Biography
Probablemente se crió en el palacio renacentista que la familia había ordenado construir en la plaza mayor de la villa en sus primeros tiempos de vida. Se casó, tras obtener dispensa apostólica matrimonial, en el año 1538 con Diego Hurtado de Mendoza, nieto del gran cardenal Mendoza, primogénito de su linaje y casa, y príncipe de Melito. Por sus capítulos matrimoniales, firmados en la ciudad de Toledo con fecha del 26 de mayo del mismo año, Catalina recibía una dote de treinta mil ducados de parte de sus progenitores y la renta anual de cuatrocientos mil maravedís para gastos de cámara así como cuatro mil maravedís más en concepto de arras otorgados por su marido.
Del matrimonio, Catalina conservaría con el tiempo poco más que el ajetreado recuerdo de las constantes idas y venidas de camino hacia los lugares donde ocupó prestigiosos cargos en servicio a la Corona hispánica su infiel marido, primero como virrey del Reino de Aragón y más tarde como virrey del Principado de Cataluña. Al poco tiempo nacería de ambos una única descendiente, la afamada Ana de Mendoza y la Cerda, la que se convertiría más tarde en la influyente princesa de Éboli, habitual en el círculo cortesano del rey Felipe II. Pese a tan escasa prole, según comentaba el genealogista de la familia Luis de Salazar y Castro, fue la línea de descendencia de Catalina de Silva la única sucesión que sobrevivía como representante de la Casa de Silva unos cien años más tarde de su muerte, cuando aquél escribía su historia sobre el linaje. Tras separarse de Diego Hurtado de Mendoza, afligida y cansada de los reiterados escándalos que el carácter mujeriego y altanero de su marido había provocado, Catalina vivió parte de sus días entregada a la educación de su única hija, con quien no pocas veces hizo frente común contra su marido, y muy cerca también de su propia madre. Para entonces, hacia 1558, su marido había sido señalado para ocupar el prestigioso cargo de presidente del Consejo de Italia, según se dijo a fin también de alejarlo de su familia, cuyas enconadas relaciones, que comprometían a su propia hija y a su yerno, saltaban a la luz pública como evidenciaba la correspondencia cortesana mantenida con motivo de su promoción. Cuando enviudó su hija, la princesa de Éboli, en el año 1573, Catalina se mantuvo también a su lado, confinada en su retiro del convento carmelita de Santa Teresa ubicado en el pueblo de Pastrana. Aquel mismo año, Catalina recibía nuevas rentas para alimentos de parte de su marido, como resultado de una sentencia que la Chancillería de Valladolid estimaba a favor de su marido como resultado de un largo pleito familiar y que le otorgaba algunas villas sitas en territorio del Reino de Granada. Como dama noble, Catalina había recibido una educación en letras y tenía fama de ser mujer culta. Poseía una nada desdeñable biblioteca compuesta por varios centenares de libros. No en vano, un prestigioso lulista catalán, profesor de teología de la Universidad de Barcelona en ejercicio hacia los años sesenta del siglo xvi, el doctor Joan Vileta, impresionado por su afán de conocer, prometió dedicarle una de las obras del filósofo Ramon Llull que el profesor iba a editar en la Ciudad Condal. La conoció durante su estancia en Barcelona, en los tiempos en que su marido Diego Hurtado de Mendoza gobernaba como virrey de Cataluña. Al parecer, el virrey también era muy aficionado a cultivar las artes y las letras, y puso mucho empeño en crear un pequeño círculo cultural alrededor de la corte virreinal, que iba a causar la admiración de algunos intelectuales del momento y cultos viajeros de paso por la ciudad. En la referida obra, no escatimó Joan Vileta sus elogios tanto al virrey, de quien no se abstenía en comparar su corte con el liceo de Aristóteles o con la misma Academia platónica, como también a su esposa, Catalina de Silva, de la que alababa su excelente conocimiento del latín y de los fundamentos de la filosofía clásica, su ansia por conocer el griego y adentrarse en la doctrina de Ramon Llull. Como dama cultivada en estas artes, y desde su posición aristocrática, pudo desplegar su potencialidad actuando como mecenas de aquél y de otros representantes de los studia humanitatis de su época. Por contraste, sin embargo, Catalina también tuvo fama de ser mala administradora de sus bienes y gustosa de relacionarse con clérigos y beatas de dudoso misticismo, intrigantes que visitaban a menudo los conventos fundados por su linaje, los Silva, como el de las monjas franciscanas de Belén situado en Cifuentes. [...]
Bibliography
L. de Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Silva donde se refieren las acciones más señaladas de sus señores, las fundaciones de sus mayorazgos y la calidad de sus alianças matrimoniales, vol. I, Madrid, Melchor Álvarez y Mateo de Llanos, 1685, págs. 345-349
M. B. Riesco de Iturri, “Propiedades y fortuna de los condes de Cifuentes: la constitución de su patrimonio a lo largo del siglo xv”, en En la España medieval, 15 (1992), págs. 137-159
J. M. Boyden, The Courtier and the King. Ruy Gómez de Silva, Philip II and the court of Spain, Berkeley-Londres, University of California Press, 1995, pág. 22
H. Nader, Power and Gender in Renaissance Spain: Eight women of the Mendoza family, Chicago, University of Illinois, 2003, págs. 102, 107, 113
A. Fernández Luzón, La Universidad de Barcelona en el siglo xvi, Barcelona, Publicacions de la Universitat, 2005.
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