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Mancio de Corpus Christi

Biografía

Mancio de Corpus Christi. Becerril de Campos (Palencia), c. 1500 – Salamanca, 8.VII.1576. Dominico (OP), teólogo, catedrático, consejero real.

No se sabe la fecha exacta de su nacimiento. Él, en su declaración de enero de 1573 en el proceso de fray Luis de León, dice tener “73 años poco más o menos”. Una testificación del 25 de diciembre de 1559 dice que “fue hijo de clérigo”. Recibió el nombre de Mancio por la devoción a san Mancio en Becerril y en los otros pueblos de los alrededores de Villanueva de San Mancio. Siendo estudiante en la Universidad de Salamanca, ingresó en el convento dominicano de San Esteban de esa ciudad, haciendo la profesión religiosa al año siguiente, el 11 de junio de 1524. Hizo sus estudios filosóficos y teológicos en la Universidad salmantina, donde tuvo como profesores a Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Fue condiscípulo de Melchor Cano, que precederá a Mancio en la cátedra de Prima de Teología en las Universidades de Alcalá y Salamanca; Vicente Barrón, primer catedrático de Prima de Teología en Toledo, catedrático de Vísperas en Alcalá, y confesor y director espiritual de Santa Teresa de Jesús; y Martín de Ledesma, catedrático de Prima de Teología en la Universidad de Coimbra. El convento de San Esteban de Salamanca era no sólo un Estudio General, sino también un centro de renovación religiosa y de formación apostólica y misionera.

El atractivo por el apostolado en la recién descubierta América suscitaba levas frecuentes de misioneros, que se embarcaban para el Nuevo Mundo. Mancio se alistó para la actividad misional en las Indias. Con un grupo de dominicos, se dirigió a Sevilla, donde debían prepararse para embarcar en el primer viaje disponible. Los profesores del colegio de Santo Tomás de Sevilla, al conocer sus cualidades para el estudio, lo animó a opositar a una plaza que estaba vacante en el colegio. En el entretiempo salieron las naves para el Nuevo Mundo, llevando a sus compañeros de misión. Mancio perdió el barco y perdió también la colegiatura, que ganó otro de cinco oponentes. Decepcionado en su doble empeño, volvió a Salamanca, de donde fue enviado a París para completar su formación. Enseñó luego Teología en algunos conventos, entre ellos el de San Pablo de Valladolid.

Se matriculó en la Universidad de Sigüenza el 15 de noviembre de 1546, y con el reconocimiento de los estudios de Salamanca y París, se le concedió el doctorado en Teología a la semana siguiente. En agosto de ese año, había muerto en Salamanca Francisco de Vitoria. El designado por los dominicos para opositar en la ciudad del Tormes fue Melchor Cano, que era catedrático de Prima de Teología en la Universidad de Alcalá. Ahora era necesario alguien que opositara en Alcalá a la cátedra dejada por Melchor Cano. Ése fue Mancio de Corpus Christi. Comenzó enseñando en Alcalá como suplente de Cano. En 1548 fue puesta a concurso la cátedra, y la ganó el 19 de abril. Cuatro años duraba en Alcalá la propiedad de las cátedras, y Mancio volvió a ganarla otras cuatro veces. La última fue el 9 de noviembre de 1564. La fama de su sabiduría y de sus cualidades de profesor eran tales que en algunas oposiciones no se presentaron otros candidatos, pues daban por segura la victoria de Mancio. Eso ocurrió también en Salamanca. Al morir el catedrático de Prima de Teología, el dominico Pedro de Sotomayor en 1564, la Orden pensó que el mejor preparado para oponer era Mancio, que, al presentarse, hizo que se retiraran los otros pretendientes.

Tomó posesión Mancio de la cátedra de Prima de Teología de la Universidad de Salamanca el 22 de noviembre de 1564. El 7 de diciembre incorporó los grados académicos obtenidos en Sigüenza. Las lecciones de estos primeros cursos se encuentran en un códice manuscrito de la catedral de Palencia. Sus intervenciones en las reuniones de los claustros eran escasas, quizás por su carácter retraído y por no gustar de discusiones protocolarias, o administrativas y de carácter más bien jurídico que teológico. Sin embargo, no se negó a colaborar en toda clase de asuntos que la Universidad le encomendara. En 1566-1567 fue enviado a Madrid para pedir que la mitad de las vacantes del Cabildo salmantino se proveyeran en los graduados de esa Universidad. En marzo de 1567, fue llamado de la Corte real para tratar la cuestión de la bula de la cruzada. En la primavera de ese año, la Universidad de Salamanca le encomendó otro asunto más importante, y vital para la autonomía del alma máter. De parte del Real Consejo, había visitado la Universidad el doctor Jarabo. Éste sancionó con dureza la infracción de los estatutos que prohibían el dictado e impuso nuevos estatutos. La Universidad envió a Mancio a Madrid para protestar ante la Corte contra las sanciones de varios profesores y personas de la Universidad impuestas por el doctor Jarabo, defender los derechos y privilegios de la Universidad, y conseguir la modificación de los estatutos elaborados por el mencionado doctor. En 1569, debió de volver a la Corte de Madrid para activar la cuestión de las canonjías, que debía solicitar en Roma al Papa el padre dominico Juan Gallo.

Los historiadores del convento de San Esteban de Salamanca de los siglos XVI-XVIII elogian su labor docente. En los libros del archivo de la Universidad salmantina dedicados a las visitas de cátedras se hace constar el testimonio jurado de los estudiantes del extraordinario aprecio de sus lecciones. Eso mismo se ve en los registros de las visitas de cátedras de la Universidad de Alcalá. En ellos se dice que leía con mucho provecho de los alumnos. En una ocasión, un estudiante añade al elogio que “debía abreviar para avanzar más en sus lecciones”. De su profesorado en Alcalá, quedan los comentarios al Suplemento de la Suma de Teología de santo Tomás, que se conservan en el códice manuscrito 5.835 de la Biblioteca Nacional (Madrid), fols. 75-249. Más abundantes son los textos de Mancio conservados de su enseñanza en Salamanca. Para precisar lo que realmente le pertenece, aparte de las indicaciones que se pueden encontrar en los mismos códices, está la fuente segurísima de los registros de las visitas de cátedras. En la primera visita del primer año anotan que en la clase de Mancio había “muy grande copia de estudiantes [...], que habrá como veinte días poco más o menos que se proveyó dicha cátedra al dicho maestro [...], la cual se proveyó por el claustro no teniendo opositor”. En la segunda visita (12 de febrero de 1565) se indica algo de su método: “lee la letra de Santo Tomás o de Cayetano, e después da a escribir sobre ello, e ansí le escriben todos lo que quieren escribir, e que lee a provecho, y entra y sale a las horas que le es obligado”. El 22 de marzo de 1567 tuvo que ausentarse; le sustituyó fray Luis de León. Comentaba la Secunda Secundae. Se conservan manuscritas las lecciones de uno y otro en la Universidad de Coimbra. De los cursos de 1567-1569 queda un manuscrito en el seminario de Valladolid; es un comentario a la Tercera Parte de la Suma de Teología, con suplencias de Luis de León y Juan de la Peña. Las lecturas de 1569-1570, que comentaban el Suplemento de la Suma de Teología, se conservan, con textos de Luis de León y Bartolomé de Medina, en la Biblioteca Pública de Évora, cod. 123- 2-27. Las lecciones de 1570-1571 sobre la Prima Secundae se conservan en la Biblioteca universitaria de Coimbra, con textos de los suplentes Luis de León, Bartolomé de Medina y Juan Gallo. En 1571-1572 comentaba la Primera Parte de la Suma de Teología, cuyas lecciones se encuentran en la Biblioteca Apostólica Vaticana, manuscrito Ottob. Lat. 1058. En el curso 1573-1574 comentaba la Prima Secundae, que se conservan en la Biblioteca de la Universidad de Coimbra y en la Biblioteca Apostólica Vaticana, manuscrito Ottob. Lat. 1022. Por fin en los años 1574- 1576 comentó otra vez la Secunda Secundae, con las suplencias de Luis de León y Bartolomé de Medina. Por su fama de buen teólogo, fue reclamado por la Inquisición española y por los mismos encausados como censor y como abogado. Así intervino en el proceso del arzobispo de Toledo fray Bartolomé de Carranza. Ya antes de la detención del arzobispo, el 2 de diciembre de 1558, éste le escribió una carta sobre el controvertido Catecismo carranciano. Después de un elogio general y algunas advertencias, concluyó diciendo que, si lo publicaba en latín “será de los más estimados que en su género jamás se ha escrito y de mucho provecho universalmente para doctos y no doctos, para predicadores y confesores, para teólogos y juristas, y para cualquier género de gentes”. Si lo publica en romance, convendría abreviar algo el tratado y corregir algunas frases que podrían prestarse a no buena interpretación. No obstante “sobre mi conciencia le puede mandar imprimir”.

Carranza pidió también a la Universidad de Alcalá el parecer sobre su libro. El parecer fue favorable, pero, enterado el inquisidor general, prohibió que se hicieran censuras sin su permiso y ordenó que le enviaran el escrito. Mancio cayó entonces en desgracia de la Inquisición y hubo de excusarse ante el inquisidor general por haber aprobado el Catecismo de Carranza. Cuando éste fue llevado a Roma, la Inquisición española se esforzó por conseguir, mediante nuevos papeles del arzobispo, la censura adversa de los que antes se habían manifestado por la ortodoxia de Carranza. Mancio cambió también la posición mantenida en 1558. Ahora, en 1574, llegó a calificar algunas proposiciones como heréticas y contrarias al Concilio de Trento, y otras como muy sospechosas de herejía. Expresiones muy intimistas de Carranza, mal interpretadas por los inquisidores, hicieron a algunos, como a Mancio, cambiar su parecer.

Mancio hubo de intervenir también en los procesos inquisitoriales de los profesores salmantinos Gaspar de Grajal, fray Luis de León y Martín Martínez de Cantalapiedra sobre el valor de la traducción latina de la Biblia Vulgata, contra la que ponían ellos múltiples reparos, a pesar de haberse pronunciado el Concilio de Trento en su favor. Presos esos profesores en las cárceles de Valladolid, fue requerida la persona de Mancio de Corpus Christi, primero como simple calificador y luego como patrono o defensor. Fray Luis estuvo fluctuante, pero, al insistir los otros en nombrar como su patrón a Mancio, también lo aceptó. Mancio hubo de repartir su tiempo con las clases; los inquisidores consiguieron del claustro salmantino la dispensa de clases para poder atender a los encausados; el 7 de enero de 1575 murió Juan Gallo, que solía suplirle en las clases. Los retrasos involuntarios de Mancio impacientaban a fray Luis. De las conversaciones tenidas por ambos en la Navidad precedente pudo adivinar fray Luis la actitud favorable de Mancio y no quiso cambiar de patrono, pese a las sugerencias de los inquisidores. Por fin, dejadas las clases, el miércoles santo, 30 de marzo de 1575, pudo Mancio ver a fray Luis en Valladolid y se convenció plenamente de la ortodoxia del reo respecto del sentido de las frases en litigio sobre la Vulgata. El 7 de abril, después de otra larga conversación con el encausado, Mancio presentó escrita a los inquisidores una declaración oficial de la inocencia de fray Luis. La cárcel se prolongó todavía veinte meses, pues la Inquisición actuaba siempre con mucha calma, consultando con más censores y proponiendo acusaciones nuevas. Pero Mancio había terminado felizmente su misión y fray Luis adujo la autoridad de Mancio contra los opositores. También atendió Mancio al doctor Grajal, que murió en la cárcel el 9 de julio de 1575. Los procesos, por la escasez de calificadores, por las múltiples formalidades de estos tribunales y por la necesidad de examinar todos los escritos de los reos, se prolongaban excesivamente y se tardaba demasiado en llegar a la sentencia final. El doctor Cantalapiedra dejó muy pronto el patronazgo de Mancio y buscó otros patrocinadores.

Felipe II consultó a Mancio, juntamente con Melchor Cano, sobre la supresión de la pragmática de 1552, en que se quitaban los cambios de dinero de feria a feria. Con esa supresión afluiría más dinero en las ferias, y el Rey podría sacar mucho provecho para empresas del bien común del reino. Cano y Mancio elaboraron un dictamen favorable a la voluntad regia, pero haciendo constar la bondad de la pragmática y la razón de su temporal suspensión, que redundaría en bien del Rey y de los súbditos. También consultó Felipe II a Mancio sobre la licitud de la guerra contra el papa Pablo IV. El parecer de Cano satisfizo plenamente al Rey por su distinción entre el Papa como cabeza religiosa de la cristiandad y como Soberano de orden temporal.

El original de Mancio no se conserva, pero una copia tardía parece orientarse por la distinción de Cano. Un tercer asunto fue encomendado por Felipe II a Mancio en 1567: conseguir del papa san Pío V la concesión de la bula de la cruzada, para solventar los gastos de las guerras en pro de la religión católica y principalmente contra los turcos. El Papa se resistía por los abusos a que se prestaban esas concesiones.

En verdad, el único Soberano incondicional con que contaba el Papa para los problemas de la defensa de la cristiandad era Felipe II. Mancio en su parecer destacaba este aspecto y la justificación que en aquellas circunstancias tenía la concesión de la bula, debiendo comprometerse el Rey a evitar los abusos, y precisando el Papa la temporalidad de la concesión.

En 1570, Pío V recurría a Felipe II, exponiéndole los peligros de la irrupción bélica en Italia de los herejes desde Francia, los problemas del catolicismo en Inglaterra y la amenaza continua de los turcos. El rey de España le manifestaba la escasez económica para atender a cuestiones de tanta gravedad. La concesión amplia de la bula de la cruzada era cada vez más manifiesta. La caída de Chipre en poder de los otomanos en 1570 y la necesidad consiguiente de mantener y reforzar la liga antiturca a toda costa ablandó los ánimos del Papa para ceder a la petición regia. La victoria de Lepanto el 7 de octubre de 1571 deshizo los escrúpulos y tranquilizó las conciencias.

Mancio fue igualmente consultado sobre los Ejercicios Espirituales de san Ignacio y sobre la espiritualidad y escritos de santa Teresa de Jesús, mostrando en ambos casos su juicio favorable. Los autores contemporáneos y los historiadores más cercanos hablan de su sabiduría, humildad, apertura de espíritu y moderación en los dictámenes. San Francisco de Borja lo considera uno de los mayores sabios de aquel tiempo, y dice que por la luz y madurez de su genio era con propiedad sal de la tierra. El teólogo agustino de su tiempo, Pedro de Aragón, exalta su gran bondad y sabiduría (“candidissimus et sapientissimus”). Domingo Báñez, que fue su discípulo y convivió con él, además de su ciencia, alaba su humildad y afabilidad y el amor que todos le profesaban (“humilis atque facetus, et ab ómnibus summopere diligebatur”). No mandó a la imprenta ninguna obra en vida.

 

Bibl.: A. Fernández, “Historia del convento de San Esteban de Salamanca”, lib. II, cap. XXI, en J. Cuervo, Historiadores del convento de San Esteban de Salamanca, t. I, Salamanca, Imprenta Católica Salmanticense, 1914, págs. 262-264; J. de Araya, “Primera parte de la historia del convento de San Esteban de Salamanca”, lib. II, cap. XXXI, en J. Cuervo, Historiadores del convento de San Esteban de Salamanca, op. cit., págs. 558-560; J. Barrio, “Primera parte de la historia del convento de San Esteban de Salamanca”, cap. XXXIV, en J. Cuervo, Historiadores del convento de San Esteban de Salamanca, op. cit., t. II, pág. 671; “Libro de profesiones”, en J. Cuervo, Historiadores del convento de San Esteban de Salamanca, t. III, Salamanca, Imprenta Católica de Salamanca, 1915, pág. 790; V. Beltrán de Heredia, “El Maestro Mancio de Corpus Christi, O.P.”, en La Ciencia Tomista, 51 (enerojunio de 1935) págs. 7-103; R. Hernández, “Corpus Christi, Mancio de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 633; A. Sarmiento, La Eclesiología de Mancio de Corpus Christi, Pamplona, Universidad de Navarra, 1976, 2 vols.; A. Alcalá, Proceso Inquisitorial de Fray Luis de León. Edición paleográfica y crítica, Valladolid, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 1991; T. López, Mancio y Bartolomé de Medina: Tratado sobre la usura y cambios, Pamplona, Universidad de Navarra (EUNSA), 1998.

 

Ramón Hernández Martín, OP

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