Gómez de Silva, Ruy. Príncipe de Éboli, duque de Pastrana (I), duque de Estremera (I). La Chamusca (Portugal), 1516 – Madrid, 29.VII.1573. Privado y consejero de Felipe II.
De noble linaje portugués, fue el segundo de los ocho hijos que nacieron fruto del matrimonio entre Francisco de Silva y de María de Noroña, señores de La Chamusca. Su infancia transcurrió en los ambientes cortesanos lisboetas, dado que su padre fue miembro del Consejo de Estado luso. Como su hermano mayor Juan estaba destinado a suceder al frente de la casa, pronto supo Ruy Gómez de Silva que su destino habría de pasar por la medranza en el servicio real. Así, en febrero de 1526, Gómez de Silva ingresó como menino o paje en el séquito que acompañó a la infanta Isabel a Castilla para contraer el matrimonio acordado por su padre, el rey Manuel, con el emperador Carlos V. Esta incorporación de Ruy Gómez, que marcaría su futuro cortesano, se produjo al amparo de su abuelo materno Ruy Téllez de Meneses y Silva, señor de Unhao y Gestazo, que a la sazón ocupaba los cargos de veedor de hacienda, mayordomo mayor y gobernador de la casa de Isabel de Portugal.
En mayo de 1527 nació el primer y único varón de Carlos V e Isabel y, aunque al año siguiente la reforma “castellana” de la casa de la Emperatriz supuso la exclusión de su abuelo Téllez de Meneses, pudo continuar Ruy Gómez en el servicio doméstico adscrito como paje a la asistencia del príncipe Felipe, según parece, bajo la protección de una dama portuguesa de Isabel, Ana de Aragón, y de su esposo Álvaro de Córdoba, gentilhombre del Emperador. De esta manera, cuando en 1535 se puso casa propia al príncipe, en su servicio continuó Ruy Gómez de Silva con el oficio de trinchante. Durante aquellos años, compartiendo juegos y lances se afianzó la amistad con la que Felipe distinguiría a su servidor portugués.
En 1539, tras el fallecimiento de la Emperatriz se emprendió una ampliación de la casa castellana del príncipe que se prolongó durante los años siguientes. Sin embargo, la posición de Ruy Gómez no se modificó, como tampoco lo hizo en 1543 como consecuencia del matrimonio de Felipe con su prima María Manuela de Portugal. Pero el fallecimiento de ésta en julio de 1545 dejó viudo al príncipe Felipe. Relata una crónica coetánea atribuida a García de Loaysa Girón que Felipe entonces “se dio a regocijos y seruiçios de damas”, compartiendo con Gómez de Silva “todas las fiestas y justas y torneos”. Esta información indica que ambos pusieron sus ojos en una dama del servicio de las infantas María y Juana, llamada Isabel Osorio. Al parecer, entre el príncipe y Ruy Gómez surgió un conflicto de “celos” que pudo saldarse con su expulsión de la Corte y consiguiente regreso a Portugal. Finalmente Felipe le perdonó, pero no accedió a que Gómez de Silva casara con la dama, cuyos amoríos con el Rey eran sobradamente conocidos.
Tras este episodio, la confianza que el príncipe depositó en Ruy Gómez de Silva fue creciendo con los años, convirtiéndose en su confidente y consejero, “el mayor privado de esta ciencia que ha habido en muchos años”, a decir de Antonio Pérez. Ruy Gómez, que en 1545 había recibido hábito de caballero de Calatrava en lugar del que tenía de Alcántara con la encomienda de Esparragal, quedó como cabeza visible de la influencia portuguesa en la Corte hispana. En 1547 Felipe le encargó la importante misión de visitar a Carlos V, enfermo en Augusta. De regreso, llegó a Monzón para el príncipe la orden de reunirse con su padre y viajar por los dominios europeos que algún día habría de heredar. Al efecto, antes del viaje, en agosto de 1548 se reformó la casa del príncipe Felipe con la introducción del ceremonial borgoñón. El duque de Alba fue nombrado mayordomo mayor, y Ruy Gómez pasó a desempeñar uno de los cinco puestos de gentilhombre de cámara, con funciones de segundo sumiller de corps. No resulta extraño que desde entonces surgiera entre ambos personajes una intensa rivalidad, pues Alba pudo comprobar cómo el antiguo menino portugués no dejaba de elevar su posición cortesana durante el viaje de 1548-1551. En este largo periplo pudo el príncipe Felipe conocer los territorios y problemas que no tardaría en heredar y, según refiere Salazar y Castro, fue ocasión propicia para que Ruy Gómez de Silva demostrara sus dotes “sirviéndole y acompañándole con singular destreza en los torneos, cañas y otros festejos que se le hicieron”. En reconocimiento a sus servicios recibió la capitanía de una compañía de caballos ligeros, firmada por Carlos V en Augusta el 13 de junio de 1551.
Así pues, el aprendizaje político de Felipe II fue el período de gestación de la privanza de Ruy Gómez. Y en la regencia que ejerció el príncipe entre 1551 y 1554 se produjeron diversas circunstancias que a la postre le situaron como cabeza de una facción cortesana.
De momento, su situación económica mejoró ostensiblemente cuando poco después del regreso a Castilla recibió la encomienda de Argamasilla. Casi al tiempo ascendía a primer sumiller de corps y, dado que Alba tuvo que partir a Alemania junto al Emperador, Ruy Gómez se convirtió en el personaje más influyente de la casa borgoñona del príncipe. Así no dudó en mostrar su protagonismo cortesano con motivo de las celebraciones de los esponsales del príncipe Juan de Portugal y la infanta doña Juana, hermana del príncipe Felipe, que tuvieron lugar en Toro a comienzos de 1552. Al año siguiente Ruy Gómez fue enviado a Portugal, en labores de embajador que debía negociar el matrimonio entre Felipe y María de Portugal. Aunque Gómez de Silva se mostró hábil en la obtención de una cuantiosa dote, el enlace no se llevó a cabo debido a que Carlos V prefirió que su hijo contrajera matrimonio con la reina de Inglaterra, María Tudor.
El siguiente paso en el encumbramiento social de Ruy Gómez debía proceder, sin duda, de su propio casamiento. Aunque en 1548 se había tratado de su matrimonio con Teresa de Toledo, hermana del marqués de Velada, la decisión de ésta de profesar en un convento frustró el intento. Años después Ruy Gómez encontró un casamiento todavía más ventajoso, apoyado por el príncipe. Su enlace matrimonial con Ana de Mendoza y de la Cerda, capitulado en Madrid el 18 de abril de 1553, le dotó de relaciones familiares con uno de los linajes nobiliarios más conspicuos de Castilla. Hija única y heredera de los condes de Mélito, era sin duda uno de los enlaces más apetecidos que pudiera contraerse. El príncipe Felipe actuó de padrino y dotó a la pareja con un juro que rentaba 6.000 ducados anuales a perpetuidad. Ya entre 1554 y 1555, su suegro, Diego Hurtado de Mendoza, que además de recibir el nombramiento de virrey de Aragón se había convertido en duque de Francavilla en el reino de Nápoles, entregó a Ruy Gómez y a doña Ana los títulos de condes de Mélito, con todas las tierras y jurisdicciones correspondientes. Dada la edad de Ana, las obligaciones conyugales no se consumaron hasta 1557. Fruto de este matrimonio fue el nacimiento, entre 1558 y 1572, de diez retoños, de los que seis sobrevivieron.
Entre tanto, la preparación del viaje de don Felipe a Inglaterra había conllevado diversas disposiciones para ajustar el gobierno de los reinos hispanos. Por una parte, se habían emprendido una serie de visitas a determinadas instituciones que, a juicio de Ruy Gómez, revelarían las irregularidades cometidas por quienes hasta entonces habían estado al frente de la Administración. De esta manera, no resultaría difícil introducir a nuevos personajes en los Consejos y otros órganos de gobierno. Por otra parte, había que decidir quién quedaría en lugar del príncipe. Coincidiendo con la propuesta de Ruy Gómez, la elegida por Felipe para ejercer la regencia fue su hermana Juana, que había enviudado el 2 de enero de 1554 del príncipe Juan de Portugal. Cuando, en julio de este año, comenzó la labor de regente de Juana de Austria, ya Ruy Gómez de Silva había procurado rodearla de personajes afines en los distintos órganos de gobierno, aunque todavía era considerable la influencia de los ministros que, como Fernando de Valdés y Juan Vázquez de Molina, se habían iniciado en la Administración bajo el patronazgo de Francisco de los Cobos. La elección de Juana de Austria no era casual, pues habría de comportarse, junto con Ruy Gómez y con los jesuitas, como uno de los baluartes del denominado “partido ebolista”. La princesa había sido educada en la religiosidad intimista, conservaba lazos importantes con la Corte portuguesa, en donde había tenido que dejar a su hijo recién nacido, y además mantenía estrechas relaciones con el jesuita Francisco de Borja.
Durante los años de transición del reinado de Carlos V a Felipe II terminó de fraguar la facción cortesana de Gómez de Silva. El 12 de julio de 1554 Felipe emprendió rumbo a Inglaterra, y en este reino habría de permanecer hasta su partida a los Países Bajos en el otoño del año siguiente. Aunque su séquito estaba formado por nobles y letrados de distintas tendencias políticas y religiosas, muy pronto destacó Ruy Gómez de Silva como el personaje que gozaba de la plena confianza del príncipe. En efecto, la estancia en Inglaterra y Países Bajos fue aprovechada para constituir una firme alianza con el secretario Francisco de Eraso, que entendió que la mejor forma para pasar del servicio del Emperador al de su hijo consistía en la creación de unas sólidas relaciones con el portugués. Con este fin entre 1554 y 1555 tanto Ruy Gómez como Eraso realizaron numerosos desplazamientos entre las Cortes de Londres y Bruselas, y se convirtieron en piezas fundamentales del proceso de transmisión del poder a Felipe II.
Para consolidar su influencia en la Corte consiguieron, en primer lugar, el alejamiento del duque de Alba del séquito de Felipe. La situación en Italia requería la presencia de un egregio representante del Soberano, de la alta nobleza y dotado de la experiencia militar necesaria. Además, el duque había manifestado su incomodidad por las labores que desempeñaba en Inglaterra, ya que su autoridad como mayordomo mayor había sufrido diversas afrentas. Así, parece que Eraso y Ruy Gómez actuaron en colusión para que Alba se dirigiera a Italia en abril de 1555 como gobernador de Milán y virrey de Nápoles. Durante los meses siguientes sufrió dificultades de financiación imprevistas, pero, a pesar de su aislamiento, Alba pudo salir airoso de los apuros, si bien hubo de comprender que en el nuevo panorama cortesano su influjo quedaba momentáneamente eclipsado. En este sentido se dirigió por escrito a Ruy Gómez, cuando desde Italia le advertía, no sin cierto retintín, que “Hanme dicho grandes consejeros que estáis allí formando; miraré por mí, que consejeros nuevos suelen ser muy rigurosos y pagallos hemos los pobres ministros”.
El siguiente paso dado por los “ebolistas” fue introducirse en el propio Consejo de Estado y, por añadidura, en el de Guerra. Tras la reforma abordada por Felipe II en 1556 continuaron perteneciendo a este organismo veteranos consejeros del Emperador, pero se produjo la entrada de otros nuevos, como Gómez de Silva. Además, el 21 de marzo recibió la encomienda de Herrera de la Orden de Alcántara. Por otra parte, el 20 de enero de 1557 recibió el importante puesto de contador mayor de Hacienda de Castilla e Indias, que le conferían importantes quitaciones y derechos y una situación orgánica en la cúspide del manejo del erario real. Por tanto, tras la coronación de Felipe II, Ruy Gómez estaba consolidado como la compañía favorita del Rey y se había convertido en el principal consejero, tal y como el embajador veneciano Badoero entonces observó en un texto que ofrecía un vívido retrato cortesano del personaje. Gómez de Silva era “de mediana estatura, fisonomía animada, gallardo aspecto, aunque pálido y demacrado por efecto de la vida trabajosa que llevaba entre negocios y placeres, consultas y audiencias, banquetes y torneos; vida a que le obligaba el favor del Rey, y la relación y trato con otros magnates, pero que sólo y penosamente podía llevar su complexión flaca y delicada. Poco versado en letras, tampoco lo estaba aún en el despacho de materias de Estado, si bien les consagraba todo su tiempo: conferenciaba con Felipe II desde que éste se levantase; en su nombre recibía audiencias y asistía al Consejo, siendo como persona intermedia entre el Rey y aquellos ministros; [...] manejaba todo género de negocios de Hacienda, de Estado, de Guerra, de la Casa Real, y aun los más secretos e íntimos de su protector y amo, por cuyos méritos nadie hallaba extraño que este último le enriqueciera y elevase [...] este favorito a quien el pueblo llamaba Rey Gómez”.
Esta posición quedó patente en el desempeño de la complicada misión que le encargó Felipe II a principios de febrero de 1557, cuando le envió a Castilla. Llegó el 10 de marzo para, por una parte, entrevistarse con Carlos V en Yuste y transmitirle la situación de Flandes, Italia e Inglaterra y, por otro lado, levantar siete mil infantes y gestionar ante la regencia una provisión cercana a los 2.500.000 ducados con destino a Flandes e Italia mediante donativos, empréstitos y otros ingresos extraordinarios. En septiembre retornó al lado de Felipe II tras haber reunido cerca de 1.650.000 ducados y, aunque la suma no llegaba a lo previsto, acaso en premio recibió de Felipe II la confirmación del título de adelantado de Cazorla, una vez muerto el arzobispo de Toledo Martínez Silíceo, que anteriormente había disfrutado en competencia con el marqués de Camarasa y descendiente de Francisco de los Cobos.
Una vez que regresó junto a Felipe II, participó activamente en las negociaciones que dieron lugar a la Paz de Cateau-Cambrésis. Durante los años siguientes continuó destacando en el servicio político y cortesano. El 1 de julio de 1559 Felipe II le concedió el título de príncipe de Éboli, en el reino de Nápoles, “considerando maduramente las insignes y preclaras virtudes y dotes de ánimo del ilustre Ruy Gómez de Silva, conde de Melito, nuestro muy amado consejero de Estado y primer camarero, su noble y clara familia [...] assí como al uso civil como al militar, demás de los ornamentos de suma fortuna, virtud, prudencia y ingenio”. Más allá de la retórica usada habitualmente en estos nombramientos, resaltaba la voluntad del Rey de reconocer los méritos acumulados por Ruy Gómez. Cuando hubo que llevar a cabo dos nuevas y delicadas misiones, Felipe II decidió encargárselas a su privado. A primeros de julio se dirigió a París para informarse sobre la situación después del desgraciado accidente de Enrique II y expresar las intenciones de Felipe II respecto a su próximo enlace con Isabel de Valois. Al poco, Éboli partió hacia Castilla con el objeto de preparar la llegada de Felipe II, que se produjo ya en septiembre.
Entre 1560 y 1564, con tal cúmulo de dignidades, rentas y títulos, y como representante de la confianza de Felipe II, se encontró en el apogeo de su privanza. Su predominio cortesano se plasmaba en particular en la Casa Real, el Consejo de Estado, de Guerra, y el manejo de la Hacienda, materias en las que personalmente y por medio de sus clientes controlaba la toma de decisiones. Las apreciaciones de Éboli eran, como señala Fernández Conti, estimadas por Felipe II en la coordinación de intereses de los diversos territorios que componían su Monarquía. En el escenario político internacional su posición al frente del “partido ebolista” le había situado en el vértice de un conjunto de relaciones que vinculaban Madrid con Lisboa, Roma y los Países Bajos. En consecuencia no sorprende que obtuviera del rey Sebastián de Portugal, como merced, la conversión en villas de las aldeas de La Chamusca y Ulme, a 3 de junio de 1562, ni que el pontífice Pío IV le otorgara la presentación y patronato del principado de Éboli y del condado de Melito, el 5 de agosto de este año.
Sin embargo, desde el regreso del viaje real que mantuvo a la Corte en Aragón entre agosto de 1563 y mayo de 1564, diversas circunstancias hicieron que su influencia ante Felipe II sufriera varios contratiempos. Por una parte, la situación de los Países Bajos comenzó a deteriorarse después de que Granvela abandonara aquellos estados a mediados de marzo de 1564. Éboli y Eraso habían intrigado con este objetivo, presuponiendo que al aumentar la participación en el poder de Egmont, Orange y Horn, éstos contribuirían a reforzar la autoridad real. Pero estos nobles flamencos afectos a Éboli en lugar de apoyar a Margarita de Parma se mostraban cada vez más levantiscos. Esta situación tuvo como probable efecto una merma de la confianza que Felipe II había puesto en las propuestas “ebolistas” respecto a aquellos estados. Por otra parte, desde un año antes se estaba llevando a cabo una visita que revelaba que el gobierno de la Hacienda Real durante años precedentes había dado lugar a diversos episodios de aprovechamiento irregular. En este contexto, el nombramiento de Ruy Gómez de Silva como mayordomo del príncipe don Carlos en agosto de 1564 podía interpretarse tanto un signo de confianza como una ocupación engorrosa que le exigiría una intensa dedicación dadas las condiciones personales del heredero, y por consiguiente el abandono de otras actividades cortesanas.
El eclipse de la influencia de Éboli se puso claramente de manifiesto cuando fue excluido de la entrevista que tuvo lugar en Bayona entre la esposa de Felipe II, Isabel de Valois, y la reina madre Catalina de Médicis, celebrada en junio de 1565, y que quedó en manos del duque de Alba. La erosión del poder de Éboli se acentuaría desde que en agosto de ese año fue nombrado Diego de Espinosa al frente del Consejo Real, un letrado que emprendió su propia línea política al tiempo que procedía a una renovación de consejos e instituciones para ubicar a sus propios clientes. Finalmente, la opinión del duque de Alba era escuchada por Felipe II cada vez con mayor interés en lo concerniente a los asuntos de Flandes. Bien fuera por sus obligaciones como mayordomo mayor de don Carlos o por la pérdida de confianza de Felipe II, Éboli no participó ni en las vistas de Bayona ni en las reuniones del Consejo de Estado en las que desde 1565 se impuso el criterio de Alba. El declive faccional de los “ebolistas” había quedado de relieve ya cuando, en abril de ese año, Francisco de Eraso había sufrido una fuerte condena como resultado de las averiguaciones de la inspección del gobierno de la Hacienda. Y, aunque también Éboli había estado a punto de ser objeto de investigación, a la postre las acusaciones contra él no prosperaron.
Lo cierto es que las sospechas sobre las fuentes de su enriquecimiento pudieron estar fundadas. Según varios testimonios, su patrimonio le aportaba anualmente unos 50.000 ducados hacia 1565, pero, además de sus ingresos por rentas y salarios, recibía dádivas y presentes de todos los que deseaban su mediación por asuntos políticos o personales. Y aunque la influencia política de Ruy Gómez de Silva se había reducido considerablemente, precisamente en esos años alcanzó la cumbre de su medro económico y social. Con este fin puso sus ojos en la Alcarria, región situada entre el Tajo y el Tajuña, cercana a la Corte, con sólida presencia de los Mendoza, en la que se estaban realizando desde años atrás desmembraciones de territorios pertenecientes a las órdenes militares. El 10 de marzo de 1565 había adquirido mediante compra las villas de Estremera y Valdaracete, con sus jurisdicciones, diezmos y beneficios, por un precio de 60.002.195 maravedís. En 1566, a 14 de noviembre, se hizo con las villas de La Zarza, Zorita de los Canes y Albalate, con diversas dehesas, alamedas, términos y propiedades anejas que habían pertenecido a la encomienda de la Orden de Calatrava. Un año después heredó en Portugal las villas de La Chamusca y Ulme, ya que había muerto su hermano mayor. El 2 de febrero de 1568 Felipe II le otorgó la alcaidía de la fortaleza de Huete. Ese año Ruy Gómez se convirtió en duque y Grande de España, con título de Estremera. Su adquisición de propiedades señoriales continuó en 1569 mediante la adquisición de la villa de Pastrana con los lugares de Escopete y Sayatón, firmada el 27 de marzo, con sus jurisdicciones, rentas y derechos, por 154.466 ducados, que completó después con sus alcabalas y tercias y otras propiedades y derechos por importe de 51.000 ducados.
En total, para realizar estas adquisiciones Ruy Gómez de Silva había tenido que abonar la importante cantidad de 365.500 ducados. Para hacer frente a esta suma no tuvo más remedio que acudir a los préstamos de importantes mercaderes-banqueros, como Melchor de Herrera, Nicolao de Grimaldo o los Fugger. Además, se desprendió de diversas propiedades napolitanas y, en particular, de Éboli, que pasó a Grimaldo como parte del reembolso de la suma que se le adeudaba. Todavía en el momento de firmar testamento, Ruy Gómez no había saldado todos los créditos suscritos, pero había reafirmado una posición señorial y familiar que no dejó de crecer hasta su muerte.
Por otra parte, parece que, tras su intervención en la desgraciada enajenación, prisión y muerte del príncipe don Carlos, en los últimos años de su vida Ruy Gómez volvió a recuperar la confianza de Felipe II. Desde 1569 Gómez de Silva había acentuado su actuación como transmisor de los intereses del papado en relación con la formación de la Santa Liga. Gracias a su mediación y a través de Francisco de Borja, al fin fue nombrado Colonna almirante de la flota pontificia. En este sentido, Ruy Gómez se mostraba favorable a una política de conservación, de defensa de la religión católica en el Mediterráneo, tal y como deseaban el papado y los jesuitas. Tras la campaña de 1570, la constitución de la Santa Liga el 20 de mayo de 1571 satisfizo los intereses de los integrantes, si bien Ruy Gómez consiguió además que don Juan de Austria fuera designado general. Para disipar las últimas divergencias, Éboli logró que Felipe II y Francisco de Borja, emisario del Papa, se entrevistaran en el verano de 1571. De esta forma quedaba patente la posterior evolución del “partido ebolista”. La caída en desgracia y muerte del cardenal Espinosa en 1572 y el fracaso de Alba en los Países Bajos contribuyeron a realzar la recuperación del influjo político de Éboli en los últimos meses de su vida. A la vista de este resurgir no resulta gratuita su definición como “espejo de privados” de Antonio de Herrera y Tordesillas.
El 30 de abril de 1571 Felipe II le había concedido el título de clavero mayor de Calatrava, que conllevaba una importante encomienda. De esta manera Ruy Gómez había pasado por las tres órdenes militares. Por otra parte, la encomienda de Herrera en la Orden de Alcántara, que Éboli dejaba vacante, fue entregada a su segundo hijo, don Diego, que apenas tenía siete años. Al año siguiente, el 29 de agosto de 1572 Ruy Gómez y Ana de Mendoza obtuvieron licencia para fundar mayorazgo, legalmente establecido el 11 de noviembre, en beneficio del primogénito Rodrigo de Silva y Mendoza. Este mismo año comenzaron a usar el título principal de duques de Pastrana, convertida esta villa en cabeza de sus estados. Muestra de la sensibilidad espiritual de Ruy Gómez fue el apoyo que dio al establecimiento de casas de religiosos reformados, destacando el convento de carmelitas descalzas que dirigió en Pastrana santa Teresa de Jesús. Falleció en Madrid el 29 de julio de 1573, dejando ordenada su sepultura en la iglesia colegial de Pastrana, cuya fundación años antes había dotado.
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Carlos Javier de Carlos Morales y José Martínez Millán