Álvarez, Rodrigo. Lebrija (Sevilla), IX.1523 – Sevilla, 17.IV.1587. Maestro espiritual, jesuita (SI).
“Hombre de más de sesenta años, y muy gran religioso, y que confesaba lo más granado de la gente espiritual de Sevilla”, decía la declaración del también jesuita Enrique Enríquez, a finales de 1591, acerca de este religioso lebrijano, en el proceso de beatificación de Teresa de Jesús, el llamado proceso de Salamanca, cuando se intentaba ilustrar la relación entre Rodrigo Álvarez y la monja reformadora. La Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia de Andalucía, escrita por el padre Martín de Roa, afirmaba que este padre de la Compañía había nacido en las plazas portuguesas de Marruecos. No ocurrió así. Antes de su entrada en el Instituto ignaciano, en Sevilla, en 1566, había cursado Artes en la Universidad de Alcalá, además de haber obtenido el grado de bachiller en Teología.
Cuando regresó a su localidad natal, la sevillana Lebrija, abrió una escuela de gramática latina —la enseñanza secundaria del momento—, contando con la necesidad de instruir cristianamente a los niños y repartiendo su herencia entre los más necesitados.
Espiritualmente, se había sentido muy atraído por el liderazgo de un cerrajero, de nombre Gómez Camacho, vecino de Jerez, cristiano nuevo, que contaba con un prestigio muy extendido en la zona, procesado por alumbradismo y encarcelado por el tribunal de la Inquisición de Sevilla, aunque finalmente éste lo rehabilitó y se encargó de su mantenimiento. Por su parte, Álvarez se ordenó sacerdote, se encargó de la capellanía de las monjas concepcionistas franciscas de Lebrija y continuó como preceptor de gramática.
Fruto de este empeño es su obra Varias reglas para enseñar letras y virtud a los muchachos. El provisor de Sevilla le llamó a aquella capital y, en 1553, sucedió al mencionado Gómez Camacho en la dirección de la Congregación de la Granada.
Tardíamente, con más de cuarenta años, solicitó su entrada en la Compañía de Jesús, ante el entonces provincial Diego de Avellaneda. Su aspecto físico —era tuerto— y sus reducidas capacidades en el hablar, no parecían favorecer sus intenciones, aunque finalmente fue admitido. Ninguno de los que parecían impedimentos anteriores, le limitaron después cuando fue confesor de los estudiantes en Granada y Córdoba o maestro de novicios en Sevilla. Espiritualmente, continuó siendo un hombre peculiar, pues se le identificaban dotes de profecía y discernimiento, que le hacían atractivo a un grupo de personas, solícitas de su consejo. Entre ellos no había únicamente clérigos, sino también seglares, algunos escultores y orfebres, sin que faltasen relatos de prodigios, de los que se solicitó la oportuna corroboración.
Hasta los inquisidores sevillanos habían llegado acusaciones contra las carmelitas descalzas recién establecidas en la ciudad y, muy especialmente, contra la madre Teresa de Jesús. Ya los de Córdoba habían reclamado el examen del Libro de la Vida. El clérigo que las había delatado recibió la confidencia de María del Corro, aunque los inquisidores se percataron que aquellas acusaciones eran fruto de la imaginación enfermiza de esa mujer y que todo era una patraña.
Sin embargo, las visiones que aparecían en el Libro de la Vida, y que ya habían alarmado a los mencionados inquisidores cordobeses, condujo a la conveniencia de que la madre Teresa fuese examinada a través de letrados. Ella daría cuenta de los detalles pertinentes a través de dos relaciones, de las cuales fueron censores los jesuitas Enrique Enríquez, Jorge Álvarez y Rodrigo Álvarez: “los padres de la Compañía —escribe fray Jerónimo Gracián— examinavan su espíritu con muchas veras, como si huviera mucho peligro”. Rodrigo Álvarez, que fue calificador para este proceso entre 1576 y 1579, mostró inicialmente una actitud reservada y desconfiada frente a la monja reformadora: “estaba muy incrédulo de muchas virtudes y dones de la dicha Teresa de Jesús”, se llegó a afirmar en el mencionado Proceso de Salamanca.
Tampoco la religiosa abulense le había devuelto esa confianza: “con Rodrigo no hay que tratar en ninguna manera; con Acosta [Diego] sí” (Cta 127.9).
Las reticencias se manifestaron en asuntos referidos a María San José. Después, la actitud entre ambos se mostró más cercana: “grandemente he agradecido a ese santo Rodrigo Álvarez lo que hace” (Cta 308.8). El padre Jorge Álvarez le remitió la relación recibida de la madre Teresa. Entre ambos la habían invitado a manifestar sus interioridades espirituales.
No obstante, todo fue convenientemente aprobado y resuelto.
Rodrigo Álvarez aceptó un lento final de su vida, por la llamada enfermedad del mal de piedra, aunque siguió trabajando mientras se lo permitieron sus fuerzas.
A su muerte fue enterrado en el convento de las concepcionistas de Lebrija, casa de la que había sido capellán. No solamente le retrató el pintor portugués Vasco de Pereira, perteneciente a su círculo espiritual, sino también el maestro sevillano Francisco Pacheco, al que se unieron sus palabras de elogio como humanista.
La Congregación de la Granada continuó siendo objeto de las sospechas de la Inquisición, suscitando en las primeras décadas del siglo xvii algunos procesos, que no redujeron el prestigio de este jesuita de vocación tardía.
Obras de ~: Tratado y práctica de las yllusiones del demonio, British Library, Eg. 2058; Tratado de la discreción de espíritus, Biblioteca Universidad Salamanca 444; Suma de los solícitos engaños del demonio en estos miserables tiempos, Biblioteca de la Real Academia de la Historia.
Bibl.: G. de Aranda, Vida del siervo de Dios ejemplar de sacerdotes el venrable Padre Fernando de Contreras [...] del ábito clerical de N.P.S. Pedro, Sevilla, Thomas López de Haro, 1692; Silverio de Santa Teresa (ed.), Procesos de beatificación canonización de Santa Teresa de Jesús, Burgos, Monte Carmelo, vol. I, 1934; E. Llamas Martínez, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Francisco Suárez, Madrid, 1972, págs. 105- 112; A. Domínguez Ortiz, La Congregación de la Granada y la Inquisición de Sevilla. Un episodio contra los Alumbrados en la Inquisición española. Nueva visión, nuevos horizontes, Madrid, 1980, págs. 637-646; F. de Pacheco, Libro de verdaderos retratos, Sevilla, ed. P. M. Piñero y R. Reyes, 1985, págs. 377-382; E. de la Madre de Dios y O. Steggink, Tiempo y vida de Santa Teresa, Madrid, 1996; F. de Borja Medina, “Álvarez, Rodrigo”, en Ch. E. O’Neill y J. M.ª Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico-Temático, vol. I, Roma-Madrid, Institutum Historicum, Societatis Iesu-Universidad Pontificia Comillas, 2001, págs. 93-94.
Javier Burrieza Sánchez