Aguayo, Alberto de. Córdoba, 1526 – X.1589. Religioso dominico (OP), sabio, obispo de Astorga.
Con seguridad es miembro de la misma familia. El segundo Alberto de Aguayo nace en Córdoba en 1526. A la edad de diecisiete años solicita el hábito en el convento de San Pablo y comienza su año de noviciado el 11 de diciembre de 1543. Concluido el tiempo de prueba, el 12 de diciembre de 1544, fray Alberto hace su profesión religiosa y comienza los estudios de Artes en el mismo convento.
Sus inequívocas muestras de aptitud intelectual y sus virtudes religiosas le habían otorgado un cierto renombre entre compañeros y superiores. En 1548 era tal su fama que, debiendo salir para Salamanca el estudiante fray Lorenzo Suárez de Figueroa (al que debería acompañar un sacerdote anciano y religioso, según la costumbre), creyeron tanto los frailes de San Pablo como Catalina Fernández de Córdoba, madre del joven religioso, que el subdiácono fray Alberto era el más adecuado para cumplir la tarea de modelo y guía de su hermano de hábito.
San Esteban de Salamanca florecía en aquellos días, gracias a la fama de los ilustres maestros que allí vivían y enseñaban. Allí completará sus estudios de Teología, añadiendo nuevas virtudes a sus letras, de modo que los superiores creyeron conveniente enviarle al prestigioso Colegio de San Gregorio de Valladolid.
Fray Alberto de Aguayo jura los estatutos del colegio el 9 de septiembre de 1551. Tiene veinticinco años y los claustros vallisoletanos le verán aplicarse a los ejercicios escolásticos los ocho cursos siguientes, los últimos de los cuales como consiliario de los otros estudiantes.
Cumplido el tiempo de formación en San Gregorio volvió a su convento de Córdoba. Allí enseñará Artes y después Teología, siendo promocionado a los más altos honores que la Orden dispensa a los hijos más brillantes. Primero fue lector de Artes y Teología, después presentado (Capítulo General de 1564) y, finalmente, maestro en Teología (Capítulo General de 1571). Pero sus disposiciones intelectuales corrían parejas a otras más prácticas: gobernó con acierto y durante diez años el convento de San Pablo; también fue prior del convento de Montesión de Sevilla, en donde los diez frailes se dedicaban de continuo a la actividad pastoral; igual oficio ejerció en el convento de Jerez y en el de Mártires de Córdoba.
A la muerte de fray Francisco de Santa Cruz, regente del joven Colegio de Santo Tomás de Sevilla, sus colegiales buscaban el sujeto más idóneo que pudiera sustituir en la regencia y en la cátedra de Prima al fallecido maestro. Dos eran los sujetos que más votos tenían: fray Alberto de Aguayo y fray Agustín Salucio. Las disensiones fueron consensuadas salomónicamente: uno de los maestros ejercería de regente y el otro de catedrático de Prima. Así fue acordado el 16 de marzo de 1570. El 30 de junio de ese mismo año, fray Alberto jura los estatutos del colegio y comienza a ejercer como regente, cargo del que hará renuncia el 20 de abril de 1574, llamado por negocios muy graves encargados por Felipe II.
La fama de su prudencia y los acreditados pareceres que pronunciaba, hicieron de él un oráculo de consulta para prelados y nobleza, al tiempo que le encargaban los negocios más difíciles. Uno de éstos fue la solicitud de la Inquisición de Llerena para que averiguara la doctrina de los alumbrados de Extremadura, error que amenazaba con extenderse por toda Andalucía. La resolución de este caso, así como la fama que de él corría llegó a oídos de Felipe II, quien decidió servirse de su persona como visitador general de las provincias de España y Portugal. En Portugal tuvo que afrontar el temible reto planteado por la beata de Lisboa y su influencia entre los religiosos lusitanos.
Siendo prior del convento de San Pablo de Córdoba en 1580, Felipe II propuso a su santidad Gregorio XIII, que le nombrara juez-ejecutor y comisario apostólico de los padres carmelitas calzados y descalzos. Tan satisfecho quedó el Monarca que, al hallarse vaco el obispado de Astorga, presentó el 8 de agosto de 1588 al religioso para esa mitra.
Las intenciones reales encontraron al principio una fuerte reticencia en el elegido. Finalmente, las hubo de aceptar, pero no sin antes rogar a Dios que si no iba a ser digno del cargo se lo estorbase de alguna manera. La oración pareció ser escuchada, pues a comienzos de octubre cayó gravemente enfermo. El 17 de octubre de 1588, cuando sonaba la campana de la portería anunciando la llegada del mensajero real con su nombramiento y bulas, el maestro Aguayo se disponía para el tránsito de la muerte. En aquel preciso momento, ambos acontecimientos, motivaron las emocionadas palabras del padre Seleucio y consignadas por el Monopolitano: “Mayores mercedes ha hecho Dios a V. Señoría que hacerlo Obispo; confíe de su grandeza, que quien esto le quita más le tiene aparejado, y confórmese con su voluntad”.
A estas palabras el enfermo replicó que sin cuidar ni atender a otra cosa, en sólo eso en aquel punto se ocupaba; y al cabo de poco murió. Contaba sesenta y tres años de edad y ha quedado inmortalizado en los lienzos de Zurbarán.
Fuentes y bibl.: Archivo Provincial, Acta Capitulorum Provincialium (Provincia de Andalucía), ms., s. f.
“Acta Capitulorum Generalium Ordinis Praedicatorum (ann. 1558-1600)”, en Monumenta Ordinis Praedicatorum Historica, vol. X, Roma, 1901; J. López, Historia general de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores. Tercera Parte, Valladolid, Francisco Fernández de Cordoua, 1613; P. Quirós, Reseña histórica de algunos varones ilustres de la Provincia de Andalucía de la Orden de Predicadores, Almagro, 1915; G. Arriaga y M. Hoyos, Historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid, vol. II, Valladolid, Tipografía Cuesta, 1928-1940; L. de Guzmán, “Aguayo, Alberto”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 14.
Miguel Ángel Medina, OP