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Francisco de Figueroa

Biografía

Figueroa, Francisco de. El Divino. Alcalá de Henares (Madrid), ¿1530-1540? – ¿Alcalá de Henares (Madrid)?, c. 1588-1589. Poeta, secretario y continuo.

La biografía de Francisco de Figueroa, poeta y hombre vinculado a la política de Carlos V y de su hijo Felipe II, presenta numerosas lagunas. Su fama se debe fundamentalmente a su actividad como poeta y muy poco a su profesión como cortesano y burócrata. Por ello, los datos biográficos que durante varios siglos se han manejado proceden de los testimonios literarios impresos legados por sus contemporáneos, como el del tratadista portugués Sánchez de Lima (Arte poética, 1580), Ramírez Pagán (Floresta de varia poesía, 1562) o del propio Cervantes en La Galatea, quien lo ensalza desde la ficción pastoril con el nombre de Tirsi. Su reconocimiento como poeta continuó en el siglo XVII y los escritores barrocos siguieron recordándolo en los mismos términos elogiosos que sus coetáneos. Y así, en 1625, Luis Tribaldos de Toledo, cronista real y bibliotecario del conde duque de Olivares, sacó a la luz una primera edición de sus poemas en cuyos preliminares, además de reunir un ramillete de alabanzas dirigidas al poeta por diversas personalidades de las letras (Juan de Jáuregui, Lope de Vega...), la acompañó con una primera y escueta biografía. Sin embargo, en lo sucesivo, Figueroa quedó sumido en un permanente olvido porque los cánones poéticos sobre los que había construido su poesía fueron envejeciendo. De este silencio lo rescató el siglo XX mostrando, en principio, un interés biográfico que se tradujo en una investigación relativamente fructífera a través de archivos históricos como el de la Real Academia de la Historia, el de Simancas y otras bibliotecas y fondos extranjeros.

La figura del poeta se completa entonces con la del funcionario al servicio de la Corte, y, paralelamente, fueron saliendo también a la luz nuevos manuscritos que descubrieron poesías inéditas.

Francisco de Figueroa nació en la villa de Alcalá de Henares, pero se desconoce la fecha exacta de su nacimiento (c. 1530-1540). Allí transcurrieron sus años de infancia y primera adolescencia y comenzó su educación bajo el tutelaje del futuro catedrático de Retórica Ambrosio de Morales, quien le instruyó privadamente junto a otros vástagos de ilustres familias. Luis Tribaldos de Toledo lo vincula con el linaje de la casa de Feria, pero en realidad su primer apellido debió de ser D’Ávila o Ávila, patronímico perteneciente a una de las familias alcalaínas de mayor rango nobiliario, según M. Portilla. Lo atestigua un documento datado en 1571 sobre un pleito mantenido por Figueroa en relación con unas tierras heredadas de su hermano cuyo nombre se revela como Pedro de Ávila. Muy joven aún (“siendo mancebo”, dice Tribaldos) abandonó su ciudad natal para emprender un camino de armas enrolado en los ejércitos imperiales, pues buena parte de las compañías de Carlos V estaban integradas por los hijos menores de la nobleza. Alcalá fue en este sentido una cantera significativa; por ello Figueroa fue, en principio, soldado “passando” a Italia.

Siguiendo la política imperial, el primer destino de Figueroa debió de ser la República de Siena, donde desde 1530 el Emperador había obtenido licencia, gracias a las negociaciones de Fernando Gonzaga, para penetrar con las tropas en su territorio. Las milicias de Carlos V se acuartelaron en la ciudad cuyo Gobierno fue reformado, nombrándose como máxima autoridad a un representante imperial. Según documentos hallados en el Archivo de Estado de Siena, hay constancia además de la presencia, desde 1544, de un capitán militar, Cristóbal de Ávila, responsable de los baluartes costeros de Orbetello y Porto Ercole, y natural de Alcalá de Henares, lo que podría también explicar, en este caso por tradición familiar, la incorporación del poeta a la actividad militar. Sin embargo, su dedicación a las armas fue poco relevante. Por el contrario, su formación intelectual tuvo un peso significativo.

Se desconoce si estudió en la Facultad de Jurisprudencia de Siena (no consta su presencia en los archivos), donde se había formado el representante imperial Diego Hurtado de Mendoza. No es descartable tampoco que la formación jurídica de Figueroa procediera de las aulas universitarias de Bolonia. En cualquier caso, fue Siena la ciudad que desempeñó un papel definitivo en su formación como poeta y en el conocimiento de una tradición lírica italiana que le llevó al manejo del toscano y de una técnica versificadora con tal maestría que obtuvo el reconocimiento y la amistad de los hombres de letras italianos. En Siena, foco irradiador de cultura y sede tradicional de importantes academias como la Grande o Senesa, la de los Intronati o los Svegliati, Figueroa se relacionó con destacadas personalidades del mundo cultural y político, como F. Patrizi, poeta y filósofo, F. Benvoglienti y, sobre todo, C. Tolomei, embajador de la República ante Francia, lector de Derecho Civil y uno de los fundadores, entre otras, de la Academia degli Intronati. Este personaje fue también promotor de una poesía nueva (1539), además de poeta y teórico de normas ortográficas aplicables al verso toscano. Posiblemente, Figueroa lo conoció personalmente en 1551, cuando Tolomei regresó definitivamente a Siena. Pero el aprendizaje poético se afianzó como praxis en las reuniones gentilicias que se desarrollaban como actividad lúdica y privada, celebradas en alguna residencia noble como la de Radi, al sur de la ciudad. Es un dato conocido a través de la carta que, desde Roma, y en una fecha incierta (c. 1556- 1557), le envió el humanista Juan de Verzosa, señalándole el descuido en su responsabilidad jurídica (se desconoce en qué consistió exactamente ésta, ¿secretario de leyes?) y su asidua participación en este tipo de encuentros poéticos en los que, como asimismo evoca Verzosa, estaban presentes los citados personajes.

En Siena permaneció Figueroa hasta 1552, como así reza el epígrafe de uno de sus sonetos: “Estando Sena en poder de franceses”, que corresponde al abandono español de la ciudad como consecuencia de la entrada de los franceses que la ocuparon, llamados por el propio pueblo de Siena tras una conspiración y revuelta contra el dominio imperial, que estallaba el 26 de julio de 1552. Las capitulaciones se firmaron el 5 de agosto y Figueroa se alejó de Siena para recalar en otros destinos italianos.

Posiblemente, el inmediato fuera Roma, donde se relacionó con Juan de Verzosa, como se evidencia en la mencionada epístola, y en esta ciudad pudo frecuentar alguna de sus academias, entre ellas la de los Occulti, a la que perteneció el propio humanista zaragozano. A la etapa en Roma debió de seguir, si es que no la antecedió cronológicamente, la napolitana. La epístola dirigida a Giovanni Bernardino Bonifacio (1517-1557), marqués de Oria, humanista y asiduo participante en diversos círculos humanistas, entre ellos el de Juan de Valdés, atestiguan, además de la tópica inmortalización del río Sebeto en su poesía, su presencia en la ciudad partenopea.

En esta epístola, datable hacia 1557 y publicada por J. L. Gotor, Figueroa menciona su alejamiento definitivo de Siena, ciudad a la que debió de regresar otra vez tras la presencia de nuevo del dominio español en 1555 que duró hasta 1557. En este año, Felipe II, monarca ya desde la abdicación de su padre Carlos V, cedió el gobierno de la República de Siena a Cosme de Médicis, aliado permanente de la política imperial y enemigo tradicional de esta República.

Durante los años 1557 y 1558, nada se sabe de Figueroa. Un año después, la paz de Cateau-Cambrésis sellaba la larga contienda entre España y Francia, que renunciaba a sus dominios en Italia. Las relaciones entre ambos países se tradujeron en una mutua colaboración ante el amenazante avance de la herejía. El 13 de agosto llegaba a París, en misión diplomática, el embajador imperial Tomás Perrenot de Granvela, hijo de Nicolás Perrenot quien hacia 1540 había protagonizado la reforma del gobierno de Siena. Le acompañaba, en calidad de secretario personal, Francisco de Figueroa. Éste debió de asistir a las últimas precisiones derivadas del citado tratado y experimentar personalmente la grave situación padecida por la incesante amenaza de los herejes (como la conspiración abortada en Amboise), según queda recogido en las diferentes cartas conservadas que Perrenot envió a Felipe II desde Francia (Ramón Méndez Pidal et al., Archivo Documental Español, I, 1950: 150-162). Son misivas transcritas en escritura diplomática por el propio Figueroa, mientras su experiencia personal quedó plasmada en sus versos. En 1560 se halla en Chartres y desde allí envía una carta personal a su viejo maestro Ambrosio de Morales confesándose “hombre extranjero” por haber vivido tantos años alejado de su patria. Aquellas cuestiones fonético-ortográficas que había conocido en Italia con C. Tolomei o, entre otros, con G. Ruscelli, quien incluía en sus Fiori de’poeti illustri (1558) un tratadillo sobre ortografía, y que también en ese momento interesaban en Francia, Figueroa decide trasladarlas al ya catedrático de Retórica en Alcalá, pidiéndole consejo sobre la situación española. Se conserva la celosa respuesta del maestro como glosas al margen de la carta original de su antiguo pupilo. El recrudecimiento de los conflictos religiosos en el país galo determinó la decisión del monarca francés Francisco II de convocar un concilio nacional que, sin embargo, Felipe II desestimó.

No obstante, un año después se convocaba una junta eclesiástica en París cuyas resoluciones, aun sin hacerse públicas, hubo de llevar secretas el propio Figueroa al monarca español, según atestigua una carta de Perrenot a Felipe II donde hace mención de su secretario: “[...] me ha parecido embiar a Francisco de Figueroa mi secretario con los principales puntos dél [...]” (Archivo General de Simancas, Estado, leg. K-1194).

Tras tantos años de ausencia, Figueroa regresó a España, a la Corte que definitivamente ha fijado su residencia en Madrid, tras largos años de permanente itinerancia.

En ella, Figueroa se asentó a partir de 1561 como continuo de Felipe II, cargo que desempeñaría hasta el final de su vida. En la Corte madrileña entró en contacto con otros poetas sedentarios como Pedro Láinez, Barahona de Soto, manierista andaluz que se inspiró en la célebre canción de Figueroa Sale la aurora, mutilada, debido a su sensualismo, por el celo inquisitorial en la edición primera de Tribaldos, con Gálvez Montalvo, pero, sobre todo, con Miguel de Cervantes. De ahí que lo inmortalice y lo celebre en la citada Galatea y de modo especial en calidad de poeta de “experiencia y de agudeza de ingenio” (octavas finales del “Canto de Calíope”). Desde los documentos que figuran en el Archivo General de Simancas (legajos relativos a Contadurías Generales y Residencias), más los escasos conservados en el Archivo de Protocolos de Madrid (protocolos 368 y 611), se puede seguir su biografía, marcada hasta 1567 por una etapa cortesana sosegada, con un intervalo de dos años (1563-1564) transcurridos en Alcalá acompañando al príncipe Carlos en su enfermedad y a cuya muerte le dedicará la elegía funeral “Si el amor al pasar del río Leteo”. En 1566 se ausentó de la Corte al entrar al servicio del conde de Benavente, virrey de Valencia (Archivo General de Simancas, Contadurías Generales, leg. 3010), con motivo del problema morisco que el Monarca intentó combatir con firmeza. Su regreso a la Corte significó de nuevo un tiempo de tranquilidad (1570-1578). En 1575 Figueroa se casó en su ciudad natal con María de Vargas, quizás emparentada con Francisco de Vargas, el que había sido embajador de Felipe II en Roma. Sin embargo, la paz familiar se vio interrumpida tres años después por una dura misión en Flandes junto al duque de Terranova, para asistir a la Junta de Colonia (mayo de 1579), convocada por el monarca español con la intención de lograr un entendimiento entre los dominios de Flandes y el poder central, y al Consejo reunido por el príncipe de Parma que ordenó el sangriento ataque a la asediada ciudad holandesa de Maastricht. Dos cartas dirigidas por Figueroa a Gabriel de Zayas (Archivo General de Simancas, legs. 381 y 581) descubren el desasosiego del poeta y su deseo por regresar a la patria. Pero aún tuvo que asistir a las masacres del asedio final a Maastricht, el 29 de junio de 1579. A la patria regresó ese mismo verano y siguió ejerciendo sus responsabilidades como continuo hasta 1585, cuando enfermó, según atestiguan los documentos de Simancas, y se retiró a Alcalá, donde posiblemente falleció en 1589.

El primer legado de la poesía de Francisco de Figueroa es un puñado de poesías que procedía de un manuscrito perteneciente al marqués de Montesclaros, de cuyo hijo fue preceptor Figueroa. Lo editó por primera vez Luis Tribaldos de Toledo, a cuyas manos y tras una extraña peripecia, según él mismo confiesa, llegó dicho manuscrito. Salió a la luz en 1625, en Lisboa, de las prensas de Pedro Craesbeeck. A cargo del mismo Tribaldos aparecieron otras ediciones: la sucesiva de 1626 (Lisboa), con nuevos poemas, y otra más tardía en Coimbra, en 1661. Las tres constituyen el cuerpo principal de la producción poética de Figueroa que se ha ido engrosando con nuevas poesías halladas en diferentes manuscritos e impresos misceláneos.

Sin embargo, no hay ningún documento autógrafo del poeta que pruebe fehacientemente la paternidad de sus poesías, por lo que el problema de las falsas atribuciones es constante. Para Tribaldos esta situación responde al hecho de que fue el propio Figueroa quien decidió destinar al fuego sus poemas.

Se trata de un tópico, pues la poesía de Figueroa, escrita fundamentalmente en su etapa italiana, disminuye sensiblemente a raíz de su dedicación al ejercicio cortesano y a sus responsabilidades burocráticas y políticas. De hecho, las más tardías, muy escasas, son más bien circunstanciales. La cuestión es que la actividad poética de Figueroa se desarrolló en un contexto cultural específico, el italiano, del que asimiló su tradición poética, respondiendo a un concepto de poesía como diálogo o entretenimiento social, sin voluntad, por tanto, de ser publicada. Una poesía que triunfaba en aquella mitad del siglo XVI bajo el signo del petrarquismo y que no significaba ya imitación de Petrarca y su Canzoniere, sino sólo una forma de expresividad lírica y unos contenidos marcados por las teorías neoplatónicas. Esto es, un petrarquismo codificado por el humanista y poeta Pietro Bembo y ejercitado por poetas relevantes de esa cronología que se proponen como modelos más actuales a través de las antologías líricas (explicándose así las fuentes de su poesía) que empezaron a difundirse con gran éxito por toda Italia a partir de 1545. Asimismo, Figueroa debió de practicar su poesía en los círculos académicos italianos donde adoptó el apodo, según era costumbre entre sus miembros, del Divino. De su participación en la actualidad poética romana ha dejado constancia en un soneto dedicado a “Una enfermedad de los ojos de Livia Colonna” (dama romana): un tema de actualidad que convocó a varios poetas italianos en 1553, hecho que podría atestiguar la presencia de Figueroa, junto a Juan de Verzosa, en la Ciudad Eterna.

Su poesía es fundamentalmente amorosa y desarrolla una historia (con todos los tópicos de alabanza de la amada, desdén amoroso, arrepentimiento...) tejida en torno al sentimiento amoroso inspirado por una dama de identidad desconocida bajo el nombre pastoril de Fili, mientras el poeta asume el de Tirsi, precisamente con el que Cervantes lo inmortaliza en su Galatea. Es también el resultado de un aprendizaje en la tradición bucólica muy en boga en Italia, sobre todo en esa línea academicista señalada. Figueroa dominaba perfectamente la lengua toscana y en ella escribió cuatro elegías alternando versos en esta lengua y en la castellana. La mayor parte de sus madrigales fueron escritos en italiano y señalan ya una inclinación manierista, por el claro sensualismo y la perfección formal de su poesía. Fue diestro, además, en el manejo de otras estrofas métricas, como el soneto, la canción, la elegía en tercetos y, en menor medida, la sextina. A la tradición italiana sumó también la hispánica, con una clara huella de Garcilaso y el cultivo de glosas.

 

Obras de ~: Ediciones impresas: Obras de Francisco de Figueroa Laureado Píndaro Español publicadas por el licenciado Luis Tribaldos de Toledo, Lisboa, por Pedro Craesbeeck, impresor del Rey Nuestro Señor, Lisboa, 1625 (Lisboa, por Pedro Craesbeeck, impresor del Rey Nuestro Señor, 1626; Coimbra, en la oficina de Tomé Carvalho, impresor de la Universidad, 1661); Poesías de Francisco de Figueroa, llamado El Divino, por D. Ramón Fernández (seud. del padre Estala), Madrid, Imprenta Real, 1785 (Madrid, Imprenta Real, 1804; ed. de A. González Palencia, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1943); Ocio Manso del Alma. Poesías Líricas de Francisco de Figueroa “El Divino”, [Santiago de Chile], Cruz del Sur, 1943 (col. La Fuente Escondida); Francisco de Figueroa. Poesía, ed. de M. López Suárez, Madrid, Cátedra, 1989.

Manuscritos principales: Biblioteca Brancroft (Universidad de Berkeley), procedentes del Fondo Fernán Núñez, códices: 91 (C29-C2); 96 (C29-C1); 224 (C29-C1) (este último misceláneo). Los folios 30 al 69 contienen las poesías de Figueroa y se trata de un conjunto individual. Se señala que fue copiado de un original perteneciente al marqués de Montesclaros.

Otros manuscritos misceláneos: Biblioteca Nacional de España (BNE), signs. mss/2621, fols. 86 y 86v.; mss/2973; mss/3888; mss/3915; mss/3968; mss/3985; mss/4256; mss/4271; mss/8486 y mss/17951, fol. 348 (“Bien puede la fortuna de mi vida”) (atrib.); Real Biblioteca (Palacio Real de Madrid), Cartapacio de Francisco Morán de la Estrella, ms. 531, Poesías Varias, ms. 617 y Poesías Varias, ts. IV-V, mss. 1580 y 1581; Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Varias poesías sagradas y profanas y algunas de autores conocidos, ms. 9-24-4-5880; Biblioteca de Bartolomé March, Varias poesías manuscritas, ms. 23-4-1.

 

Bibl.: M. Portilla, Historia de Cómpluto, vulgarmente, Alcalá de Santiuste, y ahora de Henares, t. I, Alcalá, J. Espartosa, impresor de la Universidad, 1725; Memorial Literario, Instructivo y Curioso de la Corte de Madrid (Imprenta Real), t. VII, n.º XXVII (marzo de 1786), págs. 361-373; M. Fernández de Navarrete, “Carta de Francisco de Figueroa al maestro Ambrosio de Morales sobre el hablar y pronunciar de la lengua española” y “Apuntamientos de Ambrosio de Morales para la contestación a la carta de Francisco de Figueroa”, en Memorias de la Real Academia Española (RAE), t. VIII, Madrid, 1902, págs. 285-192; J. P. Wickersham Crawford, “Notes on three sonnets attributed to Francisco de Figueroa”, en Modern Language Review, vol. II, n.º 3 (Apr., 1907), págs. 223-227; C. Michäelis de Vasconcellos, “Investigaçoes sobre sonetos e sonetistas portugueses e castelhanos”, en Revue Hispanique (Paris), XXII (1910), págs. 409-614; R. Foulché-Delbosc, “327 sonnets”, en Revue Hispanique (Paris), t. XXV, n.º 67 (1911), págs. 317-344; E. Mele y A. González Palencia, “Sonetti spagnoli tradotti in italiano”, en Bulletin Hispanique, XVI (1914), págs. 448-457; R. Menéndez Pidal, “Observaciones sobre las poesías de Francisco de Figueroa (con varias composiciones inéditas)”, en Boletín de la RAE (Madrid), t. II, cuad. VIII (junio de 1915) y cuad. IX (octubre de 1915), págs. 302-340 y págs. 458-496, respect.; N. Alonso Cortés, Casos cervantinos que tocan a Valladolid, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1916; A. Lacalle Fernández, “Varias composiciones inéditas de Francisco de Figueroa, el Divino, precedidas de un estudio bio-bibliográfico”, en Revista Crítica Hispanoamericana (Madrid), t. V (1919), págs. 122-168; J. P. Wickersham Crawford, “The Source of a Pastoral Eglogue attributed to Francisco de Figueroa”, en Modern Language Notes (Baltimore), XXXV (1920), págs. 438-439; R. Schevill, “Laynez, Figueroa and Cervantes”, en VV. AA., Homenaje ofrecido a Menéndez Pidal: Miscelánea de estudios lingüísticos, literarios e históricos, vol. I, Madrid, Hernando, 1925, págs. 425-441; J. Guillén, “La poesía de Francisco de Figueroa”, en Revista Cubana, XIV (1940), págs. 100-109; E. Mele y A. González Palencia, “Notas sobre Francisco de Figueroa”, en Revista de Filología Española (Madrid), t. XXV (julioseptiembre de 1941), págs. 333-382; J. Verzosa, Epístolas de Juan de Verzosa, ed. de J. López de Toro, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1945, págs.15- 16; L. Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, ts. II, III y IV, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1949-1952; R. Menéndez Pidal et al., Archivo Documental Español, I. Negociaciones con Francia (1559-1560), Madrid, Real Academia de la Historia, 1950, págs. 150-152 (doc. 64, carta de Perrenot a Felipe II, Blois, 10 de enero de 1560) y págs. 152-162 (doc. 65, carta de Perrenot a Felipe II, Blois, 17 de enero de 1560); J. B. Avalle-Arce, “Figueroa ‘el Divino’”, en Modern Language Notes (Baltimore Hopkins Press), vol. LXXI (1956), págs. 439-441; J. Entrambasaguas, “Un texto desconocido de Francisco de Figueroa”, en Miscelánea Erudita, suplemento de la Revista Bibliográfica y Documental (Madrid), XVI (1957), págs. 47-50; J. Fucilla, Estudios sobre el petrarquismo en España, CSIC, 1960, págs. 105-118; A. Miró Quesada, El primer virrey-poeta en América (Don Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros), Madrid, Gredos, 1962, págs. 16-20; A. Blanco Sánchez, “Figueroa y los Mesa”, en Entre Fray Luis y Quevedo. En Busca de Francisco de la Torre, Salamanca, Atlas, 1982, págs. 302-317; A. Prieto, La poesía española del siglo XVI, Madrid, Cátedra, 1984, págs. 233-262; M. López Suárez, “Presencia cavalcantiana en dos sonetos de Francisco de Figueroa”, en Dicenda. Cuadernos de Filología Española (Universidad Complutense, Madrid), 4 (1985), págs. 86-104; J. L. Gotor, “Apuntes para una edición de Francisco de Figueroa”, en L. López Grigera y A. Redondo (eds.), Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1988, págs. 225-242; C. Maurer, Obra y vida de Francisco de Figueroa, Madrid, Istmo, 1988; M. López Suárez, “La pratica del madrigale nel petrarchismo spagnolo”, en Esperienze Letterarie (Istituti Poligrafici Internazionali, Pisa- Roma), vol. XXIX, n.º 4 (2004), págs. 16-23.

 

Mercedes López Suárez

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