Colonna, Próspero. Duque de Trageto (I), en Nápoles; conde de Forlí (I), en Nápoles. Lanuvio (Roma), 1452 – Milán (Italia), 1523. Condotiero.
Estuvo al frente de la caballería ligera durante las campañas de Nápoles a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Fue general de las tropas imperiales de Carlos V. Estuvo casado con Covella de Sanseverino, de la cual tuvo un hijo, Vespasiano Colonna.
La familia Colonna (el nombre debe mantener la ortografía italiana, pues así ha llegado hasta hoy) era muy antigua en la región de Roma, vinculada a la causa gibelina, como a la güelfa lo estaba su familia rival, los Orsini. Supo sobrevivir a las persecuciones desencadenas por el papa Sixto IV. Los años de la adolescencia y primera juventud de Próspero estuvieron marcados por el cambio de política en ese estado pontificio, cuyo centro era la ciudad santa de Roma. De creer a Matteo Bandello, ese ambiente favoreció una sociedad de gente culta y noble, una república en la que se cotizaba el ingenio, el saber, el gusto por las cosas bellas, la educación, aunque también la estulticia, el soborno y la venalidad. En sus Novelle desfilan un número importante de príncipes, condotieros, diplomáticos, mujeres ilustres y refinados humanistas. Destacan, en primer plano, Alessandro Bentivoglio e Hipólita Sforza, mecenas del escritor, pero de inmediato, sin menoscabo de su valor, habla de los Gonzaga de Mantua, Lansino Curcio, Molsa, Aldo Manucio, Maquiavelo, Guicciardini, Castiglione, la duquesa de Urbino, Giovanni de Médicis, Bernardo Tasso, Julio II, el Pontano, los Visconti de Milán, los Sanseverini de Nápoles, los Adorno de Génova, los Foscari de Venecia, los Este de Ferrara y, por supuesto, Próspero Colonna. Estas gentes de la alta sociedad, por linaje, estudios o cargos, eran, o lo que es más importante, deseaban ser, exclusivamente propietarios de tierras, feudos eclesiásticos o imperiales, que pasan de unas manos a otras con bastante facilidad. No obstante, sus alianzas con los reyes de Europa o el propio emperador Maximiliano formaban una casta ligada por interés a un cierto statu quo, y maniobran frente a los advenedizos como un ejército ante el adversario.
El perpetuo juego de báscula entre las grandes familias y los condotieros, la llamada constante de una parte y de otra al aliado extranjero, la inteligencia o la energía (virtù, en italiano) que se ejercen para nada o para fines únicamente destructores hacen de los años de adolescencia y de juventud de Próspero una perfecta crónica de esa agitación política desordenada que caracterizó la segunda mitad del siglo XV.
En 1482, Próspero defendió el castillo que la familia tenía en Paliano contra el ataque de algunos miembros de la familia Orsini; luego se unió al cardenal Giuliano Della Rovere (el futuro papa Julio II) ante el temor de quedar aislado frente a sus poderosos enemigos. A raíz de esto fue encarcelado por orden del papa Alejandro VI, en el Castillo de Sant’Angelo. Ésta es una de las hojas del díptico de la vida de Próspero Colonna. La otra tiene por telón de fondo la sucesión de acontecimientos que siguieron a la cabalgada triunfal emprendida por el rey Carlos VIII de Francia hasta su llegada a Nápoles en el verano de 1495. La brillante campaña hizo que Próspero se uniera a su primo Fabricio Colonna, futuro duque de Tagliacozzo, en apoyo del Rey francés, y en contra tanto del papa Borja y de sus hijos, en especial César, como de los Orsini. Durante los meses de ocupación del Reino de Nápoles por Carlos VIII, Próspero recibió tierras y títulos, el ducado de Trageto y el condado de Forlí. Pero poco después se pone de parte del nuevo rey de Nápoles Ferrante II, al tener noticias del desembarco en Calabria procedente de Mesina del cuerpo expedicionario español al frente del cual estaba Gonzalo Fernández de Córdoba.
Durante los años siguientes, Próspero permaneció fiel a la dinastía aragonesa de Nápoles. Pero la política internacional le dio una nueva oportunidad de demostrar sus dotes en el mando de tropas, en especial de la caballería ligera. Fue a raíz de la segunda invasión de los franceses a Nápoles, en esta ocasión bajo las órdenes del joven y caballeresco duque de Nemours, inspirada por la política expansiva del nuevo rey Luis XI de Francia. Mientras el rey Federico IV de Nápoles huía a Ischia, Próspero, junto a su primo Fabricio, se encargó de la defensa del reino y de la ciudad. Perdió y fue encarcelado en el Castel Nuovo, una sólida fortaleza junto al puerto, mandada restaurar por Alfonso el Magnánimo. El regreso del Gran Capitán al escenario de la guerra cambio la suerte de Próspero Colonna y con él de los reyes de Nápoles de la Casa de Aragón. Durante las campañas que siguieron, Próspero Colonna permaneció junto al Gran Capitán. En Barletta apareció en compañía de otros importantes militares, Pedro Navarro, Diego de Mendoza, Fabricio Colonna, Pedro de Paz, Francisco Pizarro, García de Paredes, Hugo de Cardona, Luis de Herrera, Zamudio y Villalba. Junto a unos tres mil infantes, trescientos cuarenta hombres de armas y seiscientos jinetes ligeros. Pocos efectos si se comparan con los que contaba el duque de Nemours: tres mil quinientos infantes franceses y lombardos, tres mil suizos, un numeroso contingente de infantería napolitana facilitado por los barones angevinos y mil hombres de armas que suponían unos cuatro mil jinetes. Las escaramuzas, pequeñas batallas, enfrentamientos puntuales, todos victoriosos para el Gran Capitán y los suyos, condujeron a la importante jornada del 28 de abril de 1503, la batalla de Ceriñola, donde Próspero Colonna se puso al frente de la vanguardia con unos mil caballeros ligeros. Le acompañaba en las tareas de mando Pedro de Paz. Tras de él venía el grueso del ejército, con Navarro, Pizarro, García de Paredes y Fabricio Colonna; mientras que el Gran Capitán iba al frente de la retaguardia. Desplegado el ejército, en el campo que Gonzalo eligió para tal fin, dividió su ejército en tres escuadrones: primer escuadrón: a la derecha apoyado en Ceriñola, formado por infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. Segundo escuadrón: en el centro, formado por los lansquenetes alemanes. Tercer escuadrón: a la izquierda, formado por infantería española al mando de Pedro Navarro. Dividió la caballería gruesa en dos unidades al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza y la desplegó a ambos flancos de la posición.
La caballería ligera de Fabricio Colonna y Pedro de Paz quedó fuera del campamento. La indiscutible victoria de las tropas al mando del Gran Capitán fue sin duda ocasión de jocosos comentarios para los hombres durante la noche, mientras cenaban en las tiendas de los vencidos; pero no para Gonzalo, triste al contemplar el cuerpo sin vida del joven duque de Nemours, al que consideraba su adversario pero no su enemigo.
Unos meses más tarde, tras una entrada triunfal en Nápoles, la guerra volvía a comenzar cuando el marqués de La Tremouille avanzó hacia Roma con un ejército para imponer la voluntad francesa en la elección del nuevo Papa, tras la muerte de Alejandro VI.
El Gran Capitán se adelantó a los acontecimientos enviando a Próspero Colonna al frente de tres mil soldados. César Borgia iba enredando mientras tanto, lo que le costaría caro más adelante. El nuevo papa Pío III, antiguo cardenal de Siena, sólo tuvo tiempo para investir el reino de Nápoles a Fernando el Católico, antes de dejar el solio de San Pedro en manos del cardenal Della Rovere, viejo amigo de Próspero Colonna, con el nombre de Julio II. Poco después comenzaría la larga campaña en las riberas del Garellano, donde los franceses no fueron mandados por La Tremouille, que cayó enfermo, sino por el marqués de Mantua. En esta ocasión, las tropas francesas triplicaban las del Gran Capitán, que apenas contaba con nueve mil infantes y tres mil caballos.
Tras numerosas refriegas, ataques y contraataques, la jornada definitiva tuvo lugar la noche del 27 al 28 de diciembre cuando el Gran Capitán ordenó atacar el campamento francés tras una osada operación de cruzar el puente del río Garellano. Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro marchaba a continuación con el Cuerpo de Infantería española, donde se encontraban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso. El colapso de los franceses fue total y comenzaron a huir en desbandada perseguidos por la caballería de Próspero Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte.
Bajo el báculo del virrey Gonzalo Fernández de Córdoba y de sus funcionarios, la Nápoles de la primera década del siglo XVI, afectada igual que toda Europa por la muerte de la reina Isabel I de Castilla, conoce días activos y relativamente tranquilos, incluso cuando los nobles locales se agitan por el más mínimo motivo. La mano de hierro en guante de seda del Gran Capitán sabe controlar bien la situación, y así hubieran pasados los años de no ser que de nuevo la alta política internacional interfiriera en el desarrollo del Reino y, por tanto, de la vida de Próspero Colonna.
La llegada a Nápoles en 1507 del rey Fernando el Católico, el cese como virrey del Gran Capitán y los nuevos aires diplomáticos de tono aragonés que quería imponer, hicieron que Próspero se retirara a sus tierras de Sperlonga, Itri, Ceccano e Sonio, a la espera de tiempos mejores. Esos llegaron para él tras la coronación de Carlos de Habsburgo como rey de Castilla y de Aragón, pues unió los viejos intereses españoles por el norte de Italia a los intereses de la Casa de Habsburgo. El hecho fue que necesitó a Próspero Colonna, al que nombró general de sus ejércitos en Milán, interviniendo en calidad de tal en la batalla de la Bicocca. En 1523 se encontró inesperadamente mal y murió en el Hotel Clemenceau de Milán.
Fuentes y bibl.: G. G. Pontano, De Bello Neapolitano, Napoli, ed. P. Summonte, 1505; G. Notar, Cronica di Napoli. Napoli, Stamperia Reale, 1865; M. S anudo, Diarii (1496- 1533), Venezia, R. Fulin, 1884; M. Bandello, Novelle, Bari, Laterza, 1910-1911; L. Volpicella, Regis Ferdinandi Primi Instructionum liber, Napoli, 1916; G. Galasso, Storia d’Italia. Il Regno di Napoli, Torino, Utet, 1993; C. Kidwell, Sannazaro and Arcadia, London, Dukworth, 1993; J. E. Ruiz-Domènec, El Gran Capitán, Barcelona, Península, 2002 (3.ª ed. Barcelona, 2007; ed. ital., Torino, Einaudi, 2008).
José Enrique Ruiz-Domènec