López, Juan. Joan Llopis. Valencia, 27.I.1454 – Roma (Italia), 5.VIII.1501. Eclesiástico, canónigo, deán, obispo, secretario pontificio y cardenal.
Hijo del notario Antonio López y de su segunda esposa, Agnés Menor, Juan López fue el segundogénito de once hermanos, de los que sólo seis alcanzaron la edad adulta. La incapacidad del hermano mayor, víctima de una enfermedad contraída durante la adolescencia, lo convirtió en pieza central del proyecto familiar del padre, que orientó al joven hacia la Iglesia y la práctica burocrática, en consonancia con la tradición de una parentela abundantemente surtida de notarios, abogados y clérigos. A los ocho años de edad tomó la tonsura eclesiástica, y, con poco más de dieciséis, inició los estudios de Teología en la Universidad de Bolonia, a donde se trasladó en el verano de 1470 en compañía de un hermano menor, Jerónimo. La posición profesional del notario López, funcionario de la Corte de la Gobernación de Valencia, no sólo permitió a la familia hacer frente al coste de los estudios en Italia, sino también aprovechar las oportunidades que abría la presencia valenciana en la curia pontificia, particularmente relevante desde los tiempos de Calixto III. Las estrechas relaciones que el padre mantenía con las familias Jàfer y Montsoriu, titulares del dominio útil de la escribanía de la Gobernación, sirvieron para poner al hijo bajo la protección del cardenal y vicecanciller de la Iglesia Rodrigo de Borja, a cuya sombra se desarrollaría toda la carrera eclesiástica y curial de Juan López.
En el verano de 1474, una vez obtenido el bachillerato en Teología, Joan se trasladó a Roma. De sus años como meritorio en la Corte papal dan cuenta cuatro cartas remitidas al padre en 1476, dos por el propio Joan desde Roma, y una cuarta por su hermano Jerónimo, que había permanecido en Bolonia para concluir sus estudios de Derecho. La carrera curial no resultó fácil, habida cuenta de la feroz competencia que rodeaba la provisión de cargos. Miembro del séquito privado de Rodrigo de Borja, a quien acompañaba en viajes y cacerías, el joven gozaba de la simpatía del cardenal, por quien sentía una ferviente admiración. Su carrera adquirió verdadera proyección en la década de 1480, cuando comenzó a acumular cargos y beneficios en su tierra natal. En 1484 era canónigo de Valencia, y deán del Cabildo dos años más tarde. Paradigma del clérigo cortesano de la época, Juan practicó siempre, desde su puesto de abreviador en la curia papal, un permanente absentismo de sus beneficios valencianos. Su padre y su hermano Jerónimo se encargaron de gestionarlos por él, recurriendo por lo general al arrendamiento a terceros, práctica corriente en la época.
Secretario de Rodrigo de Borja desde al menos 1482, tomó parte en 1484, como acólito del cardenal, en el cónclave que eligió a Inocencio VIII, y fue uno de los encargados de la redacción final de los capitula que hubo de firmar el nuevo Papa como garantía de las promesas hechas a sus electores. En 1488 se hizo cargo de la testamentaría de Pedro Luis Borja, el hijo mayor del cardenal, y en agosto de 1492 volvió a entrar en el cónclave, esta vez para ver a su mentor convertido en el papa Alejandro VI. De manera casi inmediata, Juan López ocupó la dataría apostólica y la sede episcopal de Perugia (29 de diciembre de 1492), nombramientos a los que uniría en 1493 el de secretario pontificio. En los años siguientes, y hasta el momento de su muerte, fue uno de los colaboradores más estrechos del segundo papa Borja. Sus oficios diplomáticos durante la primera invasión francesa de Italia le valieron, por expreso deseo del rey Carlos VIII, la reserva del Obispado de Carcasona, que no llegó a ocupar, pero aparece actuando en la práctica totalidad de los asuntos públicos y privados de Alejandro, entre los que destaca la concertación del matrimonio de la prometida del difunto Pedro Luis de Borja, María Enríquez, con otro hijo del Papa, Juan de Borja, en 1493, debido a su buena relación con los Reyes Católicos (cuyos negocios favorecía en la curia). López se encargó de disipar los recelos del padre de la novia, Enrique Enríquez, mayordomo de Fernando II, dirigiéndole un escrito en el que alababa la “sublime natura, [...] luenga experiencia, acutísimo ingenio, [...] justicia y clemencia, [...] devoción, religión y liberalidad en las cosas pías” del Papa. En agradecimiento, éste le colmó de prebendas en tierras hispánicas e itálicas y le entregó en encomienda el Obispado francés de Oloron (17 de abril de 1497), que tuvo en su poder durante un año.
El 19 de febrero de 1496, Alejandro VI promovió al cardenalato a cuatro valencianos escogidos entre sus colaboradores y parientes más cercanos, con la intención de reforzar su partido dentro del colegio cardenalicio. Convertido en cardenal presbítero del título de Santa María trans Tiberim, Juan López alcanzó el punto culminante de su carrera eclesiástica y de sus años al servicio del Borja. Aunque dejó sus cargos de secretario y datario pontificio, y cambió en 1498 la sede episcopal de Perugia por la de Capua (15 de octubre), su proximidad al Papa no menguó. El embajador veneciano Polo Capelo la describía así en 1500: “El reverendísimo de Capua, antes datario, está siempre junto al Papa, sabe lo que quiere el Papa y conoce todos sus secretos”. Sensible a las modas intelectuales de su época, mantuvo estrechas relaciones con los círculos humanistas romanos: Paolo Pompilio le dedicó su Vita Senecae, calificándolo de philosophum et sacrae theologiae religiosissimum assertorem.
El cardenal López, que el 10 de mayo de 1501 había sido nombrado arcipreste de la basílica vaticana por el Papa, enfermó gravemente ese mismo verano, y la evolución de sus dolencias fue seguida con detalle por el maestro de ceremonias y dietarista Johannes Burckard, que no consideró sospechosa su muerte, ocurrida el día 5 de agosto en sus habitaciones del palacio apostólico, aunque sí dio cuenta de la premura con que fue sepultado en la basílica de San Pedro. Sin embargo, para el embajador veneciano Marino Zorzi no cabía descartar la sombra del veneno, tal y como expuso en una carta remitida a la Serenísima el día mismo del óbito. El cardenal de Capua —decía— era “el único ser vivo” al que Alejandro confiaba unos secretos que cada vez se habían hecho más grandes y numerosos, y aunque el Papa “lo quería bien en extremo”, había despertado los celos de César Borja, “que consideraba que aquel manejaba los asuntos del papado más de lo conveniente”.
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José María Cruselles Gómez y Miguel Navarro Sorní