Aragón (o Aragona) Tagliavia y Aragona, Carlo d’. Duque de Terranova (I), príncipe de Castelvetrano. Palermo (Italia), 25.XII.1521 – Madrid, 23.IX.1599. Hombre de gobierno.
Carlo d’Aragona e Tagliavia perteneció a una familia que hasta principios del siglo XVI ocupó un lugar marginal dentro de la nobleza siciliana. Bartolomeo Tagliavia, primer barón de Castelvetrano, fue ciudadano de Palermo y no se ocupó más que marginalmente de su feudo: a su muerte, en 1307, dejó una considerable fortuna con el fin de que se edificara dentro de las murallas de la ciudad, en el jardín de la Martorana, una capilla que sirviera de tumba para la familia. Sus descendientes directos continuaron formando parte de la pequeña nobleza urbana palermitana. A mediados del siglo XV, sin embargo, los intereses de la familia cambiaron sensiblemente: coincidiendo con el ascenso de las rentas agrícolas que se registra en Sicilia, los contactos con el campo se hacen más frecuentes. Símbolo tangible de la nueva relevancia que asumió dentro de la economía del linaje la relación con la tierra, con el campo, es el convento dedicado a Santo Domingo que se fundó alrededor de 1470 en Castelvetrano. Significativamente, en la iglesia del convento, se reservó una capilla para las sepulturas de la familia que lo había fundado y que en el transcurso de los decenios demuestra un vínculo siempre vivo por la ciudad de Castelvetrano.
En los inicios del siglo XVI la suerte de la familia Tagliavia cambia sensiblemente, producto de intrincadas circunstancias matrimoniales. Carlo d’Aragona, señor de Avola, cuya hermana Beatriz se había casado con Giovan Vincenzo Tagliavia, no tuvo descendencia masculina que pudiera perpetuar el nombre de la familia. Viendo a los hijos de la hermana los naturales continuadores del linaje de los Aragona, Carlo d’Aragona hizo casar a la única hija, Antonia Concessa con su primo Francesco Tagliavia. Condición imprescindible para la celebración del matrimonio era que el apellido Aragón se antepusiera al de Tagliavia: condición que vino aceptada de buen grado por los señores de Castelvetrano, no sólo porque la familia Aragona pertenecía a la más antigua nobleza del reino sino también porque la esposa tenía una riquísima dote. Los Aragona, de hecho, descendían de Pedro de Aragón y eran señores de Avola y Terranova y ostentadores del título de gran condestable y de gran almirante del reino.
La prematura muerte de Francesco Taglia en 1515 comportó para Antonia Concessa nuevas bodas. Gracias a una expresa dispensa papal a finales de 1516, Antonia casó con su cuñado Giovanni Tagliavia, hermano de su difunto marido.
La familia Aragón Tagliavia ascendió así a los primeros lugares de la aristocracia siciliana, gracias también a las notables dotes personales de Giovanni, al servicio del emperador Carlos V. En 1522, la baronía de Castelvetrano se transformó en condado con la asignación del título a Giovanni.
En 1530, envió al reino de Nápoles numerosos caballos que pudieran ser utilizados con fines militares; ese mismo año recibió del emperador la concesión del título de marqués de Terranova; en 1535, con ocasión de la expedición a Túnez, Giovanni proporcionó dos naves de combate y una de refuerzo para participar en la empresa. La sagacidad y el valor demostrados le hicieron merecedor, en 1539, y en 1544, del cargo de presidente del reino de Sicilia, cargo destinado a un regnicolo, en caso de falta o ausencia del virrey.
Carlo de Aragón, hijo mayor de Giovanni, siendo poco más que un niño, acompañó constantemente a su padre tanto en África, en el asedio de Argel, como en Flandes y en Alemania, con ocasión de viajes a la corte teniendo oportunidad de estrechar lazos que en un futuro resultarán extremadamente útiles. En 1535 fue nombrado paje del emperador, quien en 1542 lo ratificará con el título de marqués de Ávola. Reforzada por los títulos adquiridos, a mediados de la década de 1540, la familia Aragona Tagliavia se impuso como una de las más prestigiosas de la aristrocracia siciliana y tejió importantes parentescos en su interior. El joven Carlo casó con Margherita Ventimiglia, hija de Simón Ventimiglia, marqués de Geraci, uno de los títulos más importantes de Sicilia. Viudo, con edad avanzada, casó con Isabella Moncada, hija del conde de Adernò.
Carlo d’Aragona inauguró la propia carrera al servicio de la casa de Austria ocupando el cargo de capitán de justicia de Palermo. Tras la muerte del padre Giovanni en 1549, Carlo, con ocasión de diversas cortes, fue diputado del reino por el estamento noble.
En 1557 otro exponente de la familia, Pietro, hermano de Giovanni, creado cardenal por el papa julio III en 1553 y arzobispo de Palermo, fue investido presidente del reino de Sicilia como consecuencia de la importancia que ya en la isla había adquirido el linaje de los Aragona Tagliavia. En los años inmediatamente sucesivos, el alto rango de la familia vino a reforzarse aún más: en 1561 el marquesado de Ávola fue elevado a ducado y el título respectivo se concedió a Carlo. Será con el título de duque de Terranova con el que el personaje será comúnmente conocido en el curso de su vida entera, aunque en 1565 fue distinguido con el título de príncipe de Castelvetrano y en 1566 con el de conde del Borguetto.
Un año después, en 1567, tras la marcha de la isla del virrey García de Toledo, al duque de Terranova le fue asignado el cargo de presidente del reino. El mandato, que duró poco menos de dos años y finalizó con la llegada a Sicilia del virrey Fernando Ávalos de Aquino, marqués de Pescara, fue confirmado a la muerte de este último en 1571, después de un breve paréntesis de gobierno interino del conde de Landriano.
Para Carlo d’Aragona, el gobierno del reino de Sicilia representó una etapa importantísima en su propio cursus honorum; además, en virtud de su cargo, el duque de Terranova comenzó a mantener un estrecho diálogo epistolar con Felipe II. Informaba al soberano de problemas cotidianos en la isla y le explicaba cuidadosamente las líneas directrices de su propia acción política que se desarrollaban en un período particularmente delicado para Sicilia.
La formación de la Liga Santa, compuesta por la monarquía habsbúrgica, por la Santa Sede y por la República de Venecia para combatir sobre el mar el peligro turco, hace que el principal teatro militar del momento sea el Mediterráneo oriental. Precisamente desde el puerto de Messina en 1571 zarpó la flota que resultó victoriosa en Lepanto. En aquella ocasión, como en otras siguientes, Sicilia mantuvo un doble esfuerzo: por un lado, a la par que los otros dominios de la monarquía habsbúrgica, debía sostener financieramente la política bélica del soberano y, por otro, en virtud de su posición en el centro del Mediterráneo, debía dar apoyo logístico y avituallamiento a la flota.
El duque de Terranova aparece extremadamente sensible tanto en considerar los problemas financieros que atenazaban a Felipe II como en valorar las condiciones de Sicilia como base de partida para las importantes operaciones navales que se desarrollaban en el mar Jónico. En el primer caso, se esforzó para asegurar los recursos necesarios poniendo en práctica una política financiera que resultó ventajosa incluso a aquella alta aristocracia de la cual él era uno de los más importantes exponentes. Para recolectar el dinero necesario para las empresas bélicas, el duque de Terranova se mostró contrario a la venta de oficios, sobre todo de los mayores, y demostró igual hostilidad en relación con el recurso al préstamo o cambios por los mercaderes. El enriquecimiento y reforzamiento político de las clases medias de la sociedad suponía, de hecho, el debilitamiento de las privilegiadas por nacimiento.
Por tanto, el duque de Terranova insistió en mantener perpetuamente impuestos, no desdeñando al tiempo la especulación sobre las letras de cambio de los cereales y la emisión de títulos.
La preferencia por un endeudamiento de rápida absorción, a través de la recompra de la reconversión de títulos, acompañaba al deseo de promover el desarrollo económico en Sicilia. Si, de hecho, la isla resulta preparada para proveer las provisiones para ejército y flota por lo que respecta a los productos alimenticios (vino, queso, bizcochos, legumbres, sardinas y atún salado, sal), no alcanza a hacer frente a las peticiones de armas y de pólvora. Para las primeras se dirigió a Milán, y para la segunda a Nápoles: Terranova critica el monopolio lombardo deseando para Palermo y Messina la implantación de fundiciones para responder a la demanda interna, frenando así la evasión de capitales de las fronteras sicilianas.
Un posterior empuje a la actividad económica local llegó por la acción urbanística que el duque de Terranova promovió en Palermo. Ya en 1567, durante su primer mandato presidencial, se puso la primera piedra del nuevo puerto, un proyecto del virrey García de Toledo, que sólo a su marcha de la isla veía plena realización y había sido realizada, tangencialmente a la articulación fundamental de la ciudad, la avenida del Cassaro, una plaza llamada largo di Aragona primero y Piazza Bologni después, en cuanto que el barón de Monferrato, Aloisio Bologna, edificó allí su residencia urbana. Durante el segundo mandato, el duque de Terranova reformó la plaza Pretoria con una fuente diseñada y esculpida por el arquitecto florentino Francesco Camilliani, adquirida por el Senado ciudadano por 30.000 escudos, y solicita la creación del borgo de Santa Lucía en el nuevo muelle.
El duque de Terranova, además, no dudó en invertir recursos en los aparatos efímeros necesarios para celebrar ocasiones particulares: extremadamente fastuosas son las fiestas públicas por la llegada a Palermo de Juan de Austria, que fue acogido por cortejos y entretenido con torneos caballerescos.
Extremadamente sensible a la amenaza turca, el duque de Terranova respondió de dos modos. Por un lado, vehiculó los recursos necesarios para la restauración de las diversas fortificaciones costeras, llegando a invertir ingentes sumas para la construcción de nuevos muros defensivos, como en Palermo, donde edificó el baluarte de la Concepción, más conocido, hasta su destrucción en el siglo XIX, como baluarte Aragón; por otro lado, reorganizó la milicia del virreinato, fijándose la consistencia en diez mil infantes y mil seiscientos caballeros, estableciendo que contribuyesen tanto las fuerzas baronales como las ciudades del Estado, dividiendo Sicilia en diez tercios y asignando a cada centro habitado un contingente de hombres y caballos. Además, fundó un cuerpo especial de caballería, compuesto por cuatrocientas unidades y con el objetivo de hacer frente a los piratas en las ciudades marítimas del Val di Noto, a cuyo mando fue nombrado el hijo primogénito, Giovanni, marqués de Avola. Finalmente, en 1573, consiguió obtener del Parlamento siciliano la suma necesaria para armar veintidós galeras, que fueron enviadas a Juan de Austria, ocupado en el asedio de Túnez.
La conclusión de las empresas navales en el Mediterráneo no comportó para el duque de Terranova una ralentización de las tareas de gobierno: en 1575, apareció la peste en Siracusa, y en pocas semanas se difundió por toda la isla. El duque de Terranova, en Termini para huir del contagio, se demostró extremadamente riguroso con cuantos no respetaron las normas emanadas del acuerdo con el médico Gian Filippo Ingrassia, que instituyó en Palermo cordones sanitarios para evitar el contagio. Las disposiciones consiguieron finalizar con la epidemia en el curso de un año: el 22 de julio de 1576 la desaparición de la peste de la isla fue saludada con públicas ceremonias religiosas de agradecimiento.
Durante los años sicilianos, Carlos d’Aragón prodigó particulares atenciones a sus feudos, en particular al de Castelvetrano. Así, en 1546 fundó el convento de los Capuchinos, dotándolo de una renta y de preciosas reliquias, entre ellas, una parte del velo de Santa Ana y los restos de fray Pietro di Mazara, junto con un crucifijo milagroso. Pocos años después, creó un Monte de Piedad y la Compañía de los Blancos para el cuidado de los enfermos y la asistencia espiritual de los condenados a muerte. En la década de 1570 dedicó, por contra, sus cuidados a la iglesia de San Domenico, fundada por sus abuelos, que fue ampliada gracias a la construcción junto a la nave central de dos naves laterales. El interior fue después decorado con espléndidos estucos por Antonino Ferrara da Giuliana, un artista que había trabajado en la catedral de Palermo. En un marco estéticamente rico y complejo, se expusieron una copia del Il Spasimo de Rafael y una Sacra Famiglia y Santi, obras de Giovanni Paolo Fondulli. En el convento antiguo, Carlos d’Aragón dispuso un apartamento para sus estancias en Castelvetrano. De hecho, él no es un propietario absentista, sino que se preocupa de sus propias tierras y del cuidado que les prodigan los administradores, escogidos, por lo general, en el estrecho círculo familiar.
El gobierno sobre la isla del duque de Terranova, llamado por los adeptos como “el gran siciliano”, se vio coronado en 1573 con la publicación por un impresor veneciano de Regni Siciliae Capitula: las principales disposiciones del ordenamiento jurídico siciliano hasta aquel momento nunca antes reunidas en un único texto, cuya edición fue supervisada por el jurista Raimondo Ramondetta. Su fama de hombre de gobierno se difundió, además, a través de los escritos de Scipio de Castro, autor, entre otros textos, de Avvertimenti a Marco Antonio Colonna quando andò viceré di Sicilia, un escrito reservado al sucesor de Terranova en la isla en el cual se exponen las líneas directrices de la política seguida por el duque y la invitación a seguir su estela.
En 1578, Carlos de Aragón dejó Sicilia, donde había llegado hacía ya un año el virrey Marco Antonio Colonna, que en breve se convirtió en su acérrimo enemigo. A pesar de las críticas que Colonna lanzó sobre las pésimas condiciones en las que había dejado la isla, el duque de Terranova, gracias también a los buenos oficios del cardenal Granvela, fue considerado uno de los hombres más válidos al servicio de Felipe II. La confianza del soberano en sus capacidades no decayó ni siquiera por las acusaciones de impericia por Colonna, cuando la pequeña flota del duque, formada por las naves Palermo y Sant’Angelo, fue atacada por una escuadra de corsarios argelinos.
La Sant’Angelo fue capturada y el pasaje entero reducido a esclavitud, mientras la Palermo, con Carlos d’Aragón a bordo, llegó afortunadamente al puerto de Nápoles.
La confianza de Felipe II era tal que, apenas llegado a Madrid, el duque de Terranova fue encargado de asistir a la dieta de Colonia. Aquí, bajo la égida del emperador Rodolfo II, debía establecer acuerdos con los emisarios de las provincias rebeldes flamencas. A pesar de que los negociados no surtieron ningún resultado positivo, Terranova obtuvo un gran conocimiento de la situación política de Europa. Su experiencia resultó preciosa para los funcionarios de la Administración hagsbúrgica que atendieron sus consejos durante los breves viajes del duque a Suiza en 1578 y a Milán en 1580.
Gracias a la experiencia adquirida, en 1581 el duque de Terranova fue nombrado lugarteniente de Cataluña; sin embargo, el cargo tuvo una duración bastante breve. Al año siguiente, el 17 de octubre de 1582, a la edad de sesenta y un años, coronó su carrera de hombre de gobierno como gobernador del Milanesado.
Su nombramiento no fue acogido con entusiasmo por los venecianos, que recordaban la firmeza del duque al defender las prerrogativas de Felipe II durante la Liga Santa. A pesar del transcurso de varios años, el duque de Terranova continuó tutelando con decisión, aunque con una mayor atención a los aspectos diplomáticos que en el pasado, los intereses de la Corona. Su política interior en el Milanesado, aunque no haya sido hasta ahora objeto de profundos estudios, se caracterizó por el intento de frenar la autonomía de las instituciones locales, por ejemplo, cuando limitó el derecho del Senado de atraer para sí las causas de los otros magistrados, y por la atenta gestión de los recursos financieros. Además, encontrándose en el vértice de un estado clave para el equilibrio geopolítico italiano, en un momento en que las fuerzas francesas presentes en Italia amenazaban con disturbios, el duque de Terranova demostró un talento político notable, estrechando una alianza con los suizos y, ante la próxima desaparición del duque de Saboya y el temor de posibles cambios, promoviendo una acción moderadamente expansionista con la anexión del condado de Asti y del marquesado de Villanova, formalmente correspondientes a Felipe II.
En los años milaneses, continuó su nutrida correspondencia con el soberano, que, en 1585, como gracia por los méritos acumulados, le concedió el máximo honor habsbúrgico: el Toisón de Oro. El collar le fue entregado en 1588 por Alejandro Farnesio. Pero no se trata del último reconocimiento al fiel funcionario: al término de su mandato en Milán, el duque de Terranova se trasladó a Madrid, donde pasó sus últimos años en calidad de miembro del Consejo de Estado.
Al igual que muchos otros exponentes de su grupo social, Carlo d’Aragona se preocupó de tejer una ventajosa política para la colocación de sus hijos e hijas, con el fin de asegurar así al linaje una robusta articulación en los diversos dominios de la Monarquía de los Austrias.
Su hijo mayor, Giovanni, casó con la siciliana María de Marinis Moncada, que aportó en dote el marquesado de Favara y de San’Angelo Muxaro; Simone, destinado a la vida eclesiástica, completados sus estudios en la prestigiosa universidad de Alcalá de Henares, fue ordenado cardenal en 1583 por Gregorio XIII; Ottavio se distinguió en la carrera militar al servicio de los Austrias; Giuseppe murió prematuramente durante un duelo en Milán; Anna casó con Giovanni Ventimiglia, marqués de Geraci; Margherita se esposó con Luigi Sanseverino, príncipe de Bisignano, y Giulia hizo lo propio con Fabrizio Carafa, príncipe de Roccella.
El nieto Carlos, hijo de Giovanni, prematuramente muerto, contrajo matrimonio con la hija del duque de Monteleón, nieto de Marco Antonio Colonna. El biznieto Diego se casó con una descendiente de Hernán Cortés. Después de 1650, la hija de Diego enlazó con Ettore Pignatelli, duque de Monteleone, aportando a la familia napolitana, antes señora de Caronia y de sus bosques, en el norte de Sicilia, todos los bienes isleños de la familia Aragona.
Los reducidos confines de la isla resultaron, así, ampliamente superados por las políticas familiares del duque de Terranova que en su testamento expresó, en cambio, la voluntad de ser enterrado en Castelvetrano.
En 1599, los restos del “gran siciliano” fueron trasladados desde Madrid, donde murió el 23 de septiembre, al pequeño lugar donde se encuentra el panteón familiar edificado por él.
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Nicoletta Bazzano