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Jorge de Montemayor

Biografía

Montemayor, Jorge de. Montemor o Velho (Portugal), c. 1520 ? Piamonte (Italia), c. 1561. Escritor.

Las noticias sobre la vida de Jorge de Montemayor resultan en la actualidad bastante confusas y se sustentan ya en referencias procedentes de su obra, ya en los comentarios conservados de sus contemporáneos.

Pudo haber nacido cerca de Coímbra, en la localidad portuguesa de Montemor o Velho, a orillas del río Mondego, a la que describe en el libro VII de su Diana o en su conocida Epístola a Jorge de Meneses, en la que se puede leer: “Jamás te olvidaré, Mondego mío, / ni aun olvidarte yo será·en mi mano, / si no fuese por muerte o desvarío”.

También resulta confusa la posible fecha de su nacimiento, entre los años de 1518 a 1528. Se dice que su padre era platero y su abuela era una cantadora hispano-judía. En su juventud pasaba por ser un gran aficionado a la música y a la lectura de libros sagrados, aunque, como él mismo confiesa, su formación humanística era muy escasa. Es probable que de su pueblo natal se trasladara a la brillante Coímbra, en donde pasaría sus años jóvenes y comunicaría su afición por las letras con poetas como Sá de Miranda o Bernardim Ribeiro.

Tal vez se instalara en la Corte, en donde algunos incluso le ven acompañando a María Manuela de Portugal en su viaje a Castilla para contraer matrimonio con Felipe II. Viajero incansable, sirvió, tras la muerte de la infanta, como cantor de capilla, a la princesa María, la hija de Carlos V y años después Reina de Bohemia, así como a su hermana Juana, como cantor contrabaxo. En marzo de 1551 regresó a Portugal para disfrutar de una escribanía que le fue concedida por el rey Juan III de Portugal.

En 1552, Jorge de Montemayor acompañó a Lisboa a los príncipes, Juan de Portugal y Juana de Castilla, por entonces recién casados, y, tras la prematura muerte de éste en 1554, regresó a Castilla para formar parte de la Corte castellana de Juana.

Otros, por el contrario, se hacen eco de su presencia en Inglaterra así como de su participación en la batalla de San Quintín (1557), o su probable estancia en Flandes. Algún tiempo después regresó de nuevo a España. En Valencia tradujo la obra de Ausias March y dio por acabada su Diana que, si bien se inició en tierras leonesas, la concluyó bajo el mecenazgo del valenciano Juan Castellá de Vilanova.

Su desencanto por el mundo de la Corte, expresado en una carta escrita a un Grande de España sobre “Los trabajos de los Reyes”, y la pérdida de sus mejores amigos —Sá de Miranda, Bernardim Ribeiro, Feliciano de Silva o Gutierre de Cetina— le llevaron a trasladarse a Italia, en donde murió, en el Piamonte, hacia el año de 1561.

Para unos, el motivo de tan trágico desenlace podría deberse a su condición de soldado de los ejércitos del duque de Saboya; para otros, tal vez le llevó a la tumba la huella de un amor desgraciado.

La producción literaria de Montemayor destaca por su variedad de temas y formas. Así, no dudó en utilizar géneros como el diálogo religioso, el tratado cortesano, las traducciones, bien religiosas (salmos), bien paganas (Ausias March), composiciones en verso, y su obra más relevante, aquella por la que ha pasado a los anales de la historia: la novela Los siete libros de la Diana.

La primera de sus obras es el Diálogo espiritual, que no llegó a imprimirse nunca y que fue rescatada del olvido en el siglo XX por M. Martins (Brotéria, 1946).

Retomó esta obra la tradición medieval y conjugó las ideas erasmistas tan de moda en su época, a través del debate que tuvo lugar entre los protagonistas de su historia sobre las Santas Escrituras.

También es de tema religioso su aún inmadura Exposición moral, dedicada a la infanta María y publicada en marzo de 1548. Se trata de una obra de marcado acento erasmista en la que compara el Salmo LXXXVI de David acerca de la ciudad de Sión con la imagen de la Virgen María. Su obra lírica, dirigida a los príncipes de Portugal, aparece publicada por vez primera en 1554 en la ciudad de Amberes con el título Las obras de Jorge de Montemayor (también conocidas en nuestra literatura bajo el nombre de Cancionero). Dividida en dos volúmenes de temática bien distinta, el primer libro se ocupa de temas profanos, mientras que el segundo reúne las obras de devoción.

En la primera, titulada Obras de amores, Montemayor combina la tradición española representada por Jorge Manrique, Castillejo o Gregorio Silvestre, entre otros, con la nueva poesía procedente de Italia, a la manera de Garcilaso y Boscán, o el influjo inevitable de Petrarca y Sannazaro. Esta circunstancia le permite alternar con habilidad el metro corto octosilábico y las composiciones endecasílabas, como las canciones, églogas, epístolas o sonetos... El amor, tema central de la obra profana, encuentra su correspondencia en Marfida y Vandalina, a quienes dirige sus apasionados poemas. Asimismo, se intercalan otro tipo de composiciones, ya laudatorias, elegíacas o sencillamente burlescas y festivas.

En su obra sacra, si bien se encuentra la presencia de canciones y sonetos, Montemayor busca sobre todo el verso tradicional, utilizando preferentemente las quintillas dobles. Sus fuentes de inspiración son las Sagradas Escrituras, los Salmos y esos Autos tres para la noche de Navidad, que el autor confiesa haber representado ante el príncipe Felipe, y que recuerdan el primitivo teatro de Juan de la Encina, al que se unen, como modelos literarios, Jorge Manrique y Ausias March.

El éxito de las obras profanas fue indudable, si tenemos en cuenta que volverían a editarse en Zaragoza (1562), Alcalá (1563), Salamanca (1571), Coímbra (1571) y Madrid (1588). Por contra, las obras sacras tan sólo lo hicieron en Amberes los años 1554 y 1558, escasa aportación que se explica por el hecho de que fueron prohibidas en el Índice de Fernando Valdés, en donde aparece este escueto comentario sobre su obra: “Obras de Montemayor, en lo tocante a devoción y cosas cristianas”. Para unos, la prohibición se explica por la escasa cultura religiosa de su autor, que le llevaría a deslizar comentarios poco ortodoxos en algunos de sus poemas. Para otros, en cambio, la inclinación erasmista del portugués, que se refleja en el uso de la tradición mariana, las referencias al Antiguo Testamento, la necesidad de socorro para la Iglesia más preocupada por los valores externos que por la búsqueda de los preceptos cristianos o la defensa de un tipo de confesión más personal e íntima, era uno de los elementos que podían llegar a enturbiar la lectura de su obra.

Por último, Los trabajos de los Reyes, acaso influido por el tratado de Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, fue escrito en los primeros meses de 1558 y tal vez dirigido al duque de Sessa. Se queja Montemayor del olvido que sufre y de la demora en la solución de sus pretensiones cortesanas, en un alegato contra el medro de la Corte. No obstante, dicha crítica no le impide destacar la importancia social de la Monarquía frente a la opinión de aquellos que atacan la holgada vida de los Reyes. El escritor portugués bebe en las fuentes de la antigüedad clásica tomando como modelos a Antíoco, Diocleciano u Octavio Augusto... Asimismo ensalza la labor de los Monarcas contemporáneos, lo que le permite un encendido elogio de las figuras de Carlos V y su hijo Felipe II. Al contrario de lo que muchos piensan, los Reyes dedican buena parte de su tiempo a solucionar todos los problemas de sus conciudadanos, que les importunan y murmuran de ellos a cada paso, concluye el escritor portugués.

A este tratado político le siguió en el tiempo su obra más importante: Los siete libros de la Diana, relato que encabeza la nómina de las novelas pastoriles en la tradición española. Montemayor acude al magisterio de Teócrito, Virgilio u Horacio y se basa en la tradición italiana representada por la Arcadia de Sannazaro, para iniciar la andadura del pastor en nuestra literatura, género al que no dudaron en dedicar su atención los grandes autores de la época, con Cervantes (Galatea) y Lope de Vega (Arcadia) a la cabeza.

En su Diana, Montemayor narra los desgraciados amores de Diana y Sireno y los no correspondidos de otras parejas de personajes que se ven obligados a acudir al palacio de la sabia Felicia para solucionar sus casos de amor. Todo ello en medio de una Naturaleza idílica, representada por un locus amoenus al que los pastores acuden para cantar sus cuitas mediante la alternancia del verso en la prosa, uno de los recursos más estimados por los lectores de su época.

El éxito alcanzado por la Diana fue enorme y propició el desarrollo del género pastoril, que se convirtió muy pronto en uno de los más leídos e imitados a pesar de las polémicas que despertó. Unos le lanzaron los ataques más furibundos porque lo consideraron lectura para los ociosos (principalmente para las mujeres); otros le demostraron sus más inquebrantables afectos, es el caso de los erasmistas, para quienes el relato de Montemayor conjugaba los ideales del erasmismo.

Su fama alcanzó pronto al resto de Europa, siendo traducida al francés (1578), al inglés (1585) y al alemán (1610), y dejando una huella imborrable en obras como L’Astrée de Honorato d’Urfé o Le berger extravagant de Sorel.

La promesa de una segunda parte del relato en la que se verían solucionados los problemas amorosos de sus personajes no llegó a cumplirse, acaso por la prematura muerte de su autor. No obstante, años después, en 1564, fue continuada dignamente por su amigo Gaspar Gil Polo bajo el título de Diana enamorada, que explica en la Epístola a los lectores con las siguientes palabras: “A este libro nombré Diana enamorada, porque, prosiguiendo la Diana de Montemayor, me pareció convenirle este nombre, pues él dejó a la pastora en este trance”. Gil Polo se valió de buena parte de los personajes de Montemayor para unir en santo matrimonio a la pareja Diana y Sireno en el mismo templo de Felicia recreado por el portugués.

Además de la continuación pastoril del letrado valenciano, la pervivencia del personaje de Diana alcanza también a la Segunda parte de la Diana (1564) del médico salmantino Alonso Pérez, la Tercera parte de la Diana (1582) del granadino Gabriel Hernández, la Clara Diana a lo divino (1582) del clérigo Bartolomé Ponce, y la que publicó en París (1627) el intérprete Jerónimo de Tejada, aunque ésta debe entenderse como un plagio evidente de la Diana de Gil Polo.

 

Obras de ~: Diálogo espiritual, c. 1548; Exposición moral, Alcalá de Henares, 1548; Las obras de Jorge de Montemayor. Cancionero, Amberes, 1554 (Cancionero, introd. de A. González Palencia, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1933); Los trabajos de los Reyes, c. 1558; Los siete libros de La Diana, Valencia, c. 1558-1559 [ed., introd. y notas de F. López Estrada, Madrid, Espasa Calpe, 1967 (4.ª ed.) (col. Clásicos Castellanos, 122); ed. e introd. de E. Moreno Báez, Madrid, Editora Nacional, 1981 (2.ª ed.) (col. Biblioteca de la Literatura y el Pensamiento Hispánicos, 10); ed. e introd. de A. Rallo Gruss, Madrid, Cátedra, 1991 (Letras hispánicas, 332); ed., introd. y notas de M. Á. Teijeiro Fuentes, Barcelona, PPU, 1991 (col. Clásicos, 3)].

 

Bibl.: J. G. Schönherr, Jorge de Montemayor und sein Schäferroman die Siete libros de la Diana”, Halle, Erhardt Karras, 1886; A. González Palencia, “Introducción”, en J. de Montemayor, Cancionero, op. cit.; N. Alonso Cortés, “Sobre Montemayor y la Diana”, en Artículos histórico-literarios, Valladolid, Imprenta Castellana, 1935, págs. 127-140; F. López Estrada, “La Exposición moral sobre el Salmo LXXXVI de Jorge de Montemayor”, en Revista de Bibliografía Nacional (Madrid), t. V, fasc. 4 (1944); M. Martins, “Una obra inédita de Jorge Montemayor. Diálogo espiritual”, en Brotéria, XLIII (1946), págs. 339-408; B. W. Wardropper, “The Diana of Montemayor: Revaluation and Interpretation”, en Studies in Philology, 48 (1951), págs. 126-144; F. López Estrada, “La epístola de Jorge de Montemayor a Ramírez Pagán”, en Estudios dedicados a Menéndez Pidal, VI, 1956, págs. 386-406; “Introducción”, en J. de Montemayor, Diana, op. cit.; L. Subirats, “La Diana de Montemayor, roman à clef?”, en Etudes Iberiques et Latino- Americaines, Paris, Presses Universitaires de France, 1968, págs. 105-118; M. Chevalier, “La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo XVI”, en J. F. Botrel y S. Salalín (eds.), Creación y público en la literatura española, Madrid, Castalia, 1974, págs. 40-55; B. W. Ife, Dos versiones de Píramo y Tisbe: Jorge de Montemayor y Pedro Sánchez de Viana, Exeter, University Press, 1974; F. López Estrada, Los libros de pastores en la literatura española. La órbita previa, Madrid, Gredos, 1974; J. B. Avalle-Arce, La novela pastoril española, Madrid, Istmo, 1975; B. L. Creel, The Religious Poetry of Jorge de Montemayor, London, Tamesis Books, 1981; E. Moreno Báez, “Introducción”, en J. de Montemayor, Diana, op. cit.; M.ª D. Esteva, “El Diálogo espiritual de Jorge de Montemayor”, en 1616. Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, V (1983-1984), págs. 31-46 (reed., Kassel, Edition Reichenberger, 1998); B. Damiani, Jorge de Montemayor, Roma, Bulzoni, 1984; A. Rallo Gruss, “Introducción”, en J. de Montemayor, Diana, op. cit.; M. Á. Teijeiro Fuentes, “Introducción”, en J. de Montemayor, Diana, op. cit.; E. Fosalba Vela, La Diana en Europa. Ediciones, traducciones e influencias, Barcelona, Universidad Autónoma, 1994.

 

Miguel Ángel Teijeiro Fuentes