Ayuda

Bernardino de Cárdenas

Biografía

Cárdenas, Bernardino de. Duque de Maqueda (III). ?, 1540 sup. – Palermo (Italia), 16.XII.1601. Virrey de Cataluña y de Sicilia.

Hijo de Bernardino de Cárdenas y Fernández de Velasco, y de Juana de Portugal. En 1557, su padre, capitán del ejército, murió y de él sucedió en el marque­sado de Elche, del que fue III marqués. También fue III duque de Maqueda, esta vez sucediendo en el título a su abuelo Bernardino de Cárdenas y Pacheco, pues la muerte de este no se produjo hasta 1560. Con el tiempo, su familia había constituido uno de los li­najes aristocráticos más importantes de Castilla y ello fue debido sin duda a las estrategias de enlaces y alian­zas que urdió su abuelo no sólo estrechando lazos con sus iguales, sino también por su servicio a la Corona, tanto en la guerra como en el gobierno. En consecuencia, Bernardino recibió una educación propia de los vástagos de la nobleza castellana bajo los Austrias, destinado al ejercicio de las armas y, sobre todo, a la Corte. Bernardino contrajo matrimonio con Luisa Manrique de Lara Manuel, hija y heredera del IV du­que de Nájera, Manrique de Lara. Cuando éste murió, su hija heredó los títulos del padre. Uniendo los títulos de Maqueda y Nájera, que heredaría, tras la muerte del primogénito Bernardino, su hermano Jorge de Cárdenas y Manrique.

Hasta 1590 su vida transcurrió como la de un sim­ple “estante en Corte”, sin protagonismo y sin desempeño de cargos de importancia, pero, coincidiendo con el apogeo del partido castellanista y el ascenso de los grandes, fue designado por el Consejo de Estado para cubrir la vacante dejada en el virreinato de Cataluña por Pedro Galcerán de Borja, maestre de Montesa, fa­llecido el 20 de marzo de 1592. El 10 de junio se hizo el nombramiento en su persona; juró el cargo en Barce­lona el día 23 del mismo mes. La celeridad de la desig­nación y la toma de posesión fueron debidas a la deli­cada situación política de la Corona de Aragón después de las alteraciones y los sucesos acaecidos desde 1590. La inestabilidad, el descontento y la represión ejercida en Zaragoza afectaron directamente al principado. Asi­mismo, las guerras de religión en Francia amenazaban con extenderse allende los Pirineos; bandoleros gasco­nes, partidas de hugonotes y contrabandistas actuaban cada vez con más impunidad, y en la costa las incursio­nes de corsarios berberiscos se intensificaron notable­mente. Cataluña era un territorio de frontera en todos los sentidos; frente al Islam, frente al protestantismo y frente a la disidencia interna. Por tal motivo, el encargo que recibió Maqueda ni era fácil ni deseado por sus pares, podía ser motivo de fracaso de una carrera po­lítica más que pórtico de un brillante futuro. Máxime por tratarse de un individuo con linaje y sin experien­cia. Salió con bien, dando muestras de pragmatismo y de una gran capacidad organizativa, sacando partido de los pocos recursos de los que disponía.

El 31 de octubre de 1596, Felipe II determinó que ocupara el puesto de virrey de Sicilia para sustituir al conde de Olivares. Su mejor credencial había sido su eficacia como virrey de Cataluña, también pesó el hecho de que el conde de Miranda y el condesta­ble de Castilla monopolizaban el control político de Italia y requerían allí a personas de toda confianza. Sin embargo, en la situación que ya se barruntaba en la Corte, de un inminente cambio de reinado, Ma­queda demoró todo lo que pudo su traslado a su nuevo puesto. Hizo entrada solemne en Palermo el 1 de abril de 1598. Como le ocurriera en Barcelona, venía expresamente comisionado para restablecer las buenas relaciones entre la Corona y los poderes loca­les y sus primeras medidas fueron gestos apaciguado­res para aplacar el ambiente de revuelta que se respi­raba en el Reino. Hizo excarcelar a los senadores que su predecesor había aprehendido por desobediencia y rehabilitó al marqués de Geraci, una señal muy bien recibida por los titulados del Reino.

Estando en Messina conoció la muerte de Fe­lipe II y fue allí y no en la capital del Reino donde el virrey presidió el primer funeral por el soberano y las no menos solemnes ceremonias de aclamación de Felipe III. Cuando retornó a la capital se celebra­ron allí las exequias el 27 de enero de 1599.

Así, concluido el preceptivo viaje de reconocimiento del Reino que todos los virreyes solían realizar al co­mienzo de su reinado, aunque se transformara en una suerte de sucesión de funerales, exequias y aclama­ciones de las ciudades en honor del viejo y del nuevo soberano, ahora se encontraba en condiciones de eva­luar las necesidades del territorio y proceder en con­secuencia. El 27 de marzo de 1599 se celebró el Par­lamento que reconoció al nuevo Rey y concedió un donativo extraordinario de quince mil ducados y la declaración de “regnicoli” (naturales del reino) a los hijos del virrey: Jorge, Jaime y Juan de Cárdenas.

Maqueda dejó una fuerte impronta en Sicilia como reformador y buen gobernante. La vía principal de Palermo aún hoy lleva su nombre en memoria de la traza urbana de la ciudad que él modificó para hacer de ella la verdadera capital del Reino, con una esceno­grafía adecuada al esplendor de la Corte vicerregia, teatro del poder y espacio adecuado para albergar las sedes supremas de justicia, gobierno y hacienda. El Cassaro fue dividido por una larga avenida que trans­formaba la traza de la ciudad en una cruz, cardum y decumanum clásicos cuyo eje lo constituyó la plaza de “i Quattri canti” conectando desde el palacio real to­dos los centros o sedes del poder urbano y del reino: Senado, catedral, palacio, etc. El 24 de julio de 1600 se inauguró la Strada Macqueda. Igualmente reformó el palacio añadiendo un ala, el “cortile Macqueda”, que convertía al viejo edificio normando en un doble o espejo del alcázar de Madrid. Naturalmente estas reformas acompañaban a un nuevo concepto del po­der virreinal implementado por el duque de Lerma. La nobleza castellana gobernaba la Monarquía con el Rey, esto significaba una desconcentración del po­der en la que Madrid no era ya la única referencia, la ampliación de los poderes vicerregios hacía de éstos auténticos príncipes y sus sedes de gobierno debían adaptarse a esta nueva circunstancia. Como señalara un cronista, la galería del nuevo cortile era el lugar “in cui si fanno le funzioni reali” (donde se ejercen las funciones del rey). Allí también se instalaron las sedes de la Gran Corte, el Patrimonio y el Consistorio para facilitar el acceso de los litigantes a la justicia, pero también para asociarla a la autoridad vicerregia. Hizo obligatorio el uso de la toga como atuendo ordinario de los magistrados dentro de las murallas de la ciudad y confirió al “ceto togato” las características propias de un cuarto estado, reconocible en la sociedad no sólo por su atuendo, sino también por sus privilegios. Quizá sea ésta una de las características del virreinato de Maqueda que más se censurara con el correr del tiempo, acusándosele de cosificar la sociedad siciliana en compartimentos estancos, y el rasgo más caracte­rístico de esta política lo constituyó una nueva institu­ción creada en 1599, la Deputazione degli Stati cuya función era impedir que las casas nobles sicilianas per­dieran sus patrimonios en manos de sus acreedores. La diputación se encargaría de administrar las rentas de los aristócratas endeudados reservando una parte para satisfacer a los acreedores y otra para la subsisten­cia de las familias aristocráticas. Con el apoyo del ba­ronazgo la crisis política de finales del siglo XVI quedó olvidada, el descontento de los poderes del Reino se eclipsó. Pero al sustentar el gobierno en la comunidad de intereses entre la Corona y los potentados del Reino no tardarían en producirse desajustes que en 1647 es­tallaron en forma de revueltas sociales.

Otra característica importante del virreinato fue la defensa del Reino, mediante un programa de fortifica­ciones en Messina y el cabo Passero cuya importancia advirtió cuando, hallándose en dicha ciudad el 17 de septiembre de 1598, una flota otomana de cuarenta naves amenazó seriamente su seguridad. Asimismo, en colaboración con los caballeros de Malta y el concurso de Génova, llevó a cabo acciones preventivas contra los centros corsarios de Libia y Túnez, así como de las islas del Egeo que tenían una mezcla de operaciones militares y de rapiña que atrajo a numerosos arma­dores e inversionistas (el propio virrey redondeó sus ingresos armando galeras a su costa que se dedicaron al corso). Estos planes tan ambiciosos se vieron trun­cados con la repentina muerte de Bernardino de Cár­denas en Palermo el 16 de diciembre de 1601.

 

Fuentes y bibl.: G. Di Blasi, Storia cronologica de vicerè di Sicilia, vol. II, Palermo, Atti della Regia Academia di Scienze, Lettere e Belle Arti, 1790; C. Giardina, L’istituto del vicerè di Sicilia, Palermo, Archivio Storico Siciliano, 1931; H. Koenigs­berger, La práctica del Imperio, Madrid, Revista de Occidente, 1975; M. Fagiolo y M. L. Madonna, Il teatro del Sole, Roma, Bulzoni, 1981; D. Mack Smith, Storia della Sicilia medievale e moderna, Roma-Bari, Laterza, 1981; G. Giarrizzo, “La Si­cilia dal Cinquecento all’Unità d’Italia”, en G. Galasso (dir.), Storia d’Italia, vol. XVI, Turín, UTET, 1987; J. Reglá, Els vi­rreis de Catalunya, Barcelona, Vicens Vives, 1987; J. L. Palos, Els juristes i la defensa de las constitucions: Joan Pere Fontanella 1575-1649, Vic, Eumo, 1997; J. Reglá, Felipe II y Cataluña, Madrid, SEACEX, 2000; L. R. Corteguera, Per al bé comú: La politica popular a Barcelona, 1580-1640, Vic, Eumo, 2005.

 

Manuel Rivero Rodríguez