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Gonzalo Pérez

Biografía

Pérez, Gonzalo. Segovia, c. 1500 – Madrid, 12.IV.1566. Secretario de Estado de Felipe II.

Nació en fecha imprecisa, hacia 1500, en la ciudad castellana donde su padre, Bartolomé Pérez, secretario de la Inquisición y natural de Monreal de Ariza (Zaragoza), se había establecido y casado. Tuvo una sólida formación centrada en el conocimiento de las lenguas latina y griega, y en Leyes, probablemente adquirida en la Universidad de Salamanca, en cuyo Colegio Mayor de Oviedo pudo haberse licenciado hacia 1527. En este mismo año pasó al servicio de Carlos V, como oficial bajo las órdenes del secretario Alfonso Valdés, figurando ambos en el séquito que acompañó al Monarca a Italia (cuando fue a apaciguar los tumultos producidos después del saco de Roma en 1527), a Francia, a Flandes, a Bolonia (para ser coronado Emperador del Sacro Imperio Romano en 1530), a Alemania y a Austria (adonde acudió para sofocar la invasión turca de Austria y Hungría en 1532), desempeñando alguna función de carácter militar a tenor del privilegio de la caballería militar dorada que, para sí y para sus sucesores, le fue concedido por Carlos V en 1533. El año anterior, antes de su regreso a España, había acontecido en Viena la muerte prematura de su protector Alfonso Valdés, quien le encomendó en su testamento a Francisco de los Cobos, primer secretario de Carlos V, para que se sirviera de quien, ya en 1531, se había iniciado, de manera esporádica, en el oficio de escribano de la Chancillería Imperial.

La aceptación por parte de Cobos de la manda testamentaria de Valdés, relativa a Gonzalo Pérez, marcó el origen de una fecunda e intensa carrera burocrática en la Secretaría de aquél, como contino y doméstico del Monarca. En 1537, ya en Valladolid, consiguió, gracias a las gestiones de su nuevo mentor, algunos nombramientos de escasa relevancia para completar su sostenimiento hasta que, siendo ya clérigo (carrera que finalmente prefirió a la militar), fuera nombrado capellán de Carlos V, sin antes haber alcanzado una posición desahogada pese a haber disfrutado de algunos beneficios eclesiásticos inseguros, temporales (como un arcedianato en Villena), o de menor cuantía aunque estables, como el arcedianato de Sepúlveda en la Iglesia de Segovia, título que a lo largo de su vida usaría en lugar precedente, delante de todos los demás que ostentó.

Por el mismo tiempo, en 1541, fue nombrado secretario del príncipe Felipe, logrando inspirar una gran confianza en él, y ya en el siguiente año acompañaba al Emperador y al príncipe heredero en su periplo aragonés para que este último fuera reconocido en las Cortes de Monzón como futuro Rey de Aragón.

Desde entonces tuvo allí Gonzalo Pérez grandes relaciones, debido a su ascendencia, y generó un profundo conocimiento de la realidad aragonesa que perfiló lo que fue su primera especialidad dentro de su trayectoria política al obtener, desde 1545, el encargo especial de los asuntos propios de la Corona de Aragón, desplegando en dichos negocios una notoria actividad que abarcaba desde las más triviales recomendaciones de personal hasta las más difíciles concesiones pecuniarias de las Cortes, llevando desde la Secretaría el peso de la complicada trama administrativa y las relaciones con los hombres que estaban al servicio del Rey en todos estos reinos de administración foral, tan diferente de la de Castilla. Así mantuvo una fluida relación, testimoniada en su abundante correspondencia, con el duque de Calabria (virrey de Valencia), con el fiscal micer Nueros, con el conde de Morata (virrey de Aragón), con el gobernador de Aragón, Juan de Gurrea, con el asesor jurista micer Almenara, con la familia del secretario Martín de Sagasta (quien intervino en el despacho de Granvela), con el canciller, con los regentes de la Audiencia, con los escribanos, con el protonotario Miguel Clemente, con el prior del Pilar y con diversos diputados del brazo eclesiástico y con diversos oficiales reales de Cataluña, de Mallorca, de Menorca, y de Cerdeña.

Entre 1548 y 1551 Gonzalo Pérez permaneció fuera de España acompañando a Felipe a un viaje por los estados de Italia, Flandes y Alemania, y con él volvió para seguir ocupándose de los mismos negocios aragoneses.

También acompañó al príncipe en su viaje a Inglaterra en 1554 para su boda con María Tudor, encontrándose también con él en Flandes, dos años más tarde, en la solemne ceremonia de abdicación del Emperador. Una vez en España, y siendo ya rey, Felipe II, éste premió los constantes servicios de su ya viejo secretario ascendiéndolo en 1556 (a los veinte días de producirse la abdicación) en el primer plano de su confianza, al cargo de secretario de Estado universal, tal y como lo había sido Francisco de los Cobos en el reinado anterior. La actividad de Gonzalo Pérez como secretario de Estado había comenzado, aunque en distinto plano, en agosto de 1543, cuando durante una de las ausencias de Cobos siguiendo al Emperador, y quedando el príncipe a cargo del Gobierno en España, había sido nombrado secretario del Consejo de Estado del príncipe, con carácter interino.

El nombramiento de Gonzalo Pérez como secretario de Estado (de fecha de 6 de febrero de 1556) venía a coincidir con la reorganización de las Secretarías de Estado operada por el Rey en los comienzos de su reinado mediante la regulación institucional de la anterior Secretaría de Estado y la designación de dos personas para ejercer la Secretaría del Consejo más importante a quienes, con el fin de que cada uno “supiera lo que le tocaba qué hacer”, se proveía de sendos títulos de secretario de Estado complementarios entre sí. Estas personas fueron, en tal ocasión, Gonzalo Pérez como secretario de Estado encargado de todos los asuntos “tocantes al Estado fuera de España, o fueran de paz, o de guerra, por tierra, o por mar, o cargos, o cosas concernientes y dependientes de ello”, y Juan Vázquez de Molina (antiguo secretario del Consejo de Guerra) como secretario de Estado con competencias reducidas a los asuntos de dentro de España y recortadas por la extensión que ahora adquirían las de la Secretaría de Estado paralela. A partir de entonces, Gonzalo Pérez se vio afectado por una situación radicalmente distinta a la que había protagonizado transitoriamente en 1543 dentro de la Secretaría de Estado para sustituir a la persona ausente de Cobos.

Según indicaba el Rey en la propia cédula del nombramiento de 1556, se establecía para el cargo de secretario de Estado una regulación institucional nueva y un contenido diferente, que no enlazaban de forma directa con la situación anterior que había ejercido Gonzalo Pérez como secretario de Estado, según la cual éste sería quien tratase y despachase con el Monarca y con los del Consejo de Estado, “todos los negocios que se ofreciesen”.

Las funciones que ejercería en adelante Gonzalo Pérez podían, en teoría, confundirse con las del secretario del Consejo de Guerra, y con las del secretario del Consejo de Italia, y quedaron, por ello, bien delimitadas por el Rey mediante la matización de que concernían a aquél todos los negocios de paz y de guerra y cosas dependientes de ello, así como la concesión de las mercedes recibidas por servicios de guerra, y cualquier despacho, aviso o memorial que sobre todo asunto tocante al Estado y Guerra escribieran al Rey los virreyes de Nápoles, Sicilia, o el gobernador de Milán, y los capitanes generales, y los embajadores, así como lo concerniente a Estado (es decir, lo de la guerra y la paz y las cosas dependientes de ello) de las tres provincias italianas, reservando para el secretario del Consejo de Italia lo correspondiente a los negocios de éstas así como lo concerniente al gobierno, justicia, patrimonio, hacienda, fisco, y otros negocios ordinarios de partes, como los de gracia, mercedes, consultas, provisiones de oficios y beneficios. En definitiva, al tiempo que se establecía para la Secretaría de Estado una delimitación competencial de carácter geográfico y funcional, se configuraba administrativamente en este momento la figura del secretario de Estado, perfilándose de forma concreta como punto de conexión entre el Rey y el Consejo de Estado, y como cauce en que convergían la expedición burocrática de los asuntos importantes de origen diverso.

Será así Gonzalo Pérez quien encarnará el inicio de la etapa de madurez institucional de la Secretaría de Estado al reunir, por vez primera, todas las características del secretario de Estado, tal y como ha de presentarse en la segunda mitad del siglo XVI y a lo largo del XVII, esto es, recibiendo y abriendo la correspondencia y los memoriales de los virreyes, gobernadores y embajadores de todos los puntos de Europa, dando su primera impresión al Rey y discriminando lo sustancial de lo accesorio, asistiendo a las reuniones del Consejo de Estado e informando posteriormente al Monarca de lo allí tratado, y redactando los documentos que habrían de ser presentados a la firma del Rey. Aparte de esto, el secretario viejo y experimentado sabía aconsejar con gran diplomacia al joven Monarca y le hacía sugerencias de índole personal que demuestran un perfecto conocimiento, por su parte, de la psicología humana, como por ejemplo, cuando le aconsejaba escribir a su hija, Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos, “aunque sólo fueran dos líneas” de su mano real, “porque hacía ya dos meses que no lo hacía”.

Gonzalo Pérez vivió fuera de España sus tres primeros años de secretario de Estado y posteriormente largos períodos, a pesar de lo cual representa la imagen del genuino secretario de Estado, burócrata y detallista de enorme espíritu de trabajo y con un poder considerable ante Felipe II, y sujeto a las tareas del Consejo de Estado, que actuaba lejos de la dispersión burocrática en que Cobos se desenvolvió por la atención a las secretarías de otros consejos y por que pesaba más en él su condición de consejero íntimo y valioso que la de secretario de Estado. La transformación que se experimentó con Gonzalo Pérez fue posible gracias al fortalecimiento de los secretarios de otros consejos, que compartían entonces con el secretario de Estado la confianza del Monarca, y también gracias a la prodigiosa actividad en el despacho de los negocios que el Rey desplegaba, por más que el viejo secretario estuviera firme en la brecha, redactando despachos, contestando cartas, haciendo minutas, a veces en latín, hasta sus últimos momentos. Cuando no podía acudir porque la enfermedad no se lo permitía, continuaba despachando correos y cuidando de que toda la máquina administrativa no se parase ni se retrasara un minuto por su culpa, dando muestras de extraordinaria energía. Las cartas que mantenía con los embajadores eran a menudo más explícitas y cuajadas de noticias que los despachos oficiales, pues contaban a él cosas que dejaban a su prudencia si las debía decir o no a Su Majestad.

Fue Gonzalo Pérez el personaje principal de la vida y la política del país en aquellos años. Su figura encarna la etapa de madurez institucional de las secretarías, estructuradas por entonces con arreglo a esquemas que permanecerán a lo largo del tiempo, y que contribuirán a la consolidación del sistema político-administrativo que servirá como base de funcionamiento a la maquinaria del gobierno de la Monarquía Hispánica.

Paralelamente a su actividad administrativa, mantuvo Gonzalo Pérez, como hombre de letras que era, una notable actividad literaria. Había obtenido en 1547 privilegio para imprimir la Ulyxea de Homero en verso suelto, cuyos trece libros primeros aparecieron en Salamanca y Amberes en ediciones casi simultáneas en 1550. Tiempo después, entre viajes y despachos pudo llevar a cabo la versión completa de los veinticuatro libros de que constaba la obra, que vería la luz en su totalidad por primera vez en Amberes en 1556, con dedicatoria a su señor, el príncipe Felipe.

En el campo de la erudición y las letras su actividad fue fecundísima por el apoyo que prestó a algunos literatos como Blasco de Garay, a quien patrocinó la publicación de la versión de La Arcadia de Sannazaro; Jerónimo Zurita; Ambrosio de Morales; Diego de Ayala, primer archivero de Simancas, quien se formó en su oficina; Diego Hurtado de Mendoza, etc.

Fue Gonzalo Pérez un hombre de Iglesia, extraordinariamente activo, que mantuvo una absoluta dedicación a los papeles, en el que, sobre todo, destacaron su perspicacia y su agilidad para la polémica y para ver el alcance de las más insignificantes alusiones de las cartas del Príncipe. Aunque tuvo aspiraciones al capelo cardenalicio, murió sin alcanzarlo. Tampoco logró grandes mercedes salvo la Abadía de Santamaría del Burgo Hondo, en Ávila, que disfrutó en los últimos años de su vida. Los bienes más valiosos que poseyó fueron unas casas en Madrid, en la plaza de Santa María. Otorgó testamento el día antes de su muerte, acaecida el 12 de abril de 1566, a favor de su hijo Antonio Pérez, al que tuvo en 1534 “siendo soltero y con mujer también soltera”, y que, tras ser legitimado en 1542, alcanzaría un notorio protagonismo como secretario de Estado de Felipe II, por los sucesos que protagonizó. Figuraba como albacea en el mencionado testamento, junto con el anterior, Gabriel de Zayas, al que en 1552 había introducido como hechura suya y que llegaría a ser su más valioso colaborador. Un año y medio después de su muerte, en 1567, Felipe II, firmemente convencido de que ningún secretario mantendría la absoluta dedicación a los papeles que había tenido Gonzalo Pérez, fraccionó en dos partes la secretaría de Estado de asuntos extranjeros, vacante por la desaparición del secretario de Estado segoviano, asignando a Gabriel de Zayas los asuntos del Norte, mientras que los de Italia serían desempeñados por Antonio Pérez. Esta división de la secretaría de Estado de los asuntos extranjeros en dos, sobre la base anterior, constituyó un hito fundamental en la historia de la institución, que mantendrá tal estructura (con la fugaz aparición de una tercera sección) hasta 1705, en que se redujeron a una sola. La bipartición.

 

Bibl.: A. Pérez, Las obras y Relaciones de Antonio Pérez, Secretario de Estado que fue del Rey de España Don Felipe II, Geneva, 1631; E. Arteaga y López, “Breve noticia de Gonzalo Pérez, padre del célebre Antonio Pérez, escrita por el jesuita Esteban de Arteaga y López”, en Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España (CODOIN), vol. XIII, Madrid, Viuda de Calero, 1848, págs. 531-549; F. de Latassa y Ortín, Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses; aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográficobiográfico por Miguel Gómez Uriel, vol. II, Zaragoza, Calixto Ariño, 1885, págs. 523-525; A. González Palencia, Fragmentos del archivo particular de Antonio Pérez, Secretario de Felipe II, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1922; Gonzalo Pérez, Secretario de Felipe II, vol. I, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1946; J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y del Despacho, vol. I, Madrid, Editorial Instituto de Estudios Administrativos, 1976 (2.ª ed.); Felipe II. El Rey en el Despacho, Madrid, Editorial Complutense, 2002.

 

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