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Nicolás Alonso Pérez

Biografía

Alonso Pérez, Nicolás. Nicolás Alonso de Bobadilla. Boadilla del Camino (Palencia), c. 1509 – Loreto (Italia), 23.IX.1590. Misionero jesuita (SI) y cofundador de la Compañía de Jesús.

Es conocido, habitualmente, por el lugar de su nacimiento, Boadilla del Camino, y no por su apellido Alonso. Sus padres eran “labradores piadosos con mediana fortuna”. Por vía paterna, procedía de una familia judeoconversa, afirmándose que su padre había sido un “tornadizo que por sus pies fue a la pila”. Como recuerda en su “Autobiografía”, era un niño despierto y algo travieso. Después de haber comenzado a estudiar gramática latina y de haber quedado huérfano, marchó a Valladolid, donde prosiguió las disciplinas de retórica y lógica, entonces protegido como becario por el obispo Antonio de Rojas.

Tras los turbulentos acontecimientos civiles de las Comunidades, reanudó sus estudios en filosofía en verano de 1522 en Alcalá de Henares, obteniendo una plaza de becario en el colegio de Santa Catalina, el cual había sido fundado por Cisneros para acoger a estudiantes pobres. Ése fue el ámbito de encuentro con dos futuros compañeros jesuitas: Alonso Salmerón y Diego de Laínez. También pudo conocer a Íñigo de Loyola, mientras residió en la ciudad complutense entre marzo de 1526 y junio de 1527, aunque no se acercó mucho a él, debido a la sospecha que se cernía sobre el mismo. Bachiller en Artes en 1529, regresó a Valladolid, donde vivió por espacio de cuatro años hasta 1533. Allí habría de estudiar teología y lengua griega, regentando la cátedra vespertina de lógica. Todavía buscaba una mayor especialización en humanidades, por lo que decidió viajar a la Sorbona de París, donde podría escuchar a los grandes maestros en lenguas clásicas. Cuando salió de su pueblo natal en aquel final del verano, no habría nunca más de regresar a tierras españolas.

En París, se reencontró con sus compañeros alcalaínos: Laínez, Salmerón y Loyola. Este último le facilitó su admisión en el colegio de Calvi, como profesor de lógica, pudiendo incluso ayudarle con dinero.

Íñigo le recomendó que no se dedicase en exceso a las humanidades, debiendo profundizar más en la teología escolástica. Frecuentó, precisamente, las aulas de los frailes dominicos y franciscanos. Se integró en el grupo de los primeros fundadores después de haber realizado los ejercicios espirituales, dirigidos por Ignacio de Loyola, siendo uno de los que emitió los votos de Montmartre el 15 de agosto de 1534, en los cuales no había inquietudes fundacionales y, sin embargo, muchos deseos de imitación radical de Cristo.

Con anterioridad a esta fecha, se datan los abundantes apuntes que había tomado acerca de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Entre las intenciones que existían en este grupo, se encontraba la peregrinación a Tierra Santa, trasladándose a Venecia junto con el resto de los compañeros, para buscar el puerto de salida. A los siete iniciales (Íñigo de Loyola, Francisco Javier, Pedro Fabro, Simón Rodríguez, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás de Bobadilla) se habían unido los franceses Juan Codure y Pascanio Bröet, además del saboyano Claudio Jayo. Las circunstancias del Mediterráneo no eran las propicias y todavía lo fueron menos más tarde, cuando la República Serenísima se integró contra los turcos con el Papa y el rey de España. No obstante, su voto de peregrinación tenía un componente práctico, pues en el caso de no poderse realizar, los primeros compañeros se mantendrían disponibles a las misiones que les encomendase el Papa. Había recibido Bobadilla la ordenación sacerdotal en Venecia, en junio de 1537. Haciendo tiempo, acompañaría a Bröet a Verona y Ferrara y después, con Francisco Javier, viajó a Bolonia. Destacaban en todos los lugares por sus trabajos en los hospitales, viviendo de limosnas y predicando en las plazas. Tras comprobar que la peregrinación a Tierra Santa era imposible, no solamente se pusieron al servicio del pontífice, sino que deliberaron sobre su destino como grupo, concluyendo en sus propósitos, en la llamada “Fórmula del Instituto”. Ejemplo de aquellas misiones fue el envío a la isla de Ischia con el objeto de reconciliar al matrimonio compuesto por Juana de Aragón y Ascanio Colonna. Pronto, aquellos trabajos apostólicos se alternarían con períodos de enfermedad. Tras la petición de misioneros que realizó el embajador Pedro Mascarenhas en nombre de Juan III de Portugal, Bobadilla fue designado junto con el portugués Simón Rodríguez para viajar a las Indias orientales. Encontrándose este palentino enfermo en Nápoles con fiebres de Malta, viajó a Roma para ponerse en camino.

No pudo ser, siendo sustituido por Francisco Javier, el cual ejercía entonces como secretario de Ignacio de Loyola. Finalmente, el único que salió del puerto de Lisboa a aquel lejano destino fue el navarro Javier.

Una sustitución que Bobadilla consideró, en su Autobiografía, como un signo de la “divina providencia”, pues abundante habría de ser el fruto apostólico del navarro en tierras indias, japonesas e indonesias.

Paulo III, poco después, envió a Bobadilla a Bisignano, en Calabria, con el objeto de reformar la diócesis.

No pudo participar directamente en la elección de Ignacio de Loyola como prepósito general de la Compañía de Jesús. No emitió voto a ninguno, pues ya había escrito antes al padre Ignacio para mostrarle cuál habría de ser su preferencia, aplazando además la discusión de los aspectos que habrían de ser matizados en las Constituciones. Aquella carta no se consideró válida. No fue el único asunto que le disgustó a lo largo del tiempo. No compartía la necesidad de escribir frecuente y prolijamente a Roma. Afirmaba a Ignacio que él no tenía tiempo de leer cartas con tanta información. Se opuso, también, al nombramiento del maestro Laínez como vicario de la Compañía a la muerte de Ignacio, considerando que se “dejaba gobernar por dos hijitos”. Se refería Bobadilla a Jerónimo Nadal y Juan de Polanco, el omnipresente secretario de los primeros generales. Él pensaba que en el tiempo que discurriese hasta la celebración de la Congregación General I, la Compañía habría de estar gobernada por los primeros compañeros. En realidad, el jesuita palentino no había contemplado con benignidad el edificio de las Constituciones de la Compañía que había redactado el propio Ignacio.

No se había atrevido en vida del fundador a manifestar abiertamente su disconformidad, aunque después matizaba afirmando que aquella obra legislativa no había sido una revelación del Espíritu Santo. Una disputa que alcanzó al cardenal protector de la Compañía, el cual confirmó que el gobierno del Instituto le correspondía a su vicario Laínez, aunque como éste todavía no era el prepósito general, no podía tomar decisiones de importancia, sin contar con los profesos que se encontrasen presentes. Tras la firma de la paz con España por parte del papa Paulo IV y cuando Bobadilla escuchó las palabras del cardenal dominico Michele Ghislieri —el futuro papa Pío V—, entendió que su línea de opinión se encontraba abocada al fracaso. Se opuso, por ejemplo, a que los padres profesos —el grado máximo dentro de la Compañía y de mayor disponibilidad a las misiones pontificias— enseñasen la doctrina cristiana a los niños por espacio de cuarenta días.

Su apostolado itinerante, sin embargo, transcurrió, por espacio de seis años (1542-1548), en la llamada “gran misión de Alemania”, en un tiempo decisivo para el avance de la reforma protestante. Su labor de consejo y presencia en los foros políticos más importantes, le entregó también a la redacción de cinco tratados en lo que la reforma y Alemania ocupaban un papel esencial. No obstante, la itinerancia no le facilitó la publicación de sus obras. Cuando conoció a Pedro Canisio, éste le definió por la “sencillez de carácter, el candor de sus costumbres y la afabilidad que atraía a todos”. No obstante, la sinceridad de Bobadilla lo hizo políticamente molesto al emperador Carlos y a su hermano y sucesor en el Imperio, don Fernando. El jesuita se oponía a las concesiones que el primero había realizado a los protestantes en el Interim de 1548, hablando con autoridad, pues poseía un privilegiado conocimiento del problema de la reforma protestante. Afirmó que la Iglesia nunca se había gobernado por coloquios y sí por concilios. Fue puesto en una litera y conducido a la ciudad de Trento, donde ya se había convocado la reunión conciliar.

Las segundas misiones de Italia, entre 1548 y 1559, discurrieron por regiones del sur de Italia y la isla de Sicilia, promoviendo la Compañía desde Nápoles, contribuyendo a la fundación de colegios —el de la capital napolitana culminó en 1552—, reformando las costumbres de conventos relajados y actuando de inquisidor de algunos obispados con teóricas amenazas de herejía. Tampoco pudo ser enviado a Polonia como lo deseaba el papa Julio III, pues se encontraba enfermo. Por esa razón fue sustituido por Alonso de Salmerón. Su buena relación con el papa Paulo IV, tan poco simpatizante de jesuitas y todavía menos amigo de españoles, facilitó una solución pacífica a las relaciones con el rey Felipe II, cuando el duque de Alba había cercado Roma. En realidad, el papa Carafa se había visto sorprendido por las medidas expuestas por Bobadilla en un Memorial que le había remitido, donde proponía las medidas que habían de tomarse para reformar la Iglesia. Propuestas que, en algunos casos, eran críticas hacia lo que la Compañía había desarrollado hasta el momento. Paulo IV ordenó a Diego Laínez que le fuesen entregadas todas las bulas y concesiones que sus predecesores hubiesen otorgado a la Compañía, con el objeto de examinarlas y reformarlas en el caso que fuese menester y no estuviesen ajustadas a lo que exigía aquel horizonte.

La misión de Valtelina discurrió entre 1558 y 1559.

Era aquel un territorio clave entre Italia y Alemania, bajo la influencia protestante, aunque paso obligado para los ejércitos españoles que se dirigían hacia los Países Bajos. Posteriormente, los prelados de la costa del Adriático, en la actual Croacia, solicitaron al ya prepósito general Diego de Laínez la presencia de este prestigioso misionero. Serán los meses de la misión de Dalmacia, entre 1560 y 1561. En esta ocasión, eran tierras de frontera con los turcos. A pesar de los límites de su enfermedad, Bobadilla puso las bases para la fundación de colegios de la Compañía en aquellas tierras.

Los últimos treinta años de su vida discurrieron en las misiones de Italia, con las que recorrió toda su geografía, con los trabajos habituales de predicación, promoción de los colegios y reforma de los conventos, en la consideración de los jesuitas como “sacerdotes reformados”. Ya lo había hecho años antes con los silvestrinos de Foligno, por indicación del cardenal Guido Sforza di Santafiora. Con todo, sus ámbitos más importantes de actuación fueron los mencionados de Nápoles y Sicilia, pero muy especialmente demostró su gusto por Loreto. A pesar de sus años, como subraya Manuel Revuelta, Bobadilla protagonizó algunos hechos pintorescos. En Milán trabajó junto a san Carlos Borromeo; en Turín se entusiasmó por la devoción con la Sábana Santa; en Génova se cayó a un pilón desde la altura de un caballo que le había regalado Margarita de Parma, hija ilegítima del emperador Carlos y cuando regresaba por mar, casi fue apresado por los piratas musulmanes. Recorrió setenta y siete arzobispados y obispados de los numerosos que se habían establecido en este concepto cultural que era Italia. Los papas encomendaron, en conjunto, veintiuna misiones.

Aunque murió con el napolitano Claudio Aquaviva gobernando la Compañía, Ignacio de Loyola sabía de las “excentricidades” de Bobadilla —como las llamó Cándido de Dalmases—, exponiendo aquello que sentía, sin maquillarlo de ninguna manera. Stefan Kiechle le definía como una “mente fogosa e independiente y, posteriormente, fue el enfant terrible del grupo fundador”. Casi no se dejaba atar a regla alguna, trabajaba en solitario, ignoraba las estructuras de la Orden y se enfrentó con Ignacio como superior general. Revuelta defendía la imposible asociación de Bobadilla con una personalidad “extravagante, desequilibrada e imprudente”. Acaso se tratase, no de una “oveja negra”, aunque sí “algo distinta” por su fuerte personalidad, su afición a discutir y su espíritu independiente.

No se puede olvidar el juicio emitido por el que fue su primer superior, Ignacio de Loyola, el cual veía en él a un “sacerdote talentoso y fervoroso”.

Por ese motivo, siempre le mantuvo su apoyo. De esta manera, jugando con una acepción posterior, asimilable al conjunto de los jesuitas, afirmaba que junto con Salmerón, ambos eran los únicos “hipócritas” de la Compañía, pues eran mejores de lo que parecían.

A su muerte en Loreto, fue el último de los primeros compañeros que desapareció, siendo enterrado en la iglesia de San Vito de Recanati.

 

Obras de ~: “Autobiographia”, Monumenta Historica Societatis Iesu. Bobadillae Monumenta: Nicolai Alphonsi de Bobadilla, sacerdotis e Societate Iesu gesta et scripta, Madrid, 1913, reeditada por Institutum Historicum Societatis Iesu, 1970, págs. 613-633; “Libellus de laudabili et fructuosa frequenti aut cuotidiana, sacrosanctae Eucaristiae sumptione”, ed. P. Dudon, Archivum Historicum Societatis Iesu (AHSI), 2 (1933), págs. 266-277; “Libretto consolatorio al P. Doménech”, en AHSI, 43 (1974), págs. 93-101. El padre Camerota, en la mencionada obra de Monumenta (págs. 651-677), realizó un inventario de los papeles y cartas de Bobadilla que se encontraban en Nápoles, entre los que se hallaban “cathalogus librorum meorum quos per Dei gratiam hactenus scripsi” (págs. 667- 668). La lista incluía treinta y cuatro títulos sobre temas bíblicos, teológicos y de reforma eclesiástica; la mitad de ellas se encontraban en forma de lecciones, mientras que la otra mitad como libros. Camerota señala tres tratados importantes: Christianum consilium reformando nationem germanicam (ofrecido al rey de romanos Fernando en 1547); Canonica Germaniae reformatio (presentada al emperador Carlos en 1548) y Christiana catholicae ecclesiae et reipublicae christianae reformatio per universales concilium convocatum (1548).

 

Bibl.: G. Boero, Vita del servo di Dio P. Nicolò Bobadiglia, della Compagnia di Gesu, Florencia, 1879; B. Duhr, “Die Tätigkeit des Jesuiten Nikolaus Bobadilla in Deutschland”, en Römische Quartalschrift, 11 (1897), págs. 565-593; P. de Leturia, “Los ‘Recuerdos’ presentados por el jesuita Bobadilla al recién elegido Paulo IV”, en Miscellanea Histórica in honorem Alberti De Meyer, vol. II, Louvain, Bibliothèque de l’Université, 1946, págs. 855-869; A. Fisher, “A Study in Early Jesuit Government: The Nature and Origins of the Dissent of Nicolás Bobadilla”, en Viator, 10 (1979), págs. 397-431; M. Salcedo, Un gran Palentino frente a la reforma. El P. Nicolás de Bobadilla, Palencia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1982; U. Parente, “Nicolás Bobadilla 1509-1590”, en AHSI, 59 (1990), págs. 323-344; S. Kiechle, Ignacio de Loyola. Mística y acción, Barcelona, Herder Editorial, 2006; M. Revuelta González, “El Padre Nicolás de Bobadilla, cofundador de la Compañía de Jesús y misionero de Europa”, en revista Otero (Instituto Teológico del Seminario Mayor San José de Palencia), 9 (2007), págs. 73-84.

 

Javier Burrieza Sánchez

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