Fernández Sotomayor, Juan. España, c. 1529 – Santiago de Chile (Chile), II.1599 ant. Piloto y descubridor.
La homonimia que produce un nombre tan común ha dificultado precisar el origen de este marinero; además, hay varios contemporáneos que ejercieron tal oficio. Aunque existen vacíos en su biografía, que hasta ahora no ha sido posible llenar, se sabe que su segundo apellido era Sotomayor, aunque no es preciso que sea el de su madre, pues de acuerdo con los usos de su tiempo podía ser el de algún más remoto ascendiente. Este segundo apellido aparece en un expediente de merced de tierras en Rautén, lugar situado en la margen norte del curso inferior del río Aconcagua, hecha por el gobernador Martín García Oñez de Loyola (Santiago de 9 de diciembre de 1592), en que figura como “Piloto Mayor de esta Mar del Sur”.
Según el historiador chileno José Toribio Medina, Juan Fernández era natural de Cartagena, pero esta afirmación sin documentar contradice otras posibles procedencias [Ferrara (Asturias), El Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera]. La misma imprecisión que al decir que sus padres eran Antonio Doca y Teresa Fernández. Según los estudios realizados por Fernando Guillén Salvetti y Amancio Landín Carrasco (“Miscelánea”, en Descubrimientos españoles en el mar del Sur, t. III, cap. XXI, pág. 858), entre los numerosos homónimos que había en este período y, aún, en el propio escenario, este piloto pudo haber venido al mundo hacia 1529.
Siguiendo la tesis de José Toribio Medina, coincidente con la de B. Vicuña Mackenna, respecto al personaje cuya biografía trató in extenso en El Piloto Juan Fernández y en el Diccionario Biográfico Colonial, que mejora Thayer Ojeda, lo cierto es que este marino, nacido en lugar aún incógnito al finar el primer tercio del siglo XVI, navegó las costas de Chile desde 1550 y se pudo haber hecho marino en torno a los 14 años de edad.
En efecto, al parecer llegó a Chile por vez primera con el capitán Juan Bautista de Pastene que zarpó del puerto de Lima y arribó al surgidero que después fue el puerto de la Concepción (24 de marzo de 1550), seguramente en calidad de marinero. De no ser así, debió de efectuarlo en 1551, en una de las dos naos que vinieron desde el Perú por encargo de Pedro de Valdivia, transportando hombres y bastimentos. Su vida, como la de otros marinos, dejó escasas huellas.
Se sabe que estuvo en Chile en 1560 y en noviembre de 1562 participó en la expedición a Chiloé del gobernador Francisco de Villagra. En este año, aparece como contramaestre y despensero del navío Nuestra Señora de los Remedios, cuyo dueño era Bernardo de Huete. Asesinado este con parte de su tripulación por los indios de la isla Santa María en mayo de 1563, le correspondió a Fernández asumir el mando de la nave y regresar a Concepción. Figura en las cuentas de liquidación de los bienes del occiso, recibiendo como contramaestre “dos soldadas e media” además de otra media soldada como despensero, más otra media por un negro suyo; también recibió “cien pesos de buen oro [...] para gastar en las costas ordinarias” del proceso.
En sucesivas navegaciones fue ganando experiencia y llegó a ser contramaestre y piloto. Se encontró años después en el Callao cuando se hizo a la mar, rumbo al poniente, la escuadra del general Álvaro de Mendaña en 1567, que descubrió las islas Salomón.
Fue maestre de los navíos de Alonso Calvo y Gaspar de Solís en 1569, con arribos y zarpes desde Valdivia transportando mercaderías. En noviembre de 1570 figura como piloto del navío San Juan, propiedad de Juan Vizcaíno, surto en Valparaíso, listo para zarpar hacia Concepción. El 2 de mayo de 1573 volvió a servir de maestre en el navío N. S. de los Remedios, en un viaje a Chile de ida y regreso desde el Callao, donde debía entregar la embarcación con los cuatro esclavos negros incluidos en su tripulación y también rendir cuentas al dueño, Juan Pérez de las Cuentes, de los fletes y gastos de dicho viaje. Llegó a Valdivia y luego a Valparaíso, donde tenía lista esa nave para retornar al puerto de origen el 8 de agosto de 1574. El maestre Fernández debió de rendir muy buenas cuentas, porque en el mismo año se hizo de nuevo a la vela para Chile en el memorable viaje que cambió la ruta de vuelta desde el virreinato hacia este reino y le permitió avistar el archipiélago que lleva su nombre.
El viaje de los galeones entre el Callao y Valparaíso, puerto de sotavento, tardaba, antes del descubrimiento de Juan Fernández “medio año, más o menos cabal”. Los buques navegaban próximos a la costa, avanzando y retrocediendo a veces “en razón de los próximos terrales”, a la luz del día, “y anclando o amarrando sus cascos a los árboles si los había, o a las rocas del litoral” durante la noche. Solían avanzar cinco o seis leguas por día, de las setecientas que separan el Callao de Valparaíso “por ser la navegación de aquellas costas peor o más vagorosa que cuantas al presente tiempo se saben o se han navegado en estas Indias, a causa de las grandes corrientes e contrarios vientos que por allá son continuos, e impiden tanto la navegación que acaece hallarse atrás de lo que han derrotado e trabajado navegando cinco meses sesenta leguas de costa”, escribe en el volumen IV de su Historia General Gonzalo Fernández de Oviedo, quien conocía a los más importantes actores de su tiempo en esas extremidades del Pacífico. Los costos de una navegación tan larga se hacían onerosísimos, pues gravitaban sobre los salarios y el matalotaje, a lo que se añadía la inseguridad de la ruta por lo desconocido y proceloso de la mar.
Partió Juan Fernández de nuevo a Chile con dos naves, llenas de mercaderías, aproximadamente el 27 de octubre de 1574. Nadie sabe qué ruta tomó al zarpar. Hay quienes presumen que, dada su amistad con el piloto Hernando Lamero, este pudo hacerle partícipe algún conocimiento no divulgado del régimen de vientos y corrientes que habría observado antes de partir en la expedición de Mendaña. Otros se inclinan por el descubrimiento fortuito. Parece, sin embargo, poco apropiado achacar a la casualidad el nuevo rumbo tomado por Juan Fernández, pues como experimentado hombre de mar debía de tener habilidad y espíritu de observación. Por otra parte, los marinos debieron intercambiar informaciones. Hay que recordar que la flota de Mendaña estuvo de regreso en 1569. Debió de suponer que, al alejarse de la costa, donde predominan los vientos del Oeste y de Suroeste, reinarían otros vientos que facilitaran el avance en dirección meridional y que luego podría acercarse al continente aprovechando los vientos del sur, próximos a él. Al abandonar Callao se dejó llevar por los alisios y, después de avanzar hacia el poniente una considerable distancia, dobló en ángulo y, apoyando sus velas en vientos favorables consiguió, a pesar de navegar una distancia mucho mayor que la habitual, llegar a Valparaíso o a Concepción en un mes, es decir, en un promedio equivalente a un tercio de lo que, mínimamente, se tardaba por la ruta de la costa.
Durante el trayecto descubrió o redescubrió las islas de San Félix (26º 16’/80º 00’) y San Ambor (26º 21’/79º 47’), cuyo nombre el uso convirtió en San Ambrosio, sólo habitadas por lobos y gaviotas, a unas 600 millas de la costa chilena, llamadas también las islas Desventuradas, que supuestamente descubrió Hernando de Magallanes en 1520.
Sin embargo, todo hace suponer que nadie las había divisado antes. En abono de esta afirmación expresa Medina la singular coincidencia —demasiado extraña para no ser verdadera— de que la Iglesia celebra el día de san Félix el 6 de noviembre, día que, por lo que queda dicho de la partida de Juan Fernández del Callao, se ajusta más o menos con la ruta que tendría andada hasta avistarlas, esto es, unos once días, tiempo en que pudo recorrer las leguas que las separan de aquel puerto.
Se supone que no había tomado Juan Fernández la derrota de alta mar aventuradamente, sino muy a propósito; mas ello no es válido, cuando se trata del descubrimiento de las islas que llevan su nombre, obra del azar, aunque forzoso por la derrota que seguía. De tal suerte, avistó el 22 de noviembre de 1574, desde una distancia de tres leguas, las dos islas que llamó de Santa Cecilia. Sin desembarcar en ellas, continuó navegando al parecer hasta Concepción.
Dicho archipiélago, de origen volcánico, está formado por la isla Más a Tierra (hoy Robinson Crusoe 33º 37’/78º 52’), que alcanza una altura máxima de 915 m, separada por 1 km de una islita más pequeña llamada Santa Clara (33º 41’/79º 00’) y por 160 km de la isla Más Afuera (hoy Marinero Alejandro Selkirk) (33º 45’/80º 51’), que sobresale del mar con una altitud máxima de 1.840 m. Estas tres formaciones, más algunos pequeños islotes, constituyen el archipiélago de Juan Fernández La importancia del descubrimiento por el piloto Juan Fernández de una variante de la ruta supuso un gran ahorro de tiempo. La corriente fría que desde el Polo Sur se desliza como un río por el océano, siguiendo hacia el norte el perfil de las costas americanas del Pacífico hasta rebasar el Ecuador y que, mucho después del descubrimiento y conquista, se conoce como “corriente de Humboldt”, favorece con su ímpetu la navegación en la dirección antedicha. Gracias al conocimiento de la nueva vía de regreso que corría paralela, pero en sentido inverso a la corriente marina descrita, acortó el tiempo a poco más o menos treinta días entre el Callao y Valparaíso. El avance logrado para la rapidez de las comunicaciones entre Perú y Chile, el ahorro de soldadas para las tripulaciones, el de víveres para estos y los pasajeros, fueron de enorme importancia por la economía de medios, por la velocidad con que llegaban las noticias, los despachos oficiales, las mercaderías y las personas.
Sus aventuras inspiraron la conocida novela de Daniel Defoe Robinson Crusoe. Intentó fundar una colonia en la isla de Más a Tierra, pero no tuvo éxito y abandonó el empeño, retornando al continente.
La rapidez lograda en la navegación desde el Perú a Chile por el piloto Juan Fernández causó tan gran sorpresa, que empezó a circular el rumor de que la Inquisición se había preocupado de instruirle un proceso por brujería. Esta leyenda ha estado vigente hasta época reciente, aunque el expediente del presunto proceso incoado en su contra no existe. Dieron pábulo para una mayor divulgación los jóvenes oficiales de Marina Jorge Juan y Antonio de Ulloa, autores de una enjundiosa Relación del Viaje a la América Meridional (Madrid, 1748), que les tocó hacer formando parte de la expedición científica de La Condamine, en la que afirman que el piloto pudo defenderse de las acusaciones de brujería mostrando su diario y los inquisidores quedaron satisfechos con él y convencidos de que el no hacer todos aquel viaje con la misma brevedad era por no haberse determinado a apartarse de la costa, como él lo acababa de practicar; y desde entonces quedó entablado el método de esta navegación. José Toribio Medina destruyó la leyenda completamente en acuciosa investigación. Este historiador supone que la base real del asunto estriba en una confusión, pues el famoso marino Pedro Sarmiento de Gamboa fue procesado en 1564 y en 1574, el mismo año del descubrimiento de Juan Fernández, por la fabricación de cierta tinta que inclinaba la voluntad erótica de las mujeres, ciertos anillos con símbolos cabalísticos y práctica de la quiromancia.
El descubrimiento de las ínsulas de Santa Cecilia, que el mundo conoció después con el nombre del propio descubridor, reactivó la creencia más o menos reiterada de que existían muchas islas y continentes diseminados en la enormidad del Mar del Sur. Una de las personas interesadas en descubrir nuevas tierras fue uno de los más notables conquistadores de Chile, el hidalgo de Medina de Rioseco Juan Jufré, fundador de ciudades, rico encomendero, ganadero, industrial y el principal armador del reino durante el siglo XVI; con mucha actuación en las conquistas del Perú y Chile. Las noticias traídas por Juan Fernández despertaron su interés y obtuvo para sí y su yerno, Diego de Guzmán, licencia para organizar una expedición que debió de hacerse a la vela a fines de 1575 y llegar hasta las costas de Nueva Zelanda o Australia, viaje que ha concitado numerosas dudas e interrogantes. Un mapa de Juan Botero Benes que se publicó en Valladolid en 1598, grabado por Hernando de Solís, en que aparece América, incluye al sur de la Nueva Guinea, unida al continente austral, la siguiente leyenda: “Esta costa Austral fue descubierta por un piloto Castellano región comúnmente / llamada de Magallanes que hasta agora / aún no está bien conocida.” Esta información tan cercana al viaje de nuestro biografiado podría ser indicio de su alcance hasta esos confines. En cualquier caso, la incursión del piloto por iniciativa de Juan Jufré, salvo sus vagas noticias, no rindió ningún fruto y quedó olvidada.
La creencia de que en el viaje realizado con Juan de Jufré a la Oceanía descubrieron Nueva Zelanda para España a fines de 1576 se basa en un documento que presentó a Felipe III el licenciado Juan Luis de Arias Memorias para recomendar al Rey la conversión de los naturales de las islas nuevamente descubiertas (redactado en Valladolid en 1609), proponiendo “conquistar las tierras que había descubierto el piloto Juan Fernández hacia 1576, luego de haber navegado durante un mes desde las costas de Chile hacia el Oeste, habiendo sido el mismo que antes había reducido a sólo treinta días el viaje de navegación entre Lima y la costa central de Chile”.
Precisaba Juan Fernández que las tierras descubiertas eran de suelo montañoso, fértil y poblado por gente blanca, de ríos correntosos y que contaba con todos los frutos necesarios para subsistir. El licenciado Arias atribuye este relato al maestre de campo Pedro Cortés, hombre que gozaba de crédito, quien lo había oído de labios del propio Fernández. Al parecer este para evitar la competencia de navegantes extraños, guardó el secreto de su hallazgo, que se produjo después de un mes de navegar con rumbos Oeste y Sudoeste. Es dudoso que una nave de la época pudiera recorrer en un mes la distancia de 6.000 millas que hay entre Valdivia y Nueva Zelanda; más posible es que se tratara de la pequeña isla de Pascua. Hay autores, como el historiador chileno José Toribio Medina, quien fue el que mejor ha estudiado a este navegante, que aseguran que Juan Fernández también descubrió la isla de Tahití hacia 1576-1577, aunque hay también otros que niegan este descubrimiento.
Juan Fernández, que pilotaba dicha expedición, estaba de regreso en Lima el 11 de mayo de 1577 y en Valparaíso en enero del año siguiente, de partida para el Perú como maestre y piloto de un navío nombrado N. S. de la Guarda, propiedad de Gonzalo de la Palma. El 16 de diciembre de 1578, cuando el corsario Francis Drake amagaba las costas chilenas, la pequeña nave de Palma arribó al puerto de Coquimbo, procedente de Copiapó, con un cargamento de brea y vino. Los vecinos con sus indios descargaron la mercadería para ponerla a salvo y vararon la nave para defenderla mejor del enemigo. Drake desembarcó una semana después en la caleta de La Herradura y, ante la defensa organizada por el corregidor de La Serena, evitó el combate y reembarcó. Reflotado el barco se dirigió a Valparaíso y, sin duda, fue la nave que salió el 14 de enero de 1579, a las órdenes de Hernando Lamero Gallego de Andrade, en persecución del enemigo y con el objeto de avisar la presencia del corsario inglés a las autoridades del Perú.
Juan Fernández prestó otros servicios siendo ya un veterano piloto. Durante el mandato de Martín Ruiz de Gamboa, quien gobernó Chile entre 1577 y 1583, luchó en “la pacificación y allanamiento de los indios Osorno y Villarina, quienes, rebelados contra el Real Servicio, habían dado muerte al capitán Gaspar de Miera”.
Fernández estaba en Valdivia cuando Lamero regresó de una vigilancia hasta el estrecho de Magallanes y en su compañía salió a campaña contra los indios sublevados; pelearon en diversos enfrentamientos en los meses de febrero y marzo de 1580. Más tarde acudió con él al Perú, desde donde le habría acompañado en tres viajes a Tierra Firme en los años 1581 y 1583. Un año más tarde aparece Fernández en Chile.
En enero de 1586, embarcado en el navío Santa Clara de Su Majestad, hace un viaje con Luis de Sotomayor, de Perú a Chile, con socorros de ropa, armas y municiones. Por estos motivos y por el descubrimiento de su famosa derrota, se le concedieron más adelante unas tierras en el distrito de La Ligua, en la actual provincia chilena de Aconcagua (confirmada por auto del gobernador Martín García Oñez de Loyola, de 19 de diciembre de 1592).
En julio de 1588 estaba otra vez en el Perú; en Chile, de nuevo, en marzo y abril de 1589, y de salida para el virreinato en agosto; se encontraba en Lima en febrero de 1592 y el 23 de diciembre, de regreso en Chile, suscribió un convenio con Diego de Orellana, quien le reconoció las tierras de Rautén, llamándose “piloto mayor desta Mar del Sur”. Era difunto en febrero de 1599.
Casado con Francisca de Soria, tuvo por unigénito a Diego Fernández de Soria, menor en 1606 y que vivía en el valle de Quillota en 1629, en cuyo nombre se siguió un pleito por el deslinde de las tierras que había heredado.
Juan Fernández fijó su residencia en la ciudad de Santiago de Chile, pero hasta rebasados los sesenta años continuó prestando servicios en misiones oficiales, tanto en mar como en tierra, encomendadas por el virrey o por el gobernador. Murió a principios de 1599, al filo de los setenta años, y legó en su testamento los derechos sobre su isla a la Compañía de Jesús, con la que estuvo vinculado algún tiempo. Barbosa dice que Juan Fernández dejó escrito un derrotero: Tratado de navegación de Chile hacia el Sur.
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Isidoro Vázquez de Acuña y García del Postigo y José Antonio Ocampo Aneiros