Oquendo, Miguel de. San Sebastián (Guipúzcoa), p. t. s. XVI – 1-2.II.1588. Marino, militar general.
Nacido en San Sebastián en la casa Manteo al pie del monte Ulía, perteneció a una saga de hombres de mar de al menos cinco generaciones. Consta que embarcó en una nao del donostiarra Sanjust ya en 1538, lo que obliga a desechar el año 1534 que algunos dan como fecha de su nacimiento. Durante varias décadas su actividad en el mar fue la de comerciante y transportista, con socios en Sevilla y Cádiz y viajes a América. En 1556 estaba presente en La Habana y San Juan de Ulúa en la Armada de Menéndez de Avilés y al año siguiente era procesado por contrabando. En 1562 era maestre de la Almiranta de la Armada de Antonio de Aguayo en Veracruz y en 1563 se casó con María de Zandategui, hija del licenciado Zandategui, preboste de San Sebastián y jurisconsulto, quien años más tarde (1583) elaboró, por encargo de las Juntas Generales de Guipúzcoa, una completa Recopilación de los fueros, que quedó inédita (editada en San Sebastián en 1983). La provincia le nombró, entre otros, representante para la recepción de Isabel de Valois, esposa de Felipe II, honor que declinó por forzada ausencia. No aparece en el padrón donostiarra de 1565. A partir de 1567 nacieron sus hijos: Isabel, María, Miguel, Francisco, Juana y Antonio, el futuro almirante. Aportó al matrimonio una dote de 18.000 ducados y sus propiedades fueron consolidándose: juros, casas, viñedos, huertas, sin contar las ventas de barcos propios en Sevilla y la fabricación de nuevos. Sus servicios a la Corona comenzaron por el socorro a Orán (1575) con una armada guipuzcoana de diez naves y al servicio de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que luego le distinguió con su estima. En 1577 fue alcalde de San Sebastián, tras ganar pleito de hidalguía en 1573. Encargado de las levas de marinos guipuzcoanos se vio enfrentado con el alcalde Juan López de Aguirre y otros ediles, a los que encarceló el corregidor y capitán general García de Arce.
Sus dos acciones bélicas más notables tuvieron lugar en 1582 y 1583, y están relacionadas con la resistencia de Antonio, prior de Crato, a la sucesión de Felipe II a la Corona de Portugal (1580). Huido de Oporto, don Antonio se refugió en la Corte de París, donde se preparó una poderosa armada mandada por Felipe Strozzi, pariente de la reina Catalina de Médicis, que ocupó la isla de San Miguel. Álvaro de Bazán organizó en Portugal una poderosa armada para la que el Rey recabó la ayuda de Guipúzcoa y ésta aprestó una armada de diez naves, mandada por Oquendo. Éste rindió en memorable combate al conde Brissac arrebatándole seis banderas y un fanal grande que posteriormente trajo a su casa de San Sebastián. El triunfo le mereció a Oquendo el título de caballero de Santiago (1582). En el curso de las probanzas, los procesados por García de Arce con el licenciado Aguirre a la cabeza se vengaron de Oquendo, aireando tachas que hacían inviable tal dignidad, como la de que Oquendo de niño había sido pastor de ovejas en el monte Ulía, y más tarde calafate y por fin comerciante. Tal ataque —fundado—provocó la reacción de otros donostiarras, que rechazaron la validez de tales criterios en la propia sociedad, ensalzando el valor del trabajo manual. El Rey solicitó la dispensa pontificia de las tachas y Gregorio XIII la otorgó (26 de octubre de 1584).
La segunda acción bélica importante fue la reconquista de la Isla Tercera (Azores). Bajo el mando de Álvaro de Bazán, Oquendo tomó parte brillante en ella al frente de la Armada de Guipúzcoa y sus catorce naves, reconquistando la capital, Angra, si bien con pérdidas de hombres y naves. Los elogios de Bazán al comportamiento de Oquendo y sus naves le acreditaron como figura importante, con la que contó de nuevo para la preparación de la jornada de Inglaterra, diseñada ya desde 1586, conocida en historia como la de la Armada Invencible. Durante los preparativos de la misma murió Álvaro de Bazán. Y si bien los dos marinos emergentes eran Oquendo y Recalde, fue el duque de Medina Sidonia el nombrado para la empresa. En el conglomerado de escuadras que formaron la Gran Armada (Portugal, Andalucía, Levante, Vizcaya, Guipúzcoa, etc.) ocupó con honor su puesto, la de Guipúzcoa comandada por Miguel de Oquendo, compuesta de catorce naves. Acaso éste sea el lugar de corregir un error común e inveterado: en relaciones de la época sobre la composición de la Armada total comparecen las de Vizcaya y Guipúzcoa, interpretándose la primera como propia de la actual provincia de Vizcaya. Tal denominación tenía entonces el sentido genérico usual en la época en que vizcaíno y Vizcaya se refería a lo vasco. Guipúzcoa protestó ante el Monarca de la confusión originada por tal denominación. En efecto, nueve de las grandes naos de la llamada Escuadra de Vizcaya eran guipuzcoanas (de Deva, Rentería, San Sebastián, etc.), y ello significaba que la más pequeña provincia aprestó prácticamente dos Escuadras, esto es, una quinta parte de toda la Armada.
La Escuadra de Guipúzcoa, al mando del general Miguel de Oquendo, se componía de catorce naves. La capitana Santa Ana, propiedad de Oquendo de 1200 toneladas, sólo conocía una de mayor tonelaje, La Ragazona; la almirante Santa María de la Rosa de 945 toneladas, seguida de otras de menor porte, y de una urca y dos pataches. Entre todas llevaban setecientos quince marineros y mil ochocientos veintiún soldados. Tras embocar el Canal de La Mancha, Oquendo y Recalde fueron partidarios de atacar a la Armada inglesa, encerrada en Plymouth, mas Medina Sidonia, fiel a la consigna recibida, decidió no pelear sino proseguir para empalmar con Farnesio en Flandes y transportar sus tropas para la invasión de Inglaterra. Oquendo perdió la San Salvador, incendiada por descuido o a traición. La travesía del canal fue penosa, hostigados por la Armada inglesa de más movilidad y mejor artillería, que evitó la práctica hispana del abordaje. Fracasada la operación de enlace proyectada, la Armada se adentró en el Mar del Norte y bordeó Escocia y las costas de Irlanda en medio de fuertes temporales, tornando a la deshilada a los puertos de Galicia, Santander y San Sebastián (Pasajes).
A él llegó, humillado y enfermo, Miguel de Oquendo, el 23 de septiembre de 1588. Al día siguiente, firmó de su mano una carta a Felipe II digna de ser recordada: “Mis dos naves juntamente con otras se entraron ayer en el puerto del Pasaje. La mayor e yo venimos tales, que sabe Dios cómo hemos llegado acá. Y o he llegado muy enfermo y lo estoy. Y en caso que escape de ésta, no me mande V. Md. salir de mi casa, que ni tengo fuerzas ni esfuerzo y me sobran años. Si para en quenta de lo que he de haber por ella y por mí me quiere mandar librar lo que fuere servido, haréla adrezar. Y si V. Md. las despide y no me socorre, habrán de perecer donde están. El Duque [de Medina Sidonia] no sé adonde ha aportado, ni tampoco hay nueva de la Almiranta ‘Santa María de la Rosa’. Entiéndese que arribó sobre Escocia. No sabemos más de ella. De mí no digo nada más sino que estoy el más empeñado caballero que V. Md. Y si no se remedia esto para remediar mis naves, todo se acaba”.
Oquendo ignoraba que la Santa María de la Rosa, la almiranta, había perecido con todos sus hombres en los acantilados de Irlanda. Su capitana Santa Ana, maltrecha, saltó por los aires el 24 de octubre ya en Pasajes, al reventar su santabárbara por un descuido, sembrando la bahía de cadáveres. Algunos han creído que murió en este accidente. Cuatro días después de la anterior carta al Rey, le mandaba aún otra, ya moribundo, que escribió y firmó en su nombre su secretario Juan de Olazábal: “Y a mí no me olvide pues en servirle ninguno me hace ventaja”. El 5 de octubre, desde Santander, se daba cuenta de su muerte. Casi con toda seguridad Oquendo murió en su casa donostiarra el 1 o 2 de octubre.
Tras su muerte y por orden del Rey, el corregidor Mandojana hizo una evaluación, puerto por puerto, de los marinos guipuzcoanos muertos en aquella infausta jornada. Con nombre y apellido, oficio, nave en la que servía viuda y huérfanos que dejaban, figuran más de cuatrocientos muertos. Solamente de San Sebastián aparecen ciento veintiocho y figuran con decenas de muertos Deva, Pasajes, Irún, Rentería, Tolosa, etc. Hay un detalle que parece relevante: más de la mitad de los muertos sucumbió en Lisboa, antes de partir, de “modorra” o tifus exantemático, lo mismo que el propio Oquendo meses más tarde (tabardillo). Otros muchos murieron de meros accidentes —fuego por descuido en la San Salvador, o contra los acantilados de Irlanda, víctimas de la furia del mar—. Solamente un diez por ciento pereció en batalla. Si tales porcentajes son extrapolables, dan una idea cabal de lo que fue un desastre más que una derrota naval.
Bibl.: I. de Arzamendi, D. Antonio de Oquendo, San Sebastián, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1981, págs. 15-111; J. I. Tellechea Idígoras, Otra cara de la Invencible. La participación vasca, San Sebastián, Grupo Dr. Camino de Historia Donostiarra, 1988; VV. AA., Diccionario enciclopédico vasco, t. XXXIV, San Sebastián, Editorial Auñamendi, 1992, págs. 183-184.
José Ignacio Tellechea Idígoras