528, empeñado en su idea, una pequeña expedición para que, por tierra, al mando de Francisco César, se internara en busca de las obsesionantes minas de oro y plata. Regresaron tres meses después, asegurando que habían visto “grandes riquezas de oro, de plata y de piedras preciosas”. Ello contribuyó a aumentar en una más las fantásticas leyendas del interior de las tierras de Sudamérica: “La leyenda de la tierra de los Césares”, que dio lugar luego a diversas expediciones. Todavía en el siglo xviii se insistía en buscar estas tierras soñadas, planeando itinerarios cada vez más intrincados.
Las noticias de Francisco César dadas a Caboto y a Diego García animaron al primero, quedando García en una posición más escéptica. Pero como García no se despegaba de Caboto, de común acuerdo decidieron retroceder hasta el puerto de San Salvador, dejando la fortaleza de Sancti Spiritus con una guarnición de ochenta hombres y tres bergantines amarrados.
La fortaleza siguió al mando del capitán Gregorio Caro. Pocos días después, en septiembre de 1529, se producía un asalto coordinado de diversas tribus indias al fuerte, a altas horas de la noche, lo que provocó su destrucción e incendio al completo. El capitán Caro logró escapar con algunos hombres, aquél en una barca y éstos, sin armas y sin armaduras, en un bergantín. Pero treinta y cinco soldados españoles pagaron con sus vidas su exceso de confianza y la falta de precaución de los jefes al dejar una fortaleza con escasa guarnición, amenazada por indios belicosos.
Enterados de la noticia del desastre, Caboto y García marcharon inmediatamente, en dos naves, hacia la fortaleza destruida, para ver si podían salvar algo o recoger a soldados fugitivos. Llegados a Sancti Spiritus, contemplaron la magnitud del desastre. Sólo quedaron sin tocar unas pequeñas piezas de artillería, pues los indios ignoraban, al parecer, qué eran y para qué servían, lo que quiere decir que nunca se habían utilizado.
Las pérdidas en hombres y armamento fueron grandes. Los indios, cada vez más belicosos y con los ánimos crecidos, merodeaban constantemente. Mientras, Caboto esperaba auxilios de España y decidió, en junta con sus oficiales y soldados, el 6 de octubre de 1529, esperarlos hasta el final del año. Diego García decidió en secreto que él y su comitiva se volverían sin más. Y así ocurrió, pues se hizo a la vela, en octubre de 1529, dejando solos a Caboto y los suyos, que no esperaban una decisión tan rápida.
Pero, de nuevo, se repitió el hecho de que en la navegación, esta vez de vuelta, García tardó mucho tiempo, pues no llegó a España hasta fines de julio de 1530. Y cuando llegó, Sebastián Caboto, que había emprendido el regreso en diciembre de 1529, ya se encontraba en España. Según el parecer de los historiadores, Caboto, que ostentaba el título de piloto mayor, en realidad poseía menos ciencia náutica que el experimentado García, más prudente y, por eso, lento. Una vez en España, ambos reforzaron, porque les interesaba ante sus respectivos fracasos (económicos, aunque incrementaron mucho el conocimiento geográfico del litoral de las actuales naciones de Brasil, Uruguay y Argentina, así como la red fluvial que termina en el gran estuario del Río de la Plata), las “leyendas” de la sierra de la Plata, del imperio del rey blanco y de la ciudad de los Césares; no los habían visto ni penetrado en sus territorios, pero insistían en que los indios hablaban y hablaban de su existencia.
De lo que les pasó en España a García y a Caboto los historiadores silencian o ignoran la actividad de García mientras que todos amplían datos sobre Caboto, pues fue sometido a un proceso, en el que fue llamado a declarar como testigo Diego García. Y nada más sobre él se sabe, o se sabía, sobre su estancia en España, fecha de su muerte y dónde ocurrió. Las famosas leyendas a que se ha hecho mención dieron origen, ante propósitos similares portugueses, a la planificación, organización y salida al Río de la Plata del adelantado Pedro de Mendoza. Pues bien, una de las trece naves que salieron hacia Sudamérica, el 24 de agosto de 1535, era la carabela Concepción, cuyo dueño y maestre o piloto mayor era Diego García, ya sexagenario pero el más experimentado: había dado la vuelta al mundo con Elcano y había estado dos veces antes en sendas expediciones en el Río de la Plata. Al recalar en la isla de la Gomera, en las Canarias, García enfermó súbitamente y murió allí.
Dice Madero (1892) que conoce el testamento de Diego García, aunque no se ha averiguado si expone dónde se encuentra. De él hace el siguiente comentario, que honra al nauta de Moguer: “Las disposiciones del testamento de García revelan que tenía una conciencia honrada, sentimientos de gratitud, amor por su esposa y cariño a sus hijos, a quienes evangélicamente recomendaba que honraran a su madre” (Madero, 1892: 128).
Obras de ~: Memoria de la navegacion que hice deste viaje en la parte del mar oceano dende que salí de la Curuña, que ello me fue entregada la armada por los oficiales de S. M., que fue [en el año] de 1526 (Archivo General de Indias, est. 144, caja. 1, leg. 10) (E. Madero, 1892, apéndice n.º 9, págs. 352-359).
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), est. 144, caja. 1, leg. 10, Asiento que el conde de Andrada y Cristóbal de Haro tomaron en nombre de S. M. con Diego García” (E. Madero, 1892, apéndice n.º 6, págs. 323-326).
E. Madero, Historia del Puerto de Buenos Aires, vol. I, Buenos Aires, Imprenta de La Nación, 1892, págs. 60, 63, 66-67, 69-70, 73-77 y 127-128; J. T. Medina, Los viajes de Diego García de Moguer al Río de la Plata, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1908; J. Álvarez de Luna y Pohl, Expedición de Diego García al Río de la Plata en 1526. Memoria, Sevilla, El Salvador, 1919; J. M.ª Rubio Esteban, Exploración y conquista del Río de la Plata. Siglos xvi y xvii, Barcelona, Salvat, 1942, págs. 68-75; F. de Azara, Viajes por la América Meridional, Madrid, Espasa Calpe, 1969 (Colección Austral, n.º 1402), págs. 310-312; J. H. Parry, The Discovery of South America, London, Scarecrown Press, 1978, págs. 249-252; I. S. Wrigh, M. Nekhom, Historical Dictionary of Argentine, New York, Taplinger Publishing Company, 1978, pág. 341; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 1979; R. Levillier (dir.), Historia Argentina, vol. II, Buenos Aires, etc., Plaza y Janés, 1981, págs. 535-537 y 541; VV. AA., Historia General de España y América, vol. VII, Madrid, Ediciones Rialp, 1982, págs. 903- 906; Gran Enciclopedia de España, vol. IX, Zaragoza, Enciclopedia de España, 1993, págs. 4438-4439; Encyclopedia of Latin America. History and Culture, vol. III, New York, Ch.
Scribner’s sons, 1996; Historia de la Argentina, Barcelona, Grupo Océano, 2005, págs. 138, 141-142 y 144.
Fernando Rodríguez de la Torre