Grijalba, Juan de. Cuéllar (Segovia), c. 1488-1490 – Olancho (Honduras), 21.I. 1527. Descubridor.
Juan de Grijalba era pariente, quizá sobrino, del gobernador de Cuba Diego de Velázquez y, al igual que éste, oriundo de Cuéllar. Hugh Thomas sostiene que Grijalba era sobrino nieto de Velázquez, y que Herrera, como Las Casas, que sigue al primero, insisten erróneamente que no era pariente del gobernador cubano (La conquista de México, Barcelona, Editorial Planeta, 1994: 129 y 737-738). Las Casas señala que Diego Velázquez lo trataba “como deudo, puesto que no se creía serlo ni tocarle por ningún grado en sangre” (Historia de las Indias, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1965, lib. III, cap. XCVIII: 165). López de Gómara indica que era sobrino de Velázquez (Conquista de México, Madrid, 1946, BAE: 298). Del mismo parecer es Mátir de Anglería (Décadas del Nuevo Mundo, México, José Porrúa e Hijos, 1964, cuarta década, lib. III: 403).
Con Mártir de Anglería pasó a Santo Domingo en 1508, cuando contaba unos veinte años. Antonio de Herrera y Las Casas dicen que era “mancebo cuerdo y de buenas costumbres”, y Bernal Díaz indica que “era buen capitán y no había falta en su persona y en saber mandar”. En 1511 acompañó a Velázquez a Cuba, participando en la exploración y dominio de la isla.
Fue capitán de Paracoa y, después de actuar con Velázquez en la fundación de Trinidad en 1514, residió en esta villa, donde el gobernador cubano le otorgó una encomienda con treinta y cuatro indios. Es muy probable que en 1517 formara parte de una de las armadillas de las destinadas al rescate de esclavos que, al mando de Juan Bono de Quejos, marchó a la isla de Trinidad. Un año después, en 1518, Velázquez ponía a su mando una flota con el propósito de proseguir la exploración de Yucatán, iniciada por Hernández de Córdoba en el año anterior. Ambas confirmaron la existencia de un extenso y rico territorio (México) al oeste de Cuba.
Juan Grijalba, como Vázquez de Ayllón, Diego de Velázquez, Hernández de Córdoba o Francisco de Garay, entre otros, son claros exponentes de los hombres que protagonizaron el proceso expansivo del Caribe.
Fueron ellos o enviados suyos los que llevaron a cabo la empresa descubridora, tomando el relevo de los grandes marinos que hasta estos momentos habían intervenido desde España. Su actuación respondió, más que a unas directrices políticas, a un ambiente compartido que estaba en función de la proximidad continental que irresistiblemente los atraía.
La flota de Grijalba la componían cuatro barcos: dos naos, ambas llamadas San Sebastián, una carabela, La Trinidad, y un bergantín, el Santiago, armados con una o dos piezas de artillería, sin duda culebrinas, a las que Grijalba insistiría en llevar. En ellos embarcaron unos doscientos cincuenta hombres, entre quienes destacan el piloto Antón Alaminos, que ya había viajado con Hernández de Córdoba; los capitanes, futuros conquistadores, Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, hidalgos como el propio Grijalba, de buenas familias, aunque sin recursos, los tres rondarían los treinta y cinco años, y, por lo tanto, un poco mayores que quien los dirigía.
Fueron ellos, junto al jefe de la expedición, los que iban a proporcionar la mayoría de las provisiones de la flota, procedentes de sus propiedades (Bernal Díaz refiere al tratar de la financiación y avituallamiento de la expedición que “cada uno de estos capitanes procuró de poner bastimentos y matalotaje de pan cazabe y tocinos; y el Diego Velázquez puso ballestas y escopetas, y ciertos rescates, y otras menudencias, y más los navíos [...], y también pusimos cada soldado [...] para matalotaje y armas y cosas que convenían”).
También viajaba el clérigo secular, el licenciado Juan Díaz, capellán y cronista de la expedición, que escribiría el Itinerario del periplo; del que igualmente nos informará Bernal Díaz, que ya estuvo con Hernández de Córdoba. El veedor era Francisco de Peñalosa y el tesorero Antonio de Villafaña. De intérpretes iban Julianillo y Melchorejo, indios yucatecos capturados por Hernández de Córdoba. Iban una veintena de arcabuceros, algunos perros, y ningún caballo.
No hay constancia de las instrucciones que dio Velázquez a Grijalba. Según Las Casas debió ordenarle “que por ninguna manera poblase en parte alguna de la tierra descubierta por Francisco Hernández, ni en la que más descubriese, sino, solamente que rescatase y dejase las gentes por donde anduviese pacíficas y en amor de los cristianos”. Opinión no totalmente compartida por Bernal Díaz, a quien parecía que las órdenes eran “que rescatasen todo el oro y plata que pudiesen, y si viesen que convenía poblar que poblasen, o si no, que se volviesen a Cuba”.
La flotilla zarpó de Santiago de Cuba a fines de enero de 1518 y, tras completar su avituallamiento en Matanzas, se hizo a la mar el 5 de abril. La primera tierra avistada fue la isla de Cozumel; era el 3 de mayo, festividad de la Santa Cruz, nombre con el que fue bautizada. Los expedicionarios vieron casas y pirámides como las observadas por Hernández de Córdoba en Yucatán, que, no sin cierta sorpresa y admiración, describe el clérigo-cronista, quien subirá, acompañado de Grijalba, a una de ellas. Era el centro principal del culto a Ix Chel. Desde Cozumel se continuó rumbo al sur hasta la bahía de la Ascensión, que Alaminos creyó era el estrecho que comunicaba el Caribe con el Mar del Sur. Desde aquí se emprendió el retorno para pasar nuevamente por Cozumel, donde se avituallaron, y la isla de las Mujeres. Tras remontar el cabo Catoche y navegar por el litoral norte yucateco, la expedición arribó un poco más allá de Campeche, en Champoton, donde, al igual que aconteció con Hernández de Córdoba, no fueron bien recibidos por los mayas, con los que tuvieron un duro encuentro, en el que murieron tres españoles y otros sesenta resultaron heridos, entre ellos Grijalba, que recibió tres flechazos y perdió dos dientes. La siguiente escala fue la Boca de Términos, que Alaminos consideró que era un estrecho que se comunicaba con la bahía de Ascención, y hacía de Yucatán una isla. En este puerto, que llamaron Puerto Deseado (actual Puerto Real), porque hasta ahora no habían hallado ninguno bueno, descansaron durante dos semanas.
La singladura prosiguió por tierras desconocidas y hacia el 8 de junio llegaron a la desembocadura de un gran río que llamarían de Grijalba, nombre que aún conserva, y a la tierra del cacique Tabzcob, que mal pronunciado originó el nombre de Tabasco. Remontaron el río durante un trecho, al amparo de la amistad que los ribereños mostraban a los navegantes.
Entonces pudieron contemplar, sobre el horizonte sureño, los picos más elevados de la Sierra Madre de Chiapa. Si quedaba alguna duda sobre la continentalidad de aquella tierra, la vista de aquellas grandes cordilleras la deshizo. Las Casas ha transmitido una minuciosa descripción del rescate que en aquel paraje se llevó a cabo entre Grijalba y el cacique del lugar, sin duda uno de los más espectaculares y curiosos de la conquista indiana, y del que los españoles e indios quedaron tan satisfechos que a partir de este momento comenzó el deseo de querer poblar y de murmurar contra Grijalba porque no lo aceptaba. El dominico escribe: “Mandó a uno de los que con él habían venido, que sacase lo que dentro de una que llamamos petaca... traía. Comienza a sacar piezas de oro y algunas de palo cubiertas de hoja de oro, como si las hubiera hecho para Grijalva y a su medida, y el cacique, por sus mismas manos comiénzalo de armar desde los pies hasta la cabeza, y así lo armó todo de piezas de oro fino, como si lo armara de un arnés cumplido de acero hecho en Milán”, además de que “le dio muchas otras joyas de oro y pluma”. A cambio Grijalba “se lo agradeció cuanto le fue posible, y recompensó desta manera: hace sacar una muy rica camisa y vístesela; después de ella, desnúdase el sayón de carmesí e vísteselo; pónele una gorra de terciopelo muy buena y hácele calzar zapatos de cuero nuevo y, finalmente, lo vistió y adornó lo mejor que él pudo y dióles otras muchas cosas de los recates de Castilla a todos los que con él habían venido” (Historia de las Indias..., lib. III, cap. CXI: 210).
En sucesivas jornadas se detuvieron en la desembocadura del Tonalá y en Coatzacoalcos, donde recibieron más joyas y adornos. Más adelante avistaron el volcán de San Martín y penetraron, con Pedro de Alvarado a la cabeza, al río Papaloapan (de las Mariposas).
Después pasaron por el río Banderas o Jamapa. Bernal Díaz nos refiere que lo bautizaron así por los muchos indios que portaban unas lanzas en cuyo extremo tenían una bandera, y que “en seis días que tuvimos allí trajeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras”. El 17 de junio se hallaban en las inmediaciones de Veracruz, estableciéndose con los totonocas unas excelentes relaciones. Fue entonces cuando Grijalba recibió mensajeros de Moctezuma con el más valioso regalo hasta entonces visto, y oyeron los nombres de Colhúa o Culhúa y México, la gran ciudad y la tierra poderosa y rica que se encontraba hacia el interior, y de Moctezuma, su señor, que enviaba aquellos presentes.
La calurosa acogida de los totonacas y la riqueza de la tierra movió a los expedicionarios a pedirle a su jefe que fundara una colonia. Pero éste no era partidario, objetando que eran pocos, ya que trece habían muerto como consecuencias de las heridas recibidas en Champoton y que sus provisiones de pan cazabe empezaban a enmohecer y, sobre todo, porque Velázquez no le había autorizado a fundar. Alegato que no compartieron Alvarado ni Alonso de Ávila, que argumentaron que si bien eso era cierto, también lo era que no se lo había prohibido. Juan Díaz se lamentó de la decisión de Grijalba, comentando: “Aquí había un río principal donde teníamos asentado el real, y nuestra gente viendo la calidad de la tierra, tenía pensamiento de poblar el país por fuerza, lo cual pesó al capitán. Y él fue quien más perdió de todos, porque le faltó ventura para enseñorearse de tal tierra, porque se tiene por cierto que en seis meses no se hubiera encontrado quien hallase menos de dos mil castellanos, y el rey tuviera harto más de dos mil castellanos... Y así partimos del dicho lugar muy descontentos por la negativa del capitán; /y/ al tiempo que partíamos los dichos indios nos abrazaban y lloraban por nosotros...
Y creemos que esta tierra es la más rica y viciosa que hay en el mundo en piedras de gran valor” Grijalba se limitó a leer el requerimiento y a tomar posesión del territorio, bautizando al lugar con el nombre de San Juan de Ulúa, dada la fecha del día, 24 de junio, y la confusión en torno a la palabra náhuatl Culhúa.
Desde aquí, Grijalba envió a Alvarado a Cuba con casi todo el oro obtenido y los expedicionarios enfermos, y para que se supieran cuanto antes las buenas nuevas.
Reanudada la navegación, ésta continuó hacia el norte hasta la región del Pánuco, más allá de Tuxpan.
En su costeo bautizaron a la actual Nauhtla como Almería por creerla parecida a la ciudad andaluza. En la desembocadura del río que llamaron de Canoas —hoy Cazones— fueron atacados por los indios, ataque rápidamente rechazado. En las proximidades del actual cabo Rojo, Alaminos recomendó el regreso, pues los vientos contrarios, el mal estado de uno de los barcos que hacía agua, el comienzo de la temporada de lluvias y el cansancio de la tripulación así lo aconsejaban. Un retorno lento y no exento de dificultades.
En la boca del río Tonalá descansaron unos días, al tiempo que se carenaba el navío averiado. Nuevamente los expedicionarios pretendieron fundar una colonia, pero una vez más Grijalba se negó.
Durante la estancia se sucedieron los contactos con los indígenas, que les obsequiaron valiosos artículos.
Bernal Díaz del Castillo plantó allí los primeros naranjos del Nuevo Mundo. Emprendido el viaje, un nuevo obstáculo entorpeció la marcha; el buque insignia, San Sebastián, se averió. Una vez reparado, la flota navegó por el extremo oeste de La Laguna de Términos, cerca de Xicallanco y de la isla de Carmen. Se detuvo también en Champoton, aunque se alejaron rápidamente evitando así la repetición de otro encuentro armado. Desembarcaron cerca de Campeche y del cabo Catoche, el 21 de septiembre, y luego cruzaron el canal de Yucatán, rumbo a Cuba. El 29 llegaron a Mariel, y el 5 de octubre desembarcaban en Matanzas. Muchos de los expedicionarios regresaron directamente a sus casas en Sancti Spiritus y en Trinidad; Grijalba tardaría varias semanas en llegar a Santiago.
La opinión que de Grijalba tuvieron algunos de los expedicionarios y conquistadores que le sucedieron fue más bien negativa. Ya se ha visto el parecer del clérigo y cronista de la expedición, Juan Díaz. Para Cortés, Grijalba regresó de San Juan de Ulúa sin haber visto ninguna ciudad de ese territorio y sin haber hecho cosa de mención. Y Alvarado, lo mismo que Montejo, se lamentaba de que Grijalba se mostrara renuente a establecer colonias y de que no había sabido los secretos de la tierra, al tiempo que difundía su incapacidad. El propio Velázquez también lo trató injustamente al considerar una torpeza el que no hubiese quebrantado su instrucción en poblar la tierra, de que no había sabido los secretos de la tierra y que obviamente había enviado a un bobo como capitán.
Son juicios injustos. Grijalba fue ante todo un excelente subordinado, no hizo más que cumplir las órdenes al pie de la letra, y, entre otros hechos positivos, amplió los conocimientos de los españoles acerca del continente americano; alcanzó cabo Rojo, a 1.600 kilómetros al Norte del punto más lejano visto por Hernández de Córdoba; llevaría a Cuba las primeras noticias de la existencia del imperio azteca, además de objetos de oro y valiosos; estableció buenas relaciones con los totonacas; y fue el primero en poner en práctica la utilización de dos intérpretes, uno del español al maya chontal y otro de ese idioma al maya yucateco. Su actuación puede calificarse de idónea si se considera el desgaste de su gente y la capacidad bélica de los indígenas, y no puso en peligro el éxito de la empresa cortesiana, que, caso de iniciar él la conquista, quizá se hubiera malogrado. Fue, posiblemente, un hombre sin suerte, en exceso precavido, nada adecuado a la falta de escrúpulos y osadía que se requiere en un conquistador (Las Casas argumenta en favor de Grijalba y de su decisión que “era de tal condición de su natural, que no hiciera, cuanto a la obediencia y aun cuanto a humildad y otras buenas propiedades, mal fraile, y por esta causa, si se juntaran todos los del mundo, no quebrantara por su voluntad un punto ni una letra de lo que por la instrucción se le mandaba, aunque supiera que lo habían de hacer tajadas. Historia de las Indias, lib. III, cap. CXIII: 216). Velázquez parece haber sacado provecho de su viaje. Bernal Díaz calcula que entre el oro llevado por Alvarado y el traído por Grijalba ascendería a unos 20.000 pesos. El cronista comenta que el gobernador cubano se sintió muy satisfecho cuando llegó Alvarado con sus tesoros, “que no hacía el Velázquez sino abrazarlo, y en ocho días tener gran regocijo y jugar cañas; y si mucha fama tenían de antes de ricas tierras, ahora con este oro se sublimó en todas las islas y en Castilla”, y que los oficiales reales al recibir el quinto de la Corona estaban espantados de las riquezas de las tierras recién halladas.
El gobernador, al conocer las riquezas de las tierras recién descubiertas, se apresuró a obtener autorización para conquistarlas. A tal fin, remitió a la Corte al capellán Benito Martín. El eclesiástico cumplió perfectamente con su cometido, y logró para sí el nombramiento de abad de la “Rica Isla” (Yucatán) y para Velázquez el de gobernador y capitán general de las tierras conocidas como Santa María de los Remedios (Yucatán) y Cozumel.
Consecuencia del éxito de Grijalba y de las deslumbrantes novedades traídas sobre el imperio azteca fue la rápida organización de la expedición de Hernán Cortés.
Juan de Grijalba regresó a las tierras mexicanas en dos ocasiones. La primera, con Pánfilo de Narváez en 1520. La segunda, con Francisco de Garay. Éste, ya teniente de gobernador en Jamaica, obtuvo una Real Cédula que le autorizaba a colonizar la provincia de Amichel. Garay preparó una armada bien equipada en la que iba de capitán general, integrada por once naves a cuyo frente puso a Juan de Grijalba, expedición que concluiría en fracaso. Grijalba, junto a otros capitanes de Garay, fue expulsado de México por Hernán Cortés, que justificó su decisión argumentando que su presencia sería causa de “bullicios y desasosiegos de la tierra”. En opinión de Díaz del Castillo, Grijalba recibió de Cortés mejor trato que el resto de sus compañeros, brindándole la oportunidad de quedarse en México, más aún, le remitió 2.000 pesos con Diego de Ocampo, por si rechazaba la oferta y prefería regresar a Cuba.
En 1523 Juan de Grijalba residía en Santo Domingo, desde donde pasó a Tierra Firme al servicio de Pedrarias Dávila, muriendo en tierras hondureñas (Olancho), el 21 de enero de 1527. Sobre su muerte Las Casas expresa: “Viniendo perdido y con harta necesidad; y partido de mí en aquella ciudad, se fue para tierra firme, donde gobernaba o mejor diré desgobernaba Pedrarias, al cual envió a la provincia de Nicaragua; y estando en el valle de Ulanche, sojuzgando y guerreando a los indios de aquel valle, lo mataron los mismos indios a él y a otros ciertos españoles; donde pagó Grijalva los males que allí hacía y el servicio que debía a los indios de la isla de Cuba, y si algunos hizo en aquel descubrimiento, puesto que siempre lo cognoscí para con los indios piadoso y moderado”.
Bibl.: A. Bozal, El descubrimiento de Méjico. Una gloria ignorada: Juan de Grijalva, Madrid, Editorial Voluntad, 1927; A. Herrera, Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas e Tierra Firme del Mar Océano, Madrid, 1936; H. R. Wagner, Discovery of New Spain in 1518 by Juan de Grijalva; a traslation of the original texts with an introduction and notes by [...], Berkeley, The Cortes Society, 1942; F. López de Gómara, Conquista de México, Madrid, BAE, 1946; B. de las Casas, Historia de las Indias, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1965; P. Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, México, José Porrúa e Hijos, 1965; H. Cortés, Cartas de Relación, ed. de M. Hernández, Madrid, Historia 16, 1985; R. S. Weddle, Spanish sea: the gulf of Mexico in nort American discovery, 1500-1685, Texas, College Station, A & M University Press, 1985; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de M. León- Portilla, Madrid, Historia 16, 1988; J. Díaz, Itinerario de la armada del rey católico a la isla de Yucatán, en la India, en el año 1518, en la que fue por comandante y capitán general Juan de Grijalva, ed. de G. Vázquez, Madrid, Historia 16, 1988; J. L. Martínez, Hernán Cortés, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), Fondo de Cultura Económica, 1992; H. Thomas, La conquista de México, Barcelona, Editorial Planeta, 1994.
Isabelo Macías Domínguez