Castillo, Hernando del. Granada, c. 1529 – Madrid, 29.III.1593. Dominico (OP), predicador real, teólogo, historiador, consejero de Felipe II e historiador.
Nació en Granada hacia 1529. El 17 de septiembre de 1544 vistió el hábito de Santo Domingo en el Convento de San Pablo de Valladolid. Allí mismo profesará, un día y un año más tarde, ante el maestro fray Juan Manuel, prior del convento y gran predicador.
Inmediatamente comenzó sus estudios de Artes y Teología en el convento indicado, descubriéndose desde el principio su capacidad intelectual y la afición al púlpito. Recién ordenado sacerdote le enviaron al convento de Logroño. Allí se ocupó, los sábados por la tarde, de enseñar casos de conciencia. Viendo sus dotes, fray Bartolomé de Carranza decidió enviarle al célebre Colegio de San Gregorio de Valladolid: el 17 de octubre de 1554 juró los estatutos del susodicho colegio e inmediatamente comenzó los estudios complementarios, que conformaban el currículum filosófico- teológico de aquella entidad. Durante esos cursos, las salidas del colegial eran muy esporádicas, dedicando todo el tiempo a ejercicios, lecciones, conferencias y otros actos escolásticos. Tal era la exigencia que, el mismo rezo coral, era abreviado para que no perdiera fuerza el estudio.
No completó los ocho años de formación, pues los superiores de San Pablo decidieron encomendarle la cátedra de Artes (Filosofía). Completado el curso de Artes comenzó a ocuparse de Teología. La Orden reconocería pronto su suficiencia intelectual otorgándole el título de presentado (Capítulo General de Aviñón, 1562) y maestro en Teología (Capítulo General de Barcelona, 1584).
En 1562 dejó muestras de su elocuencia en la capilla real de Juana, regente de España, en nombre de su hermano Felipe II. La princesa encargó unos sermones a fray Tomás de Xuara, quien al estar comprometido para otros sermones en la catedral de Valladolid, encargó los mismos a fray Hernando. Predicó con tanta valentía y aplauso, que la princesa le encargó algunos sermones más. De ese modo, comenzó a conjugar sus lecciones de Teología y prédicas en la capilla real de Palacio. La fama alcanzada hizo que al año siguiente lo llamaran de la Corte de Madrid para predicar la Cuaresma de 1563. Así se inició una larga serie de cuaresmas en las que el dominico fue alcanzando enorme fama y crédito.
En 1564, quizá para vencer las tentaciones del aplauso y fama, el fraile decidió aumentar la rigidez de su vida religiosa. Aunque podía excusarse de predicar, por su ocupación en la cátedra, aunaba ambas actividades en una rígida observancia: se levantaba a media noche para los maitines; después de una larga oración, solía descansar un rato sobre la cama; al despuntar el día celebraba la eucaristía y luego comenzaba su tiempo de estudio. De siete a ocho de la mañana tenía clase de Teología y a las diez predicaba.
Sin desatender el régimen conventual, aunó ambas actividades desde 1564 hasta 1568.
A mediados de 1568 fue nombrado regente del Colegio de San Gregorio. Y allí le encontraron para que atendiera espiritualmente a Flores de Montmorency, barón de Montigny, prisionero en Simancas y condenado a muerte por solidaridad con los rebeldes flamencos.
La noche del 16 de octubre de 1568 asistió al condenado en sus últimos momentos.
Estando en San Gregorio fue elegido para el priorato del convento de San Andrés de Medina de Rioseco, pero antes de que saliese para su nuevo destino, Felipe II y el Consejo de Inquisición escribieron a los frailes reunidos en el Capítulo de Palencia, solicitando enviasen a Madrid a fray Hernando “porque convenía assí al servicio de Dios y del Rey, exonerándole de qualquiera otra ocupación en que estuviesse”.
El provincial, fray Pedro Fernández, atiende la petición real y asigna a fray Hernando al convento de Nuestra Señora de Atocha, del que pronto será prior. En Madrid se relacionará con las personalidades más destacadas de la Corte (Antonio Pérez, los príncipes de Éboli, Chaves, etc.) pero no se convertirá en un cortesano más: Nicolás Antonio pondera la austeridad extraordinaria de su vida ejemplar. Supo ganarse la estimación de Santa Teresa, cuyas obras vio y aprobó como calificador del Santo Oficio; visitó la fundación de carmelitas de Pastrana, donde formó una óptima opinión de la reforma carmelitana, convirtiéndose en su valedor ante Felipe II y en defensor y árbitro en los complejos problemas creados por la princesa de Éboli.
A partir de 1571 los ruidosos procesos de Gaspar Grajal y fray Luis de León le dieron no poco trabajo.
Su nombre encabeza la lista de calificadores; y en los informes escritos de su mano se aprecia una enorme erudición y sensatez. En 1575 es nombrado calificador del Consejo y viaja a Valladolid para realizar un catálogo de libros prohibidos (Carta del Consejo a los Inquisidores de Valladolid, de 3 de abril de 1576).
La gran estima en que le tenía Felipe II, que le trataba como consejero en los negocios más arduos (era frase repetida en la Corte: “consultaréis al prior de Atocha, que es hombre de mucho consejo”), otorgaba a fray Hernando la posibilidad de dirigirse directamente al Monarca, incluso para afearle las actuaciones políticas poco cristianas. Todos los cronistas de la época concuerdan en afirmar que este fraile era un hombre sensato y sin rastro de adulador. Alaba o censura al Rey a tenor de sus actuaciones, sabiendo “ser justo cuando casi nadie lo era”. Así lo demuestra la carta que dirige a Felipe II el 15 de junio de 1574, criticando su actuación en la desamortización de los bienes eclesiásticos.
Sus dotes intelectuales y su honradez y perspicacia para afrontar las situaciones más complicadas movieron a Felipe II a enviarlo en 1578 a Portugal con la difícil misión de preparar el ánimo de Enrique, el rey cardenal, a favor de su sobrino Felipe II, que aspiraba legítimamente a heredar la Corona portuguesa. Luis Cabrera de Córdoba ha transmitido el texto de los dos memoriales que el dominico presentó a Enrique.
Su gestión, aunque fracasó en el fin pretendido, contribuyó a clarear posiciones y aportó valiosos informes a la Corte española.
El Rey no debió de quedar descontento de los esfuerzos del dominico. A su regreso, le nombra preceptor del infante Fernando, si bien la temprana muerte del príncipe le libró pronto de ese empeño. Formará parte de la junta convocada por el Monarca español para decidir sobre su intervención armada en Portugal. A finales de 1580 fray Hernando se encuentra reprochando en Madrid al confesor del Rey, el padre Chaves, por haber absuelto al Rey después de las injustas persecuciones que había ordenado contra Escobedo y Antonio Pérez. Quizá debido a estos acontecimientos y un tanto hastiado de la vida cortesana, escribe por dos veces al Rey (diciembre de 1580 y enero de 1581), que por entonces estaba en Portugal, pidiéndole permiso para retirarse a su convento de Valladolid. El Rey le contesta el 30 de marzo de 1581, otorgándole con renuencia el permiso y dejándole entrever que en cuanto necesite de sus consejos le hará volver a la Corte, de donde sigue siendo predicador.
Ese mismo año acepta el cargo de prior de San Pablo y el encargo de su provincial para escribir la Historia general de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores.
Está enfermo. El hígado y las piedras en el riñón fueron minando su naturaleza pero no disminuyeron su actividad: es prior del convento de San Pablo; ocupado en la cátedra de Teología; asiduo al púlpito; ayudando con sus informes a la Inquisición; consultado constantemente por el Monarca en materias de religión y estado, a las que el fraile no sabía negarse. Con todo esto no se puede saber de dónde sacó el tiempo para escribir las dos partes de su Historia (más tarde continuada por el ilustre fray Juan López, obispo de Monópoli), quizá no muy fiable en los datos del pasado más lejano, pero que mereció que la Real Academia Española le inscribiera en el Catálogo de Autoridades de la Lengua Castellana.
La licencia del Rey indicaba que su retiro en Valladolid estaría supeditado a la necesidad de España, de modo que tendrá que abandonar su celda y pasar largos períodos en Madrid. El 20 de febrero de 1582 firma un informe sobre las dieciséis proposiciones de la relación de fray Juan de Santa Cruz y el pensamiento de algunos jesuitas en la materia de auxiliis.
Volverá a Valladolid, en donde se encontraba en 1591 nombrado rector del Colegio de San Gregorio, pero siempre atado a la Corte y sin cejar en su exigente vida ascética.
Con la edad se agravaron sus males, viéndose continuamente postrado en cama, de la que se levantaba para atender los encargos reales. El 25 de marzo de 1593, para dar gusto al anciano rey Felipe que deseaba escuchar otro sermón sobre el misterio de la encarnación, fray Hernando abandonó su lecho para predicar ante el Rey. El esfuerzo realizado terminó con sus últimas fuerzas y en pocos días le sobrevino la muerte. Ocurrió en el convento de Nuestra Señora de Atocha el 29 de marzo de 1593. En su sepultura se puede leer: “Frater Ferninandus Castillo, Philippi secundi Hispaniarum Regis Praedicator, intellectu praestans, consilio rarus, sermone praeclarus, atque Ecclesiae et Religiones propugnaculum. Obiit anno 1593, Martii 29.” Obras de ~: Historia de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores. Primera y Segunda parte, Madrid, 1584; Valladolid, 1592 (reeds., Valladolid, 1612).
Bibl.: A. Herrera, Historia general del mundo […] del tiempo del señor rey don Felipe II […], vols. II-III, Valladolid, Juan Godiner de Millis, 1606; J. López, Historia general de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores, vol. IV, Valladolid, Francisco Fernández de Cordoua, 1615; L. Cabrera de Córdoba, Felipe II, rey de España, vol. III, Madrid, Luis Sánchez, 1619; A. Pérez, Las obras y relaciones de A. Pérez, secretario de Estado de Felipe II, Ginebra, Samuel de Tournes, 1676; Reichert y Frühwirth, “Acta Capitulorum Generalium Ordinis Praedicatorum (ann. 1558-1600)”, en Monumenta Ordinis Praedicatorum Historica, vol. X, Roma, Extypographia Polyglotta SC de Propagada Fide, 1901; V. Beltrán de Heredia, “El Maestro fray Domingo Báñez y la Inquisición española”, en Ciencia Tomista, 38 (1928), págs. 43 y 56-57; G. Arriaga y M. Hoyos, Historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid, vol. II, Valladolid, Tipografía Cuesta, 1928-1940; L. Fernández y Fernández de Retana, “España en tiempo de Felipe II (1556-1598)”, en R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, XIX/1, Madrid, Taller Tipográfico Espasa Calpe, 1958; N. López Martínez, La desamortización de bienes eclesiásticos en 1574, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1962.
Miguel Ángel Medina Escudero, OP