Alonso de Burgos, Pedro. Zelanda (Holanda), c. 1500 – Montserrat (Barcelona), 2.V.1572. Benedictino (OSB), ermitaño y escritor ascético.
Aunque nació en una de las islas de Zelandia, sus padres eran originarios de la diócesis de Burgos, los cuales le enviaron a estudiar teología a la Universidad de Lovaina, sin saber las fechas exactas. Seguramente alcanzó el grado de doctor en teología, porque los dominicos fray Pedro Mártir Coma y fray Tomás Aranaz, censores de su obra Libro de preparación para la muerte, le llaman “teólogo”, lo mismo que el obispo de Barcelona, Guillem Cassador en la licencia de impresión. Pronto descolló entre sus compañeros como buen teólogo y notable humanista. De manera que estuvo por algún tiempo a servicio del emperador Carlos V, hasta que el duque de Béjar, Francisco de Sotomayor y Zúñiga, lo trajo consigo a España para preceptor de sus ocho hijos, con los cuales conservó toda su vida muy buena amistad.
No se sabe el tiempo que permaneció junto al duque de Béjar como preceptor de sus hijos, ni tampoco cuándo visitó por primera vez el monasterio de Montserrat, aunque sería seguramente a primeros de mayo de 1535, cuando acompañó a Luis de Sotomayor —que luego se hizo franciscano— a Barcelona, donde tenía que embarcar en la armada de Carlos V para ir a la conquista de Túnez. Y quizás acompañó al mismo emperador en su visita a aquel santuario el 28 de mayo del citado año, antes de partir para Túnez.
Lo cierto es que, prendado del lugar, decidió quedarse allí. Pidió el hábito benedictino y lo tomó el 13 de febrero de 1536, teniendo probablemente por maestro de novicios al padre Mauro de Alfaro, muerto dos años después en opinión de santidad. Profesó en 1537 y tras ocho años ocupado en el estudio de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y autores espirituales, y quizás dando clases de teología a los monjes jóvenes. Llegó a ser, como dice el padre Argaiz, “monje muy concertado, muy penitente, ferviente en la caridad, continuo en las lecciones, devotísimo en la oración y en todos los ejercicios espirituales”. Pero el deseo irresistible de una mayor soledad y de una dedicación total a la contemplación le determinó a pedir a sus superiores, que le permitiran llevar vida eremítica en una de las ermitas de la montaña. No fue fácil para él llevar a cabo este propósito, porque al parecer el abad fray Miguel Forner se resistía a darle la licencia que solicitaba por no privar al monasterio de sus buenos servicios. Sólo cuando fue elegido abad fray Alonso de Toro, pudo acceder a una de las ermitas, igual que sus compañeros monjes fray Dionisio de Placencia, fray Plácido de Salinas, fray Benito de Tocco y fray Bartolomé de Tolosa, todos sacerdotes.
La primera ermita donde vivió fue la de San Onofre, suspendida como un nido de águila en la roca, desde donde se divisaba un dilatado panorama. Las ermitas no eran simples tugurios, sino auténticos monasterios en miniatura, pero hechas con materiales pobres y de diversas formas, de ordinario impuestas por la geografía del lugar. Todas tenían su oratorio, un taller, un comedor, una cocina, un dormitorio, algunas dependencias secundarias, un minúsculo jardín donde cultivaban flores y hortalizas y una cisterna para recoger el agua de lluvia para regarlos y beber.
Los doce ermitaños que ocupaban las ermitas tenían como superior un monje sacerdote nombrado por el abad del monasterio, llamado padre Vicario, que era su director espiritual y con quien se confesaban de ordinario, el cual vivía en una ermita central más amplia, generalmente en San Benito o Santa Ana. La vida de soledad, frugal y ascética de los ermitaños, sólo dulcificada por sus reuniones dominicales, la bajada al monasterio en las fiestas principales, edificaba a los peregrinos, los cuales acostumbraban a visitar las ermitas. Y los ermitaños les daban, junto con diversas exhortaciones espirituales, un pequeño refrigerio de algunos frutos secos y algunas medallas, rosarios o cucharas hechos por ellos mismos. Durante sus veintisiete años pasados en aquella soledad, fray Pedro pudo saciar su alma sedienta de oración y de paz, saborear largamente la Sagrada Escritura y los mejores escritos de los Santos Padres y escribir. Por su fama de santidad y sus escritos, la Congregación de Valladolid le dio el título de Venerable, pues murió, como dice el padre Yepes: “dexando mucha fama de santidad y letras, no sólo entre los monges, sino entre personas seglares que le vieron y trataron en Monserrate”.
En efecto, el círculo de sus amistades, sobre las cuales ejerció diversa influencia espiritual, incluye personas tan calificadas como el rey Felipe II, que le visitó en su ermita en tres ocasiones (11 de octubre de 1548, 3 de agosto de 1551 y 3 de febrero de 1564) y le favorecía y estimaba mucho. Le visitaron también el emperador Maximiliano II de Austria y su esposa (1548 y 1551), el marqués de Cortes, Juan de Benavides, Diego Hurtado de Mendoza y su esposa Catalina de Silva, además de sus antiguos discípulos hijos del duque de Béjar, Francisco de Sotomayor, marqués de Ayamonte, Antonio de Zúñiga, comendador de la Orden de San Juan, y Miguel de Sotomayor, marqués de Gibraleón y conde de Belalcázar, además de Juana de Austria, fundadora con su hermana María de las Descalzas Reales de Madrid, a los cuales dedicó algunas de sus obras. Y entre sus hijos espirituales del propio eremitorio montserratino, cabe señalar al extático fray Juan Martínez, muerto en olor de santidad en 1595.
Su influencia espiritual fuera del eremitorio, la ejerció a través de sus escritos, pues escribió diversos trataditos ascéticos, siete en latín y tres castellano, casi todos en forma de diálogo, sobre diversos temas relacionados con la vida solitaria, la preparación para la muerte, la Santísima Virgen, los votos religiosos, los beneficios de Dios, las virtudes teologales y la Eucaristía, los cuales publicó, como él mismo confiesa, buscando la gloria de Dios y el bien de las almas, aunque hubo de sufrir las críticas de sus émulos.
Fue, sin duda, un experimentado maestro de la vida espiritual, que con su ejemplo, palabra y escritos predicó la devoción a la Virgen María, la comunión frecuente, la obediencia a la Iglesia y a los legítimos superiores, la caridad pastoral, la piedad y la discreción.
Estuvo adornado, sobre todo, de las virtudes de la humildad y de la penitencia, y también de los dones de la contemplación, de las lágrimas, de la exhortación apostólica y de la discreción de espíritus, y fue, sin duda, uno de los más notables ermitaños sacerdotes y el más sobresaliente escritor ermitaño de Montserrat.
Obras de ~: Libellus de Misericordia Dei, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; Dialogi de Immortalitate Animae, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; De Vita et Laudibus Mariae Virginis Libellus, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; De Vita Solitaria Dialogus, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; De Religione Tribusque Votis Religiosorum Dialogus, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; De Eucharistia Dialogus, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; Dialogui de Immensi Dei Beneficiis et de Tribus Virtutibus Theologalibus, Barcelona, Claudio Bornat, 1562; Libro de preparación para la muerte y de cómo debe ser tenido en poco, Barcelona, Damián Bajes y Juan Mall, 1568; Diálogos entre Christo y el ánima de los beneficios que Dios ha hecho al género humano y de los que particularmente cada día, que incluye la versión castellana del De Eucharistia Dialogus con el título Diálogo de la Sacra Eucaristía entre el ánima cristiana y Jesucristo, Barcelona, Claudio Bornat, 1569.
Bibl.: A. de Yepes, Crónica general de la Orden de San Benito, vol. IV, Valladolid, Francisco Fernández de Cardona, 1615, fol. 245v.; G. de Argaiz, La Perla de Cataluña. Historia de Nuestra Señora de Monserrate, Madrid, Andrés García de la Iglesia, 1677, pág. 182; P. Serra i Postius, Epítome histórico del Portentoso Santuario y Real Monasterio de Nuestra Señora de Monserrate, Barcelona, Pablo Campins, 1747, pág. 304; A. Albareda, “Bibliografia dels monjos de Montserrat (Segle xvi)”, en Analecta Montserratensia, 7 (1928), pág. 227; A. Albareda y J. Massot, Història de Montserrat, Montserrat, 1977, págs. 244-245; e. zaragoza, Els ermitans de Montserrat. Historia d’una institució benedictina singular, Montserrat, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1993, pág. 34; “Vida y obras del Venerable Fr. Pedro Alonso de Burgos, monje benedictino y ermitaño de Montserrat”, en Burgense n.º 37/2 (1996), págs. 509-547.
Ernest Zaragoza i Pascual