Barzana, Alonso de. Belinchón (Cuenca), 1530 – Cuzco (Perú), 31.XII.1597. Misionero jesuita (SI) y lingüista.
Su primera formación discurrió en su pueblo natal, después siguió a su padre en su nuevo destino profesional como médico en Baeza. En aquella universidad menor, de las que proliferaron en el gran siglo universitario que fue el xvi, obtuvo los grados de maestro en Artes y de bachiller en Teología. En esos ámbitos geográficos fue discípulo de Juan de Ávila, compartiendo sus objetivos y predicando por espacio de diez años antes de su entrada en la Compañía de Jesús. Una vez que hubo entrado en Sevilla como jesuita en agosto de 1565, y transcurridas las pertinentes probaciones, se ofreció para las misiones. El entonces prepósito general, Francisco de Borja, lo envió al Perú. Barzana comenzó su viaje en 1569, dentro de la armada del virrey Francisco de Toledo, en la que habría de ser la segunda expedición de la Compañía. Ésta se encontraba dirigida por Bartolomé Hernández, mientras que la primera lo fue por el que habría de ser el primer provincial, Jerónimo Ruiz del Portillo. “La Compañía de Jesús —escribe Fernando Armas— había traído al Perú la esperanza de un espíritu y comportamiento nuevos, que debía de llenar de gozo a los hombres más instruidos del virreinato, alarmados por ciertas deplorables lagunas.” Desde el principio se tuvo claro que era muy importante la preparación lingüística de los misioneros, y Alonso de Barzana comenzó a estudiar quechua en el propio viaje. Profundizó aún más en ello cuando arribaron a Lima. Pronto comenzó su ministerio entre los indios, dentro de la doctrina de Santiago del Cercado. En aquellos momentos, los primeros jesuitas que habían llegado a Indias estaban debatiendo si ellos tenían que ejercer las funciones propias de los doctrineros, entre las que se incluían las parroquiales.
Santiago del Cercado fue la primera desde 1570, vinculada como se encontraba con la ciudad limense, aunque no se puede hablar respecto a ella de reducción propiamente dicha, pues carecía de características propias al hallarse vinculada a la corte virreinal de Lima. La segunda doctrina, la de Huarochirí, era una agrupación de setenta y siete ayllos, dentro de un medio serrano intransitable, a unos cincuenta kilómetros de la capital virreinal. Esta segunda sí que era algo más que un esbozo de reducción, pues la concentración de la población facilitaba la práctica espiritual y el control social. El paso definitivo de este debate fue la doctrina de Juli, en 1576, donde trabajó también Alonso de Barzana.
Desde el principio, los superiores se percataron de las cualidades de este jesuita como predicador y profesor, pero nunca como gobernador de religiosos confiados a su autoridad. Se resaltaba su preparación lingüística en las lenguas indígenas quechua y aymará.
Mientras, en 1572, permaneció en Cuzco, ciudad en la que se había fundado uno de los primeros colegios, y allí catequizó a Tupac Amaru, el último inca, que fue bautizado con el nombre de “Carlos” y que había sido condenado a muerte por el virrey Francisco de Toledo. Barzana predicaba la Cuaresma de 1574 en Potosí (Bolivia); pasó después al ámbito del lago Titicaca y siguió por La Paz, con la lengua aymará.
Esa preparación lingüística para los misioneros fue concretada por la I Congregación Provincial de los jesuitas del Perú, en 1576, cuando se estableció la necesidad de elaborar las gramáticas y catecismos en las mencionadas lenguas aymará y quechua. Una tarea que fue encomendada a Alonso de Barzana.
Su dimensión catequética tampoco resultaba extraña, habiendo sido discípulo de Juan de Ávila. En la reunión de la congregación provincial en Cuzco, se había hablado de la realización por Barzana de un “catecismo breve, arte y confesionario en las lenguas quechua y aymará con sus sumarios para los viejos”.
Por las cartas del cuarto prepósito general, Everardo Mercuriano, se sabe que desde Roma se vio con agrado los trabajos que Barzana estaba culminando para el quechua. Además, este jesuita debía haber manifestado su interés por trasladarse como misionero a China, deseo que fue rechazado por el propio general cuando le indicó que en las Indias existía mayor disposición a predicar el Evangelio que en aquellas lejanas tierras. Un voto que su superior le conmutó debidamente.
Como se ha dicho antes, el debate de la aceptación de doctrinas por parte de la Compañía, culminó en 1576, cuando recibieron la aymará de Juli, junto al lago Titicaca. Alonso de Barzana formó parte del grupo de cuatro primeros jesuitas que fueron designados para ella: “ocho días después de llegados hicimos juntar todo el pueblo, el P. Barzana les predicó como una hora en lengua aymará, con grande atención y admiración de los indios de ver que les predicaba en su propia lengua y con espíritu del cielo”. Dos años después, sus superiores, le encargaron la fundación del colegio de Arequipa, nuevo destino que no fue bien acogido por los indios que recibían su adoctrinamiento.
En realidad, las fundaciones de algunos colegios peruanos fueron causa de conflicto con el virrey Toledo, como ocurrió con el de Potosí y el mencionado de Arequipa, ciudad en la que se hallaba Barzana junto con el jesuita más adecuado para enfrentarse con el virrey Toledo. Se trata de Luis López. En realidad, los de la Compañía habían sobrepasado las competencias de las regalías que representaba el virrey.
De Arequipa, Toledo les consiguió expulsar y, además, a finales de 1578 pudo clausurar el colegio de San Pablo de Lima, por la competencia que había planteado a la Universidad de San Marcos. Asistió Barzana a la III Congregación Provincial de la Compañía —al finalizar el año 1582— y desde entonces fue remitido a Potosí. Un año después, la Audiencia de Charcas lo nombraba examinador diocesano de las mencionadas lenguas indígenas, para cumplir con la medida que había establecido Felipe II de obligatoriedad de los clérigos a aprenderlas.
Una de las medidas efectivas del importante III Concilio Limense, celebrado en 1582-1583 bajo la presidencia del metropolitano santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, fue la redacción de un catecismo, en el que debían estar presentes los textos en aymará y quechua. El provincial Baltasar Piñas tenía claro que aquel trabajo debía ser una labor de equipo, al frente de la cual tenía que hallarse José de Acosta. Se ha discutido quién podría ser el autor del texto del catecismo en castellano, oscilando entre Acosta y Barzana. Y así, aunque este segundo había elaborado el citado catecismo de 1576, Acosta sería el autor principal del texto castellano. El Concilio de Lima distinguió entre la composición y la traducción, pues mientras que la primera era responsabilidad de los teólogos, la segunda pertenecía a los llamados “jesuitas lenguas”, tales como Bartolomé Santiago y Blas Valera. Alonso de Barzana se manejaba en ambas categorías. Por otra parte, Acosta se mostró muy diligente a la hora de imprimirlo, pues este catecismo se convirtió en el primer libro impreso en el ámbito territorial del Perú, tras haber sido la imprenta prohibida en el mismo.
Gracias al interés demostrado hacia la Compañía por el obispo de Tucumán, el dominico Francisco de Vitoria, tras haber profundizado en su trato en el III Concilio Limense, el superior provincial Juan de Atienza envió al padre Barzana al norte de Argentina, en concreto a Santiago del Estero, adonde llegó en noviembre de 1585: “saliónos a recibir casi todo el pueblo y tenían las calles muy enramadas”. Formó grupo con otros jesuitas procedentes del Brasil, a cuyo superior también se había dirigido el prelado dominico.
En realidad, aquella diócesis de Tucumán abarcaba una extensión de norte a sur de trescientas leguas, con escasas ciudades fundadas y habitadas por españoles, además de contados sacerdotes seculares, aunque esto se hallaba compensado con algunas órdenes religiosas. Los primeros ministerios discurrieron en aquella ciudad y en compañía del padre Angulo.
La correspondencia destacaba los efectos espirituales en los indios bautizados, en los grupos catequizados, en los “amancebados” que había derivado hacia el matrimonio. El gobernador de Tucumán, Juan Ramírez de Velasco, al escribir a Felipe II en 1586, destacaba la eficacia de los trabajos de los jesuitas y resaltaba la escasa armonía existente entre él y el mencionado prelado.
Acompañado por Manuel Ortega, Alonso de Barzana recorrió las tierras de los tobas, mocobíes y diaguitas, además de la de los chiriguanos, esta última en el sur de Bolivia. En 1588 se encontraba junto al mencionado gobernador de Tucumán, para auxiliarle en la entrada que había de hacer en las tierras de unos indios que habían demostrado una acentuada belicosidad: los calchaquíes. Desde su pasó como misionero a la gobernación del Paraguay, en 1591, Barzana había comenzado a profundizar en la lengua guaraní, aunque consideraba que nunca podría pronunciarla, como le indicó a su provincial. En los trabajos misionales que discurrieron de 1590 a 1592, Alonso de Barzana se vio acompañado por el padre Añasco, entre los indios diseminados por las amplísimas llanuras que se conocían como el Chaco. Continuaron aprendiendo y estudiando nuevas lenguas, al mismo tiempo que ofrecían textos catequésticos.
Su compañero lo describía de manera muy rotunda: “no vi al santísimo P. Francisco Javier en la India oriental, vi al P. Alonso de Barzana, viejo de sesenta y cinco años, sin dientes ni muelas, con suma pobreza, con humildad”, en medio, pues, de las penalidades.
Pasaron después a la ciudad de Corrientes, cerca de la confluencia entre los ríos Paraná y Paraguay. Desde entonces su salud empezó a agravarse.
Con el objetivo de curar sus dolencias, a principios de 1597 se consideró oportuno su traslado a Lima, pero no alcanzó a ver de nuevo la Ciudad de los Reyes. Con muchas dificultades llegó el colegio de Cuzco y murió un mes después. El padre Lozano, en su Historia de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay, recordaba en algunos de sus capítulos lo que habían significado los trabajos de Alonso de Barzana.
Se encuentra, pues, en este jesuita, toda una autoridad en las lenguas indígenas de las Indias, conocimientos de los que se aprovecharon otros misioneros que le sucedieron. Así, podía dominar lingüísticamente los ámbitos de Perú, Bolivia y el norte de Argentina con el quechua; Perú y Bolivia con el aymará; además de Tucumán y Santiago del Estero con el puquina, el chiriguano, el tonocoté y el kakán. Por algo Nieremberg se mostraba admirado y afirmaba que Barzana había recibido el “don de lenguas como los Apóstoles”. Y así resumía a la conclusión de su biografía, afirmando que había escrito obras de gran autoridad como “los preceptos de Gramatica, la Doctrina Cristiana, vn Catecismo, y vn libro del modo de confessarse, y añadidas a él otras muchas oraciones”. Con este prestigio, no podían faltar, tras su muerte, presencias físicas entre los indios en Tucumán y Paraguay, cuestiones indispensables en la mentalidad sacralizada colonial.
Obras de ~: Doctrina cristiana y Catecismo para instrucción de los indios, con un confesionario, Lima, 1583; Confesionario para los cvras de Indios, Lima, 1585; Tercero Catecismo y exposición por sermones, Lima, 1585; Arte y Vocabulario en la lengva general del Perv, Lima, 1586; Lexica et preacepta gramática; item liber Confessionis et precum, in quinqué Indorum linguis, quórum usus per Americam Australes, nempe Puquinica, Tenocotica, Catamareana, Guaranica, Antisana sive Moguazama, Peruviae, 1590; Arte de la lengua Toba, La Plata, 1893.
Bibl.: J. E. Nieremberg, Honor del Gran Patriarca San Ignacio de Loyola, Madrid, por María Quiñones, 1645, págs. 489- 491; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, vol. I, Bruxelles, Oscar Schepens, 1890, págs. 997-999; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, vol. 4, Madrid, Razón y Fe, 1913, págs. 606-610 y 615- 620; G. Furlong, Músicos argentinos durante la dominación hispánica, Buenos Aires, Huarpes, Talleres San Pablo, 1945, págs. 41-43; A. de Vega, Historia del Colegio y Universidad de San Ignacio de Loyola de la ciudad del Cuzco, ed. de R. Vargas Ugarte, Lima, s. e., 1948; G. Furlong, Alonso de Barzana, S.I. y su Carta a Juan Sebastián, Buenos Aires, Teoría, 1968; L. Resines, Catecismos americanos del siglo xvi, vol. I, Madrid, Consejería Cultura y Turismo, 1992, págs. 75-78; F. Armas Asín, “Los comienzos de la Compañía de Jesús en el Perú y su contexto político y religioso: la figura de Luis López”, en Hispania Sacra, vol. 51, n.º 104 (1999), págs. 573-609; J. Burrieza Sánchez, Jesuitas en Indias: entre la utopía y el conflicto, Valladolid, Universidad de Valladolid-Cátedra de Estudios Hispánicos del Instituto Universitario de Historia Simancas, 2007.
Javier Burrieza Sánchez