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Pedro Luis Farnesio

Biografía

Farnesio, Pedro Luis. Duque de Parma (I). Roma (Italia), 1490 – Piacenza (Italia), 17.IX.1547. Príncipe, político.

Hijo natural de Alejandro Farnesio, quien subió al solio pontificio en octubre de 1534 con el nombre de Paulo III rebasando en cuestión de nepotismo todo lo conocido hasta entonces en aras del engrandecimiento definitivo de su casa. Pedro Luis Farnesio había casado en 1513 con Girolana Orsini, y fue enviado por su padre en reiteradas ocasiones en misión de paz antes de que se produjera su primer encuentro con el Emperador en Roma en 1536. En 1537 fue nombrado por su padre conde de Rouciglione.

Cuando en 1538 se abrió la crisis previa a la tercera guerra entre Carlos V y Francisco I y Paulo III se decidió a intervenir de forma personal y directa en las entrevistas de Niza para tratar de poner paz entre ambos contrincantes, las conversaciones entre el Papa y el Emperador se centraron por entonces en la celebración del Concilio y en el futuro de la Santa Liga firmada contra el Turco por España, Roma y Venecia, y se sellaron con provechosos beneficios para los Farnesio concretados en la concertación del matrimonio de Margarita (futura Margarita de Parma), la hija natural de Carlos V nacida en 1522 y legitimada en 1529, con Octavio Farnesio, conde de Camerino, nieto de Paulo III, e hijo de Pedro Luis de Farnesio, que contaba con trece años de edad, y la cesión del marquesado de Novara con todos sus dominios y 20.000 ducados de renta a favor del propio Pedro Luis, sin que por ello se lograra que el Papa se decantara de manera clara y definitiva por Carlos V frente a Francisco I.

Dentro de Italia, la posición de los Farnesio llegó a ser peligrosa para el propio Emperador, pues en ninguna de las provincias italianas dominadas por él o sobre las que ejercía influencia, como Milán, Nápoles, Florencia, etc., se había podido establecer gobierno sin violencia, ya que, a pesar de su estrecha relación con el Emperador, los Farnesio no dejaron de entenderse con los grupos disidentes que seguían siendo poderosos por la importancia de sus jefes, de sus riquezas o de sus partidarios, de manera que, en cierto aspecto, el Emperador y el Papa se enfrentaban como jefes de dos facciones opuestas (de hecho existía aún un partido de gibelinos y otro de güelfos).

En este plano destacó principalmente Pedro Luis Farnesio, quien tenía en sus manos todos los hilos de la trama secreta y de la oposición al Emperador en Italia.

No sólo conoció la acción de Fiesco en Génova, sino que auxilió, al violento caudillo de los emigrados florentinos en un momento de peligro en su fracasado ataque a Milán. En 1543, cuando Carlos V llegó a Génova, recibió una embajada de Paulo III que le ofrecía 100.000 ducados destinados a la guerra contra el Turco, quería con ello atraerse al Emperador para que se mostrara benévolo con un proyecto de tan marcado nepotismo a favor de su hijo Pedro Luis, como era la cesión en su favor del Milanesado a cambio de dos millones de ducados y la conservación de los puntos fuertes de este territorio. Se trataba para el Emperador de una negociación avalada por el matrimonio de su hija con el Farnesio, pero entrañaba una decisión delicada que no quería tomar sin antes oír la opinión de sus hermanos Fernando y Margarita, y de su hijo Felipe. La entrevista entre Paulo III y Carlos V para este asunto se celebró en Busetto y de ella salió el Emperador con la amarga certeza de que, aunque él se planteara seriamente la cesión del Milanesado a cambio de una cantidad de dinero que tanto necesitaba, el Papa no le asistiría frente a los turcos, pues con ellos llevaba una negociación secreta, precisamente a través de su hijo Pedro Luis.

En 1545, el embarazo de Margarita de Parma inclinó de nuevo a los Farnesio hacia Carlos V. El cardenal Alejandro Farnesio, hermano de Pedro Luis, fue a buscarlo a Worms como embajador de Paulo III y trató allí de justificar la conducta de la familia Farnesio prometiendo, antes de pasar a los asuntos importantes que allí se trataron, que en lo sucesivo serían servidores obedientes de Su Majestad. Luego se pusieron de acuerdo sobre la guerra de los protestantes y sobre el Concilio, que por fin se iniciaría al año siguiente y en la alianza del Emperador y el Papa para aniquilar a la Liga de Esmalkalda. Pero poco tiempo después se enfrentaban de nuevo las facciones italianas agrupándose, de un lado, los gobernadores de Milán y Nápoles, los Médicis en Florencia, los Doria en Génova; de otro lado, el Papa y los Farnesio, los emigrados y descontentos, un nuevo partido creado por los Orsini y los partidarios de los franceses y, como centro de todos ellos, Diego Hurtado de Mendoza, embajador del Emperador en Roma, que disponía de numerosos partidarios gibelinos. La situación se polarizó en torno a la celebración del sínodo conciliar, reunido en Trento y formado por partidarios de las tesis propugnadas por Carlos V, dirigidas principalmente a introducir grandes reformas en la Iglesia, y por quienes apoyaban al Papa en su interés de tratar allí únicamente los problemas derivados de la disidencia protestante.

El Concilio se interrumpió por el abandono de la mayoría de sus miembros, que marcharon a Bolonia a instancias del Papa, permaneciendo en Trento únicamente los que estaban claramente a favor de las propuestas del Emperador. El odio con que se miraban ambos bandos estalló por fin violentamente por la cuestión de Parma y Piacenza, plazas ganadas por el Papa gracias a su estrecha relación familiar con el Emperador, en calidad de ducado enfeudado a la sede apostólica, para su hijo Pedro Luis, devolviendo a la Iglesia como compensación los puestos fronterizos de Camerino y Napi. Esta operación, que convertía a Pedro Luis Farnesio en I duque de Parma y Piacenza, no gustó a muchos cardenales, ni tampoco al Emperador, que por lo menos hubiera deseado que el ducado se transfiriese a su yerno Octavio y no a su padre. El Papa contestó a esto que la solución adoptada era lo que prefirieron los cardenales y que Pedro Luis “había de vivir tan poco como mostraba su indisposición”.

Dejó el Emperador pasar el hecho porque en ese momento necesitaba el apoyo del Papa, pero nunca consintió en él, pues conocía demasiado bien a Pedro Luis Farnesio, a quien, ya convertido en un odioso enemigo abierto, habían ido a parar la mayor parte de las ganancias que el Papa había obtenido de sus negociaciones políticas, resultando ser el verdadero favorecido de la fortuna, pues ya acumulaba títulos y prebendas gracias al nepotismo de su padre, cuando en el mismo año de 1545 fuera hecho gonfaloniero y capitán general de la Iglesia.

El condado de Piacenza no era del Papa y, por tanto, lo dio a su hijo fraudulentamente basándose en que tenía autoridad para hacer lo que quisiese con el patrimonio de la Iglesia. Esta teoría fue rebatida por buena parte de canonistas y de juristas imperiales —particularmente milaneses— que afirmaron que el estado de Piacenza era patrimonio del ducado de Milán y que había sido empeñado por una escasa cantidad de dinero. Ante ello Pedro Luis de Farnesio había procurado obtener un mejor título del Emperador, pero éste nunca se lo quiso dar por ser contra derecho, aun siendo consuegro suyo y estar teóricamente a su servicio.

Alegaba Farnesio que no hay un mejor derecho que la posesión, pero al mismo tiempo urdía con su padre una alianza con Barbarroja contra al Emperador.

Además de ser nombrado tiránicamente, gobernó como tirano, pues era un príncipe de la estirpe de mano dura de la época que trató de someter a la nobleza, siendo por ello asesinado el 17 de septiembre de 1547 por unos gibelinos agraviados por sus violencias conjurados en Piacenza. Todo el mundo creyó entonces que el gobernador de Milán, Ferrante Gonzaga, había tomado parte en el asesinato, y también se aseguraba que el Emperador tuvo conocimiento de lo que se tramaba. Lo cierto es que las tropas carolinas se apresuraron a tomar Piacenza haciendo valer los derechos del Imperio sobre los de la ciudad, y también como réplica por la defección del Papa en la guerra contra la Liga de Esmalkalda. Se desató por esta causa un odio profundo entre los dos partidos y no era posible pensar en la conciliación, ni siquiera a través de la mediación de la hija del Emperador, convertida ya en Margarita de Parma, quien no se encontraba a gusto entre los Farnesio, pues despreciaba a su marido. El Papa, atacado en su dignidad, ofendida su sangre y despojado de las posesiones más preciadas de su patrimonio, desarrolló una violenta enemistad contra el Emperador y entró en estrecha alianza con los adversarios franceses. Aun así siguió defendiendo sus intereses y exigió el restablecimiento de la situación en el asunto de Piacenza, ante lo cual el Emperador disputó a la casa Farnesio y a la misma Iglesia el derecho sobre esa plaza esgrimiendo el concepto de investidura, según el cual el Imperio mantiene derechos soberanos frente al Papado, y no la devolvió. Con gusto se hubiera vengado el Papa, pero supo reprimir su cólera, pues temía la superioridad del Emperador y, sobre todo, su influencia en las cuestiones eclesiásticas, y la posibilidad de que el Concilio se declarara contra él.

 

Bibl.: D. Hurtado de Mendoza, “Diálogo entre Caronte y el ánima de Pedro Luis Farnesio, hijo del Papa Paulo III” (1547), en A. González Palencia y E. Mele, Vida y obras de D. Diego Hurtado de Mendoza, vol. I, Madrid, Instituto de Valencia de Don Juan, 1941-1943; L. von Ranke, Historia de los Papas en la época moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1981 (4.ª reimpr.); H. Keniston, Francisco de los Cobos. Secretario de Carlos V, trad. esp. de R. Rodríguez-Moñino Soriano, Madrid, Castalia, 1980; M. Fernández Álvarez, Carlos V, el César y el Hombre, Madrid, Espasa Calpe, Madrid, 1999.

 

Regina María Pérez Marcos

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