Jiménez de Cisneros, García. Cisneros (Palencia), 1455-1456 – Montserrat (Barcelona), 27.XI.1510. Monje y abad benedictino (OSB).
Nació el año de 1455 o quizás al año siguiente. Sus padres eran hidalgos de mediana fortuna y era primo hermano del cardenal Cisneros. Algunos autores han supuesto que cursó estudios en la Universidad de Salamanca, pero parece poco probable. En 1475, renunciando al mayorazgo familiar, ingresó en el monasterio benedictino de San Benito de Valladolid, a la sazón de la más estricta observancia, siendo prior fray Juan de Burgos. Es muy posible que pasado un año emitiera su profesión monástica y que muy pronto fuera ordenado sacerdote, aunque nada se sabe de Cisneros durante sus primeros trece años de vida monástica.
Lo que sí es seguro es que, siguiendo la costumbre de su casa de profesión, no cursó ningún estudio fuera del recinto de San Benito.
En 1488 fue elegido prior de San Benito de Valladolid fray Juan de San Juan de Luz, quien nombró a García subprior. En un monasterio donde había sido suprimida la dignidad abacial a fin de evitar abusos, y donde las ausencias del prior eran frecuentes debido a la actividad reformadora de otras casas que el monasterio vallisoletano desempeñaba, es fácil comprender la importancia del cargo subprioral, sobre quien recaía la responsabilidad de mantener la observancia.
Por otra parte, su pertenencia al consejo del monasterio le facultaba para participar en los Capítulos Generales, que por aquellos años eran particularmente tumultuosos a causa de la cerrada oposición que muchas antiguas abadías presentaban a los intentos reformadores.
El Capítulo de 1489, en el que participó fray García, reaccionó frente a las dificultades centralizando aún más el gobierno de la incipiente Congregación benedictina.
Ese mismo Capítulo comisionó a Cisneros ante la curia romana, donde debía de obtener las bulas pontificias que confirmasen los acuerdos adoptados. En noviembre de 1490 estaba de vuelta en Valladolid y sus gestiones se habían visto coronadas por el éxito, pues Inocencio VIII confirmó lo establecido en la asamblea vallisoletana y ordenó que el prior de San Benito dejara de ser trienal y pasara a serlo a perpetuidad.
Sin embargo, la firme resistencia de los monjes de las otras casas unidas a la Congregación, especialmente San Salvador de Oña, hizo dar marcha atrás al Papa en 1492. Una visita de los Reyes Católicos a Valladolid en julio de ese mismo año cambió las tornas; el franciscano fray Francisco Jiménez de Cisneros fue nombrado confesor de la reina Isabel, por lo que cabe suponer que su primo obtuvo así acceso directo a los Monarcas, que favorecieron desde ahora enérgicamente la implantación de la Reforma. García de Cisneros fue enviado de nuevo a Roma para confirmar lo estatuido por el Capítulo General de septiembre de 1492. Ahora se prevé que su estancia sería larga, por lo que fray Juan de San Juan nombró a otro subprior de San Benito en su lugar.
Acompañado de fray Juan de Tudela, fray García se puso en camino hacia Roma a finales de 1492 o principios de 1493. Llegados a Barcelona, donde en ese momento estaban los Reyes, coincidieron con la recepción de la bula papal que anejaba el monasterio de Montserrat a la Congregación de Valladolid a fin de que fuera reformado. Fernando el Católico, sin admitir dilaciones, ordenó a los dos monjes que se trasladaran al santuario y se hicieran cargo de la administración de la abadía hasta la llegada de sus hermanos de comunidad. Como en Montserrat sólo quedaron tres monjes de la casa, fue necesario traer catorce de San Benito de Valladolid, contando entre ellos a fray Juan de Tudela y fray García de Cisneros, que hubieron de renunciar a su misión romana. El 3 de julio de 1493, en presencia de fray Juan de San Juan, la nueva comunidad eligió como prior por dos años a Cisneros, quien fue inmediatamente confirmado por el prior de San Benito.
Hay que tener en cuenta que la reforma de Montserrat revestía rasgos especiales que la diferenciaban del resto de los monasterios; era la primera vez que los benedictinos vallisoletanos salían de Castilla, a un país con lengua y costumbres diferentes y, además, se trataba de un santuario de proyección universal donde difícilmente podía establecerse la estricta clausura de la reforma, que constituía su característica más señalada.
A este respecto, el prior de San Benito de Valladolid determinará antes de volver a Castilla la zona de clausura del monasterio, marcando un espacio muy extenso que incluía todas las ermitas y parte de la santa montaña. Apoyado constantemente por los Reyes Católicos, quienes visitaron Montserrat los días 6 y 7 de noviembre de 1493, fray García comenzó la obra reformadora y puso en orden la economía del monasterio, ayudado en este punto por un eficaz administrador, fray Pedro de Burgos, quien años más tarde escribirá una historia del santuario. En la medida de lo posible aumentó las edificaciones monasteriales, aunque por falta de dinero no tanto como la necesidad exigía, ya que empezaron a afluir numerosas vocaciones. Para la atención de los peregrinos cuidó de promover la antigua cofradía que se encargaba de recoger las limosnas con las que aquéllos eran alimentados. Puso especial cuidado en la ordenación de los ermitaños que, desde tiempo inmemorial, habitaban junto al monasterio. En un primer momento, en presencia y con la anuencia del prior de San Benito de Valladolid, prometió respetar sus costumbres, que incluían la libre disposición de sus bienes y la ausencia de votos religiosos en cuanto tales. Pero en 1494 logró que los solitarios aceptaran unas Constitutiones heremitarum Montisserrati, compuestas por él mismo, que los convertían en verdaderos monjes.
En julio de 1496 García de Cisneros hubo de emprender un viaje a Francia, pues el rey Fernando el Católico le nombró su embajador ante Carlos VIII de Francia para tratar de la posibilidad de una tregua entre ambos Monarcas. Las negociaciones tuvieron lugar en Amboise, pero nada se pudo conseguir en orden a la paz. Es muy posible que el prior de Montserrat aprovechara los meses de su embajada para visitar París, donde pudo ponerse en contacto con la corriente espiritual de la devotio moderna, que pronto demostrará conocer sobradamente. Vuelto a su monasterio, el Capítulo General de 1497 nombró a fray García miembro de la comisión encargada de la primera impresión de los libros litúrgicos benedictino-vallisoletanos.
Puso en ello tanto interés que decidió vigilar por sí mismo el trabajo de edición del misal y breviario; con este fin, el 4 de febrero de 1499 el impresor Juan Luschner, previamente concertado con el monasterio, comenzaba a trabajar en Montserrat, donde se mantuvo veintiún meses, dando a los tórculos el Missale secundum consuetudinem monachorum Congregationis Sancti Benedicti de Valladolid, y el Breviarium secundum consuetudinem monachorum Congregationis Sancti Benedicti de Valladolid, junto a otros opúsculos litúrgicos menores. Al mismo tiempo, aprovechando la presencia de Luschner, Cisneros mandó imprimir varios libros de autores clásicos de la devotio moderna, como Gerardo Zerbolt y Tomás Hemerken. Pero, sobre todo, hizo imprimir el Directorio de las horas canónicas y el Exercitatorio de la vida spiritual, obras compuestas por el mismo Cisneros.
El papa Alejandro VI, por bula del 2 de diciembre de 1497, ordenó el gobierno de la Congregación benedictina de Valladolid al estilo de una verdadera congregación moderna, limitando los poderes, casi omnímodos hasta entonces, del prior de San Benito. Entre otras cosas, restituyó a los superiores de los monasterios el título de abades, cuestión meramente terminológica, pues se les vetó la bendición abacial y el uso de insignias pontificales. Fray García fue nombrado abad de Montserrat en 1499 al concluir el tiempo de su priorato, pero tampoco los abades gozaban de la perpetuidad, sino que eran elegidos cada tres años.
Para evitar que los abades se perpetuaran en el cargo por sucesivas reelecciones Cisneros solicitó, y obtuvo, de Alejandro VI un privilegio en virtud del cual los abades de Montserrat no podían ser reelegidos sino después de transcurrido un trienio desde su gobierno anterior. La Congregación no admitió esta excepción, que hubo de ser revocada por el propio Papa al año siguiente, y fray García se vio sucesivamente reelegido hasta su muerte. Es más: en el Capítulo General de 1500 fue nombrado uno de los cuatro definidores que, con el abad de San Benito, tenían en sus manos la capacidad de legislar para toda la Congregación. En esta asamblea defendió tenazmente las observancias propias del monasterio de Montserrat frente al estrecho uniformismo del resto de la Congregación y logró que las propias Constituciones reconocieran y permitieran aquellas costumbres que el cenobio catalán mantenía, atendiendo sobre todo a su consideración de santuario internacional.
Precisamente por estas diferencias, fray García redactó en 1501 unas Constituciones propias de Montserrat, donde se recogían sus usos particulares.
Por las mismas fechas, como ya antes había hecho con los ermitaños, reguló la institución de los donados, varones que ofrecían sus servicios al monasterio a cambio de alojamiento, comida y vestido, y que Cisneros convirtió en verdaderos religiosos. Igualmente reguló la comunidad de capellanes que atendían a los numerosos peregrinos que subían hasta la santa montaña y la de los escolanes, o niños de coro que en número de doce cantaban ante la Virgen.
Como colofón de esta labor legisladora, Cisneros estableció en 1502 un estatuto de limpieza de sangre en su monasterio, que impedía el ingreso a todo cristiano nuevo.
El éxito de la reforma de Montserrat animó a Fernando el Católico a procurar la de otras importantes abadías catalanas, pero con escaso éxito. En 1503 se intentó la de Santa María de Ripoll, de la que fue nombrado administrador fray García, pero donde nada pudo hacer por la cerrada oposición del abad comendatario. Ese mismo año se firmó una concordia entre el abad de Montserrat y el de San Cugat del Vallés en vistas a la reforma de este importante cenobio.
Contra el parecer de la Congregación Claustral, Cisneros tomó posesión de la abadía por dos veces, siendo las dos expulsado por la comunidad. A partir de 1505 gozó, sin embargo, de un título pontificio como visitador y reformador de todas las casas religiosas de los reinos de España, junto al obispo de Ávila y al abad de San Benito de Valladolid. Nada consiguió entre los monasterios de la Congregación Claustral, si bien fuera de ella obtuvo la unión a Montserrat y consiguiente reforma del monasterio del Rosellón de Saint-Genis-des-Fontaines en 1507. Mayor suerte tuvo en Castilla; por estos años se unieron a la ya pujante Congregación vallisoletana, entre otras, las abadías de Cardeña, San Millán de la Cogolla, Samos y Celanova. Fray García intervino de forma muy directa en la concordia que permitió la unión a la observancia del monasterio riojano de Santa María de Valvanera en febrero de 1509.
El intento de reforma del monasterio de Santa María de Nájera provocó graves problemas a la Congregación y al mismo Cisneros; acusados en Roma los monjes observantes por los claustrales y por el abad comendatario, el papa Julio II fulminó la excomunión contra el general, fray Pedro de Nájera. Fray García, que no estaba de acuerdo con los métodos demasiado drásticos del general, se apartó decididamente de él para no verse afectado por la excomunión; el 10 de octubre de 1510 el abad de Montserrat y sus monjes retiraron la obediencia al abad de San Benito de Valladolid. No se llegó a la ruptura total, pero Cisneros no vivió lo suficiente para ver solucionado el problema. Murió en Montserrat el 27 de noviembre de ese mismo año, a los cincuenta y cinco de su edad.
Fue sepultado en la iglesia abacial, pero sus restos fueron trasladados en 1599 a la nueva basílica, que sustituía a la anterior.
La reforma emprendida por Cisneros en el santuario de Montserrat fue el fundamento del esplendor que éste logró a lo largo de todo el siglo XVI. Pero la mayor influencia de fray García se produjo a través de su Exercitatorio de la vida spiritual. Impreso sin nombre de autor por vez primera en Montserrat en 1500 (en ediciones latina y castellana), fue reimpreso varias veces a lo largo del siglo xvi en España y fuera de ella, y se convirtió en el libro básico para formar a los jóvenes monjes en la oración mental, práctica propia de la devotio moderna, pero ajena a la más rancia tradición benedictina. Se difundió también por medio de amplios extractos, aparecidos en el Enchiridion benedictinum, impreso a expensas de la Congregación vallisoletana en Salamanca en 1559 y 1569, y sobre todo en el Compendio breve de exercicios espirituales sacado de un libro llamado Excercitatorio [sic] de vida espiritual, impreso en Barcelona en 1555 y que conoció muchas reimpresiones. Esta obra se debe seguramente a fray Pedro de Burgos, discípulo de Cisneros y abad de Montserrat. La huella de Cisneros se observa en otros autores espirituales; especialmente importante, por lo mucho que fue leído por largo tiempo, es el benedictino fray Antonio de Alvarado, autor de un Arte de bien vivir y guía de los caminos del cielo, impreso por vez primera en Irache en 1608, y presentado por el propio Alvarado como un comentario al Exercitatorio.
Desde 1595 al menos, los benedictinos hicieron notar la influencia del librito de García de Cisneros sobre el Libro de los ejercicios de san Ignacio de Loyola.
La afirmación, hecha por Arnoldo Wion en un libro publicado en Venecia, provocó ampollas entre los jesuitas y dio lugar a una agria polémica que duraría siglos. Es cierto que en 1522 visitó Montserrat Íñigo López de Loyola y que durante su estancia en Manresa escribió el borrador del Libro de los ejercicios, hoy perdido. Los estudiosos modernos, sin negar la originalidad de la redacción definitiva de la obra ignaciana, no dudan de la influencia decisiva que sobre él ejerció el Exercitatorio cisneriano, que hubo de conocer gracias al padre Chanon, monje de Montserrat ante quien hizo confesión general.
Obras de ~: Obras completas, ed. de C. Baraut, Montserrat, Scripta et Documenta, 15 y 16, 1965, 2 vols.
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Miguel Carlos Vivancos Gómez, OSB