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Antonio Mauricio Rodríguez de Pazos y Figueroa

Biografía

Rodríguez de Pazos y Figueroa, Antonio Mauricio. Pontevedra, c. 1523 – Córdoba, 28.VI.1586. Inquisidor de Sevilla, inquisidor de Toledo, comisionado en la fase romana del proceso Carranza, obispo de Pati, presidente del Consejo Real y obispo de Córdoba.

Hijo de Gregorio de Saramil y de María Alonso de Pazos, colegial del Real Colegio de España en Bolonia entre 1549 y 1555, mostró un temprano afán de promoción, manifiesto en su disposición a tomar las órdenes eclesiásticas, condición que para apadrinarle le había puesto el inquisidor general Valdés. Pazos se había desplazado hasta la Corte toledana en 1560, para seguir el desarrollo de la causa incoada por el visitador de la Audiencia de La Coruña, en la que abogara al regreso de Italia. Si bien no constaba en la visita al tribunal concluida en 1564, esto pudo deberse a que las faltas del personal que no formaba parte del Real Acuerdo de la Audiencia (abogados, procuradores...) se castigaban por otro cauce. El apoyo de Valdés le permitió acceder sucesivamente como inquisidor a los tribunales de Sevilla (15 de julio de 1562, en lugar de Francisco Soto de Salazar, trasladado al tribunal de Toledo) y de Toledo (marzo de 1565, a instancia del propio Soto de Salazar); sin estar claro su nombramiento para la Inquisición de Sicilia, aseverado por Baltasar Porreño en su Vida y hechos hazañosos del Gran Cardenal Don Gil de Albornoz. Desde su plaza toledana Pazos dirigió una visita inquisitorial en Madrid, entre mayo y septiembre de 1566, que influyó notablemente en su carrera, al coincidir con la llegada de Diego de Espinosa a la Suprema.

Complacido con su soltura, el inquisidor general pensó en él para acompañar la fase romana del proceso Carranza, recibiendo orden de desplazarse en noviembre. Con él marcharon el consejero de la Suprema Diego de Simancas, el inquisidor de Calahorra Pedro Fernández y Temiño, el fiscal del tribunal de Valladolid Ramírez y el benedictino fray Rodrigo de Vadillo. Si bien el verdadero motivo de esta designación fue el público interés de Pazos en conseguir la protección del secretario Francisco de Eraso —víctima de una visita consentida por Espinosa— sin importarle para ello adoptar el tomo intensamente servil que se aprecia en carta de 20 de abril de 1565, conservada en la sección de Estado del Archivo General de Simancas.

Hacia 1570, la intervención de Pazos en distintas materias extraprocesales, mientras maduraba un partido afín a Roma en la Corte hispana, le permitió mantener estrechos contactos con propincuos ministros de la Sede Apostólica —el arzobispo de Monreale Luis de Torres— y recibir mercedes de Pío V, como la prelacía siciliana de Pati, tras valorarse la concesión de la sede de Cefalú. Si en la Corte se conservaba el recuerdo de un Pazos afecto al “confesionalismo” hispano, este juicio ignoraba su evolución en Roma.

Consciente de este valor oculto, su conterráneo Gaspar de Quiroga —sucesor de Espinosa al frente de la Suprema— apadrinó decididamente a Pazos, a quien presumiblemente había conocido en Italia cuando desempeñaba funciones de auditor de la Rota. Si de momento le concedió la ansiada licencia para abandonar Roma —gracias a la intercesión del secretario Jerónimo Zurita— y aprovechó el paso a su diócesis para encargarle en 1574 visita inquisitorial al tribunal panormitano y su distrito, cuando regresó para dar cuenta de ella a la Corte, Quiroga decidió aprovechar su ambivalencia para tratar de promocionarle a la presidencia del Consejo Real, vacante desde la muerte de Diego de Covarrubias (27 de septiembre de 1577).

Felipe II dudaba sobre el nombramiento, pero ante los descarados manejos del presidente interino Fuenmayor, pareció inclinarse hacia los herederos políticos de Espinosa. Convencido de la adscripción de Pazos a este grupo, sopesó conferirle la plaza a lo largo de abril de 1578, nombrándole formalmente el 4 de mayo, para desesperación de otros ministros que esperaban ser elegidos, caso de Antonio de Padilla.

Conocida la decisión real, espectadores al corriente de los cambios sufridos por Pazos en Roma, como el embajador Juan de Zúñiga, se apresuraron a ponerlos en conocimiento de Felipe II, junto a su desconcierto; reacción que contrasta con la del pontífice Gregorio XIII, quien, como hiciera con su antecesor Covarrubias, no tardó en conceder licencia a Pazos para conocer en causas criminales. Si bien el Rey no rectificó su decisión, sometió a Pazos a unos concretos Advertimientos de mucha considerazión..., elaborados por el secretario Mateo Vázquez (9 de mayo de 1578), le fueron entregadas las Advertencias elaboradas por el propio secretario para su predecesor Covarrubias en diciembre de 1574 y se le impuso como secretario de oficios de justicia a Antonio Gómez de Eraso, medida que limitaba notablemente su independencia y capacidad de patronazgo. Al mismo tiempo, Vázquez se esforzaba en contaminar la opinión real sobre el presidente, acusándole de desatención al despacho consiliar, excesiva independencia en su criterio y conductas impropias, como una intimidad excesiva con la mujer de Martín de Gaztelu.

En tanto el grupo favorable a la Sede Pontificia conservó su ascendiente cortesano, el presidente pudo neutralizar los intentos por alejarle de la Corte y alivió las rígidas instrucciones que recibiera. Aconsejado por Gaztelu, aprovechó la consulta de los viernes para consultar al Rey oficios “a boca”, obviando a Gómez de Eraso. Pero la prisión del secretario Antonio Pérez y la princesa de Éboli (29 de julio de 1579), a quienes asistió y consoló —prestando a la segunda el auxilio espiritual de su propio confesor, fray Lorenzo de Villavicencio— aceleró el declive político del presidente.

A partir de entonces, los esfuerzos de Mateo Vázquez y sus correligionarios ganaron en consistencia y en fruto, especialmente desde que, iniciada la jornada lusa, Rodrigo Vázquez de Arce supervisó las propuestas de oficios de Pazos y el funcionamiento del Consejo Real. En este sentido, el intento de presentar candidatos agradables a sus oponentes fue estéril.

Al mismo tiempo, las disensiones jurisdiccionales con Roma pusieron de manifiesto las contradicciones del presidente, propias de su obediencia simultánea al Papa como sacerdote y al Rey como ministro. El compromiso que pretendió alcanzar, alternando decisiones opuestas en los casos que se presentaban (como el beneficio de los bienes del difunto obispo de Plasencia en 1580 o el entendimiento de los excesos del deán de Cartagena, Tomás Garri), dejó insatisfechas a ambas partes, perfilándose la sombra de la destitución.

En ella tuvo destacada intervención el confesor real fray Diego de Chaves, quien a finales de 1581 inició, en connivencia con Mateo Vázquez, los manejos que concluyeron en su presentación como obispo de Córdoba. Pese a sus esfuerzos por retrasar tan equívoco premio, las bulas con su nombramiento, de 19 de marzo de 1582, terminaron llegando durante el verano de ese año, y asistió de esa manera al Concilio de Toledo iniciado el 8 de septiembre de 1582.

Llegado a su sede el 2 de abril de 1583, descolló entre los obispos hispanos en la construcción de seminarios, encarecida en la asamblea, así como en la reducción de hospitales En el primer caso, Rodrigo Vázquez declaró al Rey el 17 de junio de 1584 que “hasta agora más ha hecho que todos los otros aunque entre ellos el metropolitano”. En lo relativo a hospitales, Pazos realizó una “Relaçion de las rentas de los ospitales de la ciudad de Córdoba [...]”, con el propósito de agregar sus rentas, estudiada por Juan Aranda Doncel. Asimismo, se esforzó por finalizar y enriquecer la Catedral cordobesa y por ofrecer señales de que su desgracia no había perjudicado sus principios ideológicos, al ofrecer un edificio a Juan de la Cruz para fundar un convento. En tales ocupaciones murió el 28 de junio de 1586.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, leg. 147, n.º 70; Patronato Eclesiástico, leg. 13; Patronato Real, leg. 62-136; Secretarías Provinciales, Sicilia, leg. 980 antiguo; Archivo Histórico Nacional, Inquisición, lib. 252, fols. 115r.-v. y 126r.; lib. 575, fols. 287r. y 293r.; leg. 2943, passim; leg. 3068, n.º 91 y 198-199; Visitas, leg. 2105, n.º 29-30; Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Santa Sede, leg. 2, fols. 185 y 188; Archivo Zabalburu, carpeta 129, n.º 42; AZ, carpeta 132, n.º 45; carpeta 135, n.º 6; carpeta 144, n.º 271; British Library (London), Eg. 2082, fols. 1-3r.; Biblioteca Nacional de España, ms. 854, p. 225; Instituto Valencia de Don Juan, envío 21, caja 31, n.º 266; envío 21, caja 32, n.os 669, 789, 805 y 807; envío 24, caja 39, n.º 540bis; envío 45, caja 58, n.º 36; envío 51, caja 67, n.º 79; envío 55, caja 72, cuad. 2, n.º 48; envío 89, caja 126, n.º 444; Real Academia de la Historia. Colección Salazar y Castro, O-19, fols. 126 a 243 (relación de colegiales de San Clemente por Esteban de Garibay).

G. González Dávila, Teatro de las grandezas de la villa de Madrid, Madrid, 1623 (ed. facs., Valladolid, Maxtor, 2003, pág. 376); B. Porreño, Vida y hechos hazañosos del Gran Cardenal Don Gil de Albornoz, arçobispo de Toledo, Cuenca, Domingo de la Iglesia, 1626, fols. 196v.-197r.; J. Gómez Bravo, Catálogo de los Obispos de Córdoba, Córdoba, 1778, págs. 525-526 y 529; R. de Hinojosa, Los despachos de la diplomacia pontificia en España: memoria de una misión oficial en el Archivo Secreto de la Santa Sede, Madrid, Imprenta B. A. de la Fuente, 1896, págs. 240 y 251; C. Riba García, Correspondencia Privada de Felipe II con su secretario Mateo Vázquez, 1567-1591, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Jerónimo Zurita, 1959, págs. 175-176; J. I. Tellechea Idígoras, “Fray Rodrigo Vadillo, OSB., en el proceso romano de Carranza” , en Yermo, 14 (1976), págs. 37-89; F Nieto Cumplido, Catálogo del Archivo del Seminario de San Pelagio de Córdoba, Córdoba, Instituto de Estudios Andaluces, Facultad de Filosofía y Letras, 1977, págs. 301-306; J. I. Tellechea Idígoras, “Cartas inéditas de un inquisidor por oficio. El doctor Simancas y el proceso romano de Carranza”, en VV. AA., Homenaje a Julio Caro Baroja, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1978, págs. 965-999; J. I. Tellechea Idígoras, “El Doctor Pazos en el proceso de Carranza. Cartas Inéditas”, en E. Verdera y Tuells, El Cardenal Albornoz y el colegio de España, VI, Bolonia, Real Colegio de España, 1979, págs. 449-532; A. Pérez Martín, Proles Aegidiana, II, Bolonia, Real Colegio de España, 1979, págs. 855-858; J. I. Tellechea Idígoras, “Cartas del inquisidor licenciado Temiño sobre el proceso romano de Carranza”, en Revista Española de Teología, 39-40 (1979-1980), págs. 343-369; P. Bertrán Roige, Catálogo del Archivo del Colegio de España, Bolonia, Real Colegio de España, 1981, págs. 201 y 418; L. Fernández Vega, La Real Audiencia de Galicia. Órgano de Gobierno en el Antiguo Régimen. 1480-1808, vols. I y II, La Coruña, Diputación Provincial, 1982, pág. 126 y págs. 262-263, respect.; J. I. Tellechea Idígoras, El Proceso Romano del Arzobispo Carranza (1567-1576), Roma, Iglesia Nacional Española, 1988, págs. 8-9; J. Aranda Doncel, “Cofradías y Hospitales en Córdoba a finales del siglo XVI”, en J. Sánchez Herrero (dir.), Las fiestas en Sevilla en el siglo xv: otros estudios, Madrid, Deimos, 1991, págs. 329-340; J. I. Tellechea Idígoras, El Proceso Romano del Arzobispo Carranza: las audiencias de Sant’Angelo (1568-1569), Roma, Iglesia Nacional Española, 1994.

 

Ignacio Javier Ezquerra Revilla