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Fernando de Valdés y Valdés

Biografía

Valdés y Valdés, Fernando de. Salas (Asturias), 1483 – Madrid, 10.XII.1568. Obispo de Elna, Orense, Oviedo y León, arzobispo de Sevilla, inquisidor general, presidente del Consejo Real de Castilla y de la Chancillería de Valladolid.

Nació en una familia de hidalgos, afincada en varios lugares de Asturias y emparentada con las casas más importantes del Principado. Sus padres, Juan Fernández de Valdés y Mencía de Valdés, eran señores de Salas, y están enterrados en la iglesia de la villa, que su hijo había levantado como colegiata de Santa María y panteón familiar. El mismo templo custodia sus restos en un hermoso sepulcro, debido al escultor italiano Pompeo Leoni y restaurado después de los daños sufridos en la Guerra Civil de 1936 por el escultor asturiano Víctor Hevia.

Las primeras noticias documentadas sobre su vida le sitúan desde 1512 a 1516 en el Colegio de San Bartolomé de Salamanca, del que fue elegido rector durante el curso de 1514 a 1515. Habiendo conseguido la licenciatura en Derecho, entró en la familia de Cisneros y formó parte de su consejo hasta la muerte del cardenal. Como ocupación principal, colaboró en la redacción de las constituciones, llamada “nuevas”, del Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá, que fueron promulgadas el 17 de octubre de 1517. Al final de su vida fue entrevistado por Alvar Gómez de Castro, primer biógrafo de Cisneros, a quien transmitió sus tenues memorias sobre la manera de ser y actuar del cardenal.

Cuando, a la muerte de éste, el emperador Carlos V nombró arzobispo de Toledo al joven flamenco Guillermo de Croy (23 de julio de 1518), Valdés formó parte de una misión toledana encargada de visitarle en Bruselas para exponerle la situación de la diócesis primada, que estaba a punto de ser desmembrada por la creación de dos nuevas, con sede en Talavera y en Alcalá. El proyecto no se llevó a cabo por decisión del Emperador, que no quiso menguar la jurisdicción y emolumentos de su protegido; pero éste falleció prematuramente, el 7 de enero de 1521, estando Valdés presente en su alcoba y firmando como testigo de su testamento. Mas la importancia del viaje hay que buscarla en la oportunidad ofrecida a Valdés de conocer de cerca la persona e ideas de Lutero, que por aquellos días iba a ser juzgado en la Dieta de Worms, donde Croy fallecía. Los acontecimientos siguientes parecen manifestar que no puso en ello especial interés; pues, mientras su compañero de viaje, el humanista Juan de Vergara, fue acusado, a su vuelta a España, de defender ideas erasmistas y luteranas, Valdés comenzó su carrera de ascensos, política y eclesiástica, y tardó algún tiempo en distinguir el protestantismo de otras corrientes heterodoxas de aquella época.

Cuando Valdés regresó a España en 1522 el emperador Carlos V le encomendó una visita oficial al Reino de Navarra, anexionado a Castilla desde 1512, pero especialmente agitado no sólo por la acción de los comuneros sino más bien por el intento de invasión que en 1521 había llevado a cabo el Rey de Francia, Francisco I, y la consiguiente represión a la que le había sometido el duque de Nájera, virrey de Castilla, que fue pronto substituido por el conde de Miranda, Francisco López de Zúñiga. La acción del visitador consistió en conocer, de acuerdo con éste, la situación de las personas, de los fueros y de las cuentas. El resultado de la visita fueron las Ordenanzas, hechas sobre la visita del licenciado Valdés, por el Emperador don Carlos y doña Juana, su madre, que se promulgaron el 14 de diciembre de 1525 y que estuvieron vigentes hasta la Edad Moderna.

La actividad de Valdés en Navarra debió de finalizar a principio del año anterior, porque el 27 de abril de 1524 fue nombrado miembro del Consejo de la Inquisición por el inquisidor general Alonso de Manrique. Comenzaba así una misión que le habría de ocupar de por vida, siendo tan sólo interrumpida durante los años de sus presidencias en la Chancillería de Valladolid y en el Consejo Real de Castilla. Durante este tiempo tuvo lugar la llamada Congregación de Valladolid, de 1527, que fue, en realidad, una reunión de veintisiete teólogos encargados de estudiar la penetración y difusión en España de la doctrina de Erasmo. Valdés asistió, como miembro de la Suprema, a algunas de sus sesiones, pero no se sabe que haya tenido notable influencia en su desarrollo. Como no se llegaba a ningún acuerdo, el inquisidor Manrique suspendió las sesiones el 13 de agosto, tomando como pretexto un brote de peste, pero queriendo evitar, como hombre comprensivo que era, una eventual condena del erasmismo español.

Este episodio, seguramente el más relacionado con la situación religiosa de Centroeuropa, fue precedido por la intervención de Valdés en un juicio sobre la brujería y seguido por su intervención en los procesos contra alumbrados. El primero tuvo lugar en 1525 cuando el inquisidor general sometió al examen de diez expertos los problemas que planteaban las brujas. Valdés expresó muchas dudas sobre la realidad de los fenómenos externos a ellas atribuidos; pero creía que debían ser castigadas en proporción al pecado o pacto interno que decían tener con el diablo, manifestando al respecto un buen conocimiento del derecho inquisitorial. De mayor trascendencia para la espiritualidad española fueron los procesos contra los alumbrados, que comenzaron sobre el 1530 y en los que resultó implicado el doctor Juan de Vergara, encarcelado tres años más tarde. Aunque Valdés no intervino en él directamente porque se instruía en el Tribunal de Toledo, no dejó de instar a los jueces para que agilizaran la causa, que no terminó hasta el mes de diciembre de 1535, cuando Valdés ya había salido de la Suprema, al ser nombrado presidente de la Chancillería de Valladolid.

Antes de producirse este nombramiento Valdés había sido presentado para obispo de Elna (la actual Perpiñán) el 3 de mayo de 1529, siendo consagrado en la iglesia de San Jerónimo, de Madrid, el 18 de octubre del mismo año por Francisco de Mendoza, obispo de Zamora y antes de Oviedo. El 12 de enero de 1530 le trasladaron a Orense y el 1 de julio de 1532 pasó, por fin, a la diócesis asturiana. De su presencia en Elna no hay noticias; más consta que visitó y ejerció su jurisdicción en Orense, donde hacía más de cuarenta años que no habían puesto pie los obispos. Con todo, su diócesis privilegiada fue Oviedo, “unas Indias que tenemos en España”, donde promovió la reforma eclesiástica, convocó sínodo diocesano (1533) y mandó imprimir breviarios para los curas (1536) según el rito de la catedral. Aunque desarrolló su labor a través del provisor Diego Pérez, visitó el obispado en la primavera de 1535 y residió en él por tres meses. Su predilección por Oviedo se manifestaría años más tarde en los legados y fundaciones que dejó en la ciudad. Entre ellos destacan el Colegio de San Gregorio (1534/1557) y la Universidad Literaria (1566), si bien en ésta no comenzaron las clases hasta 1608.

La actividad de Valdés como presidente de la Real Chancillería de Valladolid no ha sido estudiada sistemáticamente, pese a la abundante documentación que encierra su archivo sobre pleitos suyos y de sus familiares en época posterior. Consta, sin embargo, que mantuvo un litigio con el regidor de Valladolid, Rodrigo Ronquillo, por motivos de competencia en el orden público de la ciudad, y con el escultor Alonso de Berruguete, que, por sus empeños artísticos, descuidaba el cargo de escribano que tenía en la Sala del Crimen.

Valdés dejó la Chancillería de Valladolid al ser nombrado presidente del Consejo Real y preconizado obispo de León, cosas que ocurrieron en la primavera de 1539, pues en calidad de tal presidió las exequias de la emperatriz Isabel, que había fallecido el día 1 de mayo, si bien el nombramiento para León no se publicó en consistorio hasta el día 30 del mismo mes. Esta fue una diócesis literalmente de paso porque, el 29 de octubre del mismo año, fue trasladado a Sigüenza, donde tomó posesión el 17 de enero de 1540. La cercanía a Madrid y a Valladolid, ciudades donde tuvo su sede el Consejo, le permitieron celebrar la Semana Santa en su diócesis y ocuparse de los negocios en curso, que llevaba directamente su provisor o vicario Miguel de Arévalo. Aparte los acuerdos con el Cabildo en temas de jurisdicción y de cuentas, se le considera animador de las obras de la Catedral en la sacristía plateresca y del palacio-fortaleza en que fue convertida la antigua alcazaba. La diócesis de Sigüenza, a semejanza de la de Oviedo, también fue tenida en cuenta en las mandas de su testamento.

Valdés asumió el cargo de presidente del Consejo Real en un momento difícil, porque Carlos V se encontraba fuera de España y había dejado al anterior presidente, el cardenal Juan de Tavera, como gobernador del Reino, colocando a personas rivales entre sí al frente de otros Consejos. Valdés, que se inclinaba al partido del secretario imperial, Francisco de los Cobos, tuvo fuertes tensiones con su antecesor, hasta que, muerto éste, asumió sus funciones en 1541.

Desde entonces le tocó la difícil misión de mantener la concordia entre los ministros del Rey, tomar medidas extraordinarias en años de miseria y de hambre, proteger los beneficios eclesiásticos de la ambición de clérigos extranjeros y defender las costas de la Península contra la piratería y los desembarcos hostiles (ingleses y turcos). Pero puso su principal empeño en la guerra contra Francisco I, cuarta contra Francia (1542), que le llevó a ocuparse del reclutamiento de los soldados, del aprovisionamiento de víveres, así como de mantener el equilibrio de la política hispana en los Países Bajos y, sobre todo, en Italia.

La actuación de Valdés en la Presidencia del Consejo le granjeó el aprecio del príncipe Felipe, que influyó en el ánimo de su padre para presentarle a la sede apostólica como arzobispo de Sevilla e inquisidor general. El nombramiento para Sevilla se publicó el día 8 de octubre de 1546, mientras se retrasaba el de la Inquisición hasta el 20 de enero de 1547. Sevilla era, después de Toledo, la diócesis más importante de España. Los problemas más graves del clero se presentaban en el Cabildo catedralicio, con el que Valdés mantuvo fuertes tensiones, pues el arzobispo Manrique había admitido entre los canónigos personas de ideología reformista, que fueron acusados de luteranos ante la Inquisición sevillana. Tales fueron los procesos de Egidio —Juan Gil— (1549) y del doctor Constantino (1557), que terminaron en la condena del primero y en la muerte incidental del segundo. Para hacer frente al de Egidio, Valdés se trasladó personalmente a Sevilla, donde permaneció más de un año; pero el segundo lo encomendó al obispo de Tarazona, Juan González de Munébrega, y a su provisor Juan de Ovando. Aunque su pastoral en la diócesis andaluza tuvo otros focos de atención, como la reforma del clero según las “Constituciones” del 1512 y la impresión de libros litúrgicos hispalenses (Breviario en 1554 y Misal en 1558), adquirió un matiz inquisitorial muy concorde con el cargo que el arzobispo desempeñaba en la Corte.

La actuación de Valdés al frente de la Inquisición General abarcó todos los campos, comenzando por la reorganización de la Suprema y de los Tribunales de los distritos, poniendo al frente de ellos personas de su confianza y manteniendo la unidad procesal a base de “cartas acordadas”, que cristalizaron en una nueva Compilación de las Instrucciones del Santo Oficio (1561), que estuvieron vigentes hasta que fue suprimida la Inquisición. Prestó especial atención a la ortodoxia de la doctrina y a la propaganda de los herejes arbitrando medidas contra los libros, que dieron lugar a la Censura de Biblias de 1554, y a los Índices de Libros prohibidos que se publicaron en 1551 y en 1559, el último de los cuales se convirtió en punto de referencia para los que se compilaron después, a pesar de incluir obras importantes de la espiritualidad española.

Reprimió con vehemencia los brotes de “luteranismo” que se descubrieron en Sevilla y en Valladolid en 1558 y que culminaron en los autos de fe de 1559 a 1561, en los cuales fueron condenadas a morir en la hoguera unas doce personas. El mismo año 1559 comenzó el famoso proceso contra el arzobispo de Toledo, fray Bartolomé Carranza, acusado de alumbradismo y luteranismo por los condenados de Valladolid. Aunque Carranza recusó a Valdés como juez en su causa, vertiendo sobre él toda clase de imputaciones, no pudo anular su influencia en la marcha del mismo por su condición de inquisición general. Y, aunque la causa fue avocada a Roma por el papa san Pío V en 1567, Carranza fue condenado “por sospecha vehemente de herejía” en 1576.

Lo enojoso de la causa de Carranza y la deteriorada relación de Valdés con Felipe II determinaron que éste cayera en desgracia del Rey, que quería mandarle a Sevilla para que impusiera allí el Concilio de Trento. Aunque Valdés no llegó a salir de Madrid, perdió toda influencia en la Inquisición española al ser nombrado inquisidor coadjutor, con plenitud de poderes, el cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real. Valdés falleció el 9 de diciembre de 1568, y su cadáver fue transferido a la iglesia de Santa María de Salas en un solemne cortejo. Dejaba un hijo natural secreto, Juan de Osorio, señor de Horcajo de las Torres (Ávila), y un testamento repleto de bienes, que daría ocasión a numerosos pleitos entre sus familiares y los titulares de sus fundaciones.

 

Bibl.: J. Cuesta Fernández y M. Díaz Caneja, “El Arzobispo Valdés-Salas en las actas del Cabildo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 12 (1958), págs. 369-382; J. I. Tellechea Idígoras, Fray Bartolomé Carranza, t. 1: Documentos históricos. Recusación del Inquisidor General F. de Valdés, Madrid, Real Academia de la Historia, 1962; J. L. González Novalín, El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568). Su Vida y su Obra, vol. I, Oviedo, Gráficas Summa, 1968; J. I. Tellechea Idígoras, “Felipe II y el Inquisidor General D. Fernando de Valdés. Documentos inéditos”, en Salmanticensis, 16 (1969), págs. 329-372; J. L. González Novalín, “El deán de Oviedo don Alvaro de Valdés. Gestiones de la Inquisición Española contra B. Carranza en la corte de Paulo IV”, en Archivum Historiae Pontificiae, 7 (1969), págs. 287-327; El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568), Cartas y Documentos, vol. II, Oviedo, Gráficas Summa, 1970; Universidad de Oviedo (ed.), Simposio “Valdés-Salas”... D. Fernando de Valdés (1483-1568). Su personalidad. Su Obra. Su tiempo. Oviedo, 8-11 Diciembre 1968, Oviedo, Gráficas Summa, 1970; J. L. González Novalín, “Valdés, Fernando de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 2684-2685; J. M.ª Martínez de Bujanda, Index des livres interdits, t. 5: Index de l’Inquisition Espagnole 1551, 1554, 1559, Genève, Librairie Droz, 1984.

 

José Luis González Novalín

Relación con otros personajes del DBE