Guerrero, Pedro. Leza de Río Leza (La Rioja), 11.XII.1501 – Granada, 2.IV.1576. Arzobispo de Granada, principal figura de los españoles en el Concilio de Trento, campeón de la Contrarreforma en España y la Cristiandad.
Hijo de Diego Guerrero y de Catalina Fernández, honrados y modestos labradores, nació en la pequeña villa de Leza, junto al río de su nombre, población de escasa vecindad, rodeada de abruptos montes y de abismos profundos, tierras de pequeños huertos, de viñas y de pan llevar, a unos veinte kilómetros al sur de Logroño, en la entrada de los viejos Cameros, muy próximo a los históricos pueblos de Ribafrecha, aguas abajo del río, y Clavijo, el de la famosa batalla, en lo alto, y a medio camino, en la seca ladera y barrancada, del importante monasterio, hoy de ruinas imponentes, de San Prudencio de Monte Laturce, de monjes cistercienses.
Pedro Guerrero guardó siempre un cariñoso recuerdo de su tierra natal, que visitó en varias ocasiones de vuelta de sus viajes. En su testamento recuerda “que yo he enviado dineros a mi tierra para limosnas y para unos puentes que en el río della se hizieron y otras obras públicas, los quales recibieron Francisco Guerrero, presbítero, y Martín de Heredia (yerno de mi hermana María Guerrero) ya difuntos”. Todavía se conserva este puente del siglo xvi, con dos arcos, de fuerte sillería. Cuatro años después de la muerte del arzobispo, su sobrino del mismo nombre, el doctor Pedro Guerrero, tesorero de la catedral de Granada, adquirió en 1580 el señorío de las villas de Leza y de Ribafrecha, y mandó construir en la iglesia parroquial de Leza una capilla familiar, con su artística reja de hierro forjado, panteón, armas y retrato en lienzo del arzobispo (de 1,92 por 1,10) fechado en 1573, aún en vida del protagonista, de estilo, o del propio Pantoja de la Cruz. Fue recientemente restaurado, con motivo de la exposición que se hizo en la iglesia parroquial de Leza en el año 2001, con ocasión del quinto centenario del nacimiento de su ilustre feligrés.
Doce años tenía el muchacho cuando salió de Leza para estudiar Gramática en Sigüenza (1513-1516) al amparo de un tío suyo, monje de la Orden de San Jerónimo. Continuó sus estudios, ahora de Artes o Filosofía, en la Universidad de Alcalá de Henares, donde tuvo por amigo (“condiscípulo suyo, y, compañero de virtudes”, dice en 1638 el historiador granadino Bermúdez de Pedraza) al insigne maestro san Juan de Ávila. Entonces comenzó el trato y la colaboración de ambos, que no se interrumpiría jamás.
Otra amistad contraída por Guerrero Alcalá, y que perduró siempre, fue la de su joven profesor dominico fray Domingo de Soto. Guerrero que, al parecer, permaneció en Alcalá cuatro años, de 1519 a 1523, cursó sucesivamente las asignaturas de Súmulas o Dialéctica, Lógica, Física y Metafísica, obteniendo el grado de bachiller en Artes. Quizá también se inició en Teología, con el citado Domingo de Soto. En este tiempo, entró en contacto con el Humanismo del Renacimiento, y leyó las obras de Erasmo de Rotterdam que guardó siempre en su nutrida biblioteca de Granada.
En 1524, Pedro Guerrero, ya bachiller en Artes, cambia el bullicio de Alcalá por el recogimiento levítico de su ya conocida y amada Sigüenza. Con una beca que correspondía a la diócesis riojana de Calahorra y la Calzada, ingresa en el Colegio Mayor de San Antonio de Portaceli, extramuros entonces de Sigüenza, compuesto por doce colegiales y un rector, en memoria del Colegio Apostólico, debían cuidar y atender a los ancianos acogidos en el hospital que le estaba anejo, a más de llevar vida cristiana y de estudio.
En este ambiente, Pedro Guerrero vivió cuatro años —de 1524 a 1528— en los que cursó Teología en la Universidad seguntina, consiguiendo el grado de Licenciado, además de maestro o doctor en Filosofía o Artes.
De 1529 a 1534, se traslada a Salamanca como colegial en el Viejo de San Bartolomé, asistiendo a la célebre Universidad como alumno y como profesor a la vez, distinguiéndose notablemente en ambas facetas.
Asiste a las famosas relecciones del maestro Francisco de Vitoria, cuyos textos manuscritos conservará siempre en su rica biblioteca arzobispal, y desempolvará en el concilio de Trento. También asiste a las clases de su viejo amigo de Alcalá, Domingo de Soto.
Como profesor novel, Pedro Guerrero, después de las correspondientes lecciones de oposición, frente a otros dos aspirantes, y tras la imposición del birrete, comienza su magisterio en la cátedra de Vísperas, con gran asiduidad, teniendo como guía de textos de Pedro Lombardo y de santo Tomás de Aquino. Se asegura que el maestro Guerrero halló la sistematización orgánica y total de la escolástica, traspasada de unción religiosa y de suave aroma místico. En octubre de 1534, la Universidad, en solemne ceremonia, le concedía el grado de licenciado en Teología, siendo subdiácono. Por entonces volvía a Leza, y en su iglesia cantaría su primera epístola, así como en Clavijo, tan próximo y ligado a su villa natal. Posteriormente, el título de licenciado se trocará en el de maestro y doctor.
Con tal bagaje intelectual, vuelve a Sigüenza en 1535 para opositar a la cátedra vacante de Prima de Teología, anunciada por edictos del Colegio Mayor seguntino de San Antonio de Portaceli de tan gratos recuerdos juveniles para Guerrero. A la vez, obtiene la dignidad de canónigo magistral, de tanta relevancia en la sociedad de entonces. En esta cátedra y puesto permanece once años (1535-1546) que fueron una insustituible experiencia para aquel futuro arzobispo reformador.
En octubre de 1545, opositó a la canongía magistral de la iglesia de Cuenca, que obtuvo por unanimidad, pero de la que no llegó a posesionarse, pues poco después era nombrado arzobispo de Granada. Por entonces era conocido como el doctor Logroño.
A san Juan de Ávila se le suele representar con una mitra y un capelo a los pies, como señal de las dignidades prelaticias y cardenalicias a las que renunció.
Bermúdez de Pedraza, tan buen conocedor de las noticias concretas de su tierra, dice en su Historia Eclesiástica de Granada, del año 1638, lo siguiente: “Por traslación del Arzobispo don Fernando Niño de Guevara a la Iglesia de Sigüenza, convidó Felipe Segundo con esta Iglesia (de Granada) al Maestro Avila, y no la aceptó: gran prueba de su virtud, y presentó para ella a un condiscípulo suyo, y compañero de sus virtudes el Doctor Guerrero”. Se dice que la propuesta de san Juan de Ávila a favor de Guerrero fue avalada por otro amigo de los tiempos de Alcalá, el gran teólogo fray Domingo de Soto. San Ignacio de Loyola manifestó su satisfacción por tan fausta noticia.
Durante treinta fecundos años regentó Guerrero el arzobispado de Granada, desde su nombramiento en 1546 hasta su muerte en 1576. Ni tuvo antes prelacía previa, ni aspiró después a ningún tipo de promoción.
Según las doctrinas y costumbres de entonces “se desposó” perpetuamente y de por vida con la Iglesia de Granada, a la que amó y sirvió con entero e indiviso corazón. Su gestión marcó huellas imperecederas, y aún hoy se mide y se pesa su balance como uno de los más sustanciosos para la historia de Granada, de España y de la Cristiandad. Afortunadamente, se conserva un precioso documento de Guerrero, de sesenta folios (ciento veinte páginas), en recio latín, sobre el Episcopado, preparado para el concilio de Trento, y otro sobre el mismo tema de su fiel secretario y acompañante Juan de Fonseca. Los originales se encuentran hoy manuscritos en el archivo de la Universidad de Granada, y los ha publicado recientemente Juan López Martín. Son una joya, y constituyen un verdadero tratado teológico-pastoral sobre el derecho divino, la residencia y demás aspectos del episcopado. Pero lo verdaderamente importante no es sólo su planteamiento teórico, sino que la letra responde, paso a paso, a la realidad y a la propia vida del autor. En la tercera parte, por ejemplo, Guerrero habla del obispo con las figuras de Pastor y Esposo y dice: “como Cristo es el Esposo de la Iglesia, de la misma forma cada obispo es también esposo de su iglesia” (Et per hoc etiam episcopus specialiter sponsus ecclesiae dicitur sicut Christus...). Guerrero se “desposó” ciertamente con su Iglesia de Granada, y a la vez con toda la Iglesia. Puede ser un símbolo meramente nominal, pero así como antes era conocido como el doctor Logroño, después de su episcopado se firmará “Petrus Granatensis”. Era como una especie de “alianza nupcial” con su Iglesia.
Una de sus principales preocupaciones nada más tomar posesión de su difícil obispado (“obispado de misión”, le llamaban), fue la reforma y la formación del clero, adelantándose claramente al propio Concilio.
Francisco Martín Hernández ha publicado un luminoso libro titulado Un seminario español pretridentino, el Real Colegio Eclesiástico de San Cecilio de Granada, fundado en 1492, recién conquistada la ciudad y reino, por el arzobispo Talavera. Pedro Guerrero, nada más tomar posesión de su cargo, en 1547, dio impulso a dicho seminario, y a unas Constituciones que, desde entonces, fueron modelo de formación sacerdotal y pauta posteriormente para los seminarios conciliares de Trento. De estas Constituciones se conocen en el Archivo Diocesano de Granada cuatro copias manuscritas, dos de mediados del siglo xvi, y otras dos de finales del siglo xviii, buena prueba de su continuidad. Constan de doce capítulos donde se va desarrollando la formación intelectual, religiosa, moral y humana en los más variados aspectos, incluso de salud, de higiene, de convivencia y de urbanidad, dentro de una pedagogía que bien podríamos llamar moderna y actual.
Desde el comienzo de su episcopado, y con la guía y consejo de su antiguo condiscípulo san Juan de Ávila, que le escribió una carta de felicitación el 2 de abril de 1547 desde Montilla, Pedro Guerrero se trazó un plan exigente de piedad personal y de actividad apostólica, pudiéndose concretar en estos puntos, entre otros: oración, predicación, buen gobierno, cuidada elección de rectores de Universidad, Colegios y otros cargos, atención a los sacerdotes, selección de predicadores devotos y celosos, asidua catequesis a los moriscos y demás fieles, independencia e igualdad de trato, blandura y rigor sabiamente combinados, austeridad personal de vida y de costumbres, estudio y lectura espiritual, asidua caridad, ayuda y discreta limosna a los necesitados, visita a todos los lugares del extenso arzobispado y administración de sacramentos.
El arzobispo Guerrero tuvo oportunidad de conocer y ayudar a Juan Ciudad, posteriormente san Juan de Dios, y le administró personalmente los últimos sacramentos en marzo de 1550, asistiendo después a sus funerales. El arzobispo se hizo cargo de las deudas del santo fundador de los Hospitalarios, y heredó de él su crucifijo, que hoy se guarda en el camarín de la basílica del santo en Granada.
Larga y fecunda fue la amistad del arzobispo Guerrero con san Ignacio de Loyola, con san Francisco de Borja, con el padre Laínez, con el padre Salmerón, y en general con la Compañía de Jesús, recién aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540. Desde 1554, existió en Granada el Colegio de San Pablo, de la Compañía de Jesús, al que tanto apoyo moral y económico prestó el arzobispo Guerrero, hasta el punto de que, andando los años, en 1575, el padre Everardo Mercuriano, cuarto prepósito general de la Compañía, concedió a Guerrero el título de “fundador” de dicho Colegio, que tras muchas vicisitudes es hoy la Facultad Teológica de Granada, con excelente archivo y biblioteca, cuyos fondos antiguos proceden en parte de la gran biblioteca personal del arzobispo Guerrero, una de las mejores de su tiempo.
El propio arzobispo fue dirigido espiritualmente por los jesuitas, floreciendo de forma creciente las vocaciones entre los granadinos, incluso entre los moriscos, como el padre Albotodo que con tanto celo, y con la ayuda del arzobispo, se dedicó a la evangelización de los de su raza. Pedro Guerrero autorizó textos y predicaciones en lengua morisca, para mejor adaptarse a su mentalidad y costumbres. Con los jesuitas, el arzobispo Guerrero fue partidario de la mejor educación de los moriscos, más que de su enfrentamiento.
Años después, justo es decirlo, tras la sublevación, desmanes, saqueos, incendios y asesinatos por parte de los moriscos, entre 1568 y 1570, y sometidos por las tropas de don Juan de Austria, el arzobispo Guerrero aconsejará a Felipe II ciertas cautelas y restricción de algunas costumbres de los moriscos. El arzobispo Guerrero visitó asiduamente las Alpujarras antes y después de su sublevación, sanando heridas y reparando todos los males posibles.
La figura del arzobispo Guerrero se hizo ecuménica y verdaderamente universal con motivo del concilio de Trento, que se celebró en tres etapas, la primera del 13 de diciembre de 1545 al 17 de septiembre de 1549, la segunda del 1 de mayo de 1551 al 28 de abril de 1552, y la tercera del 18 de enero de 1562 a 4 de diciembre de 1563. El arzobispo granadino, precursor y entusiasta del Concilio, no asistió a la primera etapa, como se comprende, por las fechas, pero sí a la segunda y a la tercera, convirtiéndose en uno de sus principales protagonistas. Partió por tierra, saliendo de Granada el miércoles 4 de marzo de 1551, con tres teólogos consultores, y comitiva. Caminaban de dos a diez de la mañana, ocho horas diarias, y el resto del día lo dedicaban a la oración, la santa misa, que el arzobispo no dejaba ni un solo día, la visita y veneración de reliquias y lugares santos, la lectura espiritual, la predicación y la ayuda, incluso material, a sacerdotes necesitados de Francia y de otros lugares de Europa. Pudo comprobar directamente los efectos nefastos de la herejía y de la impiedad, que asolaba tantas partes de Europa, experiencia viva que tanto le sirvió para su posicionamiento en el Concilio, a donde llegó puntualmente, y donde fue recibido con grandes aplausos.
Cuentan que el cardenal Crescenzi, legado pontificio, dijo de Guerrero: “Sin el arzobispo Granatense nada se puede hacer bien en el concilio”. La sesión 13, celebrada el 21 de septiembre de 1551, trató sobre la eucaristía, tema dogmático esencial de los debates conciliares. Afirman las actas que Guerrero dirigió a la Asamblea “un largo y docto discurso” (Longa doctaque oratione). También fue notable su discurso del 7 de noviembre de 1551 sobre el sacramento de la penitencia, y los que pronunció el 2 y el 7 de enero de 1552 sobre el sacrificio de la misa y el sacramento del orden.
Dice García Villoslada que referir la actuación del arzobispo Guerrero en la tercera etapa tridentina sería escribir toda la historia de aquella ecuménica asamblea.
Se puede afirmar que por la voz de Guerrero hablaba toda la tradición española y la teología de Francisco de Vitoria, su antiguo profesor de Salamanca, y a la vez el celo ardiente del maestro san Juan de Ávila, su viejo condiscípulo de Alcalá, quien redactó expresamente dos admirables Memoriales de reforma para Trento, con el fin de que el arzobispo los propusiera y defendiera en el Concilio.
Todos los testimonios que se poseen, muy abundantes y de peso, señalan el gran influjo que Guerrero tuvo en la marcha del Concilio, y a través de él, en la Iglesia Universal, de entonces y de ahora. En la etapa final fue auténticamente el árbitro del mismo Concilio, no por su alta alcurnia ni aún por su misma dignidad de metropolitano, sino por sus eminentes dotes intelectuales, su clara doctrina, virtud acrisolada y celo apostólico, junto con su firmeza de carácter, todo lo cual le convierten en el jefe indiscutible del grupo reformador, no sólo hispánico e ibérico, sino un buen número de italianos que le seguirán también, acrecentando grandemente la oposición anticurialista, que deseaba ardientemente una sincera reforma, con el más sincero y fervoroso reconocimiento del poder supremo del Papa. Su claro posicionamiento y su fuerza de cabeza de grupo le produjo no pocos disgustos y reproches, incluso de san Carlos Borromeo, aunque fue defendido por san Pío V. Sin duda, Guerrero se eleva como capitán del grupo mayoritario que busca en la ortodoxia doctrinal y en la verdadera reforma el camino de la Iglesia. Antes, en y después del Concilio. Con él contarán de continuo el Papa, los obispos, el Emperador y el Rey, con sus embajadores, para marcar la marcha del Concilio. Y a la hora de poner fin a la Asamblea, los legados pontificios se gozarán de poder comunicar a Roma que cuentan con Guerrero.
La investigación moderna ha puesto hoy al alcance de los estudiosos numerosas fuentes que avalan la gigantesca proyección de Guerrero, como los textos del Concilio Provincial de Granada de 1565, o su rico epistolario con noventa y una cartas de Papas, Reyes, santos y primeras figuras de españoles y europeos de su tiempo. Todo contribuye a poner de manifiesto que su huella es todavía indeleble. El lema de su escudo episcopal dice: ex alto certanti, que podría traducirse por “la fuerza de Dios para el que lucha”.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Provincial de Logroño, villa de Leza, tomo de Respuestas Generales [M. A. Orive de Arciniega (escribano de S. M.), Escritura autorizada de la compra del Señorío de las villas de Leza de Río Leza y de Ribafrecha, en el año 1580, por el doctor Pedro Guerrero, tesorero de la catedral de Granada, sobrino del difunto arzobispo y de su mismo nombre, documento manuscrito y hasta ahora inédito, Catastro del marqués de la Ensenada (4 de julio de 1751)], caja 330, fols. 85-90.
Constituciones sinodales, Granada, 1573 (Madrid, Imprenta Sancha, 1805); Sumario de la vida de Don Pedro Guerrero, Arzobispo de Granada, Archivo de la Universidad Gregoriana de Roma, Manuscrito 712, 44r.-62v., siglo xvii (transc. y est. de R. García-Villoslada, Biblioteca Teológica Granadina, 13, volumen “Diakonia Pisteos”, Granada, 1969, págs. 117-131); Guerrero, arzobispo de Granada, algunas noticias para su vida, Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 6948, folios 453r. y ss., siglo xvii (ed. y est. en C. Gutiérrez, en Españoles en Trento, Valladolid, 1951); Bermúdez de Pedraza, Historia Eclesiástica de Granada, Granada, 1638 (ed. facs., Universidad de Granada, 1989); M. de la Pinta Llorente, Causa criminal contra el biblista Alonso Gudiel, Catedrático de la Universidad de Osuna, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1942; C. M. Abad, “Dos memoriales inéditos del beato Juan de Ávila para el Concilio de Trento”, en Miscelanea Comillas (MC), 3 (1945), págs. 1-162; “Segundo Memorial para Trento”, y “Más inéditos del beato Juan de Ávila: Una carta a don Pedro Guerrero”, en MC, 5 (1946), págs. 279-292 y 169-188 respect.; “Escritos del beato Juan de Ávila en torno al Concilio de Trento”, en Maestro Ávila, 1 (1946), págs. 269-295, y 2 (1948), págs. 27-56; “Últimos inéditos extensos del beato Juan de Ávila,”, en MC, 13 (1950), págs. 358 y ss.; C. Gutiérrez, Españoles en Trento, Valladolid, 1951; F. Martín Hernández, Un seminario Español Pretridentino, el Real Colegio Eclesiástico de San Cecilio de Granada, Valladolid, Universidad, 1960 (col. Cuadernos de Historia Moderna, n.º 18); A. Marín Ocete, “El Concilio Provincial de Granada en 1565”, en Archivo Histórico Granadino, n.º 25 (1962), págs. 23-178; Archivum Historicum Societatis Iesu, anno XXXII, fasc. 63, Romae, 1963, y anno XXXVIII, fasc. 76, Romae, 1969; R. García-Villoslada, “La Reforma Española en Trento”, en Estudios Eclesiásticos, n.º 39 (1964), págs. 69-92,174-173; Concilium Tridentinum, Ed. Goerresiana, Friburgo, 1965, espec. los vols. II-III, VIIIX; R. García-Villoslada, “Fuentes para la historia de Don Pedro Guerrero”, en Diakonia Pisteos, Granada, 1969 (Biblioteca Teológica Granadina, 13); A. Marín Ocete, El Arzobispo don Pedro Guerrero y la política conciliar española en el siglo xvi, Madrid, CSIC, 1970, 2 vols.; J. López Martín, “La imagen del obispo en el pensamiento teológico pastoral de don Pedro Guerrero en Trento”, en Anthologica Annua (Roma), n.º 18 (1971), págs. 11-352 (ed. exenta, 1971); L. Sala Balust, Obras completas del santo maestro Juan de Avila, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970-1971, 5 vols.; J. López Martín, “Don Pedro Guerrero, Epistolario y Documentación”, en Anthologica Annua (Instituto Español de Historia Eclesiástica, Roma), n.º 21 (1974), págs. 249-452; “El arzobispo de Granada D. Pedro Guerrero y la Compañía de Jesús”, en Anthologica Annua, n.os 24-25 (1977-1978), págs. 453-498; I. Pérez de Heredia, “El Concilio Provincial de Granada de 1565. Edición crítica del malogrado Concilio del arzobispo D. Pedro Guerrero”, en Anthologica Annua, n.º 37 (1990), págs. 381-842.
Felipe Abad León