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Pedro de Toledo Osorio

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Biografía

Toledo Osorio, Pedro de. Marqués de Villafranca (V), duque de Ferrandina (II), príncipe de Montalvano (I). Nápoles (Italia), 27.XII.1557 – Madrid, 17.VII.1627. Gobernador de Milán, diplomático y militar.

Primogénito y sucesor de militar y político de los reinados de Felipe II y Felipe III, gobernador de Milán bajo Felipe III, hijo de García de Toledo y de Vittoria Colonna. Pedro de Toledo, V marqués de Villafranca y II duque de Ferrandina, recibió el nombre de su abuelo paterno, virrey de Nápoles, y consolidó con su dilatada trayectoria política y militar la permanencia familiar en Italia. Nacido en Nápoles el 27 de diciembre de 1557, al igual que muchos otros miembros de su linaje ingresó pronto en la Orden de Santiago, sometiéndose con doce años a las pruebas preceptivas, para ser nombrado luego comendador de Valderricote. En 1571 su padre lo mandó a Villafranca para aprender “que sus vasallos le amen”, bajo la custodia de su tía Inés Pimentel, pero se escapó para navegar en las galeras que don García mantenía a su cargo. La carrera de Pedro se orientaría por la senda militar y, en concreto, de la guerra naval en la que su padre era uno de los principales expertos. Sin embargo, su primer hecho de armas relevante tuvo como escenario las duras campañas terrestres de los Países Bajos: en 1577, cuando tenía veinte años, participó junto al virrey de Navarra, Sancho de Leiva, en la expedición de ayuda a don Juan de Austria que culminó en la batalla de Gembloux contra el conde de Bossu, el duque de Alençon y el conde palatino Juan Casimiro. A la muerte de don Juan acompañó su féretro y presidió el solemne cortejo fúnebre celebrado en Namur en 1578 junto al conde de Mansfeld y el coronel Juan Croy.

Dos años antes, su padre, García de Toledo, firmó las capitulaciones matrimoniales entre Pedro y una hija del III marqués de Mondéjar, Íñigo López Hurtado de Mendoza. Éste, que se hallaba enemistado con don Juan de Austria y el III duque de Sessa desde la guerra contra los moriscos granadinos y había renovado sus contrastes con ellos desde que fuera nombrado virrey de Nápoles en 1575, buscó el apoyo de los Toledo, tradicionalmente enfrentados tanto a Sessa como a los propios Mendoza, a través del enlace de su hija Elvira con Pedro de Toledo. Del interés de Mondéjar en la boda —celebrada en el Palacio Real de Nápoles el 7 de junio de 1576— son prueba las ventajosas condiciones alcanzadas por el novio, que recibió como dote de Elvira 55.000 ducados castellanos —20.000 de ellos en juros— mientras él contribuía con 6000 ducados en arras. Mondéjar utilizó además su amistad con el secretario real Mateo Vázquez, uno de los grandes patronos de la Corte, a quien en 1576 le agradecería el apoyo brindado para vencer los recelos de Felipe II hacia un enlace que podía minar el crédito del virrey entre los sectores de la nobleza napolitana aún resentidos contra la casa de Toledo, un riesgo que Mondéjar se apresuró a desmentir presentando como superado el antiguo odio contra el “virrey de hierro” —el abuelo del novio, Pedro Álvarez de Toledo— y proclamando las ventajas políticas que, por el contrario, podía depararle emparentar con un noble nacido en el Reino. Mondéjar favoreció a su yerno, convertido en V marqués de Villafranca tras la muerte de su padre, García de Toledo, en 1578, en los diversos contenciosos que, por cuestiones de herencia, mantenía con varios familiares, señaladamente sus tíos Marco Antonio Colonna y Luis de Toledo. En marzo de 1578 Colonna protestó por la intervención de Mondéjar en el pleito con Pedro de Toledo sobre la herencia de la madre de éste y hermana de aquel, Vittoria Colonna, lo que llevó al Consejo de Italia a emitir un informe reservándose la última palabra en los pleitos similares que en adelante pudieran producirse. Por su parte, Luis de Toledo denunció el favoritismo de Mondéjar y llevó también sus quejas hasta el Consejo de Italia en julio de 1579. El Rey recomendó actuar con prudencia y, de acuerdo con el parecer de los consejeros, ordenó que se pidiera información al virrey sobre un negocio que estaba dañando su reputación y enfrentándolo con otros destacados exponentes de la política española en Italia.

Elvira dio a Pedro de Toledo seis hijos: Antonio, que moriría niño; María de la Trinidad, que sería religiosa en el Monasterio de la Concepción de Villafranca y para la que su padre erigiría en la misma villa señorial el Convento de la Anunciada; Victoria, que casaría con el marqués de Zahara, primogénito de los duques de Arcos; García, que heredaría los títulos paternos; Fadrique, que sería I marqués de Villanueva de Valdueza, casaría con Elvira Ponce de León y alcanzaría notable relevancia como continuador de la carrera naval de su padre y abuelo, así como Pedro Gabriel.

Desde el matrimonio en 1578 entre la hermana de Pedro, Ana, con el marqués de Velada, Gómez Dávila, éste se convirtió en el principal valedor del marqués de Villafranca en la Corte, así como en el supervisor de la administración de sus estados señoriales en España, dadas las largas ausencias en Italia y en la mar a las que se vio obligado Toledo por sus oficios militares y sus intereses napolitanos. En junio de 1585 Pedro fue nombrado capitán general de las galeras del Reino de Nápoles, el cargo que había detentado su padre, así como miembro del Consejo Colateral. En 1593 el ducado de Montalbano que, junto al de Ferrandina, había heredado de su padre en el Reino de Nápoles, fue elevado a la categoría de principado, aunque siempre seguiría anteponiendo el título español de marqués de Villafranca.

En 1595 dirigió una expedición por el litoral napolitano para limpiarlo de corsarios, en el transcurso de la cual se adentró en el golfo de Lepanto y saqueó la plaza griega de Patras. Sin embargo, sus atribuciones navales le acarrearon la hostilidad del virrey Juan de Zúñiga, conde de Miranda —que en 1594 casi provocaría su destitución del mando de la flota— y, sobre todo, del sucesor de éste, Enrique de Guzmán, conde de Olivares, que en sus anteriores oficios de embajador en Roma y virrey de Sicilia ya había tenido ocasión de chocar con don Pedro. En 1596 el enfrentamiento por cuestiones protocolarias —acentuadas por la diferente interpretación de la pragmática de las cortesías de 1586 que afectaba al rango de ambos nobles en función del tratamiento— y jurisdiccionales —esencialmente por el nombramiento de los oficios de la armada— llegó hasta la Corte. Toledo apeló al apoyo del marqués de Velada, pero, a pesar de ceder frente a Olivares, tuvo que acabar dimitiendo, siendo llamado después por Felipe II para servir en las galeras de España, cuya reorganización acometería desde El Puerto de Santa María.

El acceso del duque de Lerma al poder con el inicio del reinado de Felipe III supuso un revés para don Pedro por la enemistad del valido hacia él y su cuñado el marqués de Velada. Pese a todo, en 1599 trasladó en sus galeras a Margarita de Austria desde Génova a Vinaroz y asistió a su boda con Felipe III en Valencia. Ya entonces manifestó su decepción por no concedérsele la Grandeza de España como recompensa a sus servicios —a pesar del apoyo de Velada y el confesor real fray Gaspar de Córdoba—, si bien continuó con sus misiones navales, que en 1601 le llevaron hasta las costas de Chipre al mando de las doce galeras de Nápoles y cinco de la Orden de Malta. En 1604 elevó un memorial al Rey para que se le confirmara la Grandeza que pretendía haber sido otorgada a su abuelo en 1535. Con este fin había hecho que el entonces virrey de Nápoles, conde de Lemos, encargara en octubre de 1601 una información testifical entre aquellos que aseguraban haber oído o presenciado tal nombramiento.

Sin embargo, ningún otro testimonio permite comprobar tales hechos que, por el momento, siguieron sin ser reconocidos por la Corona a pesar de la energía con la que don Pedro intentó hacer valer sus pretensiones, que en 1602 le llevaron a manifestar su descontento negándose a embarcar en Sevilla para dirigir una expedición contra los corsarios berberiscos. Por el mismo motivo se negó a aceptar un año después el cargo de gobernador de Milán, aunque aceptó finalmente encabezar una campaña contra el corsario llamado rey Cuco, retomando una actividad naval que le llevó en 1605 a apresar en el estrecho de Gibraltar once naves turcas.

El 14 de julio de 1607 Felipe II le confió el mando de todas las galeras de España, con un sueldo de 5000 ducados anuales. Uniendo sus fuerzas a las de la Escuadra de la Mar Océana, don Pedro dirigió la protección de la flota de Indias y apresó un barco holandés. Finalmente pudo alcanzar la ansiada grandeza el 5 de mayo de 1608 cuando, en Aranjuez, el Rey le mandó cubrirse en su presencia. Poco después fue nombrado embajador extraordinario en París para negociar el apoyo de Enrique IV de Francia a las tratativas de paz hispano-holandesas, entre otras razones por su condición de tío de la reina María de Médicis. De acuerdo con las instrucciones recibidas, don Pedro propuso un triple matrimonio dinástico entre los hijos de los monarcas francés y español. Sin embargo, acusado de falta de tacto en sus gestiones, en noviembre de ese año fue relevado por el embajador ordinario en París, Íñigo de Cárdenas. Esas discrepancias no impidieron que, en agradecimiento por la concesión de la grandeza, don Pedro costeara su legación francesa, lo que hizo que su patrimonio se viera gravemente afectado, teniendo que retirarse a sus estados de Villafranca tras su regreso a España en 1609. Ese mismo año el Rey le encargó la dirección de la expulsión de los moriscos —ardientemente defendida por su cuñado el marqués de Velada— desde Denia hasta Mazalquivir y otros puertos norteafricanos. En 1610, de acuerdo con el duque de Medina Sidonia, capitán general de las Costas de Andalucía, don Pedro envió sus galeras, mandadas por el marqués de San Germán, para ocupar el puerto de Larache y cegar el de la Marmora a fin de que no siguiera usándose como base corsaria. En 1611 capturó dos navíos corsarios a la salida de Málaga, hecho que alcanzaría un gran eco en su tiempo, como reflejan la felicitación del Monarca y la composición de un romance. Ese mismo año Toledo fue nombrado consejero de Estado y Guerra. Su última acción naval tuvo lugar en 1614, a las órdenes del capitán general de la Mar Océana, Juan Fajardo, con la reconquista de Larache, que tras volver a ser tomada por los moros iba a ser usada como base del corso holandés.

Los beneficios deparados por su brillante carrera militar no evitaron que los problemas económicos del V marqués de Villafranca fueran constantes a causa de la decreciente rentabilidad de sus estados, los impagos de su salario por la hacienda real, la mala inversión de la dote en juros devaluados por la gran inflación y los gastos suntuarios que le llevaron a costear festejos en sus diversas residencias, como el que organizó en su casa de Madrid en 1599 con motivo de la llegada de Margarita de Austria. El 19 de marzo de 1613 don Pedro, cuya primera mujer Elvira de Mendoza había muerto en Nápoles en septiembre de 1594, intentó paliar sus graves problemas económicos contrayendo un ventajoso matrimonio con Juana Pignatelli y Aragón, duquesa viuda de Terranova, que moriría en 1617 sin haberle dado nueva descendencia.

En 1615 la promoción política deparó al marqués una nueva ocasión de mejorar sus mermados ingresos, al abandonar el mando de las Galeras de España —donde le sucedió el marqués de Santa Cruz—, para aceptar el puesto de gobernador de Milán en sustitución del marqués de Hinojosa. Éste, Juan Hurtado de Mendoza, primo del duque de Lerma, había sido acusado de negligencia —e incluso de connivencia con el enemigo— tras haber firmado en junio de ese año el Tratado de Asti con Carlo Emmanuele de Saboya, que se consideraba un grave ataque a los intereses y la reputación de la Monarquía en Italia. El tratado introducía de nuevo a Francia como garante de la estabilidad italiana, a pesar de prever la devolución al duque de Mantua del marquesado de Monferrato que había invadido el de Saboya desencadenando la guerra. La incapacidad de contener la ofensiva franco-saboyana en Monferrato había puesto de manifiesto la debilidad española y desatado las críticas del propio Pedro de Toledo y otros miembros del Consejo de Estado partidarios de una política más enérgica en todos los frentes, mientras en Milán se desarrollaba el enfrentamiento entre los partidarios de la paz, dirigidos por Hinojosa y quienes, como el castellano Sancho de Leiva, emparentado con los Toledo, defendían una actitud más firme. El relevante oficio de gobernador venía a compensar una nueva decepción de don Pedro al no haber alcanzado el ansiado puesto de capitán general de la Mar en el Mediterráneo —detentado por su padre—, que el Rey prefirió conceder al príncipe Emmanuele Filiberto de Saboya. Pero el nombramiento de Villafranca como gobernador era también un revés para el duque de Lerma, que se había visto obligado a acceder a la destitución de Hinojosa, considerado una de sus principales hechuras, al tiempo que veía cuestionado el conjunto de su política pacificadora.

Don Pedro, que ya destacaba entre los más enérgicos oponentes de la política de paz seguida por Lerma, defendería siempre las actitudes más belicistas de los partidarios de la política de reputación sostenida en la corte por el marqués de Velada, el conde de Fuentes, el duque del Infantado o Baltasar de Zúñiga. De hecho, su nombramiento para el estratégico gobierno de Milán y la dirección de la guerra en el Norte de Italia fue un síntoma de la creciente debilidad del valido.

Tras efectuar su entrada en Milán a principios de diciembre de 1615, don Pedro informó de la crítica situación financiera del Estado lombardo y de las resistencias encontradas al aplicar la autorización que se le había dado para empeñar las rentas del mismo.

Sus mayores problemas internos se producirían, al igual que sucedió con los demás gobernadores, al intentar valerse de sus poderes militares frente a la oposición de la magistratura milanesa, mientras que la otra fuente tradicional de conflicto, representada por la Iglesia local, lograría encauzarse razonablemente.

Poco después de su llegada a la capital lombarda don Pedro suscribió un acuerdo —no publicado hasta febrero de 1618— con el cardenal Federico Borromeo, arzobispo de la ciudad, para poner fin a las graves disputas jurisdiccionales que desde hacía décadas alteraban las relaciones del poder civil y religioso.

Respaldado por la creciente influencia del duque de Uceda en la Corte, que le permitía contar con un mayor margen de maniobra frente al Consejo de Italia presidido por el conde de Lemos, pariente de Lerma, el marqués de Villafranca concentró todos sus esfuerzos en restaurar por las armas la reputación de la Monarquía frente al duque de Saboya. Los informes enviados a la Corte reflejan la amplitud de sus planteamientos estratégicos, que le llevaron a oponerse a los planes discutidos en Madrid para un eventual intercambio con Mantua del Monferrato por el rico y poblado territorio lombardo de Cremona. Descartando esa posibilidad, don Pedro propuso reforzar la frontera con la Terra Ferma veneciana e incorporar Monferrato, vital para contener las ambiciones de Saboya y facilitar el contacto de Milán con el mar, ofreciendo como compensación al duque de Mantua y a los descendientes de Vespasiano Gonzaga varios feudos en Nápoles y Sicilia que reforzarían su lealtad al gran sistema de intereses familiares que sustentaba el poder de la Monarquía en Italia. Aunque Lerma descartó ese proyecto, que entroncaba con la tradición expansionista milanesa defendida en distintas direcciones por otros gobernadores anteriores como Ferrante Gonzaga o el conde de Fuentes, Pedro de Toledo mantuvo con energía sus planteamientos frente a Francia y Saboya e intentó condicionar con su actuación militar y diplomática las directrices de la Corte.

En 1616, tras la ruptura del Tratado de Asti, Toledo dirigió su primera campaña como gobernador y saqueó varias localidades de Piamonte y Monferrato.

Sin embargo, la falta de mayores resultados y la parálisis a la que se vio obligado por las dificultades financieras permitieron que, en febrero de 1617, el Consejo Secreto de Milán demostrara su animadversión hacia el gobernador al responsabilizarlo de la inercia del Ejército y del desastroso estado de las finanzas, mientras el agente de los Gonzaga en Milán comunicaba al duque de Mantua el rumor de que don Pedro sería llamado pronto a Madrid por la generalizada oposición que había desatado entre las élites lombardas. De hecho, a principios de 1617 la caótica situación militar llevó al gran canciller del Estado de Milán, Diego de Salazar, a pedir formalmente la sustitución de don Pedro como gobernador, secundado por el Consejo Secreto y el presidente del Senado, al hacerse eco del “discontento universale” causado por las pesadas cargas bélicas y fiscales. Villafranca respondió achacando las críticas a la rivalidad faccional de quienes, como hechuras de su predecesor Hinojosa, querían contraatacar en la Corte estableciendo mecanismos de protesta ante ésta que infringían las atribuciones del gobernador, como contemporáneamente estaba sucediendo en Nápoles frente al virrey duque de Osuna, de modo que, siguiendo su ejemplo, podría llegar el desacato a que “los de aquí hagan cabeza, que haver dos en un cuerpo es monstruosidad”. Don Pedro aprovechó la jubilación del gran canciller para sustituirlo interinamente por el presidente del Magistrado Extraordinario, dependiente del gobernador, lo que produjo nuevas protestas que llevaron a tachar a Toledo de “caballero de poca sustancia y de poca fe”. El Consejo de Italia secundó las quejas, acusando a Villafranca de usurpar competencias regias para neutralizar la función de equilibrio ejercida por el gran canciller en materias de gobierno, justicia y hacienda, al tiempo que rechazaba tajantemente la amenaza del gobernador de dimitir si Salazar era repuesto en su oficio.

Tales conflictos encerraban una enconada lucha por la dirección de la política italiana de la Monarquía en la que el gobernador pretendía actuar de forma autónoma frente a la facción dominante en la Corte. Así, en agosto de 1617 don Pedro, que mantenía una red de confidentes en Saboya y Venecia, sugirió la posibilidad de asesinar al duque de Saboya, al que acusaba de haber intentado asesinar a su vez al embajador español en Turín Juan Vivas, pero Lerma y el Consejo de Estado desestimaron la propuesta. En septiembre de ese año Villafranca insistió en sus tradicionales posiciones antifrancesas al propugnar una intervención más decidida en los asuntos internos del país vecino pues “Francia quedará con más reputación y con más fuerza cuanto más V.M. tardase en desunirla”. Entre tanto, la prudente actitud seguida hasta ese momento por el gobernador en la dirección de la campaña militar dio paso a una ofensiva a gran escala. Tras reiniciar las hostilidades el 24 de mayo de 1617 y tomar San Ermano, don Pedro intentó de nuevo el asalto de Vercelli y se enfrentó a las tropas de Carlo Emmanuele de Saboya en el valle de Alperto. El triunfo español en ese encuentro permitió al gobernador tomar finalmente Vercelli, tras un duro asedio, el 26 de julio de 1617, lo que comunicó al Rey en términos entusiastas: “Entrónos Dios en Vercelli. El sea alabado”, si bien cuando intentó avanzar hasta Asti una rápida contraofensiva franco-saboyana le obligó a retirarse al Milanesado.

Entre tanto, se llevaban a cabo negociaciones paralelas en Milán y Madrid para poner fin a la guerra. El 9 de octubre de 1617 se firmó en Pavía una convención que recogía las condiciones exigidas por don Pedro para proceder al desarme y al ritmo de la devolución de las plazas ocupadas —primero por parte del duque de Saboya y, sólo después de comprobada su retirada, por parte española—, sin referencia alguna al litigio que entre tanto se había desatado con Venecia. Este, causado por la guerra de la Serenísima con el archiduque Fernando de Austria a causa de Gradisca y otras zonas limítrofes, así como por el conflicto con el duque de Osuna como virrey de Nápoles a causa del control del Adriático, era alimentado por Villafranca que, convencido de que los venecianos instigaban la belicosidad saboyana y francesa, siguió enviando soldados a la frontera de la Terra Ferma para secundar la amenazante actitud de Osuna y del marqués de Bedmar, embajador en Venecia. Poco después llegó a Milán el texto del Tratado firmado en Madrid el 26 de septiembre con Francia y Saboya. Don Pedro se negó entonces a ejecutar lo acordado en Pavía pues, como escribió a Felipe III el 22 de noviembre, “es mejor lo negociado en Madrid porque no señala tiempo y porque se ha hecho en la Corte de VM y porque venecianos y Saboya van juntos y el ministro de Francia no hizo más que asistir y no concertar como acá, y hasta que venecianos restituyan no le corre a VM obligación de restituir a Saboya”. Pese a esos términos favorables, el acuerdo sancionaba los términos generales del Tratado de Asti al obligar a los contendientes a licenciar sus tropas, restituir las plazas ocupadas y reconocer los derechos del duque de Mantua sobre Monferrato. Se ratificaban así los criterios pacifistas del Consejo de Estado, en contra de la opinión de Villafranca, Osuna y Bedmar, en los que se ha visto el triunvirato proconsular que dominó la política italiana de la Monarquía con notable autonomía de Madrid desde 1615.

La pérdida del poder de los tres ministros respondería a un cambio de poder en la Corte, donde se abrió un período de inestabilidad y fragmentación faccional que dificultó su actuación al obligarles a un continuo forcejeo con Madrid. A mediados de septiembre de 1617 don Pedro pidió licencia para volver a España a fin de atender sus asuntos señoriales y de familia tras haber gastado 100.000 escudos en Italia de su propia hacienda, pero no se le concedió y fue encargado poco después de la ejecución del tratado de paz con Saboya.

El punto más polémico de éste sería la devolución de Vercelli, que el gobernador consideraba necesario retener por el gran esfuerzo invertido en su conquista y, sobre todo, por considerarla, junto a las plazas de Casale y Alessandria, una barrera para la defensa del Estado de Milán. Por ello, en diciembre de 1617 el Consejo de Estado manifestó su temor a que don Pedro pudiera causar “dilaciones en la ejecución y asiento de la paz”, lo que obligó al gobernador a defenderse de tales acusaciones. En una prueba más de su pérdida de influencia en la Corte, en 1618, cuando don Pedro ordenó arrestar a los “bravi e malviventi” al servicio de destacados nobles y patricios milaneses, el Consejo de Italia desautorizó las graves penas impuestas a un grupo de ellos. Por añadidura, en mayo de ese año don Pedro se vio envuelto en la compleja trama de espionaje conocida como “Conjuración de Venecia”, junto al virrey de Nápoles Pedro Téllez Girón, III duque de Osuna, y al embajador español en la Serenísima, marqués de Bedmar —refugiado en Milán— que, aunque desmintieron las graves acusaciones de planear apoderarse por su cuenta de la capital de la laguna, vieron minado su crédito aún más en la propia Corte.

El 15 de junio de 1618 Vercelli sería finalmente devuelta a Saboya, a pesar de las protestas de don Pedro —que a principios de ese mismo mes se vio obligado a negar al Rey la acusación de desobediencia en la entrega de la plaza— y con el desarme de las tropas, supervisado por el propio Villafranca, concluyó la ejecución de los acuerdos. Finalmente, en agosto don Pedro fue sustituido por Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria, de acuerdo con una decisión comunicada por la Corte a principios de ese año. En su última carta enviada al Rey como gobernador Toledo ofreció permanecer en Italia al frente del ejército ante la posibilidad de que pudieran reanudarse las hostilidades.

Sin embargo, Lerma consiguió que don Pedro volviera a España para no entorpecer la labor de su sucesor, encargado de proceder al alivio de las contestadas cargas militares y fiscales que pesaban sobre el Estado lombardo, en tanto que el marqués de Bedmar era también relevado tras el escándalo de la presunta conjura veneciana y el duque de Osuna empezaba a ver minada su no menos polémica gestión napolitana.

A su regreso a España don Pedro siguió defendiendo sus posiciones belicistas en el Consejo de Estado, donde apoyó al duque de Osuna. En 1619 acompañó a Felipe III a Portugal, pero un oscuro incidente acaecido en Lisboa produjo su destierro de la Corte, que le sería levantado por el Rey en 1621. En los años siguientes volvió a hacer oír sus opiniones antifrancesas en el Consejo de Estado con tanta energía e influencia que, al parecer, desbordaron los planteamientos del nuevo valido, Olivares —hijo de su antiguo rival en Nápoles—, el cual llegaría incluso a convocar sesiones extraordinarias del Consejo en las que aquel no estuviera presente. De hecho, don Pedro defendió en 1625 la necesidad de aprovechar los grandes éxitos militares de ese año —entre los que figuraba la famosa recuperación de Bahía por su hijo menor Fadrique de Toledo— para invadir Francia desde Cataluña, Navarra y Flandes. Al año siguiente su intransigencia contra todos los que consideraba enemigos de la Monarquía se puso de manifiesto al negarse a visitar, junto a otros seis grandes, al cardenal legado Francesco Barberini durante la estancia de éste en Madrid, signo probable también de su desacuerdo con la política a su juicio demasiado contemporizadora de Olivares. Por ello, resulta chocante —a menos que el conde-duque quisiera alejarlo de la Corte a toda costa— que, según Salazar y Castro, poco antes de morir en 1627, recibiera el nombramiento de virrey de Nápoles, que no pudo hacer efectivo. Cuando don Pedro murió en su casa de Madrid el 17 de julio de 1627, el valido afirmaría que ese hecho no llegaba demasiado pronto.

El carácter intransigente que enfrentó al V marqués de Villafranca con otros nobles y ministros se reflejó también en las tormentosas relaciones mantenidas con su hija María cuando ésta decidió hacerse monja con el apoyo de su tía la duquesa viuda de Alba, María de Toledo —hermana de don Pedro— y huyó de la custodia paterna en 1600 dando lugar a un litigio con su padre que sólo resolvería un breve papal un año después dándole la razón a la joven. Pero el mayor enfrentamiento lo tendría con su primogénito, García de Toledo, que había comenzado su trayectoria naval a la sombra de su padre en 1606. Don Pedro, la Orden que condenó la muerte por García del caballero de Santiago Rodrigo Girón en 1608 y un año después desaprobó su matrimonio con María de Mendoza, hija de los duques del Infantado, dejó todos sus bienes libres a su segundo hijo Fadrique, para quien fundó otro mayorazgo el 2 de mayo de 1622 con el marquesado de Villanueva de Valdueza y todos sus bienes muebles, incluidos su lujosa vajilla y su colección de pinturas. García denunció entonces a su padre ante los tribunales por malversar los bienes que le pertenecían y don Pedro, en su testamento, otorgado en Madrid el 17 de mayo de 1625, excluyó a García del mayorazgo —aunque no a sus descendientes—, “porque me a sido desobediente siempre, metiéndome muchos pleitos y obligándome a lo que jamás pensé, usando conmigo grandes ingratitudes y ejecutándome y haziéndome ejecutar, dejándome de tener obediencia y respeto debidos”.

Genuino representante de la generación de nobles literatos del reinado de Felipe III, así como de la tradición de su linaje, don Pedro declaró al Monarca en diciembre de 1616 que, mientras se hallaba al frente de sus tropas, rodeado por los ejércitos enemigos, se entretenía en leer el Quijote. Si su afición por los ejercicios caballerescos se reflejó en los testimonios de su participación en torneos celebrados en Nápoles y en la Corte durante las últimas décadas del reinado de Felipe II, como muestra de su interés por las letras en 1583 mandó acondicionar en el castillo de Villafranca un “cubo” que “después de acabado llenó de buenos libros”. Interesado también por la arquitectura al igual que sus antepasados, en 1599 empezó a ampliar el mismo castillo con una zona palacial para cuya obra el marqués de Velada le recomendó a Patricio Cajés y otros arquitectos de la Corte, al tiempo que se trazaba un nuevo jardín a la italiana. Asimismo, de acuerdo con la piedad tradicional de la nobleza potenciada por la Reforma Católica, en 1594 don Pedro obtuvo licencia para transformar el antiguo Hospital de Peregrinos del Camino de Santiago en Villafranca en un Convento de monjas Franciscanas Recoletas que, bajo la advocación de la Anunciada, de claras reminiscencias napolitanas, acabaría por regir su hija tras el litigio que los enfrentó. Para decorar la iglesia y el nuevo complejo conventual el marqués trajo de Italia un lujoso sagrario, una copia de la Transfiguración de Rafael y, en 1599, hizo venir al pintor romano Giuseppe Serena para realizar una serie de más de veinte cuadros de gran tamaño con santos ermitaños sobre fondo de paisajes de clara influencia flamenca y estilo tardomanierista.

Siguiendo sus disposiciones testamentarias, don Pedro sería enterrado en la iglesia del convento, bajo una lápida de mármoles policromos napolitanos que anunciaba ya el nuevo gusto barroco.

 

Fuentes y bibl.: Real Academia de la Historia, Col. Salazar y Castro, M-21, fols. 292-300, Escritura de capitulaciones otorgadas por Iñigo López de Mendoza, III Marqués de Mondéjar, y por la marquesa Doña María de Mendoza, su mujer, de un aparte, y de otra García de Toledo Osorio, I duque de Ferrandina, IV marqués de Villafranca del Bierzo, para el matrimonio de su hijo Pedro de Toledo Osorio, con doña Elvira de Mendoza, hija de los primeros, Nápoles, 7 de junio de 1576.

Propositioni fatte Dall’Il.mo & R.mo Sig. Cardinal Ludouisio, Et dall’Eccellentiss. Sig. Di Bethune Ambasciatore straordinario di S.M. Christianiss. In Italia, All’Eccell.mo Sig.r Don Pietro di Toledo Gouernatore dello Stato di Milano, Turín, por Luigi Pizzamiglio, Stampator Ducale, 27 de octubre de 1616; J. Sosa, Noticia de la gran casa de los marqueses de Villafranca y su parentesco con las mayores de Europa [...], Nápoles, Nouelo de Bonis, 1676; L. Salazar y Castro, Justificación de la Grandeza de primera clase que pertenece a Don Fadrique de Toledo Osorio, VII Marqués de Villafranca [...], Madrid, Imprenta Real, por Josef Rodríguez, 1704, págs. 206-209; C. Seco Serrano, “El marqués de Bedmar y la conjuración de Venecia de 1618”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 15 (1955), págs. 300-342; F. Olesa Muñino, La organización naval de los estados mediterráneos y en especial de España durante los siglos XVI y XVII, vol. II, Madrid, Editora Naval, 1968, págs. 563 y ss; A. Bombín, La cuestión de Monferrato, 1613-1618, Vitoria, Colegio Universitario de Alava, Universidad de Valladolid, 1975; F. Mir Berlanga, “El combate naval de Nuestra Señora de Agosto”, en Jábega (Málaga), n.º 15 (1976), págs. 19-22; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España desde 1599 hasta 1614, Salamanca, Junta de Castilla y León 1977; J. M. Voces Jolías, Arte religioso de El Bierzo en el siglo XVI, Ponferrada, Graficas Mar-Car, 1987, págs. 372-378; J. H. Elliott, El Conde- Duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona, Editora Crítica, 1990, págs. 77, 130, 237-238, 315 y 332; P. Fernández Albadalejo, “De ‘llave de Italia’ a ‘corazón de la Monarquía’: Milán y la Monarquía Católica en el reinado de Felipe III”, en P. Fernández Albadalejo, Fragmentos de Monarquía. Trabajos de historia política, Madrid, Alianza Editorial, 1992, págs. 185-237; R. Canosa, Milano nel Seicento. Grandezza e miseria nell’Italia spagnola, Milán, Mondadori, 1993, págs. 69-88; C. J. Hernando Sánchez, Castilla y Nápoles en el siglo XVI. El virrey Pedro de Toledo, Salamanca, Junta de Castilla y León 1994, págs. 96-97, 140-141, 159-160 y 172; B. J. García García, La Pax Hispánica. Política exterior del Duque de Lerma, Leuven, University Press, 1996; H. O’Donell y Duque de Estrada, “Los Álvarez de Toledo en el mar”, en M. García Pinacho (ed.), Los Álvarez de Toledo. Nobleza viva, Segovia, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 187-219; P. C. Allen, Felipe III y la Pax Hispanica. 1598-1621. El fracaso de la gran estrategia, Madrid, Alianza Editorial, 2001, págs. 290, 292 y 306-307; S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004; L. M. Linde, Don Pedro Girón, duque de Osuna. La hegemonía española en Europa a comienzos del siglo XVII, Madrid, Editorial Encuentro, 2005; V. Fernández Vázquez, El señorío y marquesado de Villafranca del Bierzo a través de la documentación del Archivo Ducal de Medina Sidonia, Ponferrada, Instituto de Estudios Bercianos, 2007, págs. 69-81.

 

Carlos José Hernando Sánchez 

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