Vich y Valterra, Miguel Jerónimo de. Barón de Llaurí, barón de Beniomer, barón de Beniboquer y barón de Matada. Valencia, 29.IX.1459 – 7.I.1534. Embajador y virrey electo de Sicilia.
Primogénito de una de las principales casas del Reino de Valencia, nacido del matrimonio entre Luis Vich Corbera y su tercera esposa, Damiata de Valterra, hija del barón de Torres Torres.
Fue el mayor de cinco hermanos, cuatro varones y una mujer; heredó de su padre las baronías de Llaurí, Beniomer y Beniboquer; los castillos y valles de Gallinera y Ebo, con todos los bienes muebles, armas, vituallas y guarniciones, con el vínculo de que si moría menor de veinte años sin hijos legítimos, pasasen al hermano que sobreviviera, sucediéndose de unos a otros con la expresada condición y siguiendo el orden de primogenitura.
No consta la fecha exacta de su nacimiento, pero teniendo en cuenta que su nombre de pila, Miguel Jerónimo, o Jerónimo sólo, como preferentemente utilizó, no eran propios de su familia, hay que suponer que le fuera puesto este último en recuerdo del fundador de la Orden de los Jerónimos, a quienes pertenecía el convento de la Murta, tan favorecido y ligado a esta familia, y el de Miguel por el santo del día, y puesto que las capitulaciones matrimoniales de sus padres tuvieron lugar el 10 de marzo de 1458 ante el notario Miguel Bataller, podría fijarse como fecha de su nacimiento la del 29 de septiembre de 1459, en la que era una etapa decisiva en la historia de la ciudad de Valencia, en un período de crecimiento económico, demográfico y comercial que la convirtió en la gran urbe del Mediterráneo occidental; esplendor material correspondido en lo eclesiástico, convirtiéndose la sede episcopal en metropolitana.
Pasó parte de su infancia y su adolescencia en el palacio del rey Juan II, sirviendo al infante don Fernando, quien, en 1479, subiría al Trono con el nombre de Fernando II de Aragón, lo que indica hasta qué punto estuvo unido desde niño al Rey Católico, y el porqué de la inmensa confianza que el Rey depositó en quien conocía bien desde niño.
Como primogénito de la nobleza, le correspondió ser el representante de su Casa, con intervenciones en la guerra y en la política. Además, cultivado e interesado por el arte desde joven, como muchos nobles de la época, participó en diversos certámenes poéticos; por ejemplo, en 1486 compuso un poema en honor de la Sacratísima Concepción, titulado Baix d’ací baix, hon vivim per reviure. Pasado el tiempo, tras su regreso a Valencia, se integró en el círculo literario de Germana de Foix.
Estando ya al servicio de lo Reyes Católicos, fue convocado como representante del brazo Noble o Militar a las Cortes celebradas en Orihuela, el 31 de julio de 1488, asistiendo a la firma de los fueros que allí se hicieron. También tomó parte, con su hermano Juan —que falleció en la batalla—, en la conquista del reino de Granada. Apenas unos meses después de la toma de Granada, se casó —parece que con intervención de la reina Isabel— con Violante Ferrer, hija de Luis Ferrer y Exarch.
En septiembre de 1501 fue designado por el Rey para un trienio como contador del Reino de Valencia en sustitución de Juan Vives de Cañamás y en diciembre de 1505 fue elegido justicia criminal de Valencia.
Cuando el 4 de septiembre de 1506, el Rey Católico y su segunda mujer, Germana de Foix, embarcaron en Barcelona rumbo a Nápoles, entre el séquito de caballeros del Reino de Aragón figuraba Jerónimo de Vich, que debía pensar en una larga ausencia, ya que el 6 de agosto de 1506 (ante el notario Luis Collar), había otorgado amplios poderes a su mujer para que pudiese atender sus intereses particulares.
El 14 de abril de 1507, desde Nápoles, el Rey envió a Roma una solemne embajada a dar la obediencia al papa Julio II, constituida por Bernardo Despuig, maestre de Montesa, Antonio Agustín, consejero real, y Jerónimo Vich, que llevaba la representación como embajador y que se convertiría en una pieza fundamental de la política real en Italia; siendo Fernando el Católico el primer monarca europeo en introducir el modelo renacentista de diplomacia, basada en legaciones permanentes; la importancia adquirida por la diplomacia queda patente en la correspondencia entre el embajador Vich y el Rey Católico.
Así se inicia su misión en la Roma papal, en la Urbe, en la llamada por Fernando el Católico “plaza del mundo”, centro de la política europea y, por tanto, campo fundamental para la política diplomática de los Reyes Católicos.
La división de Italia en numerosos estados daba origen a disputas entre ellos y estimulaba la apetencia de las principales potencias europeas, que aspiraban a tener sus posesiones o a defender las ya conquistadas.
Y en el centro de Italia los Estados Pontificios, cuyo jefe, en su doble calidad de Señor Temporal y Cabeza de la Cristiandad, no podía ser considerado como un Jefe de Estado más.
La Corona de Aragón poseía el Reino de Nápoles, y su posesión y presencia en Italia podía ser causa de luchas con otros Estados, incluidos los Pontificios; además, no puede olvidarse el título de Católico que ostentaba don Fernando. Y durante muchos años, el encargado de manejar la política del Rey en Roma fue el embajador Jerónimo de Vich, en una embajada extraordinariamente larga (catorce años), difícil y fructífera para los intereses del Monarca.
Su primera labor en Roma fue la petición de investidura del Reino de Nápoles. El Papa exigía que el Rey le reconquistara Faenza, usurpada por lo venecianos; pero el Católico no consideraba prudente realizar en aquellas circunstancias las operaciones correspondientes, y el embajador consiguió del Papa el compromiso de darle la investidura, a condición de que la reconquista de Faenza se realizara en un plazo de año y medio. Con esta promesa, el Rey Católico regresó a España, donde la muerte de Felipe el Hermoso reclamaba su presencia.
Otra de las importantes gestiones del embajador fue conseguir del Papa la Bula que aprobaba lo instituido en el capítulo general de la Orden de Santiago: fundar un convento de la Orden en Orán, donde tuvieran que ir los caballeros a tomar el hábito, con la idea de ejercer presión en esa conflictiva parte del mundo.
Razones de alta política, y entre ellas la obtención de un título de legitimidad que le facilitara en su día la conquista de Navarra y le asegurase el reino de Nápoles para la Corona de Aragón, llevaron al Rey a su matrimonio con Germana de Foix. Aunque en las capitulaciones matrimoniales con el Rey de Francia tuvo que aceptar que los derechos a que éste había renunciado sobre el Reino de Nápoles, los recobraría en el caso de que el matrimonio falleciera sin hijos.
El Rey quiso evitar el peligro que para la Corona hubiese supuesto el cumplimiento de los capítulos matrimoniales y encargó a su embajador que de nuevo gestionara la obtención de la investidura del Reino de Nápoles; las gestiones de Vich obtuvieron su fruto y consiguió lo requerido por Fernando el Católico, para él y sus sucesores, con exclusión del Rey de Francia, a quien el Pontífice consideraba caducado en sus derechos por haberlos dado en dote sin consentimiento de la Iglesia; fue otorgada por el papa Julio II y todo el Colegio de cardenales, el 3 de julio de 1510, con feudo, que pagase cada año en la fiesta de San Pedro y San Pablo 8000 onzas de oro y cada trienio un palafrén blanco en reconocimiento de que el verdadero dominio de aquel reino pertenecía a la Iglesia. Además, por el derecho de la investidura, debía pagar 50.000 ducados, y lo mismo sus sucesores por cada investidura. Poco después, el 7 de agosto, el embajador consiguió sustituir el pago de los 50.000 ducados por un palafrén blanco anual y la obligación de servir a la Iglesia con trescientas lanzas.
Una vez rotas las relaciones con el Rey de Francia, el Papa envío la armada veneciana a levantar Génova de la obediencia a dicho Rey; ante eso, el embajador de Francia solicitó del emperador Maximiliano y de Jerónimo Vich que, puesto que sus príncipes eran confederados, requiriesen al Papa a que desistiera de sus propósitos; pero el embajador no accedió a sus deseos, estimando fundada la actitud del Pontífice. A pesar de todo, el intento de levantar Génova fracasó.
La política del Papa le llevó a unirse a los venecianos con 12.000 suizos, y entrar en guerra contra el Estado de Ferrara; cuando lo tuvo casi conquistado, el Pontífice solicitó del embajador el apoyo de las trescientas lanzas que le eran debidas en virtud de la concesión del feudo e investidura de Nápoles. Como el Papa no había despachado las bulas de dicha investidura, el embajador ordenó a Fabricio Colonna, que se encontraba en el Reino de Nápoles, que, al frente de las trescientas lanzas, emprendiera la marcha en dirección a los ejércitos pontificios, pero que no se uniera a ellos hasta recibir orden expresa. Con la intención de seguir más de cerca la contienda, el Papa se trasladó desde Roma a Bolonia y renovó ante el embajador la petición de la ayuda militar debida. Vich excusaba la tardanza con pretextos de dificultades de marcha, y el Pontífice el despacho de las Bulas con el achaque de su salida de Roma, así que cada cual iba dilatando el cumplimiento de su compromiso en espera de que el otro lo cumpliera. Surgió entonces un hecho que resolvió la cuestión: el ejército francés cercó una Bolonia sin ejército que la defendiera, poniendo en grave aprieto al Papa y al Sacro Colegio y Corte romana.
Ante el cerco francés, el Pontífice despachó las Bulas del Reino de Nápoles y volvió a solicitar al embajador la ayuda debida. Mientras, el Rey de Francia no sólo seguía apoderándose de territorios pertenecientes a los Estados Pontificios y creando una confederación contraria al Papa, sino que también apoyaba a los cardenales que estaban fuera de su obediencia, con la intención de que convocasen el Concilio de Pisa, con el objetivo de deponer al Pontífice y reformar la Iglesia.
En medio de tantas tribulaciones, el Papa, aconsejado por el embajador Vich, se decidió a convocar el concilio general de Letrán para oponerlo al Conciliábulo de Pisa, y a la formación de la Santa Liga para oponerla a los ejércitos enemigos. El Papa se retiró con el embajador Vich a Ostia, y concertó la Liga con los capítulos siguientes: el rey Católico tomaría la dirección de la guerra en Italia con la aportación de diez mil infantes españoles, mil hombres de armas y mil caballos ligeros, debiendo abonar el Papa y la Señoría de Venecia, 40.000 ducados mensuales y agregar a dicho ejército las tropas que de ordinario tenían estos Estados para su defensa, tomando el mando de todas las tropas el entonces virrey de Nápoles, Ramón de Cardona.
La Liga se concertó el 4 de octubre de 1511, obligándose el Rey Católico a que dentro de los veinte días de la publicación de la misma, enviaría a Cardona o a otra persona de su calidad como general en jefe de las tropas prometidas, y que tanto el Papa como la señoría de Venecia deberían unir sus armadas a las del Rey Católico y entregar la estipulación económica acordada.
El Rey hacía constar, a su vez, que esta Liga no derogaba la confederación con el Emperador, pues tenía gran interés en mantener relaciones cordiales con Maximiliano (a pesar de que no se había logrado que formara parte de la Liga), no sólo como ayuda contra los franceses, sino también como defensa de los intereses del común heredero, el príncipe Carlos. Por eso, cuando Vich le informó de que el cardenal San Severino se había trasladado a Alemania para conseguir el apoyo de Maximiliano al Conciliábulo de Pisa, ofreciéndole que, depuesto Julio II, le daría el Reino de Nápoles, mandó al embajador que renovase sus gestiones en favor de la entrada en la Liga, y que le ofreciese, una vez resueltas las cuestiones de la Iglesia, la ayuda de su ejército en la lucha por el Estado de Milán; la gestión no tuvo éxito completo, pero consiguió desbaratar la gestión del cardenal San Severino y mantener la cercanía del Rey y Maximiliano.
Con la batalla de Rávena, la Liga atravesó una situación complicada. El prestigio adquirido por los franceses en Italia después de su triunfo puso en duro trance el del Rey Católico; las consecuencias pudieron haber sido graves, tanto para los españoles como para el Papa y los intereses de la Iglesia. En ese delicado momento, Jerónimo Vich, en nombre del Rey, pone a disposición de Julio II el castillo de Gaeta, en el Reino de Nápoles, con la idea de brindar mayor seguridad al Papa. Y con su labor consigue el apoyo de los florentinos y la tregua entre el emperador y los venecianos, y, sobre todo, consigue mantener la confianza del Pontífice, a quien los franceses brindaban alianza en contra de los españoles; entre tanto, Fernando el Católico reorganizaba y rearmaba sus ejércitos con el dinero que pudo reunir (más de 140.000 ducados), hasta que logró tenerlos de nuevo en perfecto estado y que expulsasen a los franceses de Italia.
Las actuaciones se encaminaron a intentar lograr la paz en Italia, tratando de reconciliar al duque de Ferrara con el Pontífice. Las gestiones se iniciaron a través de Fabricio Colonna, prisionero del duque desde la batalla de Rávena; Ferrara aceptó la proposición a condición de ser admitido en el seno de la Iglesia sin disminución alguna de sus Estados. El Papa, a su vez, puso tres condiciones para aceptarle en tales términos: que el duque en persona le solicitara el perdón; que fuese acompañado de Fabricio Colonna, a quien después dejaría en libertad; y que la libertad alcanzase a todos los demás prisioneros de Rávena.
En cumplimiento de lo acordado, el duque puso en libertad a todos los prisioneros, y en compañía de Fabricio Colonna y de Hernando de Alarcón, fue recibido por el Papa en consistorio público, vestido con severo traje de terciopelo negro, llevando en su mano cofia de oro, solicitó el perdón, besando el pie del Pontífice. El Papa le amonestó severamente, le reprochó que sólo al verse sin fuerzas mostraba sumisión y finalmente, le absolvió; el Papa expuso que no podía reconocer de inmediato sus Estados, puesto que, para darle nueva investidura tendría que imponer determinadas condiciones y por tanto, para mayor seguridad, el duque quedaría preso en el castel Sant’Angelo. Tratado el asunto en el Consistorio, el embajador Vich, con el apoyo del cardenal de Aragón, hizo ver al Pontífice que Ferrara había acudido en virtud de la palabra dada y que el incumplimiento de ella constituía grave ofensa, no ya sólo para su persona, sino también para la del Rey Católico, a quien representaba. Vich consiguió que el Pontífice accediera a que Ferrara pudiera volver a sus Estados, y en evitación de cualquier contratiempo, el embajador ordenó a Fabricio Colonna que con gente de armas le acompañara hasta dejarlo en sus Estados de Ferrara.
El 20 de febrero de 1513, falleció Julio II, y con su muerte se temía que los cardenales rebeldes que se encontraban en Francia quisieran acudir a la elección del nuevo Pontífice. Ante esto, el embajador Vich aseguró a los cardenales el apoyo del Rey Católico para que pudieran elegir libremente al nuevo pontífice, sin temor a presiones externas; el embajador les enteró de las medidas que había adoptado para impedir la entrada en Italia de los cardenales rebeldes y de las tomadas para que nadie turbara la paz y seguridad del Colegio de Cardenales, y por último, de sus gestiones para dar fin a las discordias, uniendo a las familias en pugna por el socorrido intento de casar a doña Felice, hija de Juan Jordán Orsini, con Marco Antonio, hijo de Fabricio Colonna.
Vencidas todas las dificultades y unidos todos los cardenales, el 4 de marzo se encerraron en cónclave, y el día 11, sin contradicción alguna, el cardenal Juan de Medici fue elevado al solio Pontificio con el nombre de León X.
El nuevo Pontífice no olvidó los servicios prestados por el embajador Jerónimo Vich al pontificado y, el 4 de abril de 1520, le expidió una Bula en la que concede al embajador, a sus hijos, a su hermano Luis y a su yerno Ramón Ladrón, “la gracia de recibirlos como familiares, continuos comensales y de sujetarlos a la Sede Apostólica, eximiéndoles de cualquier otra jurisdicción”.
El 25 de enero de 1516 murió Fernando el Católico, para el que, además de lo expuesto, el embajador Vich había obtenido la investidura del Reino de Navarra y la concesión del Maestrazgo de las Órdenes Militares en administración perpetua. En su servicio al Rey, cabe resaltar la asistencia del embajador al Concilio Lateranense con, según se ha escrito, “el más confidente y extraordinario poder que jamás rey ha otorgado”.
El embajador había recibido del Monarca, el 17 de febrero de 1514, la jurisdicción civil y criminal y el mero y mixto imperio del lugar de Matada, y por privilegio despachado en Valladolid, a 18 de agosto de 1513, la donación de la ciudad de Corata, en tierra de Bari, donación que retuvo poco tiempo, pues los cuantiosos gastos ocasionados durante su embajada le obligaron a venderla, firmándose el auto de venta el 6 de noviembre de 1514, ante Berenguer Serra, notario de la Curia Romana, y siendo el comprador Lanzalau de Aquino, barón de Grotamenarda, que entregó la suma de 23.500 ducados de carlines, moneda de Nápoles.
Subió al trono el emperador Carlos V, quien seguía considerando Roma como “la Plaza del Mundo” y que, a pesar de la oposición del cardenal Cisneros que quería contar con un embajador castellano en la Santa Sede, confirmó en el cargo de embajador a Jerónimo Vich, haciéndose patente el propósito del emperador de continuar con la política exterior de su abuelo. La confianza en Vich quedó refrendada cuando, por privilegio despachado en Bruselas, a 19 de febrero de 1517, le nombró virrey de Sicilia, cargo que el embajador no llegó a desempeñar. Ese mismo año, el papa León X nombraría a su hermano, Guillem Ramón, cardenal, bajo el capelo de San Marcelo.
Al confirmar al embajador en su puesto, se lo hizo compartir con Pedro de Urrea, que ejerció el cargo hasta su muerte, el 10 de abril de 1518. A Urrea le sucedió Luis Carroz de Vilaragut (que fue embajador en la Santa Sede de 1518 a 1520), mientras Vich continuaba en Roma, pero ya con un cometido de consejero, tanto regio como pontificio, porque el propio Papa quiso así reconocer los servicios del embajador.
Entre sus varias gestiones, intervino en la formación de la Liga de Carlos V con el Papa y el emperador Maximiliano contra Francia, en 1521, y trató asimismo con el Pontífice y Próspero Colonna de la guerra contra el Estado de Milán, de la que se obtuvo la incorporación de este Estado a la Corona de España.
El embajador Vich vivió en la Roma de Julio II y de León X, los grandes mecenas del Renacimiento, en los mismos años en los que Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina y Rafael las Estancias Vaticanas; y todo esto se refleja en la construcción de su palacio en Valencia y en la importante colección de pinturas y esculturas renacentistas que llevó consigo.
Construyó el que sería hasta mediados del siglo XIX uno de los edificios más insignes de la ciudad de Valencia; los mármoles de su patio renacentista supusieron, en la Valencia del siglo XVI, un novedoso código artístico. Se trata de “uno de los edificios más singulares del renacimiento hispánico, mixtura de italianismo y culta destilación local. Su construcción en torno a 1525 representa el paso definitivo hacia el clasicismo pleno, superando el antiguo léxico a la romana, tan en boga en la Valencia del primer cuarto del siglo XVI, previa a la guerra de las Germanías (1519-1522), verdadero punto de inflexión material e ideológico de una nueva res aedificatoria” (J. J. Gavara Prior, “Consideraciones en torno a las trazas del Palacio Vich y la fortuna de algunas de sus pertenencias”, en VV. AA., 2006: 93).
“La gran novedad del edificio consiste en la concepción del patio que por primera vez se aparta del consolidado patio gótico con escalera rampante en ángulo y grandes arcos escarzanos, para dar lugar a un cortile de soberbio clasicismo, edificado con mármol labrado e importado de Génova, que rompe definitivamente los esquemas del gótico meridional. El Palacio Vich supone la consolidación de las posiciones clasicistas” (J. J. Gavara Prior, “Consideraciones en torno a las trazas del Palacio Vich y la fortuna de algunas de sus pertenencias” en VV. AA., 2006: 109).
Tanto la construcción del palacio del embajador Vich como su colección de pintura y escultura tuvieron gran repercusión en la Valencia de su época y tuvieron gran influencia en la pintura y arquitectura del momento.
A finales de 1521, sintiéndose ya viejo y con la salud quebrantada por las intensas labores diplomáticas, pidió licencia al Emperador para retirarse; una vez obtenida, embarcó para Valencia, a cuya playa llegó el 21 de junio de 1521, encontrándose la ciudad levantada contra Carlos V, en la llamada lucha de las Germanías.
A punto estuvo de volver a Roma, pero fue reconocido por dos de los Trece de Valencia que subieron a bordo y le invitaron a desembarcar con gran consideración, recibiéndole con los honores de virrey que le eran debidos; salió para la Baronía de Llaurí, pernoctando en el Convento de Nuestra Señora de la Murta, al que tuvo siempre intención de retirarse; mientras, su hijo Luis marchó al campo de las tropas reales y se puso al servicio del duque de Segorbe.
Aun siendo una figura respetada por los agermanados, todas sus intervenciones siguieron la línea de la carrera política del embajador y apoyaron la causa realista y nobiliaria. Cuando los agermanados pusieron sitio al castillo de Corbera, entró en conversaciones con el jefe de aquéllos, Juan Caro, intentando persuadirle de que levantara el cerco y pusiera sus tropas al servicio del Emperador. Conocidas por los Trece de Valencia estas conversaciones, a ellas se atribuyó la flojedad del cerco y fue una de las razones que llevó a la sustitución del cabecilla por Guillem Sorolla. Con posterioridad se trasladó a Bocairente, donde exhortó a sus habitantes a que siguieran fieles a su Rey y Señor, con tal éxito que no consintieron agermanarse y la villa mereció el título de Buena y Leal.
Por aquel entonces, en Italia, la última Liga concertada por él, ya había producido su efecto. En 1525, en la batalla de Pavía, cayó preso Francisco I, y traído a España, fue encerrado en el castillo de Benisanó.
Carlos V envió correo al embajador Vich al Convento de la Murta; el regio prisionero de Benisanó tuvo visita durante varios días de aquel embajador que durante tantos años había representado el mayor obstáculo a su política de expansión en Italia.
Gran parte de sus últimos años los pasó retirado en el Monasterio de Nuestra Señora de la Murta, en Alcira, monasterio donde estaba enterrado su padre y que desde tiempos del embajador iba a quedar estrechamente ligado al linaje de los Vich. Poco antes, en 1517, el embajador y su hermano Guillem Ramón, ya cardenal, habían alcanzado un acuerdo con la comunidad jerónima de dicho cenobio, en el que se estipulaba que los Vich debían sufragar la iglesia nueva y que, a cambio, el enterramiento en la capilla mayor quedaría reservado para ellos, sus sucesores y quienes ellos quisieran.
En su vida familiar Jerónimo Vich casó con Violante Ferrer, hija de Luis Ferrer, mayordomo mayor de Juana la Loca y de Lucrecia Soler, cuyas capitulaciones matrimoniales fueron recibidas por el notario Luis Collar, el 11 de febrero de 1492. De este enlace, nacieron Luis Vich y Ferrer, que, según los capítulos matrimoniales de 8 de diciembre de 1524, casó con Mencía Manrique de Lara, hija de Rodrigo Manrique de Lara, conde de Paredes, y de Isabel Fajardo, hija del marqués de los Vélez; Luisa Vich y Ferrer, que casó con Ramón Ladrón, señor de la Baronía de Castilla, y Violante Vich y Ferrer, que casó con Miguel Vilaragut, señor de Beniatjar y de la Foya de Salem.
Su delicado estado de salud le llevó a su casa de Valencia, y al agravarse, el miércoles 31 de diciembre de 1533, testó ante el notario Francisco Juan Ballester.
Son verdaderamente curiosas sus disposiciones testamentarias, referente a los sufragios por su alma y a su entierro, que no omiten ni el más mínimo detalle y delatan al diplomático minucioso preocupado por el ritual y la liturgia, cuyo exacto conocimiento debió de aprender en la Curia Romana.
Entre sus disposiciones familiares establece en cabeza de su hijo Luis y nieto Jerónimo el vínculo de los 14.000 sueldos de renta y la casa grande de Valencia, procedentes aquéllos de la venta de los lugares de Gallinero y Ebo, hecha al duque de Gandía ante el notario Luis Collar, el 6 de octubre de 1487, y por el precio de 19.800 timbres, equivalentes a 199.000 sueldos. Esta vinculación deberá seguir el orden de primogenitura y con preferencia de varón sobre hembra, teniendo obligación de tomar el apellido de Vich con exclusión de cualquier otro, así como las de usar únicamente las armas de Vich y Vallterra. Sus hijas recibirían varios objetos valiosos y su mujer el usufructo del palacio de Valencia.
Pocos días después de haber testado, el 7 de enero de 1534, falleció el prócer valenciano Jerónimo Vich y Valterra, barón de Llaurí, Beniomer, Beniboquer y Matada, embajador del Serenísimo y potentísimo Rey Nuestro Señor en la Curia Romana y virrey electo de Sicilia; vestido con el hábito de San Jerónimo, su cuerpo fue enterrado en el Convento de Nuestra Señora de la Murta, al que, tras su muerte en Roma en 1525, había sido trasladado el cuerpo de su hermano el cardenal.
Fuentes y bibl.: Archivo del Barón de Llaurí; Archivo del Reino de Valencia; Archivo Histórico nacional.
L. Tramoyeres, “El Renacimiento italiano en Valencia. Patio del Embajador Vich”, en Cultura Española, n.º IX, Madrid (1908), págs. 519-526; L. Serrano, “Primeras negociaciones de Carlos V, Rey de España, con la Santa Sede (1516-1518)”, en Cuadernos de trabajo de la escuela española de Arqueología e Historia en Roma, Madrid, II (1914), págs. 21-96; J. Manglano y Cucaló de Montull, barón de Terrateig, Jerónimo de Vich, embajador de Fernando el Católico en Roma (1507-1521): Discurso leído en el acto de su recepción por el ilustrísimo señor barón de Terrateig y contestación del ilustrísimo señor barón de San Petrillo, Valencia, Tipografía Artística, 1944; J. M. Doussinague, El testamento político de Fernando el Católico, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1950; E. Sarrablo Aguareles, Una correspondencia diplomática interesante: las cartas de Fernando el Católico a Jerónimo Vich, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1956; J. Manglano y Cucaló de Montull, Barón de Terrateig, Política en Italia del Rey Católico 1507-1516: correspondencia inédita con el embajador Vich, Madrid, Imprenta Clásica Española, 1963, 2 vols.; M. A. Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia Española, IV, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995, págs. 70 a 106 y 556 a 563 (Biblioteca Diplomática Española, Sección estudios 6); M. A. Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia Española, V, La Diplomacia de Carlos V, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1999, págs. 101 a 104 (Biblioteca Diplomática Española, Sección estudios 6); VV. AA., L’ambaixador Vich: l’home i el seu temps, Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Esport, 2006.
Gonzalo Manglano y de Garay