Álava y Esquivel, Diego de. Vitoria (Álava), p. t. s. xvi – Córdoba, 17.I.1562. Oidor de la Real Chancillería de Granada, consejero de Órdenes, miembro del Consejo Real, obispo de Astorga, presente en el Concilio de Trento, obispo de Ávila, presidente de la Real Chancillería de Granada, presidente de la Real Chancillería de Valladolid, obispo de Córdoba.
Este letrado eclesiástico mostró desde un principio la tendencia espiritual transigente que caracterizó toda su actividad pública, si bien el impulso decisivo de su carrera procedió de un personaje con orientación ideológica contraria, el cardenal Tavera. Nacido en Vitoria, perteneció a una familia bien situada en la provincia alavesa y distinguida en el servicio de los Reyes Católicos. Su padre, Pedro Martínez de Álava Mendoza, fue diputado y capitán general de Álava y formó parte del séquito de Fernando e Isabel, como criado del duque Francisco de Bretaña, contino de los Reyes. Casó con María Díaz de Esquivel, ilustre dama vitoriana, y de esta pareja nació Diego de Álava y Esquivel. Las relaciones cultivadas a través de su señor perduraron con el rey Carlos y propiciaron que, determinado el obispo de Oviedo Diego de Muros a abrir colegio en Salamanca, nombrara a Álava y Esquivel entre los veintidós colegiales fundadores del colegio de San Salvador de Oviedo, formalizándose su ingreso el 24 de agosto de 1524, siendo el primer rector del establecimiento.
La designación debió mucho al propio Emperador, quien se consideró obligado a mostrar gratitud a la familia de Álava por la fidelidad mantenida en el curso de la alteración comunera. En la propia ciudad de Vitoria, Carlos V firmó cédula el 17 de enero de 1524 encargando al arzobispo de Santiago, Juan Rodríguez de Fonseca la designación de Diego de Álava y Esquivel como su vicario en la ciudad de Salamanca, “por cuyo respeto y por ser hijo de Pedro Martínez de Álava, vecino de esta ciudad de Vitoria, a quien tengo por criado y servidor”. El documento regio no llegó a tiempo de ser cumplido por el destinatario, fallecido poco antes, pero la determinación de su sucesor en asumir la protección del joven letrado resultó decisiva para su futuro cortesano, puesto que la mitra compostelana fue recogida por Juan Pardo de Tavera el 8 de junio de 1524. Al tratarse de un mandato imperial y no gozar todavía de gran influencia, éste debió ignorar las diferencias ideológicas y promovió a Álava Esquivel a vicario y juez metropolitano, cargos a los que poco después se añadió el de provisor del obispo de Salamanca, y que supusieron su toma de contacto con el expediente judicial. Al tiempo, culminaba su licenciatura en Derecho Canónico y desempeñaba cátedra cursatoria de Cánones en la Universidad de Salamanca, entre 1529 y 1532, al tiempo que lo hacía el licenciado Francisco de Montalvo, y ejercicio al que llegó con la fama de haber argüido al doctor Navarro.
En un comentario, Azpilcueta había defendido el ejercicio por la propia universidad de la potestad regia para cumplir el estatuto formado por el visitador Pedro Pacheco. Su valía y sus altos apoyos supusieron la presencia de Álava en los memoriales para la provisión de plazas, aun antes de alcanzar grado de licenciado, documentos en los que Tavera ya le consideraba propio para oidor de chancillería a la altura de 1530. Por entonces, una larga memoria con candidatos para audiencias se abrió con él. En ella, aparecía señalado con una cruz como el licenciado Mora, colegial de Valladolid, el licenciado Figueroa y el licenciado Montalvo, quienes por esas fechas accedieron a las chancillerías.
La inclinación de Tavera por Álava y Esquivel arreció con el nombramiento del primero para el arzobispado de Toledo, consumado el 27 de abril de 1534.
Entonces, lo sacó del colegio de Oviedo para servirse sucesivamente de él en el Consejo del arzobispado y como oidor en la Chancillería de Granada, pero con miras a traerlo a la Corte para aumentar el número de sus clientes. Ello se deduce del hecho de que, tras una promoción frustrada a la Chancillería de Valladolid, Álava pasó rápidamente al Consejo de Órdenes, en 1535, a cuyo efecto le fue concedido hábito de Calatrava.
El ascenso del licenciado coincidía con otras muestras de aprecio imperial por su familia, como la entrada de Francisca de Álava Esquivel, viuda de su paisano el licenciado Isunza —fugaz consejero de Indias—, en la Casa de la reina Juana en Tordesillas, como mujer de Cámara. O la entrada del licenciado Esquivel como oidor de la Chancillería de Granada, tras haber ejercido como alcalde mayor de Galicia.
Con todo, el destino final que Tavera reservaba al licenciado Álava y Esquivel era el propio Consejo Real, como se desprende de su fugaz paso por el de Órdenes, sin llegar a profesar como caballero de Calatrava.
Expedido su título el 8 de agosto de 1536, con su toma de posesión el 24 de octubre en la vacante del licenciado Castro, el presidente se aseguraba con esta promoción y las sucesivas de los licenciados Alderete y Briceño (1538) la continuidad de su control sobre el organismo.
Ya en el Consejo Real, el paulatino debilitamiento del poder cortesano del cardenal propició la manifestación por parte del licenciado de su distancia ideológica con el patrón, en las tareas que le eran encomendadas. Se piensa que la creciente disensión entre ambos motivó la nominación de Álava y Esquivel como presidente del Consejo de Nápoles en 1539, formalizado al año siguiente, si bien el alejamiento no llegó a consumarse.
Tavera no cejó y, ya como inquisidor general, obtuvo del Rey la promoción del oidor al obispado de Astorga, para el que fue nombrado el 8 de junio de 1543, pero incluso la efectividad de esta medida fue limitada. La razón estaba en la preponderancia que iba adquiriendo en la Corte Fernando de Valdés —sucesor de Tavera al frente del Consejo Real—, con quien Álava compartía orientación espiritual, al menos, en tanto Valdés no utilizó la intransigencia como forma de permanencia en el poder. Con el Emperador en la jornada de 1543, el presidente consiguió demorar el desplazamiento a sus sedes de los consejeros promovidos a obispos en el cénit de la influencia de Tavera, caso del licenciado Álava. A las pocas fechas de que éste tomara posesión de su mitra mediante un procurador, el 25 de agosto de 1543, Valdés defendió ante el Emperador su permanencia en la plaza consiliar, aunque sólo fuera de forma temporal: “Ha parescido que, entre tanto el obispo de Astorga se apareja para ir a su obispado, continúe el consejo como solía, porque con absentes y viejos e impedidos son pocos los que quedan en Consejo hasta que V.Md. provea en su lugar y en el del licenciado Leguízamo y otros.” De tal manera que, cuando se desplazó a su diócesis para tomar posesión (19 de abril de 1544), permanecía vinculado con el despacho del organismo, por lo que percibió la totalidad de sus emolumentos como consejero hasta la entrada de su sustituto, el licenciado Montalvo, el 4 de agosto. Después, el Emperador incluso llegó a considerar el regreso del obispo a la Corte en marzo de 1545, para intervenir con el doctor Escudero y otro oidor del Consejo en la causa matrimonial del marqués de Tarifa —en la que se supone entendería previamente—, pero el príncipe Felipe lo desaconsejó con poderosas razones. Junto a la dificultad de apartar a Álava del organismo si regresaba, era prudente no retrasar la partida del prelado hacia el Concilio de Trento —en el que ejercería como procurador del presidente Valdés, obispo de Sigüenza—, que finalmente se produjo en el verano de 1545 pese a sus dificultades económicas. Como se pasa a analizar, en la asamblea tendría cumplida ocasión de mostrar su orientación religiosa.
La llegada al pontificado de Paulo III (1534-1549) parecía haber impulsado la celebración de un concilio universal, largamente postergado. El clamor de los príncipes temporales terminó cuajando en su convocatoria para el 2 de junio de 1536 en Mantua, si bien dando prioridad a las cuestiones dogmáticas sobre las reformadoras. Demorado el proyecto ante la disconformidad que generaba, la situación cambió tras la paz de Crepy (1544), en la que el compromiso secreto del Emperador y Francisco I de favorecer la reforma de la Iglesia motivó nueva bula papal de convocatoria el 15 de marzo de 1545, en la que otra vez aparecía relegada la reforma como motivo de celebración.
La sede apostólica rehuía posibles alteraciones por vía conciliar de la composición de poder con los príncipes temporales.
En general, la postura reformista de los prelados hispanos en las dos primeras convocatorias del concilio quedó supeditada al interés político del Emperador.
Su deseo de reforma era sincero, pero sobre todo era una forma de demorar el tratamiento de materias dogmáticas de imprevisibles consecuencias en Alemania.
Por su parte, el Pontífice prefería hablar de éstas como medio de mantener inalteradas las prácticas de la sede apostólica. Inaugurado el 13 de diciembre, se acordó el trato simultáneo de dogma y reforma, pero pronto se advirtió la voluntad papal de ignorar este compromiso, clausurando la asamblea en cuanto concluyeran los debates sobre la justificación por la fe.
Entre los obispos hispanos cundió el convencimiento de que la reforma sólo podía curar de ellos, y en esta actitud destacó, junto al obispo de Jaén Pedro Pacheco y el de Calahorra Juan Bernal Díaz de Luco, el obispo de Astorga Diego de Álava y Esquivel.
Con todo, en el curso del sínodo, en el que intervino sobre todo en las comisiones sobre los mandatos de los procuradores, los abusos en materia de escritura y las exenciones capitulares, el prelado no fue muy beligerante contra la sede apostólica, a lo que ayudó la situación de las discusiones en cuestiones dogmáticas. Aunque apoyó con vehemencia la inclusión de la Virgen en el dogma de la Inmaculada Concepción, defendida por Pacheco, y defendió la aplicación de la cláusula Universalem Ecclesiam repraesentans (tras el título Sacrosancta Tridentina Sy nodus) para referirse a la asamblea, Álava era firme partidario del primado papal. Su defensa de esa definición se había producido durante la discusión sobre la residencia episcopal, que Álava entendía no como afirmación jurisdiccional respecto a Roma, sino como medio de favorecer el cumplimiento de sus cometidos pastorales por los prelados. Obligación de la que, además, mantuvo al margen a los cardenales. Su idea al respecto se evidenció en carta del obispo Giacomelli, en la que éste afirmó que para Álava “il Concilio non doveva ne posseva parlar [...] de Sua Santità”. La espiritualidad mística del obispo de Astorga era poco dada a discusiones sobre la organización del poder en el seno de la Iglesia.
Ello no significa que secundara los artificios de Roma para trasladar la asamblea, como paso previo a su disolución, entre los que destacó el rumor de una epidemia en Trento. El 26 de marzo de 1547, casi todos los prelados estaban ya en Bolonia, donde el Papa había autorizado la continuidad de las reuniones.
Faltaban Álava y los otros trece obispos imperiales, que compartían el recelo de Pacheco a la continuación del concilio en territorio pontificio y permanecieron en Trento pese a la pregonada epidemia. El obispo de Astorga debió permanecer en la ciudad hasta que se trasladó a Milán en espera de instrucciones del Emperador. El desplazamiento guardaba relación con las promociones que le había conferido previamente, y que pusieron de manifiesto la debilidad de su compromiso con la residencia episcopal.
Fallecido el obispo de Ávila Rodrigo de Mercado en enero de 1548, Carlos V presentó como su sucesor al licenciado Álava y Esquivel, siendo consagrado el 7 de mayo. Ello no le impidió aceptar la promoción a la presidencia de la Chancillería de Granada, decidida por Carlos V en octubre de 1548 tras meditar largamente sobre la conveniencia de otorgar este tipo de plazas a prelados.
El problema partía de la predilección del Emperador por los obispos para desempeñar estos oficios, por la idoneidad de su preparación canónica para el procedimiento de las Chancillerías, señal de la inspiración eclesiástica de la organización judicial regia.
Prueba de ello es que antes que a Álava, Carlos V ofreció la presidencia de Granada, largo tiempo vacante, a otro prelado presente en Trento. Designó para la plaza a Francisco de Navarra, obispo de Badajoz, quien compartía orientación ideológica con el obispo de Astorga. Como él, Navarra había defendido tenazmente en el curso del Concilio la mencionada cláusula Universalem ecclesiam representans lo que le supuso ser acusado de “luteranísimo” por parte de los legados vaticanos, quienes asimismo desconfiaron de su delicada interpretación de la justificación por la fe, y se mostró ardoroso defensor de la residencia episcopal, circunstancia que le llevó a renunciar al nombramiento.
A principios de agosto de 1546, dos meses después de su célebre discurso ante la asamblea conciliar, en el que, llevado de su convicción acerca de la necesidad de la residencia de obispos, prelados e incluso cardenales, planteó la necesidad de declararla de derecho divino, Francisco recibió una carta del Emperador desde Ratisbona, anunciándole el nombramiento de presidente de la Chancillería de Granada.
No cabe descartar que Carlos lo hiciera por desconfiar de la consolidación jurisdiccional que los prelados conseguirían con tal declaración. A la vista del ejemplo de Hernando Niño, que de la presidencia de Granada había pasado a la de Castilla, el ofrecimiento era muy tentador, pero tras meditarlo y consultarlo ampliamente, lo declinó.
La renuncia de Navarra abrió un período de reflexión por parte del Emperador sobre la naturaleza del cargo y el perfil que debía predominar entre los candidatos. Entretanto, el secretario Cobos le urgía a proveer la plaza. En carta al comendador de 20 de marzo de 1547, el Emperador le explicó que, advertido por su confesor, veía mal la falta de dedicación de los prelados hacia sus sedes, descuido que se fomentaba al nombrarlos para presidir tribunales, por lo que le solicitó relación de letrados seglares. Con todo, este escrúpulo no duró mucho, puesto que una carta al príncipe Felipe de 19 de octubre de 1548 permite saber que la plaza ya estaba adjudicada al flamante obispo de Ávila. El príncipe aplaudió con sinceridad la decisión del Emperador.
La demora de Álava y Esquivel en acudir a Granada empeoró las rencillas entre la Capitanía General y la Audiencia, en la que la ausencia de presidente fortalecía a los oidores fieles al marqués de Mondéjar y exacerbaba a los opuestos, generando un ambiente de gran tensión. Los meses pasaban y la situación empeoraba por la permanencia de Álava en su sede, con licencia del Emperador y el príncipe para atender a sus feligreses. Con todo, a comienzos de septiembre de 1549 se trasladó a la ciudad del Darro. Su llegada debió de favorecer el fin de la situación creada en el tribunal por la larga interinidad del oidor decano, que se había intentado paliar ordenando la visita de la audiencia por Miguel Muñoz, obispo de Cuenca y presidente de Valladolid. A Álava le correspondió ejecutar las conclusiones de la inspección, entre las que destacó la destitución de los oidores Peñaranda y León. Pero su pensamiento parecía estar más en su labor pastoral que en la judicial, toda vez que, al año y medio de su permanencia en Granada e invocando la “buena orden y buen despacho de negoçios” en la audiencia, solicitaba el permiso anual de cuatro meses para visitar su diócesis. La discusión sobre la residencia episcopal tendría como ingrediente cada vez más presente, el perjuicio causado por los hombres de Iglesia a las plazas judiciales que ostentaban. En el caso de Álava y Esquivel, esta circunstancia tuvo expresión en el hecho de que su permanencia en Granada le sirvió para preparar la publicación de su conocida obra De Concillis [...].
La compatibilidad con su obispado tuvo necesariamente que aumentar con su promoción a la presidencia de Valladolid, producida el 14 de febrero de 1557.
La decisión de Felipe II parecía dirigida a ese propósito y fue conocida por Álava mientras ejecutaba visita a su diócesis, permitiéndole convocar un sínodo diocesano largamente postergado. El momento en que se producía la decisión regia tenía asimismo interés por coincidir con el viaje de Ruy Gómez a Castilla para recomponer la influencia de su grupo, siéndole encargada a Álava la aplicación de las modificaciones dictadas tras la visita al tribunal de Diego de Córdoba.
El presidente compartía con el gentilhombre del príncipe orientación espiritual, como evidenció la simpatía mostrada hacia la Compañía de Jesús, entre otros prelados, como Carranza, Guerrero y su protegido Corrionero, obispo de Almería.
Sin embargo, la lógica de lo expuesto se quebró con la promoción de Álava y Esquivel al obispado de Córdoba el 21 de octubre de 1558, para ocupar la vacante dejada por Leopoldo de Austria. Tomada posesión de su nueva mitra el 30 de diciembre, abandonó su cargo en la audiencia. Con su entrada en la diócesis el 20 de enero del año siguiente, continuó mostrando el interés por la reforma eclesiástica y la aplicación de los cánones tridentinos que le distinguiera en sus anteriores sedes, como demostró la convocatoria recién llegado del sínodo diocesano. Igualmente, se interesó por avanzar en la conclusión de la catedral, cuyas obras avanzaron con gran rapidez en las fechas previas a su fallecimiento, el 17 de enero de 1562.
Para entonces, había dejado fundado el mayorazgo de la Zapatería, había añadido al patrimonio familiar el señorío de Marquina (que permaneció bajo los Álava hasta el siglo xviii) y mandó que se le enterrara en el panteón familiar de San Pedro de Vitoria. Desde entonces menudearon los elogios de compañeros y discípulos como Diego de Covarrubias, que se cuenta entre los continuadores de su ideología tolerante.
Obras de ~: De Concillis Universalibus ac de his quae ad religionis, et reipublicae christianae reformationem instituenda videntur, Granada, 1552 (Granada, 1582; ed. con adiciones de F. Ruiz de Vergara y Álava, Madrid, Francisco Nieto, 1671).
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José Martínez Millán e Ignacio J. Ezquerra Revilla