Castellanos, Juan de. Alanís (Sevilla), 1522 – Tunja (Colombia), 27.XI.1607. Escritor y militar.
Aunque cursó carrera de conquistador, Juan de Castellanos ha pasado a la historia como el autor de las monumentales Elegías de varones ilustres de Indias, una amena y valiosa visión de la temprana historia americana, especialmente en lo referente al reino de Nueva Granada. Según informa el propio autor en su obra magna, Castellanos nació en la villa de Alanís, en Sierra Morena, hijo de Cristóbal Sánchez Castellanos y de Catalina Sánchez. Sin embargo, el joven se crió en el cercano pueblo sevillano de San Nicolás del Puerto, al que se refiere en su testamento como “patria mía” (Caro, 1955: 15; Pardo, 1959: 7). Se trata de datos confirmados por su partida de bautismo, que data del 9 de marzo de 1522 (Pardo, 1962: XVII).
En todo caso, el joven Castellanos se debió de educar en la ciudad de Sevilla, donde el presbítero bachiller Miguel de Heredia instruyó al futuro conquistador y cronista. Tras aprender, según el maestro, la habilidad para “enseñar y leer gramática en todas e cualesquier partes donde él quisiese” (Pardo, 1962: XVIII), Castellanos partió a las Indias, como afirma él mismo en la segunda parte de sus Elegías de varones ilustres de Indias: “Y un hombre de Alanís, natural mío, / del fuerte Borinquén pesada peste, / dicho Juan de León, con cuyo brío / aquí cobró valor cristiana hueste, / trájonos a las Indias un navío / a mí y a Baltasar, un hijo déste” (Elegía VI, canto II).
Los catálogos de pasajeros a América que conserva el Archivo de Indias no permiten confirmar estos datos, por lo que sólo se puede suponer la fecha exacta del viaje. Caro lo data en 1534, en el contexto de la expedición que partió de Sevilla con el aragonés Jerónimo de Ortal. Caro entiende que posteriormente Castellanos se habría unido al grupo de Baltasar de León, hijo de Juan de León, capitán que militaba a las órdenes de Juan Ponce de León, que fue gobernador de Puerto Rico. De nuevo según Caro, en esa isla caribeña habría comenzado Castellanos su carrera militar americana, que habría continuado en expediciones por Paria y la isla Trinidad, e incluso en otra del mencionado Jerónimo de Ortal en la que pereció este capitán. Tras estas entradas, Castellanos se habría asentado antes de 1536 en la isla de Cubagua, famosa entonces por sus ricas pesquerías de perlas. Allí habría formado parte del contingente militar que protegía las pesquerías y los habitantes de la colonia española de los indígenas de la isla. Así, Caro le identifica, utilizando el propio texto de Castellanos, con un soldado que aparece en 1536 en una expedición del capitán Antonio Sedeño al interior de la isla, en busca de cautivos para las pesquerías, que se cobraban la vida de muchos indios. Fue una entrada muy dura, pues a la vuelta los jaguares de la selva, acostumbrados a la carne humana que les proporcionaban los cadáveres de los desgraciados indios, atacaron insistentemente a los españoles, a los que acechaban constantemente a la salida de los campamentos (Caro, 1955: 11). No obstante, Pardo no acepta esta temprana fecha del viaje a América de Castellanos, proponiendo en su lugar la de 1539 o 1540. Después de este año, Castellanos habría pasado a Santo Domingo, Curação y Aruba, para llegar a Cubagua en 1541 (1959: 9-12; 1962: XIX). Para ello se basa en una declaración de 1550 de la madre de Castellanos, que afirma que su hijo “ha que está en las Indias más de nueve años residente allá” (Pardo, 1959: 9; 1962: XX).
Pese a estas discrepancias, todos los biógrafos están de acuerdo en que Castellanos vivió en Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, donde tuvo algunos desencuentros y disputas con el mariscal Miguel de Castellanos.
Sin embargo, las desavenencias no resultaron en una enemistad duradera, pues Miguel de Castellanos menciona varias veces a Juan en sus escritos, y siempre lo hace en tono elogioso. En todo caso, la colonia de Cubagua no fue duradera, pues las valiosas pesquerías de perlas sufrían de sobreexplotación, y además un terremoto o huracán dañó en 1541 los edificios de la próspera colonia (Pardo, 1962: XXI). Por ello, Castellanos se trasladó con el resto de los españoles a la cercana isla de Margarita, adonde también llevaron los colonizadores sus pesquerías de perlas, como indica el nombre de la isla. En ese nuevo centro perlífero pasó Castellanos gran parte de los años de 1541 y 1542 (Pardo, 1962: XXXII).
Las siguientes noticias acerca de Castellanos le sitúan en nuevas expediciones militares, como la de Alonso Luis de Lugo. Llegó incluso a participar en la desastrosa jornada de Omagua y El Dorado de Pedro de Ursúa, aunque se desconoce si Castellanos siguió al grupo hasta el final o si tuvo que abandonarlo por culpa de la rebelión de Lope de Aguirre. Tras estas aventuras, Castellanos aparece en 1544 en el cabo de la Vela, en la costa de la actual Colombia, sufriendo una tormenta que casi le hizo naufragar, pero logró escapar para llegar sano y salvo a Santa Marta, también en el Caribe colombiano. Allí se asentó por un tiempo, participando en diversas expediciones al interior, como la que salió de Cartagena al mando del capitán Luis Pardo en 1545 (Pardo, 1962: XXXV). En una de estas entradas estuvo a punto de perecer ahogado al cruzar un río, como cuenta en sus Elegías.
Sin embargo, Castellanos sobrevivió y, con el intervalo de una estancia en Santa Fe de Bogotá en 1551, permaneció en Santa Marta hasta 1552, año en que expiró la gobernación de Pedro Fernández de Bustos (Caro, 1955: 12). De esta ajetreada vida de conquistador conservó Castellanos hasta el final de sus días algunos recuerdos, como una “espada corta de las antiguas para de camino” y “una rodela blanca de madera de higuerón” que menciona su testamento (Caro, 1955: 17).
Tras estos años de mudanzas y de aventuras, Castellanos decidió ordenarse. En la probanza de 1550 su madre afirma que ya entonces tenía Castellanos deseos de hacerlo, pero sólo los puso en práctica en 1554 o 1555, según se desprende de unas declaraciones recogidas en Tunja en 1562 a instancias del mismo Castellanos (Pardo, 1962: XXXVI). se supone que se hizo clérigo en Santa Fe de Bogotá, o tal vez en Cartagena de Indias, donde cantó su primera misa gracias al patronazgo del deán Juan Pérez Materano.
Celebró la importante ocasión con una fiesta en casa del capitán Nuño de Castro, de quien siempre habló con agradecimiento (Elegías, Tercera parte, “Cartagena”, canto I). El nuevo estado no supuso exactamente una vida tranquila, pues en 1559 los piratas sitiaron Cartagena, y mataron en el ataque al gobernador Busto de Villegas y al propio Nuño de Castro, protector de Castellanos. En cualquier caso, Castellanos permaneció en Cartagena disfrutando del curado que le había concedido el provisor Campos al poco de ordenarse, y llegó incluso a recibir el cargo de canónigo tesorero de la catedral el 20 de marzo de 1557, aunque lo rehusó por razones que se desconocen.
Igualmente se ignora por qué se trasladó a otra diócesis al año siguiente. En efecto, entre 1558 y 1560 Castellanos tuvo el curato y vicaría del Río de la Hacha, y luego estuvo de nuevo en Santa Fe de Bogotá, pasando desde al menos 1561 a Tunja, donde por fin se asentó y pasó su vejez. Allí disfrutó de un curato y se benefició de la generosidad de Domingo Aguirre, compañero de su época de conquistador, en cuya casa vivió Castellanos hasta edad muy avanzada.
En Tunja acumuló Castellanos una extensa biblioteca de libros en lengua latina y romance que posteriormente legó al presbítero Gabriel de Ribera.
Asimismo, reunió una destacada hacienda, con veinticuatro esclavos negros, fincas urbanas y rústicas en Tunja y Leiva, y una hacienda de ganado mayor en Vélez que contaba quinientas reses, que hay que sumar a las mil ovejas, diez yuntas de bueyes, cien yeguas y diez o doce caballos mansos que poseía el ya acaudalado beneficiado de Tunja. Además, Castellanos enumera en su testamento las ricas alhajas de su casa, entre las que destaca un Agnus Dei de oro, completando así el retrato de una vida muy acomodada.
El beneficio simple de la iglesia de Tunja del que disfrutó desde 1568 debió de ser la fuente de estos ingresos, pues le reportaba 1.000 pesos de renta (Pardo, 1962: XXXIX). Sin embargo, se sabe poco más sobre su vida como clérigo en esta ciudad, pues la última noticia que se tiene de él es la que proporciona el propio Castellanos sobre la peste que asoló Nueva Granada en 1588. Para contrarrestar esta epidemia, los habitantes del reino decidieron sacar la imagen de la Virgen del santuario de Chiquinquirá y llevarla en procesión a Bogotá y a Tunja, donde ofició el beneficiado Castellanos. Aparte de este episodio, sólo se cuenta con un documento más sobre Castellanos, su extenso y detallado testamento, y que se comenzó a escribir en Tunja el 6 de mayo de 1606 (Caro, 1955: 13-16). Por este escrito se sabe que Castellanos tenía dos hermanos en España, en el pueblo de San Nicolás, Alonso y Francisco, “labradores” (Pardo, 1962: XVII), e incluso que tenía un sobrino clérigo en Tunja al que profesaba mucho cariño. El testamento también informa del lugar en que fue enterrado el escritor: el parroquial de Santiago de Tunja, “a las espaldas del choro, junto a la peaña del altar que allí está” (Caro, 1955: 22). Había muerto el 27 de noviembre de 1607, con ochenta y cinco años.
Los largos y tranquilos años pasados en Tunja los dedicó Castellanos a su tarea literaria, sus famosas Elegías de varones ilustres de Indias, que dio a la imprenta en cuatro partes entre 1589 y 1601. Esta obra colosal —que quedó incompleta— siguió un modelo de crónicas biográficas que Castellanos pudo haber sacado de Hernando del Pulgar, o quizás directamente del clásico de Plutarco. La monumental obra sufrió varios lamentables accidentes editoriales que la truncaron. Entre ellos destacan los problemas con la censura que tuvo el “Discurso del capitán Francisco Drake” que Castellanos había incluido en la tercera parte de sus Elegías, y que narraba el ataque de Drake a Cartagena en 1586. Quizás por tocar un tema tan polémico de la reciente historia americana, el discurso fue excluido del tomo a instancias del censor y marino Pedro Sarmiento de Gamboa (Alvar, 1972: XXI), y sólo fue publicado en 1847 en la Biblioteca de Autores Españoles a partir de un manuscrito inédito.
Asimismo, permaneció inédita la cuarta parte, que en 1666 estaba en Madrid lista para imprimirse, incluyendo las oportunas licencias, y que hoy conserva en manuscrito la Biblioteca Nacional de Madrid. Dividida en estas cuatro partes, las Elegías constituyen una obra ingente, pues Caro calcula que asciende a unos ciento cincuenta mil endecasílabos (1955: 44). Además de las Elegías, el testamento del autor demuestra que Castellanos compuso un poema épico en octavas reales sobre la vida de san Diego de Alcalá, además de otros escritos en verso que desgraciadamente han desaparecido junto con el San Diego: “Item: mando que si antes de mi fin y muerte yo no oviere enbiado a Hespaña un libro que e compuesto en octavas rithmas de la vida y muerte y milagros de sant Diego que llaman de Alcalá [...]”; “Item: mando y es mi voluntad que los borradores y originales de los dichos libros y los demás papeles y cartapacios tocante a poesía que en mis caxas y escritorio se hallaren, se den y se entreguen a Gabriel de Rivera” (Caro, 1955: 19-20).
Castellanos utilizó diversas fuentes para escribir sus famosas Elegías. Aparte de las noticias que recogió por sí mismo, otros conquistadores colaboraron en su esfuerzo, y le aportaron diversos documentos sobre entradas que Castellanos no había presenciado en persona. Por ejemplo, Juan de Avendaño le hizo una relación verbal de la expedición a la Dominica, el vecino de Tunja Francisco Soler le dibujó un plano del lago Maracaibo, el capitán Nuño de Arteaga le dio una relación escrita de la expedición de Pedro de Limpias al cabo de la Vela, Francisco de Orellana le dio otra sobre la jornada del Amazonas, Gonzalo Fernández y Juan de Orozco le proporcionaron sendas relaciones sobre los hechos de Cartagena hasta la llegada de Castellanos a la ciudad, su amigo y benefactor Domingo Aguirre le dejó sus relaciones de viajes, e incluso Gonzalo Fernández de Oviedo le prestó la parte publicada de su Historia general de las Indias (Caro, 1955: 14). Gracias a estas aportaciones, a su propio numen poético y a su condición de testigo de vista de muchos de los hechos que narra, Castellanos logró componer una obra amena e interesante, muy apreciada por los historiadores de la colonia.
Obras de ~: Primera parte de las elegías de varones ilustres de Indias, Madrid, Alonso Gómez, 1589; Elegías de varones ilustres de Indias, Madrid, Rivadeneyra, 1847 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vol. IV); Elegías de varones ilustres de Indias, Madrid, Atlas, 1944.
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Antonio Sánchez Jiménez